SAN ELOY, OBISPO Y
CONFESOR
Ante el Rey Clotario de Francia
En la Galia
ulterior, primero Aquitania, cerca de la ciudad de Lemovice, hay una villa
llamada Catalace, y en ella nació Eloy, de nobles padres, llamados Euquerio y
Terrigia. Terrigia, pues, su madre, cuando le tenía en el vientre, vio en un
sueño una águila muy hermosa que volaba sobre el lecho en que dormía, y que la
llamó por tres veces, haciéndole una singular promesa. Despertó á la voz del
águila asombrada, y púsose á considerar qué significaría sueño tan raro; pero
como no pudiese darle interpretación alguna, perdió el susto, y no cuidó más
del sueño. A pocos días tuvo los dolores de parto tan vehementes, que estuvo en
grande riesgo su vida. Viendo el peligro en que estaba, llamaron á un religioso
sacerdote que la asistiese, y ayudase á bien morir, como juzgaban lo había
menester: pero el santo sacerdote le dijo con espíritu profético: No temáis,
señora; que pariréis felizmente un hijo que será santo, y será llamado gran
sacerdote de Cristo en la Iglesia. Nació, pues, Eloy, y sanó su madre. Fué
criado con toda virtud y religión como hijo de tan católicos y nobles padres.
Aprendió las letras que debía en su tierna edad, y tenía tal ingenio y
capacidad para cuanto emprendía, que su padre le dio por maestro a Abdon,
excelente platero y aurífice, en cuya arte salió tan diestro, que de parecer
del maestro mismo le envió su padre á París, corte del rey de Francia, de quien
era su vasallo. Era su conversación tan honesta y agradable á todos, que en
poco tiempo se granjeó en la corte muchas buenas amistades: entre otrás ganó la
voluntad del tesorero del rey Clotario (que á la sazón reinaba en Francia),
llamado Bobbon.
Deseaba mucho Clotario
hacer un trono real ó silla de oro y piedras preciosas, que dijese con su real
magnificencia, y fuese ingeniosa en la traza; pero no hallaba maestro á su
gusto. Entonces Bobbon, su tesorero, le dijo: Si vuestra real majestad quiere
ser servido á gusto, yo tengo en mi cuarto un mancebo aurífice y platero ingenioso,
y sé qué hará la silla de la manera que la desea vuestra real majestad.
Entonces el rey alegre le dio una gran cantidad de oro, y él se la entregó a
Eloy, para que hiciese la silla que el rey deseaba. La obra fué de tanto
primor, que era maravilla el verla, y lo más prodigioso que tuvo, fué que del mismo
oro y piedras de que debía hacer solo una, hizo dos sillas, en todo iguales y
conformes. Acabadas, llevóle al rey la una, guardando la otra. El rey quedó
satisfecho y gozosísimo, por haber hallado quien hiciese aquel trono ó silla
real, del modo que él la deseaba, y sobre satisfacerle muy bien, le dio mil
gozosos agradecimientos, y admitió á su amistad con gran cariño y afabilidad. Despidióse
Eloy agradecido y humilde, y fue á su casa, y tomando la otra silla, se la
llevó y présenlo al rey. Aquí fué donde Clotario quedó de nuevo maravillado, de
ver un mozo en lo más florido de su juventud tan fiel, que siendo señor y dueño
de aquel oro y piedras preciosas, se lo volvía. Preguntóle, cómo era posible que
del mismo oro y piedras que él le había dado, hubiese hecho dos sillas tan
iguales y conformes, cuando cada una lo había menester todo. Con la gracia de
Dios todo se puede, respondió Eloy humilde. Entonces el rey lo abrazó, y le juzgó
por el hombre de más fidelidad que tenía en el reino, y comenzó ó encargarle
cuidados y negocios de mucha cuenta; y Eloy á tener gran fama en la corte.
Era tan caritativo
y amador de los pobres de Jesucristo, que les daba cuanto podía y tenía, hasta
quedarse desnudo; y era de todos tan amado y conocido por padre de pobres, que
si alguno preguntaba por Eloy ó su casa, ninguno había en la corte que no le
dijese: Id á la casa que la hallareis toda cercada de pobres; que aquella es:
allí le hallaréis. Cierto día, dando limosna á unos pobres, uno de ellos tenía
baldado un brazo, de suerte que no podía usar de él ni moverle: al tomar la
limosna, como sacase la mano sana, y Eloy le dijese la tomase con la otra mano,
respondió el pobre: Señor, la tengo baldada. Mostrad, hermano, lo veremos, dijo
el santo. Sacó el pobre la mano: tocóle Eloy con la suya: tocóle también el
brazo; y ungióselo con un poco de aceite, para disimular humilde el milagro que
había obrado ya el contacto de su santa mano, y que dijesen era virtud del aceite,
la que era solo virtud de su gran virtud. Con esto el pobre se fué sano y
contento, y á voces publicaba el milagro por toda la corte. Cierto día, como
hubiese dado de limosna cuanto oro y plata tenia, y llegasen de nuevo otros
pobres, sacó una pieza de oro que tenia ajena, para hacer de ella lo que su
dueño le había ordenado, y la repartió á los pobres: y como llegasen otros de
nuevo, impensadamente volvió á mirar la bolsa, y halló la misma pieza que acababa
de repartir; y dando á Dios las gracias, también la repartió con ellos.
Su gran caridad no
se contentaba con estas continuas limosnas, sino es que solicitaba saber dónde había
esclavos, y los redimía, y daba libertad á diez, á veinte, y á cincuenta muchas
veces, y algunas ciento de una vez: y si acontecía fallarle el dinero para
redimirlos, por ser muchos, daba cuanto tenia, hasta desnudarse sus vestidos y
descalzarse, quedando con sola una pobre túnica que le cubría las carnes.
Muchas veces le sucedió esto: y el rey, como le amaba y conocía su virtud, le
enviaba de sus mismos vestidos, y le socorría con mucho oro y plata, viendo
cuan bien lo empleaba. Redimidos los cautivos, les hacia una plática
espiritual, exhortándolos á la virtud; y si eran cristianos, les decía que si
querían volverse á sus patrias les daría lo necesario para el viaje (como lo hacía);
y si querían quedarse con él, nó como siervos, sino como hermanos los trataría:
y así lo practicaba con muchos que con él se quedaban, con los cuales vivía
religiosamente, y de muchos conseguía se hiciesen religiosos, y muchos sacerdotes;
y finalmente, á todos daba estado y acomodaba, dándoles cuanto habían menester.
A los que no eran cristianos, procuraba reducir hasta que lo fuesen, como lo
consiguió de muchos, que ya obligados de que los hubiese rescatado, y ya de su
buen trato y conversación afable, venían á rendirse al yugo suave de la ley
evangélica: con que su casa era un monasterio de pobres, y él á todos daba de
comer y beber, sirviéndoles él mismo: y cuando acababan de comer, se sentaba
con ellos en el lugar más ínfimo, y comía alguna cosa de lo que á ellos les
sobraba, tan escasamente, que más era continuado ayuno su comer, que natural
refección: y porque muchas veces se entristecían los familiares de casa, por ver
que repartía cuanto había á los pobres, y no solía quedar ni aun pan para él ni
ellos; él los reprendía, diciendo tenían poca fe, sabiendo que Dios había de
cuidar de ellos.
Sucedía, pues, así,
que cuando menos juzgaban, entraban por la puerta cargas de pan y otros
manjares, que príncipes y personas poderosas y devotas enviaban, sabiendo cuan
bien distribuía, y especialmente el rey, que continuamente le socorría. Murió Clotario,
y heredó con el reino el amor que á Eloy tenía su hijo Dageberto, el cual le
estimaba tanto, que no solo le socorría con grandes sumas de oro y plata, con
que edificó templos, monasterios y hospitales, sino es que también le hizo
dueño de su voluntad; y así sucedía, que estando muchas veces rodeado de
príncipes, obispos y magnates, en viendo á Eloy, á todos los dejaba para gozar
á solas de su dulce conversación y trato amable. Infinitos fueron y raros sus
milagros: porque con solo mandarlo se levantaban sanos y buenos los tullidos:
veían los ciegos: oían los sordos: sanaban los leprosos: lanzaba los demonios y
espíritus inmundos de los cuerpos de los míseros que atormentaban, y curaba de
todas enfermedades; pero era tanta su humildad, que á los que sanaba, decía: De
verdad os digo, que si no dais las gracias á Dios y á san Dionisio (ú otros santos
que solía nombrar), que es quien os ha curado, volveréis á padecer la misma
enfermedad, de que vais sanos. Hacíales esta exhortación con esta amenaza, para
evitar el que no publicasen que él había hecho el milagro, sino es el santo á
quien él le atribuía; y con esto huía la vanagloria. ¿Cuántas veces multiplicó
el pan para los pobres? ¿Cuántas el vino y otros manjares? Fuera nunca acabar
si comenzáramos á referir la suma casi infinita de sus milagros:
contentarémonos con poner algunos, por abreviar.
Ardía la ciudad de
París, hecha por todas partes un volcán, sin que hubiese remedio humano á tanto
incendio: llegaban ya las voraces llamas á la iglesia de San Marcial, fábrica
maravillosa de Eloy; y él con el sentimiento de que el fuego consumiese aquel
devoto y magnífico templo, que él con tanto estudio y amor había fabricado á
honra y gloria de Dios, y de su santo y siervo Marcial, sacando un suspiro de
lo íntimo de su corazón, dijo en alta voz: ¡O bendito san Marcial!¿Por qué no
socorres tu casa? Pues sabe que si la dejas quemar, y cual puedes no la libras
y defiendes, que no tienes que esperar de Eloy que vuelva á edificarte otra.
¡Caso maravilloso! Apenas acabó estas palabras, cuando el fuego desapareció, no
solo del templo, sino es de todo aquel barrio: con que libró el templo, el
monasterio que junto á él había edificado, y á todos los vecinos de tan voraz
incendio. Otra vez sucedió que robaron la plata y oro y demás ornamentos y
vasos preciosos que había consagrado al templo de Santa Columba, fábrica
también suya: diéronle la triste nueva; pero él, aunque lo sintió grandemente,
no se dio por entendido, sino que se fué á la misma iglesia, y puesto en
oración humilde, dijo: Oye, santa Columba, lo que, digo: bien sabe mi Redentor
Jesucristo, que si no vuelves luego los ornamentos y arreos que han robado á
esta iglesia, sin que falte cosa alguna, que tengo de traer zarzas, espinas y
abrojos, y sembrar de ellas la puerta de este templo, cubriéndola de suerte que
nadie pueda jamás entrar aquí á venerarte, ni tener de tí memoria. Dichas estas
razones con su sencillez santa, se fué á su casa, y apenas amaneció el
siguiente día, cuando fué á verle el sacristán de la dicha iglesia, gozosísimo,
refiriendo, como al abrir las puertas aquella mañana y entrar en la iglesia,
había hallado todo cuanto habían robado la noche antes, que lo habían vuelto ó
restituir aquella noche misma, sin que fallase ni un alfiler. Con este imperio
inocente y sencillo hablaba y obraba tantos prodigios.
Retablo Ceramico de San Eloy
Muerto Acario,
obispo noviomense, fue electo Eloy milagrosamente: con que, aunque su humildad
huia el cargo y honor, hubo de sujetarse á la disposición divina y gesto del rey, aceptando la carga. Puesto ya sobre el candelero de la Iglesia, comenzó á
lucir más y más cada día, con ejemplos raros de virtud, humildad y caridad,
apacentando sus ovejas como pastor celestial, con espiritual y corporal
alimento. Predicaba continuamente: y para que más provecho hiciese la divina
palabra, ejecutaba primero con las obras lo que con las palabras enseñaba. Tenía
un lugar señalado, en que todos los días se ocupaba en servir á los pobres y
enfermos, lavándoles el mismo los pies y manos, cortándoles el cabello
disforme, peinándoles y limpiándoles las cabezas de llagas asquerosas y otras
inmundicias, dejándoles limpios y sanos, dándoles después de comer y beber con sus
mismas manos, y vistiendo á los desnudos y menesterosos: y si saliendo estos,
venían más, volvía de nuevo á su santo ejercicio, sin que jamás se cansase.
Sentaba todos los días á su mesa doce pobres que comiesen con él, lavándoles
antes los pies y manos, y sirviéndoles el pan y vino, y después sentándose con
ellos. Como su caridad era tan grande y fervorosa, no se contentaba con usarla
solo con los vivos, sino es, que pasaba á ejercerla también con los muertos; y
de estos no solo con socorrer sus almas, ofreciendo continuos sufragios por las
benditas almas del purgatorio, sino es, cuidando de sepultar los cadáveres de aquellos
que hallaba ajusticiados y muertos por los caminos: y para poder usar de este
acto grande de misericordia sin contradicción de las justicias, sacó una
facultad del rey, que le dio amplísima y prontamente, gozoso (porque jamás le
negó cosa que Eloy le pidiese): con que unas veces iba él mismo por los
caminos: otras enviaba á sus ministros á buscar los cuerpos muertos; y á todos daba
piadosa sepultura. Un día (entre otros) halló un hombre en la horca, y
bajándole de ella (como solía), mientras sus compañeros le prevenían la
sepultura, Eloy comenzó á palparle y tocarle de pies á cabeza, y reconociendo
que Dios le volvía á la vida por virtud del contacto de sus purísimas manos;
para encubrir el milagro y huir las aclamaciones tan debidas, como tan humilde,
se previno, volviendo á mirar á sus compañeros, y diciendo: ¡O qué gran delito
y maldad hubiéramos cometido en este punto, enterrando este hombre, si Dios no
nos hubiera socorrido con la advertencia de que aún está vivo! ¿No lo veis? Y
luego, todos pasmados de la maravilla, se volvió al resucitado, y le dijo: Ea,
hermano, descansad un poco y vestíos, y os iréis á vuestra casa. Corrió al
instante la noticia del prodigio, y los que le habían hecho ahorcar, volvieron
á hacer nueva instancia á la justicia, para que volviesen á condenarlo á muerte,
y querían quitárselo al santo de las manos; pero éi huyó con el hombre, así por
quitarle del nuevo peligro que le amenazaba, como por huir la gloria de las
justas aclamaciones que todos le daban, por haber obrado tan gran milagro.
Sacóle del rey una carta de seguridad de la vida, y con esto lo envió en paz á
su casa.Ordenación de San Eloy Noyon Francia
Veneraba sumamente las
reliquias de los santos, y todo su anhelo era buscarlas; y en hallando algún
cuerpo de algún santo mártir (como ya vimos en la vida de san Quintino), lo
colocaba con toda veneración, fabricándole nuevas iglesias y preciosas tumbas,
ó cajas de oro, plata y piedras preciosas. Tal fué la que hizo á san Quintino,
á san Germano, á san Severino, á san Platón, á san Luciano, á santa Genoveva, á
santa Columba, á san Maximiano y Juliano, á san Crispino y Crispiniano: para
todos estos santos y á cada uno de por sí hizo caja de oro, plata y piedras
preciosas, todo fabricado por sus manos, dándole el rey Dagoberto
liberalísimamente grandes cantidades de oro y plata para ellas. Especialmente
se esmeraba en la fabrica y riquezas de algunas, y entre ellas fue la que hizo
para el cuerpo del glorioso san Martin, obispo turonense, donde hoy yace, y
otra para el lugar donde estuvo primero. Otra hizo para el cuerpo de san
Briccion, y otra para el de san Dionisio, mártir de París, labrándole un
suntuosísimo mausoleo ó sepulcro de mármol, vestido de oro y piedras preciosas,
adornando todo el altar y trono del glorioso areopagita riquísimamente.
Ocupado, pues, en
tan santos ejercicios de virtud y caridad, habiendo cumplido los setenta años
de su edad, quiso Dios llevárselo para sí; porque supiese el mundo, que Eloy
era más divino que humano, y más celestial que terreno, y así había de ocupar
la silla de gloria, que tan bien había merecido. Así fué: pues habiendo
anunciado su muerte, siendo de ella profeta, como de otras muchas cosas, lo
envió Dios una ligera calentura, con que cantando himnos y salmos le entregó su
bendita alma, la cual vieron infinitos que le asistían, subir al cielo en forma
de cruz hermosa y resplandeciente, cuya claridad de luz divina alumbró toda la
vecindad, é hizo que juzgasen los que la vieron, que fueron muchos, era medio día,
siendo muy de noche. Fué su glorioso tránsito á 1 de diciembre (día en que la
Iglesia celebra su fiesta), año del Señor de 665. Antes de dar sepultura á su
sagrado cuerpo, vino toda la ciudad á verle y venerarle, y la reina Batildis
con sus hijos y muchos príncipes también vino: y queriendo llevársele, ó a
París, ó a su monasterio de Cala, no fué posible moverle. Entonces la reina
cristianísimamente devota, lloraba tiernas lágrimas, y publicó un ayuno de tres
días continuos por toda la ciudad, que observó también ella con vigilias y
oraciones. Pasados los tres días, viendo que los de la ciudad de Noviomo pretendían
justamente quedarse con el cuerpo de su pastor santo, dijo la reina: Ahora
veremos la voluntad de Dios y la de su siervo Eloy: si se deja mover y llevar,
es señal que quiere venir conmigo, ó a su monasterio, ó a París; y si nó, se querrá
sin duda quedar con vosotros en su iglesia. Probaron muchos obispos y
príncipes, y la misma reina con ellos, á moverle, mas era una montaña. Viendo
así declarada la voluntad de Dios y de su santo, mandó la reina con harto dolor
y sentimiento, que le llevasen a sepultar a su iglesia; y al instante se dejó
llevar, como si fuera una paja ligera. Pero no quiso el santo ser desagradecido
á la devota reina: y así habiendo ella pedido la dejasen á lo menos ver su
rostro santísimo, se lo descubrieron, y con muchas lágrimas y mayor devoción le
besó en el rostro, pecho y manos: y porque llevase alguna reliquia y memoria,
dio el bendito santo entonces gran cantidad de sangre de sus sagradas narices,
que agradecida la reina, recogió en diversos lienzos para guardarla, y
venerarla por reliquia de tan gran santo. Luego se hizo el entierro con la
mayor pompa y ostentación que se ha visto, acompañando el santísimo cuerpo
infinitos millares de almas, obispos, príncipes y grandes, la misma reina á pié,
con ser invierno, y haber mucha agua y lodos que pasar, regando las calles
nuevamente con lágrimas, y rompiendo los aires con gemidos dolorosos, de
sentimiento de haber perdido tal pastor y padre. Pasado un año, habiendo de
poner al santo cuerpo en una caja ó urna de oro y piedras preciosas, que le
mandó hacer la reina, diciendo, que quien había hecho tantas y tan ricas cajas
para diversos cuerpos de santos, era justísimo se le hiciese una al suyo; le
hallaron incorrupto, olorosísimo y hermoso, y que tenía crecida la barba y
cabello (que le habían raído luego que espiró), como si estuviese vivo, y
guardase el calor natural: prodigio que dejó á todos admirados. Pero son tantos
y tan grandes, los que Dios ha obrado, y cada día obra por intercesión de su
siervo Eloy en su sepulcro, que esto parece el menor; pues no hay enfermo que á
él se encomiende que no sane de su enfermedad, sea la que fuere: los muertos
resucitan, los endemoniados sanan, y quedan libres de los espíritus inmundos; y
al fin todos hallan remedio en todas sus dolencias y necesidades, visitando el
sepulcro de Eloy glorioso.
Solían las cuaresmas
cubrir la caja de su sepulcro (por el gran resplandor del oro y piedras
preciosas) con lienzos, y ricos paños de seda; y sucedió, que una vez al
principio de la cuaresma vieron todos visibles vapores, que exhalaba la caja, y
que los lienzos y paños sudaban, como cuando suda un cuerpo humano vivo.
Advertirlo el prodigio por el obispo y cabildo, quitaron el paño y lienzos, y
torciéndolos sobre unas fuentes de plata, sacaron mucha aguado aquel sacro
sudor, y la guardaron con toda veneración por reliquia grande, como lo era;
pues con ella sanaron infinitos enfermos, y muchos solo con tocar aquel paño y
lienzo que habían recibido el sacro sudor. En fin, si hubiera de referir
milagros, fuera nunca acabar: quien gustare ver infinitos, lea su vida de este
admirable santo, que trae Surio en el tomo VI, que satisfará su deseo y
devoción cumplidisimamente. Escribieron la vida de san Eloy, Usuardo, Adon y el
primero de todos san Audeno, obispo y compañero mucho tiempo de Eloy, cuya
familiaridad le hizo santo: y la que escribió Audeflo es la que trae Surio en
el tomo VI citado. Asimismo la escribió Vincencio m Specul., lib. XXIIIi, cap.
86 el seq.; san Antonino de Florencia, parte II, titulo 43, capítulo 6,
parágrafo 45 y sig.; Pedro de Natalibus, in Cathalogo sanctorum. lib.I, cap.
17; Molano, in índice sanctorum Belg.; Sigiberlo, in Chronic.: el Martirologio
romano y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo VIII de sus Anales, año 665,
núm. 7 y año 631, núm. 14.
SAN ELOY, OBISPO Y CONFESOR
Ante el Rey Clotario de Francia |
Deseaba mucho Clotario
hacer un trono real ó silla de oro y piedras preciosas, que dijese con su real
magnificencia, y fuese ingeniosa en la traza; pero no hallaba maestro á su
gusto. Entonces Bobbon, su tesorero, le dijo: Si vuestra real majestad quiere
ser servido á gusto, yo tengo en mi cuarto un mancebo aurífice y platero ingenioso,
y sé qué hará la silla de la manera que la desea vuestra real majestad.
Entonces el rey alegre le dio una gran cantidad de oro, y él se la entregó a
Eloy, para que hiciese la silla que el rey deseaba. La obra fué de tanto
primor, que era maravilla el verla, y lo más prodigioso que tuvo, fué que del mismo
oro y piedras de que debía hacer solo una, hizo dos sillas, en todo iguales y
conformes. Acabadas, llevóle al rey la una, guardando la otra. El rey quedó
satisfecho y gozosísimo, por haber hallado quien hiciese aquel trono ó silla
real, del modo que él la deseaba, y sobre satisfacerle muy bien, le dio mil
gozosos agradecimientos, y admitió á su amistad con gran cariño y afabilidad. Despidióse
Eloy agradecido y humilde, y fue á su casa, y tomando la otra silla, se la
llevó y présenlo al rey. Aquí fué donde Clotario quedó de nuevo maravillado, de
ver un mozo en lo más florido de su juventud tan fiel, que siendo señor y dueño
de aquel oro y piedras preciosas, se lo volvía. Preguntóle, cómo era posible que
del mismo oro y piedras que él le había dado, hubiese hecho dos sillas tan
iguales y conformes, cuando cada una lo había menester todo. Con la gracia de
Dios todo se puede, respondió Eloy humilde. Entonces el rey lo abrazó, y le juzgó
por el hombre de más fidelidad que tenía en el reino, y comenzó ó encargarle
cuidados y negocios de mucha cuenta; y Eloy á tener gran fama en la corte.
Era tan caritativo
y amador de los pobres de Jesucristo, que les daba cuanto podía y tenía, hasta
quedarse desnudo; y era de todos tan amado y conocido por padre de pobres, que
si alguno preguntaba por Eloy ó su casa, ninguno había en la corte que no le
dijese: Id á la casa que la hallareis toda cercada de pobres; que aquella es:
allí le hallaréis. Cierto día, dando limosna á unos pobres, uno de ellos tenía
baldado un brazo, de suerte que no podía usar de él ni moverle: al tomar la
limosna, como sacase la mano sana, y Eloy le dijese la tomase con la otra mano,
respondió el pobre: Señor, la tengo baldada. Mostrad, hermano, lo veremos, dijo
el santo. Sacó el pobre la mano: tocóle Eloy con la suya: tocóle también el
brazo; y ungióselo con un poco de aceite, para disimular humilde el milagro que
había obrado ya el contacto de su santa mano, y que dijesen era virtud del aceite,
la que era solo virtud de su gran virtud. Con esto el pobre se fué sano y
contento, y á voces publicaba el milagro por toda la corte. Cierto día, como
hubiese dado de limosna cuanto oro y plata tenia, y llegasen de nuevo otros
pobres, sacó una pieza de oro que tenia ajena, para hacer de ella lo que su
dueño le había ordenado, y la repartió á los pobres: y como llegasen otros de
nuevo, impensadamente volvió á mirar la bolsa, y halló la misma pieza que acababa
de repartir; y dando á Dios las gracias, también la repartió con ellos.
Su gran caridad no
se contentaba con estas continuas limosnas, sino es que solicitaba saber dónde había
esclavos, y los redimía, y daba libertad á diez, á veinte, y á cincuenta muchas
veces, y algunas ciento de una vez: y si acontecía fallarle el dinero para
redimirlos, por ser muchos, daba cuanto tenia, hasta desnudarse sus vestidos y
descalzarse, quedando con sola una pobre túnica que le cubría las carnes.
Muchas veces le sucedió esto: y el rey, como le amaba y conocía su virtud, le
enviaba de sus mismos vestidos, y le socorría con mucho oro y plata, viendo
cuan bien lo empleaba. Redimidos los cautivos, les hacia una plática
espiritual, exhortándolos á la virtud; y si eran cristianos, les decía que si
querían volverse á sus patrias les daría lo necesario para el viaje (como lo hacía);
y si querían quedarse con él, nó como siervos, sino como hermanos los trataría:
y así lo practicaba con muchos que con él se quedaban, con los cuales vivía
religiosamente, y de muchos conseguía se hiciesen religiosos, y muchos sacerdotes;
y finalmente, á todos daba estado y acomodaba, dándoles cuanto habían menester.
A los que no eran cristianos, procuraba reducir hasta que lo fuesen, como lo
consiguió de muchos, que ya obligados de que los hubiese rescatado, y ya de su
buen trato y conversación afable, venían á rendirse al yugo suave de la ley
evangélica: con que su casa era un monasterio de pobres, y él á todos daba de
comer y beber, sirviéndoles él mismo: y cuando acababan de comer, se sentaba
con ellos en el lugar más ínfimo, y comía alguna cosa de lo que á ellos les
sobraba, tan escasamente, que más era continuado ayuno su comer, que natural
refección: y porque muchas veces se entristecían los familiares de casa, por ver
que repartía cuanto había á los pobres, y no solía quedar ni aun pan para él ni
ellos; él los reprendía, diciendo tenían poca fe, sabiendo que Dios había de
cuidar de ellos.
Sucedía, pues, así,
que cuando menos juzgaban, entraban por la puerta cargas de pan y otros
manjares, que príncipes y personas poderosas y devotas enviaban, sabiendo cuan
bien distribuía, y especialmente el rey, que continuamente le socorría. Murió Clotario,
y heredó con el reino el amor que á Eloy tenía su hijo Dageberto, el cual le
estimaba tanto, que no solo le socorría con grandes sumas de oro y plata, con
que edificó templos, monasterios y hospitales, sino es que también le hizo
dueño de su voluntad; y así sucedía, que estando muchas veces rodeado de
príncipes, obispos y magnates, en viendo á Eloy, á todos los dejaba para gozar
á solas de su dulce conversación y trato amable. Infinitos fueron y raros sus
milagros: porque con solo mandarlo se levantaban sanos y buenos los tullidos:
veían los ciegos: oían los sordos: sanaban los leprosos: lanzaba los demonios y
espíritus inmundos de los cuerpos de los míseros que atormentaban, y curaba de
todas enfermedades; pero era tanta su humildad, que á los que sanaba, decía: De
verdad os digo, que si no dais las gracias á Dios y á san Dionisio (ú otros santos
que solía nombrar), que es quien os ha curado, volveréis á padecer la misma
enfermedad, de que vais sanos. Hacíales esta exhortación con esta amenaza, para
evitar el que no publicasen que él había hecho el milagro, sino es el santo á
quien él le atribuía; y con esto huía la vanagloria. ¿Cuántas veces multiplicó
el pan para los pobres? ¿Cuántas el vino y otros manjares? Fuera nunca acabar
si comenzáramos á referir la suma casi infinita de sus milagros:
contentarémonos con poner algunos, por abreviar.
Ardía la ciudad de
París, hecha por todas partes un volcán, sin que hubiese remedio humano á tanto
incendio: llegaban ya las voraces llamas á la iglesia de San Marcial, fábrica
maravillosa de Eloy; y él con el sentimiento de que el fuego consumiese aquel
devoto y magnífico templo, que él con tanto estudio y amor había fabricado á
honra y gloria de Dios, y de su santo y siervo Marcial, sacando un suspiro de
lo íntimo de su corazón, dijo en alta voz: ¡O bendito san Marcial!¿Por qué no
socorres tu casa? Pues sabe que si la dejas quemar, y cual puedes no la libras
y defiendes, que no tienes que esperar de Eloy que vuelva á edificarte otra.
¡Caso maravilloso! Apenas acabó estas palabras, cuando el fuego desapareció, no
solo del templo, sino es de todo aquel barrio: con que libró el templo, el
monasterio que junto á él había edificado, y á todos los vecinos de tan voraz
incendio. Otra vez sucedió que robaron la plata y oro y demás ornamentos y
vasos preciosos que había consagrado al templo de Santa Columba, fábrica
también suya: diéronle la triste nueva; pero él, aunque lo sintió grandemente,
no se dio por entendido, sino que se fué á la misma iglesia, y puesto en
oración humilde, dijo: Oye, santa Columba, lo que, digo: bien sabe mi Redentor
Jesucristo, que si no vuelves luego los ornamentos y arreos que han robado á
esta iglesia, sin que falte cosa alguna, que tengo de traer zarzas, espinas y
abrojos, y sembrar de ellas la puerta de este templo, cubriéndola de suerte que
nadie pueda jamás entrar aquí á venerarte, ni tener de tí memoria. Dichas estas
razones con su sencillez santa, se fué á su casa, y apenas amaneció el
siguiente día, cuando fué á verle el sacristán de la dicha iglesia, gozosísimo,
refiriendo, como al abrir las puertas aquella mañana y entrar en la iglesia,
había hallado todo cuanto habían robado la noche antes, que lo habían vuelto ó
restituir aquella noche misma, sin que fallase ni un alfiler. Con este imperio
inocente y sencillo hablaba y obraba tantos prodigios.
Retablo Ceramico de San Eloy |
Ordenación de San Eloy Noyon Francia |
Veneraba sumamente las
reliquias de los santos, y todo su anhelo era buscarlas; y en hallando algún
cuerpo de algún santo mártir (como ya vimos en la vida de san Quintino), lo
colocaba con toda veneración, fabricándole nuevas iglesias y preciosas tumbas,
ó cajas de oro, plata y piedras preciosas. Tal fué la que hizo á san Quintino,
á san Germano, á san Severino, á san Platón, á san Luciano, á santa Genoveva, á
santa Columba, á san Maximiano y Juliano, á san Crispino y Crispiniano: para
todos estos santos y á cada uno de por sí hizo caja de oro, plata y piedras
preciosas, todo fabricado por sus manos, dándole el rey Dagoberto
liberalísimamente grandes cantidades de oro y plata para ellas. Especialmente
se esmeraba en la fabrica y riquezas de algunas, y entre ellas fue la que hizo
para el cuerpo del glorioso san Martin, obispo turonense, donde hoy yace, y
otra para el lugar donde estuvo primero. Otra hizo para el cuerpo de san
Briccion, y otra para el de san Dionisio, mártir de París, labrándole un
suntuosísimo mausoleo ó sepulcro de mármol, vestido de oro y piedras preciosas,
adornando todo el altar y trono del glorioso areopagita riquísimamente.
Ocupado, pues, en
tan santos ejercicios de virtud y caridad, habiendo cumplido los setenta años
de su edad, quiso Dios llevárselo para sí; porque supiese el mundo, que Eloy
era más divino que humano, y más celestial que terreno, y así había de ocupar
la silla de gloria, que tan bien había merecido. Así fué: pues habiendo
anunciado su muerte, siendo de ella profeta, como de otras muchas cosas, lo
envió Dios una ligera calentura, con que cantando himnos y salmos le entregó su
bendita alma, la cual vieron infinitos que le asistían, subir al cielo en forma
de cruz hermosa y resplandeciente, cuya claridad de luz divina alumbró toda la
vecindad, é hizo que juzgasen los que la vieron, que fueron muchos, era medio día,
siendo muy de noche. Fué su glorioso tránsito á 1 de diciembre (día en que la
Iglesia celebra su fiesta), año del Señor de 665. Antes de dar sepultura á su
sagrado cuerpo, vino toda la ciudad á verle y venerarle, y la reina Batildis
con sus hijos y muchos príncipes también vino: y queriendo llevársele, ó a
París, ó a su monasterio de Cala, no fué posible moverle. Entonces la reina
cristianísimamente devota, lloraba tiernas lágrimas, y publicó un ayuno de tres
días continuos por toda la ciudad, que observó también ella con vigilias y
oraciones. Pasados los tres días, viendo que los de la ciudad de Noviomo pretendían
justamente quedarse con el cuerpo de su pastor santo, dijo la reina: Ahora
veremos la voluntad de Dios y la de su siervo Eloy: si se deja mover y llevar,
es señal que quiere venir conmigo, ó a su monasterio, ó a París; y si nó, se querrá
sin duda quedar con vosotros en su iglesia. Probaron muchos obispos y
príncipes, y la misma reina con ellos, á moverle, mas era una montaña. Viendo
así declarada la voluntad de Dios y de su santo, mandó la reina con harto dolor
y sentimiento, que le llevasen a sepultar a su iglesia; y al instante se dejó
llevar, como si fuera una paja ligera. Pero no quiso el santo ser desagradecido
á la devota reina: y así habiendo ella pedido la dejasen á lo menos ver su
rostro santísimo, se lo descubrieron, y con muchas lágrimas y mayor devoción le
besó en el rostro, pecho y manos: y porque llevase alguna reliquia y memoria,
dio el bendito santo entonces gran cantidad de sangre de sus sagradas narices,
que agradecida la reina, recogió en diversos lienzos para guardarla, y
venerarla por reliquia de tan gran santo. Luego se hizo el entierro con la
mayor pompa y ostentación que se ha visto, acompañando el santísimo cuerpo
infinitos millares de almas, obispos, príncipes y grandes, la misma reina á pié,
con ser invierno, y haber mucha agua y lodos que pasar, regando las calles
nuevamente con lágrimas, y rompiendo los aires con gemidos dolorosos, de
sentimiento de haber perdido tal pastor y padre. Pasado un año, habiendo de
poner al santo cuerpo en una caja ó urna de oro y piedras preciosas, que le
mandó hacer la reina, diciendo, que quien había hecho tantas y tan ricas cajas
para diversos cuerpos de santos, era justísimo se le hiciese una al suyo; le
hallaron incorrupto, olorosísimo y hermoso, y que tenía crecida la barba y
cabello (que le habían raído luego que espiró), como si estuviese vivo, y
guardase el calor natural: prodigio que dejó á todos admirados. Pero son tantos
y tan grandes, los que Dios ha obrado, y cada día obra por intercesión de su
siervo Eloy en su sepulcro, que esto parece el menor; pues no hay enfermo que á
él se encomiende que no sane de su enfermedad, sea la que fuere: los muertos
resucitan, los endemoniados sanan, y quedan libres de los espíritus inmundos; y
al fin todos hallan remedio en todas sus dolencias y necesidades, visitando el
sepulcro de Eloy glorioso.
Solían las cuaresmas
cubrir la caja de su sepulcro (por el gran resplandor del oro y piedras
preciosas) con lienzos, y ricos paños de seda; y sucedió, que una vez al
principio de la cuaresma vieron todos visibles vapores, que exhalaba la caja, y
que los lienzos y paños sudaban, como cuando suda un cuerpo humano vivo.
Advertirlo el prodigio por el obispo y cabildo, quitaron el paño y lienzos, y
torciéndolos sobre unas fuentes de plata, sacaron mucha aguado aquel sacro
sudor, y la guardaron con toda veneración por reliquia grande, como lo era;
pues con ella sanaron infinitos enfermos, y muchos solo con tocar aquel paño y
lienzo que habían recibido el sacro sudor. En fin, si hubiera de referir
milagros, fuera nunca acabar: quien gustare ver infinitos, lea su vida de este
admirable santo, que trae Surio en el tomo VI, que satisfará su deseo y
devoción cumplidisimamente. Escribieron la vida de san Eloy, Usuardo, Adon y el
primero de todos san Audeno, obispo y compañero mucho tiempo de Eloy, cuya
familiaridad le hizo santo: y la que escribió Audeflo es la que trae Surio en
el tomo VI citado. Asimismo la escribió Vincencio m Specul., lib. XXIIIi, cap.
86 el seq.; san Antonino de Florencia, parte II, titulo 43, capítulo 6,
parágrafo 45 y sig.; Pedro de Natalibus, in Cathalogo sanctorum. lib.I, cap.
17; Molano, in índice sanctorum Belg.; Sigiberlo, in Chronic.: el Martirologio
romano y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo VIII de sus Anales, año 665,
núm. 7 y año 631, núm. 14.
Fuente: La leyenda
de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la
Iglesia; obra que
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