SANTA FAUSTA, VÍRGEN Y MÁRTIR
Fausta fué natural de Cizico, ciudad insigne de una
isla del mismo nombre en Propóntide, é hija de padres nobles, ricos y
cristianos, los cuales la criaron en toda virtud y religión cristiana. De trece
años quedó huérfana, muy rica, muy hermosa; pero mucho más virtuosa: tanto que
solo se ocupaba y ejercitaba en limosnas, ayunos, oración y meditación de las
divinas Escrituras. Pero como la luz no puede estar escondida, ni la ciudad que
está en la cima del monte, presto llegaron nuevas de las grandes virtudes de
Fausta al emperador Maximiano, el cual despachó al punto á Cizico á un
sacerdote de sus dioses, privado suyo, y el primero de su palacio, llamado
Evelasio, con orden de que si podía reducir á la santa doncella á la adoración
de sus dioses, la hiciese honores grandes; si nó le quitase la vida. Apenas
llegó Evelasio á Cizico, cuando hizo venir á su presencia á Fausta, y le dijo,
que sacrificase á los dioses. Respondió la santa virgen: Yo no sacrifico á
estos dioses, que son sordos, ciegos, y sin sentido alguno. Yo tengo á mi padre
y esposo Jesucristo en el cielo, y no puedo dejarle: porque te advierto, que
aunque soy pequeña en la edad, mi corazón es grande para con Dios. Con esto Evelasio
la mandó raer la cabeza y desnuda atar á un palo, y azotar cruelmente: todo lo
cual quedó ejecutado. Pero la santa niña, en medio del cruel y riguroso
tormento, levantó los ojos al cielo: hizo oración á su dulcísimo esposo Jesús;
y apenas la acabó, cuando vino del cielo un furioso relámpago: tal, que muchos
de despavoridos y asustados murieron.
Temió Evelasio: y llamando á Fausta, dijo: Mujer, dime,
¿quién eres? ¿Eres acaso encantadora, que tales prodigios obras? Lo que sé decirte,
es (dijo la santa) que no siento tus tormentos. Mandó Evelasio hacer una caja ó
ataúd, y poner dentro á la santa virgen y clavarla muy bien, y después que la
aserrasen por medio. Así lo hicieron los crueles verdugos; y estando ya
cansados y molidos, dijeron á Evelasio: Señor, ¿qué haremos con esta mujer?
Nosotros ya estamos medio muertos, y ella está viva: más ha de ocho horas que
trabajamos en balde, seis sierras hemos mudado, y ninguna corta en ella: hemos puesto
fuego á la caja, y no le toca, antes ella se está dentro cantando alegre y
suavemente: dinos, pues, ¿qué haremos? Entonces Evelasio se volvió á la santa,
y dijo: Mujer, yo estoy pasmado: ochenta años tengo, y jamás he visto prodigios
tales como los que obras; y así te conjuró por el Dios en quien crees, me digas
la verdad y no me engañes: ¿qué es esto? La virtud divina (respondió Fausta),
que siempre obra maravillas la cual conocerás presto, si quieres admitir la
verdad que yo confieso. Dime (dijo Evelasio) la verdad clara y distintamente,
que te ofrezco oírte de buena gana, y con toda atención. Viendo la santa virgen
la buena disposición que tenía el corazón de Evelasio, comenzó á predicarle: y tanto
supo decirle, y tan bien instruirle en las cosas de la santa fé católica, que
le dejó del todo reducido, y obrando en él la virtud y gracia del Espíritu Santo,
mandó prontamente quitar á Fausta del tormento y darle libertad, y cuando la vio
sana y buena, quedó en grande manera alegre y gozosísimo.
Un criado de Evelasio se partió á dar cuenta al
emperador de como se había hecho cristiano. El emperador lo sintió mucho, y
llamando á Máximo, su prefecto, hombre inhumanísimo y cruelísimo, le envió á Cizico,
el cual (habiendo jurado primero al emperador que jamás creería en Cristo) se
partió, y llegando á la ciudad, hizo llamar á Evelasio, y le dijo: Ven acá,
cabeza de maldades, ¿cómo te has atrevido á negar á los inmortales dioses, y
seguir á los cristianos locos? Yo te juro (respondió Evelasio), que si tú oyes
á Fausta, presto conocerás á Dios vivo y serás dichoso y bienaventurado.
Encendióse en ira Maximino, y mandó desnudar á Evelasio y colgarlo en el ecúleo y
azotarlo cruelmente. El santo Evelasio, después de ser cruel y rigurosamente
azotado por mucho tiempo, levantó los ojos al cielo: hizo humilde oración á
Dios, acordándose de las muchas maravillas que su divina Majestad había usado
con su esposa Fausta, y al instante quedó libre de aquel cruel tormento, y
sano. Visto por el tirano Maximino, mandó, que le pusiesen hachas encendidas á
los costados. Hiciéronlo así los verdugos: y el santo pidió á Fausta orase por
él; y ella compadecida, hizo oración á su esposo Jesús, conque quedó libre de
aquel fuego.
Maximino entonces dijo á Fausta: Dime, mujer perversa,
¿cómo le atreviste á mudar el ánimo de un venerable sacerdote, para que negando
á los dioses, se hiciese cristiano? La santísima niña respondió: Espero en la
gran bondad y misericordia de mi Dios, que tú también has de ser, como
Evelasio, hijo de la verdad. No juzgues, ó Fausta (dijo el prefecto), que seré yo
tan necio y loco como éste. Con esta la hizo atar, y colgar del ecúleo, y
clavarle unos clavos en los pies, pero por virtud divina la santa virgen no sentía
tormento alguno: con que cantaba gozosa dulces himnos á su divino esposo.
Desesperado Maximino, le mandó echar á las fieras. Vino una furiosa leona, y
puesta á sus pies la adoró: luego salieron otras muchas fieras de diversas
especies; y todas se postraron á sus pies, y la adoraron y acariciaron. Viendo
el prefecto tales y tan estupendas maravillas, quedó pasmado y rabioso más que
las fieras: así fiero, bárbaro y cruel, la hizo traer desnuda, y arrastrar por
las plazas y calles. Viéndose públicamente desnuda la santa virgen, dijo en su
corazón á su esposo Jesús: Cubre, Señor, esta obra tuya; y bajó al instante una
nube del cielo y la cubrió toda. Desesperado Maximino, no sabía cómo atormentarla: lo
cual visto por un criado suyo llamado Eusebio, le dijo: Señor, si me das
licencia, yo la atormentaré de nuevo, y á tu satisfacción. Yo te la doy (dijo
el prefecto): y el criado hizo que un herrero trajese diversos clavos, y unos
le hizo clavar en la cabeza, otros en las sienes, otros en los ojos, otros en
los oídos, otros en los pechos, otros en los brazos, y otros en las piernas,
hasta dejarla toda empedrada de clavos. En este tormento solo se le oían estas
palabras á la santísima esposa de Jesús: Señor mío Jesucristo, gracias le doy
infinitas: tú, Señor, conoces los corazones: eres la gloria y corona de los justos:
recibe á esta humilde é indigna sierva luya: y haz Señor, que Maximino le
conozca y confiese por solo verdadero Dios, para que todos sepan que tú solo lo
eres, y á ti solo se debe la gloria por los siglos. Viendo Eusebio que no sentía
Fausta tan crueles tormentos, y era vencido de una tierna niña; por no
confesarlo, hizo traer una gran sartén ó caldera, y puesta al fuego, echar en
ella pez, resina, alquebrite y plomo, y cuando todo estaba derretido y hervía,
hizo echar dentro desnudos á los dos valerosos é invictos mártires de Jesucristo. Fausta y Evelasio. Los dos gloriosos santos, maestra y discípulo, comenzaron
á cantar salmos; y al instante el fuego se apagó, y el plomo y demás
ingredientes quedaron como un baño suavísimo. Entonces Maximino, tocado de la
divina luz, dijo á voces: Dios eterno, que con tu infinita bondad y
misericordia hiciste que Evelasio fuese partícipe de la corona de tu sierva
Fausta, recíbeme también, Señor, á mí, humilde y pecador, para que, aunque por tantos
títulos indigno, junto con los dos haga el número de la Trinidad Santísima, que
constante adoro y confieso. Muestra. Señor, en mí, indigno pecador, tu gran
misericordia, para que por ti me salve, pues tú me redimiste.
Luego al punto se abrieron los cielos, y se dejó ver
Jesucristo, rodeado de ejércitos de ángeles y espíritus gloriosos, con todos
los justos, que resplandecían más que el sol. Viendo tanta gloria y tantas
maravillas Maximino, exclamó, diciendo: Señor, recíbeme como á tu siervo
Evelasio, y no le acuerdes de la multitud de mis pecados: bien sé, Señor, cuan
indigno soy de que me oigas; pero mayor es tu misericordia, que mi indignidad y
malicia: recíbeme, Señor, como recibiste al buen ladrón. Al punto corrió adonde
estaba la sartén: y levantando los ojos al cielo, y signándose con la señal de
la santa cruz, dijo: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo,
también yo soy con vosotros: y desnudándose á toda prisa y haciendo la señal de
la santa cruz por todo su cuerpo, se arrojó á la sartén con los dos gloriosos mártires
de Jesucristo, Fausta y Evelasio. Entonces llena de gozo y alegría espiritual,
la bendita Fausta exclamó diciendo: Gloria te sea dada, Cristo Jesús, que no
quieres que ninguno se pierda, sino es que todos se salven, y vengan al conocimiento
de la verdad. ¡Qué gozosa estoy, Señor, en medio de estos dos, como la vid con
su fruto! Recíbenos, Señor, pues tú nos has llamado para tí. En esto se oyó una
voz del cielo, que dijo: Venid á mí vosotros que trabajáis por mi nombre; que
yo os recibiré en el reino de los cielos.Oyendo esta dulce voz, quedaron
llenos de gozo: alabaron á Dios: diéronle gracias; y entregaron en sus divinas
manos sus santas almas con grande paz, gozo y alegría, á los 6 de febrero,
según unos, á los 20 de diciembre, según otros, ó á los 19 de diciembre, si es
esta gloriosa Fausta (que lo dudo) la que este día trae el Martirologio romano:
porque una es de Roma, otra de Cizico: una es virgen y mártir; otra es matrona
noble y madre de santa Anastasia: si bien á esta llama Nicéforo Calixto, lib. IV,
in fin., Flavia, y nó Fausta.
Pero como quiera que sea, ahora sea una misma, ahora sean dos diversas, esta verdad se sabrá en la gloria, donde las veamos. Escribieron la vida y martirio de santa Fausta, Beda; Usuardo; Adon; los griegos in Menolog.; Metafraste; Lipomano, tom. V; Surio, tom. I; Pedro de Natalibus, in CaIhalogo, lib.VIII, cap. 97;el Martirologio romano y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo V de sus Anales, año 311, núm. 1 9, y tom. II, año 300, núm. 4.
Pero como quiera que sea, ahora sea una misma, ahora sean dos diversas, esta verdad se sabrá en la gloria, donde las veamos. Escribieron la vida y martirio de santa Fausta, Beda; Usuardo; Adon; los griegos in Menolog.; Metafraste; Lipomano, tom. V; Surio, tom. I; Pedro de Natalibus, in CaIhalogo, lib.VIII, cap. 97;el Martirologio romano y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo V de sus Anales, año 311, núm. 1 9, y tom. II, año 300, núm. 4.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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