SAN SÉRVULO, POBRE Y PARALÍTICO, CONFESOR
En el cuarto libro de sus Diálogos, á los catorce capítulos, escribe san
Gregorio, papa, la vida de un pobre mendigo tullido, y toda su vida paralítico:
y en la homilía 15 sobre los Evangelios también la repite: y nosotros,
trasladando lo que él dice, la pondremos aquí, para que los pobres se
consuelen, y los tullidos y fatigados con recias enfermedades tengan un ejemplo
raro de paciencia que imitar.
Declarando, pues, el santo pontífice
aquellas palabras de San Lucas: «Estos son los que conservan la palabra que
oyeron en bueno, y de muy buen corazón dan fruto en paciencia», dice así: «La
buena tierra por la paciencia da fruto; porque no valen nada los bienes que
hacemos, si con igualdad no sabemos sufrir los males de nuestros prójimos».
Cuanto el hombre se aprovecha más en la virtud; tanto más tiene que padecer en
este mundo: porque menguando el amor de las cosas del mundo, crece la
contradicción del mismo mundo. De aquí es, que vemos á muchos obrar bien, y
sudar debajo de la carga grave de las tribulaciones, y el corazón que se ve
libre del deseo terrenal, se siente fatigado con duros azotes: más estos tales,
conforme á la palabra del Señor, por la paciencia dan fruto; porque recibiendo
con humildad los azotes, después de ser azotados son consolados y sublimados á
un lugar de descanso: y así se estruja la aceituna, para que se haga el aceite:
así en la era con la trilla se aparta de la paja el grano, y se recoge puro y
limpio en las trojes. Por tanto el que de veras y perfectamente desea vencer
los vicios, procure sufrir con humildad los azotes que para purgarle Dios le
envía, para que tanto más limpio venga al juez, cuanto el oxido de sus culpas
se purificó más en el fuego de la tribulación.
En el portal que va á la iglesia de San
Clemente, hubo un pobre hombre, que se llamaba Sérvulo, que yo conocí, y muchos
de los que aquí están: era pobre de hacienda y rico de merecimientos, y
consumido con una larga enfermedad; porque desde sus primeros años hasta el fin
de su vida estuvo paralitico echado en una camilla. No hay para que decir que
no se podía levantar de la cama; pues aun no podía estar sentado en ella, ni
llegar la mano á la boca, ni volverse de un lado á otro.
Tenía una madre y un hermano que
le asistían y ayudaban, por cuyas manos daba á los pobres todo lo que á él le
daban de limosna. No sabía letras y hacia comprar libros de la sagrada
Escritura, y rogaba á los religiosos que se los leyesen continuamente; y así,
aunque era hombre sin letras, vino á saber de la sagrada Escritura, lo que
bastaba, y á su persona y estado convenía. Procuraba en el dolor hacer gracias
siempre al Señor, y de día y noche cantarle himnos y alabanzas.
Declarando, pues, el santo pontífice aquellas palabras de San Lucas: «Estos son los que conservan la palabra que oyeron en bueno, y de muy buen corazón dan fruto en paciencia», dice así: «La buena tierra por la paciencia da fruto; porque no valen nada los bienes que hacemos, si con igualdad no sabemos sufrir los males de nuestros prójimos». Cuanto el hombre se aprovecha más en la virtud; tanto más tiene que padecer en este mundo: porque menguando el amor de las cosas del mundo, crece la contradicción del mismo mundo. De aquí es, que vemos á muchos obrar bien, y sudar debajo de la carga grave de las tribulaciones, y el corazón que se ve libre del deseo terrenal, se siente fatigado con duros azotes: más estos tales, conforme á la palabra del Señor, por la paciencia dan fruto; porque recibiendo con humildad los azotes, después de ser azotados son consolados y sublimados á un lugar de descanso: y así se estruja la aceituna, para que se haga el aceite: así en la era con la trilla se aparta de la paja el grano, y se recoge puro y limpio en las trojes. Por tanto el que de veras y perfectamente desea vencer los vicios, procure sufrir con humildad los azotes que para purgarle Dios le envía, para que tanto más limpio venga al juez, cuanto el oxido de sus culpas se purificó más en el fuego de la tribulación.
En el portal que va á la iglesia de San Clemente, hubo un pobre hombre, que se llamaba Sérvulo, que yo conocí, y muchos de los que aquí están: era pobre de hacienda y rico de merecimientos, y consumido con una larga enfermedad; porque desde sus primeros años hasta el fin de su vida estuvo paralitico echado en una camilla. No hay para que decir que no se podía levantar de la cama; pues aun no podía estar sentado en ella, ni llegar la mano á la boca, ni volverse de un lado á otro.
Vino el tiempo
en que Dios quería remunerar su paciencia, y el mal que estaba derramado por
los miembros del cuerpo, recogióse al corazón: y entendiendo él que se acercaba
la hora de su muerte, rogó á los peregrinos que estaban en el hospital, que se
levantasen y cantasen con él algunos salmos, esperando la dichosa hora del
glorioso tránsito. Al tiempo que él mismo, estando á la muerte, cantaba con los
oíros, los detuvo, y con una gran voz les elijo: Callad: ¿no oís las voces que
resuenan en el cielo? Y estando el alma atenta á lo que había oído, suelta de
aquel cuerpo tan quebrantado y consumido, voló al cielo y al momento se llenó
aquel lugar de una suavísima, fragancia que sintieron todos los que allí
estaban, y por ella entendieron que había sido recibida en el cielo, de donde
Sérvulo había oído aquellas voces y dulce consonancia. Uno de nuestros monjes,
que aún es vivo, estuvo presente, y con lágrimas suele afirmar lo que allí vio,
y dice que siempre sintió él, y los otros que allí estaban, aquel olor
suavísimo, hasta que le acabaron de enterrar. Este es el fin de aquel que en
vida tuvo tanta paciencia para sufrir los azotes de Dios: y la buena tierra que
había sido rota con el arado de la tribulación, dio fruto y copiosa cosecha que
fué cogida en el granero del Señor. Pero yo os ruego, hermanos carísimos (añade
San Gregorio), que penséis, ¿cómo nos podemos nosotros excusar en el día
riguroso del juicio, habiendo recibido hacienda y manos para trabajar y cumplir
los mandamientos de Dios, y no lo haciendo; viendo que un hombre sin manos tan
de veras se empleó en su servicio? ¿No nos reprenderá entonces el Señor con el
ejemplo de sus apóstoles, que con su predicación convirtieron tantas almas, y
las llevaron consigo al cielo? ¿No nos pondrá delante á los valerosos mártires
que con su sangre compraron la corona de gloria; sino á este pobre Sérvulo, que
aunque tuvo atados los brazos con la enfermedad, no los tuvo alados para obrar
bien y cumplir la ley de Dios? Todo esto es de San Gregorio en la homilía 15
sobre los Evangelios. De San Sérvulo hacen mención los Martirologios romano, de
Beda, Usuardo y Adon. Obró nuestro Señor por él muchos milagros, y en la
iglesia de San Clemente de Roma se pintó su vida, como lo dice el cardenal
Baronio en las anotaciones del Martirologio á los 23 de diciembre.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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