jueves, 30 de noviembre de 2023

S A N T O R A L

SAN ANDRES, APOSTOL

Colocamos a San Andrés al principio del Propio de Santos de Adviento, porque, aunque su fiesta cae con frecuencia antes del comienzo del mismo; a veces ocurre que, al celebrar la Iglesia la memoria de este gran Apóstol, ya ha comenzado este santo tiempo. Está, pues, destinada esta fiesta a cerrar anualmente con toda solemnidad el ciclo litúrgico que se extingue, o bien a brillar a la cabeza del nuevo que comienza. En efecto, convenía que el Año cristiano comenzase y terminase por la Cruz; ella nos merece el nuevo año que la misericordia divina tiene a bien otorgarnos; y ella aparecerá el último día sobre las nubes del cielo, como un sello puesto al tiempo.

Decimos esto, porque deben saber todos los fieles que San Andrés es el Apóstol de la Cruz. A Pedro dió Jesucristo la firmeza en la Fe; a Juan, la ternura del Amor; Andrés es el encargado de representar la Cruz del divino Maestro. Pues bien, la Iglesia se hace digna de su Esposo, con ayuda de estas tres cosas, Fe, Amor y Cruz: todo en ella respira este triple carácter. Es la razón de que San Andrés, después de los dos Apóstoles que acabamos de nombrar, sea objeto de una especial veneración en la Liturgia.

Pero, examinemos la vida de este heroico pescador del lago de Genesaret, destinado a ser más tarde sucesor del mismo Cristo, y compañero de Pedro en el madero de la Cruz. La Iglesia la ha tomado de las antiguas Actas del Martirio del santo Apóstol.
(La mayoría de los historiadores modernos consideran apócrifa la célebre carta de los sacerdotes y diáconos de Acaya, que refiere el martirio de San Andrés, y de la cual toma sus más bellos pasos el Oficio del 30 de Noviembre. Mas todos admiten, que es un documento de la más alta antigüedad. Los Protestantes la han rechazado principalmente porque en ella se encuentra una explícita profesión de fe en la realidad del Sacrificio de la Misa y del sacramento de la Eucaristía.)

VIDA

Andrés, Apóstol, natural de Betsaida, villa de Galilea, era hermano de Pedro, y discípulo de San Juan. Habiendo oído a éste decir de Cristo: ¡He ahí el Cordero de Dios!, siguió a Jesús y le llevó a su hermano. Más tarde, cuando pescaba con su hermano en el mar de Galilea, fueron llamados los dos, antes que los demás Apóstoles, por el Señor, el cual al pasar a su lado les dijo: Seguidme: yo os haré pescadores de hombres. Y ellos, dejando inmediatamente sus redes, le siguieron.

Después de la Pasión y de la Resurrección, Andrés predicó la fe de Cristo en la provincia que le había caído en suerte, la Escitia de Europa: luego recorrió el Epiro y Tracia, y con su predicación y milagros convirtió a una inmensa muchedumbre. En Patras, ciudad de Acaya, hizo abrazar la fe del Evangelio a mucha gente y no temió reprender con valentía al procónsul Egeas, que resistía a la predicación evangélica, echándole en cara que pretendía ser juez de los hombres, mientras los demonios se burlaban de él, hasta el extremo de hacerle despreciar a Cristo Dios, Juez de todos los hombres.

Irritado Egeas le dijo: Cesa de alabar a ese tu Cristo, que no supo librarse de ser crucificado por los Judíos. Mas, como Andrés continuase predicando valientemente que, Jesucristo se había ofrecido espontáneamente a la Cruz por la salvación del género humano, Egeas le interrumpe con un impío discurso, advirtiéndole que mire por su vida, sacrificando a los dioses. Andrés le contesta: Existe para mí un Dios omnipotente, al cual sacrifico todos los días, no carne de toros, ni sangre de machos cabríos, sino el Cordero inmaculado, sobre el altar verdadero; y todo el pueblo participa de su carne, y el Cordero sacrificado queda entero y lleno de vida. Entonces Egeas, rojo de ira, le hace arrojar a la prisión. Fácilmente le hubiera sacado de allí el pueblo, si él no hubiera apaciguado a las turbas, suplicándolas ardientemente que no le estorbasen conseguir la corona del martirio.

Habiendo sido conducido poco después ante el tribunal y ensalzando todavía el misterio de la Cruz y reprendiendo al Procónsul su impiedad. Egeas, exacerbado, mandó que se le crucificase, para que imitara la muerte de Cristo. Fué entonces, cuando al llegar al lugar de su martirio, y al ver la cruz, exclamó desde lejos: ¡Oh buena Cruz!, que has derivado tu gloria de los miembros del Salvador. Cruz durante mucho tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso, y preparada por fin a mis ardientes deseos, apártame de los hombres y devuélveme a mi Señor, para que por ti me reciba el que por ti me redimió. Fué, pues, atado a la cruz, en la que permaneció dos días, sin cesar de predicar la fe de Jesucristo, pasando luego a unirse con Aquel a quien había deseado imitar en la muerte.

Los sacerdotes y diáconos de Acaya, que escribieron su Pasión, dan testimonio de que vieron y oyeron todas estas cosas tal como las cuentan. Sus restos fueron transportados primeramente a Constantinopla en tiempo del emperador Constancio y luego a Amalfl. Su cabeza, llevada a Roma en el pontificado de Pío II, fue colocada en la Basílica de San Pedro.

*   *   *


Dirijámonos ahora en unión con la Iglesia a este santo Apóstol, cuyo nombre y memoria son la gloria de este día; honrémosle, y pidámosle la ayuda que necesitamos.

Eres tú ioh bienaventurado Andrés! el primero que encontramos en este místico camino del Adviento por el que vamos buscando a nuestro divino Salvador Jesucristo; damos gracias a Dios por habernos proporcionado este encuentro. Para cuando nuestro Mesías, Jesús, se reveló al mundo, habías tú ya oído con docilidad al santo Precursor que anunciaba su próxima venida, siendo tú uno de los primeros en reconocer en el hijo de María, al Mesías prometido por la Ley y los Profetas. Más, no supiste quedar confidente único de tan maravilloso secreto, e inmediatamente participaste la Buena Nueva a tu hermano Pedro, y le llevaste a Jesús.

¡Oh santo Apóstol! también nosotros suspiramos por el Mesías, Salvador de nuestras almas; dígnate conducirnos a él, pues tú le has hallado. Bajo tu amparo nos colocamos, en este santo tiempo de espera y preparación, que nos queda por recorrer, hasta el día en que aparezca ese tan ansiado Salvador en el misterio de su maravilloso Nacimiento. El bautismo de penitencia te preparó a ti para recibir la insigne gracia de llegar a conocer al Verbo de vida; alcanza para nosotros el don de una verdadera penitencia y pureza de corazón, durante este santo tiempo, para que podamos contemplar con nuestros ojos a Aquel que dijo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
¡Oh glorioso Andrés! eres poderoso para llevar las almas a Jesús, pues por ti fué presentado al Mesías, aquel a quien el Señor iba a confiar el cuidado de todo su rebaño. No hay duda que, al llamarte a sí el Señor en este día, quiso asegurar tu intercesión a los cristianos que buscan de nuevo todos los años, a Aquel en el que tu vives ya para siempre; a los fieles que acuden a preguntarte por el camino que a él conduce.



Tú nos enseñas ese camino, que no es otro que el de la fidelidad, el de la fidelidad hasta la Cruz. Por él marchaste tú valerosamente; y como la Cruz conduce a Jesucristo, amaste la Cruz con verdadera pasión. Ruega ¡oh santo Apóstol! para que comprendamos ese amor, y para que después de haberlo comprendido lo pongamos por obra. Tu hermano nos dice en su Epístola: Puesto que Cristo sufrió en su carne armaos, hermanos míos, con ese pensamiento. (I S. Pedro, IV, 1.) En el día de hoy nos ofreces oh bienaventurado Andrés, el comentario vivo de esa máxima. Por haber sido crucificado tu Maestro, tú también quisiste serlo. Ruega, pues, desde lo alto del trono a que has sido elevado por la Cruz, ruega para que ella sea para nosotros expiación de los pecados que nos cubren, extinción de las llamas mundanas que nos sofocan, y finalmente, el medio de unirnos por amor, a Aquel que sólo por amor se clavó en ella.

Pero, por muy importantes y preciosas que sean para nosotros las lecciones de la Cruz, acuérdate oh gran Apóstol que la cruz es la consumación, no el principio. Antes debemos conocer y amar al Dios niño, al Dios del pesebre; es al Cordero de Dios, señalado por San Juan, es a ese Cordero a quien deseamos contemplar. Estamos en el tiempo de Adviento, no en el de la acerba Pasión del Redentor. Fortifica, pues, nuestro corazón para el día de la lucha; pero, ahora despiértalo a la compunción y a la ternura. Bajo tu amparo colocamos la gran obra de nuestra preparación a la venida de Cristo a nuestros corazones.

Acuérdate también, bienaventurado Andrés, de la Santa Iglesia de la que fuiste una de sus columnas, y que regaste con tu sangre; eleva, en su favor, tus poderosos brazos ante Aquel por quien ella pelea sin descanso. Pide para que se le alivie la Cruz que lleva consigo a través de este mundo, ruega también para que la ame, y sepa sacar de ella su fortaleza y su verdadero honor.

Acuérdate, sobre todo de la Santa Iglesia Romana, Madre y Señora de todas las demás, obtén para ella la victoria y la paz por medio de la Cruz, en pago del tierno amor que te demuestra. Visita de nuevo como Apóstol a la Iglesia de Constantinopla, que ha perdido con la unidad la luz verdadera, por no haber querido someterse a Pedro, tu hermano, a quien tú reconociste como Jefe por amor de vuestro común Maestro. Finalmente, ruega por el reino de Escocia que desde hace cuatro siglos ha olvidado tu dulce tutela; haz que se abrevien los días del error, y que esa mitad de la Isla de los Santos, vuelva cuanto antes, con la otra, a someterse al cayado del único Pastor.
 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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