sábado, 14 de septiembre de 2024

S A N T O R A L


LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


Exaltación de la Santa Cruz-Iglesia de
la Caridad Sevilla-Juan de Valdés Leal
Cierta cosa es que las calamidades que padecemos los mortales, son comúnmente penas por nuestros pecados, y castigos que nos vienen del cielo: y uno de los mayores de Dios es, cuando permite que tenga el cetro y mando un príncipe vicioso, flojo y desalmado; porque como es la cabeza de toda la república, deriva en los otros miembros su maldad. Tal fué el emperador Focas, que mató á Mauricio, y le sucedió en el imperio: y queriéndole nuestro Señor castigar, y con él á todos sus súbditos, movió á Cosroas, rey de Persia, que le hiciese guerra, y que le venciese, tomase y destruyese muchas y grandes provincias del imperio romano. Acabó la vida Focas con la muerte que le dieron, y sucedióle en el imperio Heraclio: el cual le halló tan desproveído, desarmado y tan sin fuerzas, que por muchos años no pudo salir al encuentro y hacer resistencia á Cosroas; porque estaba armado, poderoso y vencedor: y, como señor del campo, hacia la guerra con gran ventaja contra Heraclio, dando sobre unas ciudades y otras, y tomándolas por fuerza de armas, y conquistando á toda Siria, llamada ahora Suria. Finalmente, vino sobre la santa ciudad de Jerusalén, y tomó, saqueó y mató en ella (á lo que escriben) ochenta mil personas, y llevó consigo preso y cautivo á Zacarías, patriarca de Jerusalén, santo varón y excelente prelado, y á otro gran número de gente; aunque algunos autores dicen, que fué esto en los postreros años del imperio de Focas. Pero lo que más se sintió, fué que tomó el madero de la cruz de Jesucristo nuestro Redentor, que santa Elena, madre del emperador Constantino, había dejado en Jerusalén, y le llevó á Persia, y le puso con grande veneración encima de su silla y trono real, que era de oro fino, entre muchas perlas y piedras preciosas. Como Heraclio vio los daños de su imperio, y sus pocas fuerzas y las muchas de su enemigo, acordó de pedirle paces ó treguas, y hacerlas, aunque fuese con condiciones afrentosas y fuera de toda razón. Más Cosroas estaba tan insolente con su gran poder y con las victorias que había alcanzado, que no quiso admitir plática alguna de concierto, sino con condición que el emperador Heraclio renegase de la fé de Jesucristo. Entonces el emperador se volvió de corazón á Dios, y tomando gran confianza en Él (por parecerle que era causa suya y no de los hombres), determinó juntar ejército y pelear con el enemigo, y hacer lo último de potencia, para que él no triunfase de la religión cristiana, como triunfaba de las muchas ciudades y provincias que había robado y destruido. Para esto la primera cosa que hizo, fué acudir á Dios, que es el Dios de los ejércitos y de las victorias, y mandar que por todo el imperio se hiciesen muchas oraciones, plegarias, procesiones, ayunos, limosnas y otras buenas obras, con que se aplacase el Señor: y luego juntó su ejército de gente nueva y bisoña (porque no tenía soldados viejos); y para industriarlos y hacerlos á las armas, los ejercitó antes de venir á batalla con los enemigos. Con este ejército salió Heraclio en busca de Cosroas, con ánimo de pelear con él, confiando que Dios le daría victoria, y humillaría al blasfemo é insolente rey, que estaba tan desvanecido por los buenos sucesos que el mismo Dios le había dado para castigo de los cristianos; y él, como ciego, los atribuía á sí, y á su valor y poder. 
Y para ir con mayor seguridad, llevaba el emperador en su mano derecha una imagen devotísima de nuestra Señora, ó (según otros] de Jesucristo nuestro Redentor; y por ventura fué de Madre é Hijo: y (á lo que escriben) esta imagen no había sido pintada por mano de hombres, sino venida del cielo; porque su esperanza no estribaba en la gente y fuerzas que llevaba, sino en la misericordia del Señor. y en la intercesión y patrocinio de su bendita Madre. Con esta confianza salió Heraclio con su ejército, bien disciplinado y enseñado á guardarse de todo pecado, de robos, y desafueros, y de pelear más por la gloria del Señor, que no por otros intereses temporales. No le pareció á Cosroas aguardar él en persona, y dar la batalla á Heraclio; antes se retiró dentro de su tierra, é hizo talar los panes, y alzar todos los mantenimientos, por do creía que había de pasar: y por otra parte envió un copiosísimo ejército de gente muy diestra y veterana, y un capitán llamado Saravago, ó Salvaro, con el cual peleó Heraclio, y alcanzó la victoria; aunque la batalla fué muy porfiada y reñida. No desmayó por este suceso el rey de Persia; antes juntando otro mayor ejército, se opuso á Heraclio, con un capitán muy esforzado y de gran fama, llamado Saín, ó Satin. Trabóse entre los dos ejércitos una cruel y brava batalla, que habiendo comenzado al salir del sol, duró hasta grande espacio después de medio día, sin declararse la victoria por ninguna de las partes, peleando con igualdad. Y como ya en este tiempo los persas hiciesen grande esfuerzo, y las tropas del emperador comenzasen á mostrar flaqueza; Heraclio, volviéndose á Dios, le pidió socorro por intercesión de la Virgen sacratísima; y él se le dio de manera, que luego súbitamente se levantó un viento muy recio, con grande lluvia y granizo, que á los imperiales daba en las espaldas, y á los persas en los ojos, con lo cual en muy breve fueron rotos y vencidos: y, volviendo las espaldas, comenzaron á huir. Mas, como Cosroas fuese tan poderoso, no bastaron estas dos victorias que había tenido el emperador para quebrantarle de manera, que se diese por vencido; antes echando el resto, juntó otro ejército mucho mayor, y nombró por su capitán á un varón muy sabio y diestro en la guerra, llamado Razalenes: el cual vino á batalla con Heraclio, y por virtud de la santa cruz, fué asimismo vencido y muerto con gran parte de su ejército, peleando Heraclio por su mano valerosamente, y matando en esta batalla tres hombres señalados, como soldado esforzado, y gobernando y animando á su ejército, como muy sabio y experimentado capitán.

La batalla del emperador Heraclio contra el rey de Persia, Cosroas II
La batalla del emperador Heraclio contra el rey de Persia, Cosroas II
Con esta tercera batalla quedó enflaquecido el poder de Cosroas, y él tan desanimado, que no osando esperar al emperador, se entró huyendo en Persia, y pasó el rio Tigris: y para su socorro y ayuda, nombró por rey igual suyo á su segundo hijo, llamado Medarses, no haciendo caso de Siróes, su hijo mayor, y de más ánimo y discreción. De lo cual Siróes hizo tan grande sentimiento, que determinó quitar el reino y la vida al padre y al hermano, por la injusticia que se le había hecho. Así lo hizo; y asentó paces con el emperador Heraclio: le restituyó todas las tierras que su padre había tomado del imperio, y le entregó todo el tesoro de la casa real, que poseía su padre, y cumplió otras muchas condiciones muy honrosas y provechosas para el emperador. Pero la más principal fué el entregarle la Santa Cruz qué tenía en su poder, y al patriarca de Jerusalén, y á los demás cautivos cristianos, que eran muchos. De esta manera se acabó esta guerra en algunos años, mostrando Dios la confianza que debemos tener en él: y que ni debemos desmayar, sino humillarnos cuando nos castiga, ni desvanecernos con los prósperos sucesos, sino reconocerlos de su mano. Él emperador Heraclio para hacer gracias á nuestro Señor de las victorias tan grandes y glorias que le había dado, fué á Jerusalén, llevando consigo la cruz de nuestra redención, que catorce años había estado en poder de Cosroas. Entró en la ciudad con ella, llevándola sobre sus hombros con la mayor pompa y solemnidad que se puede imaginar. Pero sucedió una cosa maravillosa en este triunfo del emperador, que llegando á la puerta de la ciudad con la cruz, paró: y queriendo ir adelante, no pudo moverse, sin poder entender la causa de aquella detención. Iba al lado del emperador el patriarca Zacarías, ó Modesto (como dice Suidas), y avisóle, que por ventura era la causa de aquel milagro tan extraño el llevar la cruz por aquel camino, por donde Cristo nuestro Salvador la había llevado, con muy diferente traje y manera que el Señor la llevó:
El emperador de Constantinopla, Heraclio, cargando la Santa Cruz en Jerusalén
El emperador de Constantinopla, Heraclio,
cargando la Santa Cruz en Jerusalén
Porque tú, señor (dijo el patriarca), vas vestido y ataviado de riquísimas de imperiales ropas; y Cristo llevaba una vestidura humilde: tú llevas corona imperial en la cabeza; y Él corona de espinas; Él iba con los pies descalzos; y tú vas con los pies calzados. Pareció á Heraclio que Zacarías tenía razón, y por lo tanto vistióse un vestido vil: quitóse la corona de la cabeza, y con los pies descalzos pudo proseguir con la procesión, hasta poner la sacrosanta cruz en el mismo lugar de donde Cosroas la había quitado. Y queriendo nuestro Señor regalar á su pueblo, y mostrar la virtud de la santa cruz, además de otras cosas maravillosas que acaecieron aquel día, un muerto resucitó, cuatro paralíticos cobraron salud, quince ciegos vista, diez leprosos quedaron limpios, y otros muchos que eran atormentados del demonio, quedaron libres, y gran número de enfermos con entera salud. Esta es la causa de la fiesta que hoy celebra la Iglesia con nombre de la Exaltación de la Cruz. Verdad es, que no fué esta la causa para instituir esta fiesta; porque muchos años antes que Heraclio imperase, los griegos hacían fiesta este mismo día, con nombre de la Exaltación de la Santa Cruz, y lo mismo hacían los latinos, como se ve en el sacramentario de san Gregorio, celebrando la gloria de la cruz que se extendió y resplandeció por todo el mundo en tiempo del emperador Constantino: pero las victorias que alcanzó Heraclio, y el haber recobrado el madero de la santa cruz de mano de los enemigos, y restituídole á los cristianos, colocándole en Jerusalén con gran gloria del Señor y bien de su Iglesia, fué causa para que se celebrase esta fiesta con mayor solemnidad y regocijo que antes, como lo notó el cardenal Baronio. Sucedió esta restitución de la santa cruz á los 14 de setiembre, á los diez y nueve años del imperio de Heraclio, que fué el de 629 del Señor; aunque Sigiberto la pone en el de 631. Escriben de ella la Historia miscelánea, lib. XVIII, y los Martirologios, romano, el de Beda, Usuardo y de Adon.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

viernes, 13 de septiembre de 2024

S A N T O R A L

San Juan Crisóstomo

Gran batallador de la Iglesia en Oriente

Llamado «Boca de oro» por la fuerza y la belleza de su elocuencia, con su palabra desarmó a los bárbaros, combatió el arrianismo que infectaba el Oriente y los desórdenes de la decadente Bizancio
Plinio María Solimeo
Juan Crisóstomo nació en Antioquía alrededor del año 344, hijo de Segundo, comandante general de las tropas del Imperio de Oriente. Su madre, Antusa, enviudó a los veinte años y no quiso contraer segundas nupcias a fin de dedicarse por entero a la educación de sus dos hijos y a las buenas obras. Adolescente, Juan culminó su educación con el célebre filósofo Libanio. El progreso del alumno, cuya privilegiada inteligencia comenzaba a brillar, hizo que el maestro estando a las puertas de la muerte exclamara: “Yo habría dejado a este joven al frente de mi escuela, pero los cristianos me lo tomaron”.1
Aún era pagano cuando inició su vida como orador en el Forum. La elevación de su lenguaje, la fuerza de sus expresiones, la belleza de su discurso llevaron a sus coterráneos a compararlo a Demóstenes, el famoso orador griego de la Antigüedad.

San Basilio lleva a su amigo a la conversión

A los 25 años, cuando su fama ya se afirmaba en el Tribunal, por influencia de su amigo Basilio, que también llegaría a la santidad, se convirtió al cristianismo: “Este bienaventurado servidor de Jesucristo resolvió abrazar la verdadera filosofía del Evangelio, la vida monástica. Entonces, el equilibrio entre nosotros dos se rompió por completo. El plato de su balanza se elevó ligero hacia el cielo; el plato de la mía, todo cargado de pasiones mundanas y de los ardores de la juventud, recaía pesadamente hacia la tierra”.2 Juan recibió el bautismo de manos de San Melecio, obispo de Antioquía.
Después de su conversión, resolvió abrazar la carrera eclesiástica. Convertido en clérigo, Juan, a quien ya llamaban Crisóstomo (Boca de oro), renunció completamente a hacer carrera en el mundo e inició el arduo trabajo de vencer el imperio de sus pasiones. Para combatir la vanagloria, comenzó a practicar la humildad. Para tener dominio sobre sí, pasó a domar su cuerpo, limitando el sueño a tres o cuatro horas y la alimentación a una sola comida al día, absteniéndose de carne. Su victoria sobre el fogoso temperamento fue tan completa, que sus biógrafos lo describen como dotado de gran dulzura y amable modestia, además de una tierna y compasiva caridad hacia el prójimo.
Pasaron cuatro años sin que Crisóstomo recibiese la ordenación sacerdotal. En ese intervalo, oyó rumores de que estaban pensando en él y en su amigo Basilio para el episcopado. Crisóstomo, quien conocía perfectamente a su amigo, sabía cuan digno era para el episcopado. Por eso no le comunicó que huiría para evadir la designación, como efectivamente hizo. Mientras tanto, San Basilio recibió la consagración episcopal.

Monje y anacoreta, aprendió de memoria las Sagradas Escrituras

Dado que su madre había fallecido, Crisóstomo resolvió huir al desierto. Admitido en uno de los monasterios del Monte Casius, se entregó con gran valentía a la vida de perfección.
Pasado algún tiempo, cuando los monjes se dieron cuenta del tesoro que tenían, lo escogieron a Crisóstomo como Superior. Cuando tomó conocimiento de esa decisión, huyó, yendo a vivir como anacoreta a un lugar más inaccesible. En la soledad, aprendió las Sagradas Escrituras de memoria.
Dos años después, habiéndose deteriorado su salud, tuvo que abandonar el desierto y regresó a Antioquía. En ese lapso la paz había vuelto a la Iglesia, con la muerte del emperador arriano Valente y la ascensión del piadoso Teodosio.
Juan Crisóstomo fue ordenado diácono, dedicándose nuevamente al apostolado de la palabra. Cinco años más tarde, San Flaviano, que había sucedido a San Melecio en la sede de Antioquía, le confirió el sacerdocio.

Las “homilías de las estatuas”

Relicario que conserva la mano derecha del santo
El año 387 el emperador Teodosio estableció un nuevo impuesto a la ciudad de Antioquía. El pueblo se rebeló, arrancó su estatua y la de su mujer e hijos, que arrastró por las calles; persiguió a los funcionarios del fisco y se entregó a otros excesos. Al volver la calma, la población se dio cuenta de lo que había hecho y el temor fue general. Todos sabían que el emperador Teodosio era bueno, pero terrible en sus primeros impulsos. ¿Qué es lo que haría con la ciudad prevaricadora?
San Flaviano se dirigió a la ciudad imperial a fin de pedir clemencia para sus diocesanos, y Crisóstomo quedó al frente de la diócesis. Se empeñó en calmar al pueblo y que aceptara el posible castigo. En los siguientes 20 días, predicó una serie de sermones excepcionales, llamados después “homilías de las estatuas”, cada uno más persuasivo que el otro y que forman un monumento de erudición y de elocuencia.
Al fin, vino la noticia de que el Emperador, por amor a Dios y atendiendo la súplica del santo arzobispo, perdonaba a Antioquía.

Arzobispo de Constantinopla y Patriarca de Oriente

San Juan increpa a la emperatriz
 Eudoxia por sus vicios
Juan Crisóstomo pasó doce años en Antioquía, ejerciendo la misión pastoral como el modelo más acabado de sacerdote.
El año 397 quedó vacante la sede de Constantinopla. El clero y el pueblo, que ya conocían su fama, lo eligieron como obispo del lugar. El nuevo emperador Arcadio aprobó la elección. ¿Cómo hacer que el candidato aceptara la nominación? Utilizaron una estratagema: el alcalde de Antioquía lo invitó a un paseo, para tratar de varios asuntos. Cuando estaban fuera de la ciudad, el alcalde cedió su lugar de conductor del carruaje a un enviado del Emperador. Espoleando los caballos, fue conducido a la capital del Imperio, donde estaban reunidos un grupo de obispos que consagraron a Boca de Oro como Arzobispo de Constantinopla y Patriarca de Oriente.
Comenzaba para el nuevo Prelado una etapa en la cual debería enfrentar los desórdenes de la corte imperial, toda clase de injusticias, un clero y un pueblo decadentes.
Se empeñó en primer lugar en la reforma del clero, amonestando, corrigiendo, suplicando y, cuando no había otro medio, expulsando a los malos sacerdotes de la Iglesia.
Había tal avidez de oír al santo arzobispo, que unos se atropellaban a los otros. Tuvo que colocar el púlpito en el centro de la iglesia, para ser oído por todos. Poco a poco la piedad volvió a florecer en Constantinopla, y muchas almas alcanzaron un alto grado de perfección.
Juan Crisóstomo reorganizó una pía asociación de viudas y vírgenes consagradas, poniéndolas bajo la dirección de Santa Olimpia, viuda a los 23 años, que pasó con su fortuna a secundarlo en todas sus obras pías.

El pueblo prevarica a pesar de los castigos

En abril de 399, un temporal interminable lo inundaba todo, amenazando las plantaciones y la consecuente falta de alimentos. Juan Crisóstomo ordenó una procesión rogativa hasta la iglesia de San Pedro y San Pablo, del otro lado del Bósforo, y la lluvia cesó.

Relicario con la mano 
en Regensburg
Al día siguiente, Viernes Santo, hubo una carrera de caballos en el hipódromo local, con gran concurso del pueblo, que no respetó ni el castigo reciente ni la santidad de la fecha. La indignación del santo arzobispo subió al auge: “¿Cómo apaciguar, de aquí en adelante, el castigo celestial? Aún no transcurrieron tres días de la gran lluvia que, llevándose todo consigo y arrancando el pan de la boca del agricultor, os llevó a recurrir a las súplicas y a las procesiones”.
Al año siguiente, un terrible terremoto destruyó un tercio de la capital. El mar inundó la parte de la ciudad llamada Calcedonia y los barrios bajos. Gran parte de la población huyó. Los aprovechadores se lanzaron al saqueo de las casas vacías. En medio del pánico general, sólo el Patriarca permaneció en su puesto. Increpando a los asaltantes, los hizo entregarle el producto del robo, del cual se constituyó en guardián. Cuando volvió la normalidad, mostró su desvelo por la propiedad privada, devolviendo todo a sus legítimos dueños.
No había pasado un mes de sucedido esto, cuando un nuevo coliseo fue inaugurado con inmenso concurso y los aplausos frenéticos de un pueblo inconstante. Juan Crisóstomo subió al púlpito: “¡Apenas han pasado treinta días después de nuestras desgracias, después de esa terrible catástrofe, y veo que volvéis a vuestras locuras! ¿Cómo justificaros? ¿Cómo perdonaros?” 

Los crueles destierros y una santa muerte

San Juan Crisóstomo parte para el exilio en el
 que moriría, a causa del maltrato que recibió.
La emperatriz Eudoxia, habiéndose entregado al vicio de la avaricia, infringió la justicia apropiándose indebidamente de propiedades ajenas. Las víctimas recurrieron al Arzobispo, que la llamó paternalmente a la razón. Pero ella, dándose por ofendida, obtuvo que el Primado de Alejandría, quien había abrazado la herejía arriana, convocase un concilio. Con sus correligionarios, éste condenó a Juan Crisóstomo como indigno del episcopado, obteniendo su destierro.
Cuando la población supo de ello, hizo tan grandes manifestaciones frente al palacio imperial, que la Emperatriz, temiendo por su vida, pidió el regreso del Patriarca. Poco después, sin embargo, consiguió nuevamente su exilio.
A dos soldados que acompañaban a Juan Crisóstomo al destierro les fue prometida una promoción, si por medio de maltratos lo hicieran morir en el camino. Fue lo que ocurrió en setiembre de 407, cuando el santo cayó exhausto y expiró, muriendo confortado por la Sagrada Comunión.
Notas.-
1. Cf. P. Pedro de Ribadeneyra, Flos Sanctorum, in Dr. Eduardo María Vilarrasa, La Leyenda de Oro, L. González y Cía. – Editores, Barcelona, 1896, t. I, p. 270.
2. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, 1882, t. II, p. 3
Otras obras consultadas.-
  • Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, pp. 155 y ss.
  • Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1946, t. I, pp. 271 y ss.
  • P. José Leite S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, t. III, pp. 44 y ss.
  • Abbé Jean Croisset, Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid, 1901, t. I, pp. 347 y ss.

Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-303-san-juan-crisostomo

jueves, 12 de septiembre de 2024

S A N T O R A L



EL DULCISIMO NOMBRE DE MARÍA

E
ntre todos los nombres, con que la Escritura sagrada, y los santos Padres nombran á la Madre de Dios, para significar sus excelencias y prerrogativas, el nombre propio es el de María, y juntamente el más principal; porque está lleno de misterios, y siendo uno solo, significa en compendio todas las grandezas de María, que se representan por los otros nombres y epítetos. Por lo cual, aunque decía Pitágoras, que se hallará muy rico de prudencia en la vejez, quien no gastare el tiempo en disputar de los nombres, y los filósofos desprecian las cuestiones de nombre, como inútiles; la excelencia y santidad del nombre de María, nos convida, y aun obliga á tratar de él: porque este dulcísimo nombre, pronunciado, consagra los labios: escuchado, recrea los oídos: pensado, alegra el corazón; y ni se puede escribir de él sin provecho, ni hablar sin fruto, ni discurrir sin ganancia: y como dice san Bernardíno de Siena: «Ya que no podemos alabar á María, como merece, debemos ensalzar su nombre, cuanto nos fuere posible».

El santísimo nombre de María desde la eternidad se escribió en el libro de la vida, después del nombre de Jesús: el nombre de Jesús fué el primero; y el nombre de María el segundo.


Y advirtió el cardenal Nicolás Cusano, que nunca fué borrado el nombre de María del libro de la muerte; porque nunca fué escrito el nombre de María en este libro. Si creémoslo que dicen graves doctores, el nombre de María fué revelado á Adán, el primero de los hombres, por el mismo ángel que en nombre de Dios amenazó á la serpiente, que una mujer le había de quebrantar la cabeza: el nombre de María fué revelado á Elías, cuando vio levantar del mar aquella nubecilla pequeña, que era imagen y figura de la Reina del cielo, y estrella del mar: también entre los maestros antiguos de los judíos había noticia de que se había de llamar María la Madre del Mesías, como lo prueba Pedro Galatino. Pero no solo los judíos, mas también los gentiles tuvieron noticia del nombre de María, como dice san Juan Damasceno; porque entre las diez Sibilas, dos profetizaron claramente el nombre de María, que fueron la Eritrea, y la Tiburtina: y esta añadió, que había de tener un esposo, llamado José, y que su Hijo, nacido del Espíritu Santo, sin obra de varón, se había de llamar Jesús; de manera, que expresó todos tres nombres, de Jesús, María y José. El oráculo de Apolo, que se veneraba en Delfos, consultado de los argonautas Jasón, y sus compañeros, á quién dedicarían un templo que habían edificado en una ciudad del estrecho de Galípoli, que antiguamente se llamó Cizico, y ahora Spyga; respondió el oráculo, que á María, Madre del Verbo eterno: lo cual ellos, envueltos en las tinieblas de sus errores, no entendieron; y así dedicaron el templo á Rea, madre de los dioses, hasta que en tiempo del emperador Zenón se consagró el templo á honra de María Santísima: todo lo cual cuenta Cedreno en el Compendio de las historias. 
Dejando otros monumentos y memorias, con que quiso Dios anunciar en la antigüedad el nombre de María; particularmente fué revelado á sus padres Joaquín, y Ana, por medio de un ángel, que les mandó pusiesen á su hija el nombre de María, como se lee en el libro del Nacimiento de la Virgen, que anda entre las obras de San Gerónimo. Y si se le fué revelado á Abraham el nombre de su hijo Isaac, y á Zacarías el de San Juan Bautista, y también á Santa Isabel, como indica el Evangelio, y notó San Ambrosio; no era justo que careciese María Santísima, habiendo de ser Madre de Cristo, del privilegio que gozó Isaac, por ser figura de Cristo; y Juan, por haber de ser su precursor: y así lo significa San Ambrosio, diciendo, que no es verosímil que se negase á María este privilegio, que se concedió á otros santos; pues no hay santo ninguno, que venza á María en los privilegios de la gracia. Fuera de que solo Dios podía dar conveniente nombre a la Virgen, no sus padres, ni alguna criatura; porque solo quien conoce las cosas, puede darlas nombre que las convenga, y como solo Dios conocía la excelencia de aquella niña que nacía, solo Dios podía ponerle el nombre de María, que significa, como veremos, sus excelencias.

Y nota un doctor, que María santísima fué la primera de las mujeres que recibió el nombre, por revelación divina, antes de su concepción.

Pantaleón, diácono, y otros doctores afirman, que el mismo arcángel San Gabriel, que anunció antes á Zacarías la concepción y nombre del Bautista, y después á María la concepción y nombre de Jesús; anunció á Joaquín y á Ana la concepción y nombre de María; de manera, que podemos acomodar á la Virgen, lo que dice el Evangelio de su Hijo: «Vocatum est numen ejus María: quod vocatum est ab angelo, priusquám in utero conciperetur». Y así este nombre no es inventado de hombres, sino dado de Dios: no es nacido en la tierra, sino bajado del cielo: no fue puesto por elección de sus padres, sino por providencia del que había de ser su Hijo. Primero pronunciaron el nombre de María los ángeles, que los hombres; y verdaderamente es menester que sean los hombres ángeles, para pronunciar con labios bastantemente puros el santísimo nombre de María. Por eso no mudó la Virgen el nombre de María en otro, cuando subió á la dignidad de Madre de Dios: como á Simón le mudó Cristo el nombre en el de Cefas, á Pedro, cuando le levantó á la dignidad de cabeza de su Iglesia: porque el nombre de María se le había dado Dios á la Virgen; y por eso nunca le había de dejar. El nombre de María significaba la dignidad de Madre de Dios; y así no pedía otro nombre su dignidad: el nombre de María era el mejor nombre que podía tener la Madre de Dios, como dice san Buenaventura; y así no había otro nombre, en que poderle mudar. Por eso el ángel, al anunciar á la Virgen el misterio de la encarnación, la confirmó el nombre diciéndola: No temas, María; porque hallaste gracia delante de Dios. Y ¿qué gracia halló María? La primera gracia que halló, fué el nombre, en que se significaban todas las gracias que había de recibir María; y quiso por eso dijo san Pedro Crisólogo, « que el nombre de María es semejante á profecía; porque este nombre fué una profecía de todos sus privilegios, gracias y prerrogativas.»

Dan los santos Padres y doctores diversas significaciones á este nombre de María, según diversas lenguas y derivaciones, con que explican las innumerables excelencias de María Santísima, para que digamos de ella: Secundúm nomen tuum, sic el taus tua: Como tu nombre, es tu alabanza: porque si los nombres de los grandes sujetos Adán, Eva, Abraham, Sara, 
Isaac, Israel, Juan, Pedro y Pablo, no carecen de misterio, y les fueron puestos con singular providencia y sabiduría divina, ¿qué hemos de decir, ó qué hemos de pensar del nombre de María, Madre de Dios, y Reina del cielo y de la tierra? El nombre de María, según san Ambrosio (aunque no se sabe de qué raíz lo tomó), se interpreta: «Dios de mi linaje»; que es decir: «Dios nacerá de mí»: y vínole ajustado el nombre; pues se hizo Dios hombre en sus purísimas entrañas: y haciéndose Dios del linaje de María; también se hizo María del linaje de Dios: y por eso quizá la llamó San Ignacio, mártir: «María de Jesús». El nombre de María, según San Epifanio, San Gerónimo, San Damasceno, y otros doctores, significa, en lengua siríaca, lo mismo que señora: y cuadróle este nombre á la Virgen, dice san Juan Damasceno; porque fué constituida universal Señora de todas las criaturas, cuando fué hecha Madre del Criador de todas ellas. El nombre de María, según muchos santos doctores, significa «estrella del mar»; entendiendo unos por estas palabras, que es luna, otros que es lucero de la mañana, otros que es norte: y todo lo es María: Luna, que alumbra nuestras tinieblas; Lucero de la mañana, que nos anuncia el día eterno de nuestra felicidad; y Norte que guía á los que navegan por el mar tempestuoso del siglo. Sin esta Estrella del mar, todo es tinieblas: sin esta Luz, todo es bajíos: sin este Astro, todo es tempestades: mirando á María, y mirándonos María, descubrimos los rumbos: alcanzamos las alturas; y sabemos a donde hemos de enderezar la proa, y tender las velas, para llegar seguros al puerto de la bienaventuranza. El nombre de María, según Filón, significa «mar amargo»; y lo fué María santísima en la pasión, y muerte de su Hijo, por los ríos de amargura que entraron en su alma, y olas de tribulaciones que combatieron su corazón. El nombre de María, según San Epifanio, se interpreta «esperanza»; porque parió á Cristo, que es esperanza de todo el mundo: y porque María con su intercesión, da esperanza de perdón á los pecadores, de acrecentamiento de santidad á los justos, y de conseguir la bienaventuranza, á todos los que viven desterrados en este valle de lágrimas. El nombre de María significa, según otros, «maestra, y doctora»: y con mucha razón tiene este nombre; porque fué Doctora de los doctores, y Maestra de los apóstoles.
Imagen entronizada en el altar mayor del santuario Stella Maris en el 
Monte Carmelo en Palestina. Cuna de la devoción a la Bienaventurada Virgen María.
Debajo de este trono a la Madre de Dios, se encuentra la cueva, donde
 por muchos años acudió el profeta San Elias.
Dejando las interpretaciones de «excelsa», ó eminente, de «iluminada, ó iluminadora, lluvia del mar, ó mirra del mar», y otras que, ó están incluidas, ó tienen mucho parentesco con las que hemos traído; es muy celebrada la interpretación, ó acomodación del bienaventurado Alberto Magno: el cual, hablando del nombre de María, dice, «que Dios llamó ó la congregación de todas las aguas María, y á la congregación de todas las gracias María para significar que como el mar es lugar de todas las aguas; María es lugar de todas las gracias. Y conforme á esto, dice Dionisio Cartujano: María se interpreta mar: porque como ninguno puede contar las gotas de agua del mar; así ninguno puede explicar la excelencia de la gracia y gloria de María». Con más elegancia, en este mismo sentido, lo dice san Buenaventura, acomodando á María aquello del Eclesiástico: Omnia flumina intrant in nutre in mare. 
Todos los ríos (dice) entran en el mar, cuando todas las excelencias de los santos entran en María. El río de la gracia de los ángeles entra en María: el río de la gracia de los patriarcas y profetas, entra en María: el río de la gracia de los apóstoles entra en María: el río de la gracia de los mártires entra en María: el río de la gracia de los confesores entra en María: el río de la gracia de las vírgenes entra en María: finalmente, todos los ríos entran en el mar; esto es, todas las gracias entran en María». Todo esto dice San Buenaventura: donde se ve, cuan convenientemente se llama María: Mar; pues que es mar de gracia, en quien se recogen todas las gracias de los ángeles y santos: solo con esta diferencia, que el mar no redunda, como advierte el Eclesiástico, aunque entren en él todos los ríos; pero en María, misterioso mar, entran todos los ríos de las gracias, y redundan en nosotros. Dice San Bernardino de Siena, que así como llamamos á Dios, no con un nombre solo, sino con muchos nombres, para significar su incomprensibilidad; así llamamos con muchos nombres á la gloriosa Virgen, ya con el nombre de Luz, ya de Sol, y otros semejantes, para conocer de alguna manera su excelencia, y sublimidad. Pero, si bien lo consideramos, en el nombre santísimo de María se encierran todas sus grandezas; porque como nombre inventado de Dios, encierra más misterios, que letras: antes cada letra tiene muchos misterios y significaciones, como consideran otros, y yo los dejo, porque, como advierte el doctísimo padre Alonso Salmerón, tienen más de piedad, que de solidez.

Acerca del día en que fué puesto á la Virgen el nombre de María, hay variedad de opiniones, por haberla también acerca del día que acostumbran los hebreos poner el nombre á sus hijas: porque de los niños es cierto que era el octavo día en que se hacia la circuncisión; más de las niñas unos dicen el octavo día, como los varones, otros que al noveno día, otros que á los quince días, otros que ochenta días después del nacimiento, cuando según la ley llevaban las madres á ofrecer á sus hijas en el templo. Nicéforo dice que ó María le fué puesto el nombre poco después de nacida, significando con él, como con un enigma, la gracia que aquella niña había recibido.
Del santísimo y dulcísimo nombre de María, dice el sapientísimo Idiota, hablando con la Virgen, estas palabras: «Dióle, ó Virgen María, toda la Santísima Trinidad un nombre, que después del nombre de tu benditísimo Hijo, es sobre todo nombre; porque á tu nombre se arrodilla toda criatura del cielo, de la tierra y del infierno, y toda lengua confiesa la gracia, gloria y virtud de este santísimo nombre; porque no hay otro nombre después del nombre de tu benditísimo Hijo, que sea tan poderoso socorro: ni hay otro nombre dado en la tierra á los hombres después del dulce nombre de Jesús, del cual se redunda tanta salud á los hombres: porque sobre todos los nombres de los santos alivia á los que están fatigados: sana á los enfermos: alumbra á los ciegos: penetra á los duros: recrea á los cansados: unge á los luchadores; y libra á todos del yugo del demonio. La fama de tu santísimo nombre, ó clarísima Virgen María, primero estuvo encerrada, mientras viviste en el mundo; más después de tu Asunción á los cielos, se divulgó por todas las partes del mundo; porque con la predicación de los apóstoles llenó toda la tierra el sonido de tu santísimo nombre, y se manifestó á todo el mundo su gloria. De tanta virtud y excelencia es tu nombre, ó beatísima Virgen María, que á su invocación el cielo ríe, la tierra se alegra, los ángeles se gozan, los demonios tiemblan y se turba todo el infierno».
Todo esto dice este padre, del nombre de María; y se pueden decir de él, con la debida proporción, casi todas las alabanzas que se dicen del nombre de Jesús; porque aunque el nombre de Jesús sea mucho más excelente que el de María; con todo eso, ha querido el Hijo, en orden á nuestra salud, dar semejante virtud al nombre de su Madre que al suyo: y aun dice San Anselmo, «que algunas veces se alcanza más presto la salud, invocando el nombre de María, que invocando el nombre de Jesús, único Hijo suyo y Señor nuestro: no porque la Madre sea más poderosa que el Hijo, pues no es grande y poderoso el Hijo por la Madre, sino la Madre por el Hijo; sino porque Cristo, llamado por su nombre, no oye luego al punto, por justas causas que tiene para ello: pero invocado en nombre de su Madre, aunque los méritos de quien le invoca no merezcan que sea oído; interceden los méritos de la Madre para que sea bien despachado». Esto es de San Anselmo. Y no es maravilla que quiera Dios hacer mayores favores, ó más presto, por el nombre de su Madre que por el suyo; pues quiso hacer mayores milagros por medio de sus siervos que por si mismo: y antiguamente respondía más fácilmente á los que le invocaban, llamándole Dios de Abraham, y Dios de Isaac y de Jacob, que si le nombraban Dios solamente, como advirtió Orígenes. Y en nuestro caso hay conveniente razón: porque cuando invocamos el nombre de Jesús, no solo invocamos con este nombre á nuestro Padre, mas también á nuestro Juez: con que su justicia suele detener á su misericordia, para que ó no nos oiga, ó dilate el despachar nuestra petición; mas cuando nombramos á María, solo invocamos nuestra Madre, y á la Madre de misericordia, en quien no hay título que embarace el interceder por nosotros con su Hijo: y si intercede María, ¿cómo la negará su Hijo lo que pidiere? ó ¿cómo ha de embarazar su justicia á su misericordia; pues atiende antes á los méritos de la Madre que intercede, que á los deméritos del siervo que suplica? Por eso prueba un doctor que el nombre de María obra algunos efectos ex opere operato, solo con invocarle cualquiera que le invoque por voluntad ó institución divina, al modo que dan algunos doctores esta virtud á la señal de la cruz, á los cuales favorece no poco San Agustín, y al modo que la tienen los exorcismos de la Iglesia. 
Pero sea lo que fuero de esto; lo cierto es, que los santos y doctores atribuyen semejantes efectos al nombre de María que al nombre de Jesús. San Germán afirma que el nombre de María destierra todo temor: San Buenaventura que los que invocaren á María no temerán en el punto de la muerte; y que no tiemblan tanto los enemigos visibles de un copioso ejército, como los demonios del nombre de María; y que tienen mucha paz los que veneran este nombre: Santa Brígida dice, que el nombre de María le veneran los ángeles, le temen los demonios, y trae salud á los hombres que le invocan con propósito de no pecar más: el beato Alberto Magno, que el nombre de María apaga las llamas deshonestas e infunde castidad: San Anselmo, que el nombre de María es seguridad de los que se hallan en algún peligro: San Antonio de Padua, que el nombre de María trae alegría á los tristes; porque es júbilo en el corazón, miel en la boca, y música en el oído. Más, ¿para qué es menester amontonar testimonios, y gastar muchas palabras en lo que se puede decir en pocas? A los que invocan con fé y devoción el nombre de María, favorece Dios en todas sus necesidades: socorre en todos los peligros: consuela en todas las aflicciones; y no hay ninguno tan miserable que no halle consuelo, alivio y socorro en este dulcísimo y poderosísimo nombre.
Con todo esto, no se excusa apuntar uno ú otro de los innumerables milagros que ha obrado Dios para honrar y ensalzar el nombre de su Madre, sacados de graves y diligentes autores. Y aunque, si bien se considera, todos los milagros que Dios hace por la intercesión de María, que son continuos, grandes y estupendos en todas las partes del mundo, y con todo género de personas, sirven para ensalzar y magnificar el nombre de María; con todo eso ha obrado muchos y muy grandes milagros, particularmente por la invocación ó devoción de este dulcísimo nombre.


Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.