SAN FRANCISCO JAVIER, CONFESOR Y APOSTOL DE LAS INDIAS
Habiendo
sido los Apóstoles los heraldos del Advenimiento de Cristo, era muy conveniente
que el tiempo de Adviento nos recordara a alguno de ellos. A ello acudió la
divina Providencia; porque, sin hablar de San Andrés, cuya fiesta cae con
frecuencia antes del comienzo de Adviento, Santo Tomás se encuentra
infaliblemente todos los años en las proximidades de Navidad. Más tarde diremos la razón por la que
ha obtenido ese puesto preferente entre los demás Apóstoles; ahora insistiremos
únicamente en la conveniencia que parecía exigir que el Colegio Apostólico
contribuyese al menos con uno de sus miembros, a anunciar en esta parte del
ciclo litúrgico, la venida del Redentor. Pero no quiso Dios que sólo los
primeros Apóstoles estuvieran representados a la cabeza del Calendario
litúrgico; es también grande, aunque inferior, la gloria de ese segundo
Apostolado por medio del cual la Esposa de Jesucristo continúa multiplicando
sus hijos en su fecunda vejez, como diría el Salmista. (Salmo XCI, 15.) Aún hay
Gentiles que evangelizar; la venida del Mesías no ha sido todavía anunciada a
todos los pueblos; pues bien, entre los valientes mensajeros del Verbo divino,
que en estos últimos tiempos han hecho resonar su voz entre las naciones
infieles, ninguno que haya brillado con tan vivo resplandor, que haya obrado
tantos prodigios, que se haya mostrado tan semejante a los primeros Apóstoles,
como el reciente Apóstol de las Indias, San Francisco Javier.
Ciertamente, la vida y el apostolado de este hombre maravilloso,
constituyeron un gran triunfo para la Iglesia, nuestra Madre, en el tiempo en
que brillaron. La herejía, amparada bajo todas las formas por la falsa ciencia,
por la política, por la avaricia y por todas las pasiones perversas del corazón
humano, parecía anunciar el momento de su victoria. En su atrevido lenguaje, no
tenía más que profundo desprecio por la antigua Iglesia, que se apoya en las
promesas de Jesucristo; denunciábala al mundo, calificándola de prostituta de
Babilonia, como si los vicios de los hijos pudiesen empañar la pureza de su
madre. Dios se manifestó, por fin, y el suelo de la Iglesia se vió de repente
cubierto con los más admirables frutos de santidad. Multiplicáronse los héroes
y las heroínas en el seno mismo de aquella esterilidad que sólo era aparente, y
mientras los falsos reformadores aparecían como los hombres más viciosos,
Italia y España brillaban por sí solas con un resplandor incomparable,
mostrando los dechados de santidad que salieron de su seno.
Es hoy Francisco de Javier; pero más de una vez en el Año hemos
de celebrar otros nobles e ilustres compañeros suyos, suscitados por la gracia
de Dios: de suerte que el siglo xvi no tuvo nada que envidiar en prodigios de
santidad a los siglos más favorecidos. Ciertamente, no se preocupaban gran cosa
de la salvación de los infieles aquellos pretendidos reformadores que sólo
soñaban con destruir el verdadero Cristianismo arruinando sus templos; era el
momento en que una sociedad de apóstoles se ofrecía al soberano Pontífice para
ir a plantar la fe entre los pueblos más hundidos en las sombras de la muerte.
Pero, como acabamos de observar, entre todos esos apóstoles, ninguno ha
realizado tan perfectamente el tipo primitivo, como este discípulo de Ignacio.
Nada le faltó, ni la amplia extensión de países roturados por su celo, ni los
miles de infieles bautizados por su brazo infatigable, ni los milagros de toda
clase que le presentaron a los infieles como marcado con el sello de que nos
habla la Sagrada Liturgia: "Estos son los que, durante su vida, plantaron
la Iglesia." El Oriente contempló, en el siglo xvr, a un apóstol llegado
de la Roma siempre santa, un apóstol cuyo carácter y hechos recordaban a los
enviados por el mismo Jesucristo. Gloria, pues, al divino Esposo, que supo
salir por la honra de su Esposa, suscitando a Francisco Javier, y dándonos con
él una idea de lo que fueron, en medio del mundo pagano, aquellos hombres a
quienes El encargó la predicación de su Evangelio.
San Ignacio de Loyola con San Francisco de Javier en la Universidad de París. |
Vida
San Francisco nació en Navarra, en 1506. En París
conoció a San Ignacio de Loyola, con quien trabó una santa amistad. Después de
fundar la Compañía de Jesús, envióle Ignacio a las Indias, en 1542. Fué célebre
por su espíritu de oración, su gran mortificación, por el don de milagros y las
innumerables conversiones que obró con su predicación entre los infieles. Murió
en la isla de Sanchón el 2 de diciembre de 1552. Su cuerpo descansa en Goa
(India) y su brazo derecho se venera en la Iglesia del Jesús, de Roma. San
Francisco Javier es patrón de la Propagación de la Fe.
Apóstol glorioso de Jesucristo, que iluminastes con su
luz a los pueblos que yacían sentados en las sombras de la muerte, a ti nos
dirigimos, nosotros, indignos cristianos, para que, por aquella caridad que te
movió a sacrificarlo todo en aras de la evangelización de las naciones, te
dignes disponer nuestros corazones para la visita del Salvador que nuestra fe
espera y nuestro amor desea. Fuiste padre de los pueblos infieles, sé ahora
protector del pueblo creyente. Antes de haber contemplado con tus ojos a Jesús,
le diste a conocer a innumerables naciones; ahora que le contemplas cara a
cara, haz que le podamos ver nosotros cuando aparezca, con la fe sencilla y
ardorosa de los Magos de Oriente, primicias gloriosas de los pueblos que tú
fuiste a iniciar en la luz admirable (I S. Pedro, II, 9).
Acuérdate también, oh gran apóstol, de las naciones
que evangelizaste, en las que la palabra de vida, por un tremendo juicio
divino, ha quedado estéril. Ruega por el vasto imperio de China, hacia el que
se dirigían tus miradas al morir, y que no pudo oír tu palabra. Ruega por
el Japón, heredad querida, pero horriblemente devastada por el jabalí de que
habla el Salmista. Haz, que la sangre de los mártires allí derramada, fecundice
por fin esa tierra. Bendice, también, oh Javier, a todas las Misiones
emprendidas por nuestra Santa Madre Iglesia en las regiones a donde el triunfo
de la Cruz no ha llegado todavía. Haz que se abran a la radiante sencillez de
la fe, los corazones de los infieles; que la semilla dé el ciento por uno de
fruto; que crezca de día en día el número de nuevos apóstoles, sucesores tuyos;
que su celo y caridad no desfallezcan nunca, que sus sudores sean fecundos, que
la corona del martirio sea no sólo la recompensa, sino el complemento y
victoria final de su apostolado. Acuérdate ante el Señor, de los innumerables
miembros de esa asociación por la que Jesucristo es anunciado en todo el mundo,
y que se halla colocada bajo tu amparo. Ruega finalmente con cariño filial por
la Santa Compañía de la que eres gloria y esperanza, para que florezca más y
más bajo el viento de la tribulación que nunca le ha faltado, y se multiplique,
multiplicando al mismo tiempo por su medio los hijos de Dios; ruega para que
tenga siempre al servicio del pueblo cristiano numerosos Apóstoles y vigilantes
Doctores, y para que no lleve en vano el nombre de Jesús.
Consideremos la precaria situación del género humano en el momento de la aparición de Cristo. La disminución de la verdad en la tierra está representada de una manera gráfica y terrible en la disminución de la luz material durante estos días. Las antiguas tradiciones se van perdiendo por doquier; el Creador universal es desconocido por la misma obra de sus manos; todo ha llegado a ser Dios, menos Dios Creador de todo. Un horroroso panteísmo invade la moral pública y privada. Caen en el olvido todos los derechos menos el del más fuerte; el placer, la avaricia, el robo suben a los altares para recibir adoración. La familia se halla destrozada por el divorcio y el infanticidio; la especie humana está degradada en masa por la esclavitud, y las mismas naciones perecen en guerras de exterminio. El género humano no puede ya sufrir más; y si la mano creadora no viene de nuevo en su ayuda, debe sucumbir infaliblemente en una sangrienta y vergonzosa descomposición.
Cuerpo incorrupto del Santo venerado en Goa |
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario