Venerable Teresa de
San Agustín – Princesa y Carmelita
La
Princesa Louise Marie de France, hija del Rey Luis XV y de la Reina Maria
Leszczynska, Princesa de Polonia, nació en el Castillo de Versailles el 15 de
julio de 1737. Fue educada en la Abadía de Fontévrault.
Siendo
muy chica sufrió un accidente por el que casi perdió la vida. Impaciente porque
su criada no vino a atenderla de inmediato subiendo la escalera de su cama se
cayó. Pese a ser tratada enseguida, la caída le produjo una deformidad física y
la llevó a las proximidades de la muerte. Las religiosas del monasterio le
hicieron un voto a la Virgen por la salud de la princesa y se curó
milagrosamente. Nunca más se olvidó de aquello a lo que debía su vida y eso la
marcó profundamente.
Desde
la infancia se mostró inclinada a la vida de piedad, no cansándose nunca de la
extensión del Oficio Divino. Un día lloró amargamente porque una dama que
estaba a su servicio le habló de un príncipe extranjero que sería su marido. No
obstante, estaba orgullosa de su posición. En cierta ocasión, considerándose
ofendida por una de sus damas, le dijo: “¿No soy la hija de vuestro Rey?” “Y
yo, Madame”, contestó la señora, “¿no soy la hija de vuestro Dios?” “Tenéis
razón”, le contestó la princesa, tocada por la respuesta, “yo estaba equivocada
y pido perdón”.
Extremadamente generosa con los pobres, les
daba el dinero que recibía para sus gastos sin reservarse nada. La dama de
compañía encargada de sus gastos se acostumbró a entregarle a los pobres lo que
recibía para Louise Marie, sin siquiera consultarla.
Dotada
de carácter vivo, le gustaban los ejercicios fuertes. Un día, cazando en
Compiègne, su caballo se espantó lanzándola a una buena distancia. Ella casi
fue a dar bajo las ruedas de un carruaje
que venía a la disparada. Salvada como por milagro, quisieron que regresara en
la carroza. Riéndose de los temores generales le ordenó a su escudero que le
trajera el caballo, montó, dominó el animal nervioso y continuó el paseo. De
vuelta al castillo, le fue a agradecer a la Virgen lo que llamó de segunda salvación de su vida.
Madame
Louise vivió hasta los 33 años en la Corte más fastuosa del mundo, embebiéndose
de todo lo que había de bueno y dando allí ejemplo de virtud, sin dejarse
contaminar por los aspectos mundanos y frívolos que, lamentablemente, venían
penetrando en tales ambientes a partir del fin de la Edad Media. Su padre tenía
concubinas, y ella y su hermana Clotilde
(ya beatificada) sirvieron de modelo para una reacción dentro de la Corte, que
llevó atrás de sí los destinos de la moralidad de la Corte y, en consecuencia,
los del propio Reino.
Deseando
entrar al Convento, al asistir a una toma de hábito de una Condesa en el
Carmelo, quiso entrar en la Orden. Comenzó a prepararse estudiando la regla de
Santa Teresa, y absteniéndose poco a poco del confort que la rodeaba. Se
apartaba de la calefacción del castillo durante períodos de frío horroroso. No
soportaba el olor de las velas pero logró vencer esa repugnancia después de
años de esfuerzos.
A
la muerte de su madre, la piadosa Reina Maria Leszczynska, obtuvo el
consentimiento del Rey, y el 20 de febrero de 1770 entró a las Carmelitas de
Saint-Denis, considerado el más pobre de Francia y el de régimen más severo.
Francia quedó admirada ante este ejemplo y el Papa Clemente XIV le escribió a
la Princesa para expresarle la felicidad que sentía en ver su pontificado
señalado por un acontecimiento tan consolador para la religión.
En
el Convento luchó arduamente para que sus compañeras dejaran de distinguirla de
las otras. Trabajó también para vencer su dificultad en mantenerse mucho tiempo
de rodillas, habiendo conseguido esa gracia luego de una novena a San Luis
Gonzaga. Recibió el hábito el 10 de
septiembre de 1770, revestida del manto de Santa Teresa que tenían las
carmelitas de Paris, tomando el nombre
de Hermana Teresa de San Agustín.
Nombrada
más tarde Maestra de Novicias se destacó sobremanera en ese trabajo tan difícil
manifestando constante alegría en medio de las dificultades con las que se deparaba.
Posteriormente fue elegida Superiora por unanimidad. Cuando el Visitador General de las Carmelitas le dio la
noticia al Rey, le comentó que había habido un solo voto contra la Hermana
Teresa. “Entonces”, respondió Luis XV, “¿hubo un voto contra ella?” “Sí,
Señor”, respondió el prelado, “pero fue el propio voto de ella”.
Como
Superiora estaba llena de caridad para con sus hermanas y era extremadamente
severa consigo misma, tratando de seguir con el máximo de fidelidad el espíritu
de su regla. Se preocupaba también de conseguir de su padre y, más tarde, de
Luis XVI, todos los beneficios posibles para la religión. A ella se debió que las
Carmelitas de los Países Bajos Austríacos fueran acogidas en Francia, al ser
expulsadas de su tierra por José II.
La
Hermana Teresa contribuyó asimismo para la fundación de un Monasterio de
observancia estricta para los Carmelitas descalzos, cuya regla se había
relajado durante algún tiempo. Severamente interdicta de usar su influencia
para todo aquello que se relacionara con asuntos mundanos, la empleó, sin
embargo todo lo que pudo en la salvación de las almas.
Apartada
de los problemas de Estado se interesaba profundamente por sus necesidades e
intentaba resolverlos en la oración. Sus oraciones y penitencias por la conversión
de su padre fueron atendidas: en 1774, el Rey Luis XV murió reconciliado con
Dios y con la Iglesia, después de treinta años apartado de los Sacramentos.
Rezaba por la conservación de la Fe en el Reino, la restauración de las
costumbres, la salvación de los pueblos, la paz y la tranquilidad pública. Dejó
dos obras espirituales póstumas: Meditaciones Eucarísticas y Recopilación de
los testamentos espirituales, a sus hijas religiosas carmelitas.
Devotísima
del Papa, se tornó defensora de los derechos de la Santa Sede frente los
ataques de los galicanos y jansenistas, que ejercían gran influencia en la
Corte. En esa lucha trató de ayudar a los Jesuitas, especialmente perseguidos.
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