SANTO TOMAS BECKET, ARZOBISPO DE CANTORBERY Y MÁRTIR
MÁRTIR DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA
Un nuevo Mártir
viene a reclamar su puesto junto a la cuna del Niño Dios. No pertenece a los
primeros tiempos de la Iglesia; su
nombre no figura en los libros del Nuevo
Testamento, como los de Esteban, Juan y
los Niños de Belén. No obstante eso, ocupa
uno de los primeros puestos en esa legión de Mártires que no cesa de crecer en todos los siglos, y que prueba la fecundidad de la Iglesia y la inmortal pujanza que la ha comunicado su
divino autor. Este glorioso Mártir no
dió su sangre por la fe; no fué llevado
ante los paganos o los herejes, para
confesar los dogmas revelados por Jesucristo
y proclamados por la Iglesia. Le sacrificaron manos cristianas; su sentencia de muerte la dictó un rey católico; fué abandonado y maldecido por muchos de sus hermanos en su propia tierra. Pues, entonces, ¿cómo fué
mártir? ¿cómo mereció la palma de
Esteban? Es Mártir de la libertad de la
Iglesia.
LA FORTALEZA
En realidad, todos los fieles son llamados a la honra del martirio, y a confesar los dogmas cuya iniciación
recibieron en el bautismo. Hasta ahí se
extienden los derechos de Cristo que los
adoptó. Cierto que, este testimonio no a
todos se les exige; pero todos deben
estar dispuestos a darlo, bajo pena de
la misma muerte eterna de que Cristo los redimió. Con mayor razón se les impone este deber a los pastores de la Iglesia; es la garantía de la enseñanza que predican a su grey: y así los anales de la Iglesia están llenos en
todas sus páginas de los nombres
heroicos de innumerables santos Obispos,
que abnegadamente regaron con su sangre
el campo que sus manos habían fecundado,
dando de este modo el mayor grado de
autoridad posible a su palabra. Pero,
aunque los simples fieles estén obligados a pagar esta gran deuda de la fe, hasta con el derramamiento de su sangre; aunque deban confesar, aun a
costa de toda clase de peligros, los lazos sagrados que los unen a la Iglesia, y por ella a Jesucristo, los pastores tienen además otro
deber que cumplir, el de defender la
libertad de la Iglesia. Esta frase
Libertad de la Iglesia suena mal a los
oídos de los políticos. Inmediatamente ven en ella el anuncio de una conspiración; el mundo, por su parte, encuentra ahí un motivo de escándalo, y repite esas enfáticas palabras:
ambición sacerdotal; las personas
tímidas comienzan, a temblar, y os dicen
que mientras no se ataque a la fe, no
hay nada en peligro. A pesar de todo
eso, la Iglesia coloca en los altares, y pone en compañía de San Esteban, de San Juan, y de los santos Inocentes, a este Arzobispo inglés
del siglo XII, degollado en su Catedral
por haber defendido los derechos
públicos del sacerdocio. La Iglesia se
complace en esa bella frase de San Anselmo, uno de los predecesores de Santo Tomás; Dios no ama nada tanto en este mundo como la libertad de su Iglesia; y la Santa Sede, en
el siglo XIX lo mismo que en el siglo XII,
exclama por boca de Pío VIII como lo
hacía por la de San Gregorio VII: "La Iglesia, Esposa sin mancha del Cordero inmaculado es LIBRE por intuición
divina, y no está sometida a ningún
poder terreno.
Ahora bien, esta
sagrada libertad consiste en la completa independencia de la Iglesia frente a todo
poder secular, en el ministerio de la palabra divina, que debe poder predicar,
como dice el Apóstol, a tiempo y a destiempo, y a toda clase de persona, sin
distinción de naciones, de razas, de edad, ni de sexo; libertad en la
administración de los Sacramentos, a los
que debe llamar a todos los hombres sin
excepción alguna, para salvarlos a todos:
libertad en la práctica de los preceptos y también de los consejos evangélicos sin intervención alguna extraña; en sus relaciones, exentas de toda traba, con los diversos grados de su divina jerarquía; en la publicación y
aplicación de sus normas disciplinares;
en la conservación y desarrollo de sus
instituciones; en la propiedad y
administración de su patrimonio temporal; libertad, finalmente, en la defensa
de los privilegios que la misma
autoridad civil la ha reconocido como
medio de garantizar su bienestar y el respeto
debido a su ministerio de paz y de caridad entre los hombres.
En el caso presente de Santo Tomás, como en el de otros
muchos Mártires de la Libertad de la Iglesia, no se trata de considerar la
flaqueza de los medios de que se
sirvieron para rechazar los atropellos de los derechos eclesiásticos. Lo esencial en el martirio está en la sencillez unida a la fortaleza;
por eso pudieron recoger tan bellas
palmas simples fieles, jóvenes doncellas
y niños. Dios ha puesto en el corazón
del cristiano un elemento de resistencia humilde sí, pero inflexible, que vence siempre a cualquier otra fuerza. ¡Qué inviolable
fidelidad infunde el Espíritu Santo en
el alma de sus pastores, cuando los
consagra por Esposos de su Iglesia,
haciéndolos muros inexpugnables de su amada
Jerusalén! "Tomás, dice aún el obispo de Meaux, no cede ante la maldad, so pretexto de que está bajo el amparo de un brazo real; al
contrario, viendo que sale de un lugar
tan prominente, desde el cual puede
desarrollarse con más fuerza, se cree
más obligado a enfrentarse con ella,
como un dique que se eleva tanto más, cuanto
más se encrespan las olas."
LA LIBERTAD DE LA IGLESIA
Lugar del martirio de Santo Tomás Becket |
Esa es la libertad de la Iglesia: y ¿quién no ve que es baluarte del mismo santuario; y que
todo ataque dirigido a ella puede poner
en peligro a la jerarquía y hasta al
mismo dogma? El Pastor, debe, pues, por
oficio, defender esta santa Libertad: no
debe huir, como el mercenario: ni callarse,
como esos canes mudos que no saben ladrar, de los cuales habla Isaías. (LVI,
10). Es el centinela de Israel; no debe esperar a que el enemigo se introduzca
en la plaza, para lanzar el grito de alarma, y para ofrecer sus manos a las
cadenas y su cabeza a la espada. La obligación de dar la vida por sus ovejas
comienza para él en el momento en que el enemigo asedia aquellas posiciones
avanzadas de cuya seguridad depende la tranquilidad de toda la ciudad.
Y si esta tenacidad lleva consigo graves consecuencias, entonces puede acordarse de aquellas bellas palabras de Bossuet, en su sublime Panegírico de Santo Tomás de Cantorbery, que quisiéramos poder trasladar aquí todo entero: Es una ley establecida, dice, que la
Iglesia no puede gozar de ningún
privilegio que no le cueste la muerte de
sus hijos, y que, para mantener sus
derechos, ha de derramar su sangre. Su
Esposo la conquistó con la sangre que derramó por ella, y quiere que ella compre a un precio semejante las gracias que la concede. Merced a la sangre de los Mártires extendió sus
conquistas más allá de los límites del
imperio romano; su sangre la alcanzó la
paz de que gozó bajo los emperadores
cristianos, y la victoria que logró
sobre los emperadores paganos. Es, pues, evidente que necesitaba sangre para el afianzamiento de su autoridad como la había necesitado para establecer su doctrina: era necesario que la disciplina eclesiástica, lo mismo que
la fe, tuviera sus Mártires.
LO ESENCIAL EN EL MARTIRIO
Mas ¿es posible que perezca el Pastor en esta lucha? Sin duda, puede alcanzar este insigne honor. En su lucha contra el mundo, en esa
victoria, que Cristo alcanzó para
nosotros, derramó su sangre y murió sobre una cruz; los Mártires también
murieron; y la Iglesia, regada con la sangre
de Jesucristo, consolidada con la sangre de los Mártires, no puede prescindir
tampoco de ese saludable baño que
reanima su vigor y constituye su real
púrpura. Así lo comprendió Tomás; y ese
hombre, que supo mortificar sus sentidos con una continua penitencia y crucificar sus afectos en este mundo por medio de toda clase de privaciones y adversidades, tuvo en su
corazón ese valor sereno, y esa
extraordinaria paciencia, que disponen
al martirio. En una palabra, recibió el
Espíritu de fortaleza y permaneció fiel
a él.
LA FORTALEZA
"En el lenguaje eclesiástico, continúa Bossuet, la fortaleza tiene otro sentido que en el lenguaje del mundo. La fortaleza, según el mundo, llega hasta el ataque; la fortaleza, según la Iglesia, se contenta con sufrirlo todo: ahí están sus límites. Oíd al Apóstol San Pablo: Nondum usque ad sanguinem restitistis; como si dijera: No habéis sufrido hasta el extremo, porque no habéis llegado a derramar vuestra sangre. No dice hasta el ataque, ni hasta derramar la sangre de vuestros enemigos, sino la vuestra propia.
"Por lo demás, Santo Tomás no abusa de estas enérgicas máximas. No echa mano de esas
apostólicas armas, por orgullo, para
sobresalir en el mundo: las emplea como un escudo necesario en una extrema necesidad de la Iglesia. La
fortaleza del santo Obispo no depende,
por tanto, de la ayuda de sus amigos, ni
de intrigas diplomáticas. No pretende
hacer gala ante el mundo de su
paciencia, para hacer a su perseguidor más
odioso, ni emplea recursos secretos para soliviantar los ánimos. Solamente cuenta con las oraciones de los pobres y los suspiros de los huérfanos y viudas. He ahí decía San
Ambrosio, los defensores de los Obispos;
he ahí su guardia, he ahí sus ejércitos.
Es fuerte, porque tiene un alma que no
sabe temer ni murmurar. Puede decir con
verdad a Enrique de Inglaterra, lo que Tertuliano
decía, en nombre de toda la Iglesia a un
magistrado del Imperio, gran perseguidor de los cristianos: Non te terremus, qui nec timemus. Aprende a conocernos y mira qué clase de hombre es el cristiano: No tratamos de
intimidarte, pero somos incapaces de
temerte. No somos ni temibles ni
cobardes: no somos temibles, porque no
sabemos conspirar; no somos cobardes porque
sabemos morir."
MARTIRIO DE SANTO TOMÁS Y SUS CONSECUENCIAS
Pero dejemos aún la palabra al elocuente sacerdote de
la Iglesia francesa, llamado él también a la dignidad del episcopado al año siguiente de haber pronunciado este discurso; oigamos cómo nos relata la victoria de la
Iglesia, en la persona de Santo Tomás de
Cantorbery: "Prestad atención, oh
cristianos: si hubo alguna vez un
martirio semejante en todo a un sacrificio,
fué el que os voy a presentar. Mirad los
preparativos: el Obispo se halla en la iglesia con su clero; están ya revestidos. No hay que buscar muy lejos la víctima: el santo
Pontífice está preparado y él es la
víctima elegida por Dios. De manera que
todo está dispuesto para el sacrificio;
ya veo entrar en la iglesia a los que han
de dar el golpe. El santo varón se dirige a su encuentro, imitando a Jesucristo, y para asemejarse más a este divino modelo, prohíbe a su clero toda resistencia, contentándose con
pedir seguridad para los suyos. Si a mí
me buscáis, dijo Jesús, dejad a estos en
paz. Después de estos preámbulos y
llegada la hora del sacrificio, mirad cómo
comienza Santo Tomás la ceremonia. Víctima
y Pontífice al mismo tiempo, presenta su
cabeza y ora. He aquí los solemnes votos y las místicas palabras de este sacrificio: Et ego pro Deo mori paratus sum, et pro assertione
justitiae, et pro Ecclesiae libértate
dummodo effusione sanguinis mei pacem et libertatem consequatur. Estoy dispuesto a morir, dice, por la causa de Dios y de su Iglesia; y lo único que
deseo, es que mi sangre logre para ella
la paz y la libertad que se pretende
arrebatarla. Se arrodilla ante Dios; y,
así como en el solemne sacrificio invocamos
a nuestros santos intercesores, tampoco él
omite una parte tan importante de esta sagrada
ceremonia: y así; invoca a los santos Mártires
y a la santísima Virgen en amparo de la
Iglesia oprimida; no habla más que de la Iglesia, la lleva en el corazón y en los labios; y derribado en el suelo por el golpe del
verdugo su lengua yerta e inanimada
parece todavía repetir el nombre de la
Iglesia."
Así consumó su sacrificio este gran Mártir, este modelo de Pastores de la Iglesia; así
consiguió la victoria que habrá de
lograr la completa supresión de las
malignas leyes con que se ponían trabas
a la Iglesia y se la humillaba a los
ojos de los pueblos. El sepulcro de Tomás llegará a ser un altar, y al pie de este altar podremos ver pronto a un rey penitente pidiéndole humildemente perdón. ¿Qué ha ocurrido? La muerte de Tomás ¿ha revolucionado a los
pueblos? ¿Ha encontrado el santo
vengadores? Nada de eso. Ha bastado su
sangre. Entiéndase bien: los fieles no
contemplarán nunca fríamente la muerte
de un pastor inmolado en aras de su deber,
y los gobiernos que se atreven a hacer Mártires,
sufrirán siempre las consecuencias. Por haberlo
comprendido instintivamente, las artimañas de la política se han refugiado en sistemas de opresión administrativa, con el fin de
lograr hábilmente el secreto de la
guerra emprendida contra la libertad de
la Iglesia. De ahí que hayan inventado esas cadenas, flojas al parecer pero
inaguantables, que oprimen hoy día a
tantas Iglesias. Ahora bien, es propio de la naturaleza de esas cadenas el no desatarse nunca; es necesario romperlas, y quien las rompiere tendrá una gran gloria en la tierra y en el cielo, porque su gloria será la del martirio.
No será cuestión de pelear por medio del
hierro, ni de parlamentar con la
política, sino cuestión de resistir de
frente y sufrir con paciencia hasta el final.
Escuchemos por última vez a nuestro gran orador, que pone de relieve ese sublime
elemento que aseguró el triunfo a la
causa de Santo Tomás:
Relicario de Santo Tomás |
"Mirad, hermanos míos, qué defensores encuentra la Iglesia en medio de su debilidad, y cuánta razón tiene en exclamar con el Apóstol: Cum infirmor, tune potens sum.
Precisamente, esa su afortunada
debilidad es la que la procura esa ayuda
invencible, y la que arma en favor suyo
a los más esforzados soldados y a los más poderosos conquistadores del mundo, quiero decir, a los santos Mártires. Quien no acate la
autoridad de la Iglesia, tema esta
sangre preciosa de los Mártires, que la
consagra y la defiende".
Pues bien, toda esa fortaleza, todos esos triunfos, tienen su origen en la cuna del
Niño Dios; por eso se encuentra ahí
Santo Tomás al lado de San Esteban. Era
necesario que apareciese un Dios anonadado, una tan excelsa manifestación de humildad, de constancia y de flaqueza a lo humano, para abrir los ojos de los hombres sobre la esencia de la verdadera
fortaleza. Hasta entonces no se había
imaginado otra fuerza que la de los
conquistadores por la espada, otra
grandeza que la del oro, otra honra que
la del triunfo; ahora, todo ha cambiado de aspecto, al aparecer Dios en este mundo, pobre, perseguido y sin armas. Se han dado corazones ansiosos de amar antes que nada las
humillaciones del pesebre; y allí se han
abrevado en el secreto de una grandeza
de alma, que el mundo, a pesar de lo que
es, no ha podido menos de sentir y
admirar.
Es pues justo, que la corona de Tomás y la de Esteban entrelazadas, aparezcan como doble trofeo, al lado de la cuna del Niño de Belén; y en cuanto al santo Arzobispo, la divina
Providencia le señaló muy bien su lugar
en el calendario, permitiendo que fuera
inmolado al día siguiente de la fiesta
de los santos Inocentes, para que la
Santa Iglesia no tuviese duda alguna acerca del día en que convenía celebrar su memoria. Guarde, pues, ese puesto tan glorioso y tan
querido de toda la Iglesia de
Jesucristo; y sea su nombre, hasta el
fin de los tiempos, el terror de los enemigos
de la libertad de la Iglesia y la esperanza y el consuelo de los amantes de esa libertad, que Cristo alcanzó con su sangre.
Vida:
Santo Tomás
Becket nació en Londres el 21 de
diciembre de 1117. Archidiácono de Cantorbery, y luego canciller de Inglaterra en 1154, sucedió en 1162 al arzobispo Thibaut. Se opuso con energía a
las pretensiones de Enrique II que
quería legislar contra los intereses y
la dignidad de la Iglesia; tuvo que huir de su país en 1164. Después de su estancia en Pontigny donde recibió el hábito cisterciense y en
Sens, pudo volver a entrar en Inglaterra
en 1170, gracias a la intervención del
Papa Alejandro III; pero fué para recibir allí la palma del martirio en su iglesia catedral, el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III le
canonizó el 21 de febrero de 1173.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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