Será llamado Príncipe de la Paz y su Reino no tendrá fin...
Plinio Corrêa de Oliveira
La Virgen y el Niño Jesús (detalle),
Fray Angélico, siglo XV
Museo de San Marcos, Florencia
No hay humano más
débil que un niño. No hay habitación más pobre que una gruta. No hay cuna más
rudimentaria que un pesebre. Sin embargo, este Niño, en aquella gruta, en aquel
pesebre, habría de transformar el curso de la Historia.
¡Y qué transformación!
La más difícil de todas, pues se trataba de orientar a los hombres en el camino
más opuesto a sus inclinaciones: la vía de la austeridad, del sacrificio, de la
Cruz. Se trataba de convidar para la Fe a un mundo descompuesto por las
supersticiones, por el sincretismo religioso y por el escepticismo completo. Se
trataba de convidar para la justicia a una humanidad inclinada a todas las
iniquidades. Se trataba de convidar al desapego a un mundo que adoraba el
placer bajo todas sus formas. Se trataba de atraer hacia la pureza a un mundo
en que todas las depravaciones eran conocidas, practicadas, aprobadas. Tarea
evidentemente inviable, pero que el Divino Niño comenzó a realizar desde el
primer instante en esta tierra, y que ni la fuerza del odio, ni la fuerza del
poder, ni la fuerza de las pasiones humanas podría contener.
Dos
mil años después del Nacimiento de Cristo, parecemos haber vuelto al
punto inicial. La adoración del dinero, la divinización de las masas, la
exasperación del gusto de los placeres más vanos, el dominio despótico
de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el
escepticismo, en fin, el neo-paganismo en todos sus aspectos invadieron
nuevamente la tierra. Y de la gran luz sobrenatural que comenzó a
resplandecer en Belén muy pocos rayos brillan aún sobre las leyes, las
costumbres, las instituciones y la cultura. Mientras tanto crece
sorprendentemente el número de los que se rehúsan con obstinación a oír
la palabra de Dios, de los que por las ideas que profesan, por las
costumbres que practican, están precisamente en el polo opuesto a la
Iglesia.
Asombra
que muchos pregunten cuál es la causa de la crisis titánica en que el
mundo se debate. Basta imaginar que la humanidad cumpliese la ley de
Dios, que ipso facto la crisis dejaría de existir. El problema,
pues, está en nosotros. Está en nuestro libre arbitrio. Está en nuestra
inteligencia que se cierra a la verdad, en nuestra voluntad que,
solicitada por las pasiones, se rehúsa al bien. La reforma del hombre es
la reforma esencial e indispensable. Con ella, todo estará hecho. Sin
ella, todo cuanto se hiciere será nada.
Y
no terminemos sin descubrir una enseñanza más, suave como un panal de
miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que nos
deparan para volver atrás, para subir. Sí, nuestros crímenes y nuestras
infidelidades atrajeron merecidamente sobre nosotros la cólera de Dios.
Pero, junto al pesebre, está la Medianera clementísima, que no es jueza
sino abogada, que tiene hacia nosotros toda la compasión, toda la
ternura, toda la indulgencia de la más perfecta de las madres.
Puestos
los ojos en María, unidos a Ella, por medio de Ella, pidamos en esta
Navidad la gracia única, que realmente importa: el Reino de Dios en
nosotros y en torno de nosotros.
Todo lo demás nos será dado por añadidura.
Será llamado Príncipe de la Paz y su Reino no tendrá fin...
Plinio Corrêa de Oliveira
La Virgen y el Niño Jesús (detalle),
Fray Angélico, siglo XV
Museo de San Marcos, Florencia
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Dos mil años después del Nacimiento de Cristo, parecemos haber vuelto al punto inicial. La adoración del dinero, la divinización de las masas, la exasperación del gusto de los placeres más vanos, el dominio despótico de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el escepticismo, en fin, el neo-paganismo en todos sus aspectos invadieron nuevamente la tierra. Y de la gran luz sobrenatural que comenzó a resplandecer en Belén muy pocos rayos brillan aún sobre las leyes, las costumbres, las instituciones y la cultura. Mientras tanto crece sorprendentemente el número de los que se rehúsan con obstinación a oír la palabra de Dios, de los que por las ideas que profesan, por las costumbres que practican, están precisamente en el polo opuesto a la Iglesia.
Asombra
que muchos pregunten cuál es la causa de la crisis titánica en que el
mundo se debate. Basta imaginar que la humanidad cumpliese la ley de
Dios, que ipso facto la crisis dejaría de existir. El problema,
pues, está en nosotros. Está en nuestro libre arbitrio. Está en nuestra
inteligencia que se cierra a la verdad, en nuestra voluntad que,
solicitada por las pasiones, se rehúsa al bien. La reforma del hombre es
la reforma esencial e indispensable. Con ella, todo estará hecho. Sin
ella, todo cuanto se hiciere será nada.
Y
no terminemos sin descubrir una enseñanza más, suave como un panal de
miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que nos
deparan para volver atrás, para subir. Sí, nuestros crímenes y nuestras
infidelidades atrajeron merecidamente sobre nosotros la cólera de Dios.
Pero, junto al pesebre, está la Medianera clementísima, que no es jueza
sino abogada, que tiene hacia nosotros toda la compasión, toda la
ternura, toda la indulgencia de la más perfecta de las madres.
Puestos
los ojos en María, unidos a Ella, por medio de Ella, pidamos en esta
Navidad la gracia única, que realmente importa: el Reino de Dios en
nosotros y en torno de nosotros.
Todo lo demás nos será dado por añadidura.
Extracto del artículo “Et vocabitur Princeps Pacis, cujus regni non erit finis”, Catolicismo n° 24, Diciembre de 1952Fuente: Tradición y Acción por un Perú mayor.Fuente:www.tradicionyaccion.org.pe |
Excelente!!!!!!
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