SAN JUAN, APÓSTOL, EVANGELISTA, VIRGEN Y MARTIR
El bienaventurado profeta, apóstol, evangelista,
doctor, virgen y mártir san Juan, y por otro nombre el discípulo amado del
Señor, fué de nación galileo, y natural de Betsáida, de donde también fueron
san Pedro y san Andrés. Fué hijo del Zebedeo, y de María Salomé, y hermano
menor de Santiago el mayor. La vida de este grande apóstol y privado de
Jesucristo, se ha de sacar principalmente de lo que de él escriben los
evangelistas en la sagrada historia del Evangelio, y san Lucas en el libro de
los Hechos apostólicos, y san Pablo en sus Epístolas, y de lo que el mismo san Juan
en su evangelio, en sus Epístolas y en el Apocalipsis escribe de sí; y de lo que los santos doctores y autores de la
Historia, eclesiástica dicen de este varón incomparable, y discípulo tan querido
y regalado del Hijo de Dios.
La primera cosa que nos dice san Mateo en su evangelio
de san Juan es, que él y Santiago, su hermano, eran pescadores, como también lo
era Zebedeo, su padre. San Gerónimo dice que eran nobles, y que por su nobleza
san Juan era conocido de Caifás, sumo
sacerdote: y que por este pudo
entrar él, y hacer entrar en su casa á san Pedro, al tiempo de la pasión del Señor.
Estando, pues, san Juan con Santiago, su hermano, y con su padre Zebedeo en un
navío aderezando y reparando sus redes para pescar, el Señor llamó á los dos
hermanos, y les mandó que le siguiesen; y ellos fueron tan obedientes á aquella
voz poderosa de Dios, que luego dejaron el navío, y el oficio y ejercicio que
tenían de pescar, y lo que es más, su casa, padre y madre, y comenzaron a
seguirle y á ser sus discípulos: dándonos ejemplo de la prontitud con que
habernos de obedecer al Señor de todo lo criado, cuando él nos llama, y nos
propone alguna cosa de su servicio, como lo hizo san Juan, que por ser más
mozo y estar en la flor de su juventud, se debe estimar mas lo que hizo.
Algunos doctores, como Beda y Ruperto, dicen que san Juan fué el esposo de las bodas
de Cana de Galilea, á las cuales fué convidada la Virgen nuestra Señora, y su
bendito Hijo con sus discípulos, y que el Señor le escogió y llamó al
apostolado, honrando por una parte las bodas con su presencia, y manifestando
por otra que la virginidad se debe preferir al matrimonio: y muchos autores
modernos siguen esto: y aun quieren hacer de este parecer á san Gerónimo y á
san Agustín; aunque estos santos claramente no lo dicen. Más probable es (á mi
pobre juicio) que san Juan no haya sido aquel esposo de las bodas: á las cuales
él vino, nó como esposo, sino como discípulo que ya era de Cristo, acompañando
á su maestro. Demás, que san Juan no era natural de Cana, sino de Betsáida: y habiendo ido el Señor para honrar las bodas y santificarlas con su
presencia, y tapar las bocas á los herejes que después se habían de levantar y
condenarlas, como ilícitas; no parece cosa razonable que las deshiciese, llamando al esposo, y apartándole de su esposa, y dando ocasión á los mismos
herejes con este hecho, para vituperar al santo matrimonio. Añade san Marcos,
que después que Cristo nuestro Salvador llamó á san Juan y á su hermano, les
puso por nombre Boanarges; que, como el mismo evangelista interpreta, quiere
decir: Hijos del trueno, que según la frase hebrea, es tanto como rayos. Y es
cosa de mucha consideración, que entre todos los apóstoles á ninguno haya el
Señor trocado el nombre, sino á san Pedro, y á estos dos hermanos: á san Pedro
llamándole Piedra, ó Cefas, que es lo mismo; y á san Juan y á Santiago, Hijos del trueno. La causa de haber dado
aquel nombre á san Pedro está clara; porque él había de ser cabeza de la
Iglesia y la piedra fundamental y secundaria, en que después de Cristo ella se había de fundar: más el llamar Hijos del trueno á estos dos apóstoles y bienaventurados
hermanos, la causa fué, porque sobre todos los otros apóstoles, después de san Pedro,
habían de ser más familiares suyos y mas privados y regalados, como lo fueron:
pues á estos tres apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, llevaba el Señor consigo
en las cosas secretas e íntimas, dejando á los demás; como cuando se
transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó á la hija del archisinagogo
Jairo, y cuando en el huerto hizo oración al Padre eterno, suplicándole que apartase
de él aquel cáliz amargo de la pasión. También los llamó Hijos del trueno;
porque habían de ser los principales capitanes y conquistadores del mundo,
entre los que él enviaba para sojuzgarle y rendirle á su obediencia: porque Juan
especialmente nos había de declarar como un trueno sonoro y espantoso la
generación eterna de Jesucristo, y entonar aquellas palabras que asombraron al
mundo: In principio erat Verbum. Mostraron
también estos sagrados apóstoles, que eran rayos é hijos del trueno, en lo que san
Lucas escribe que pretendieron hacer: porque habiendo el Salvador de pasar por
la ciudad de Samaria, de camino para Jerusalén, envió algunos adelante, para
que aparejasen lo que habían de comer. Cuando los samaritanos los vieron y
conocieron en el traje que eran judíos y de diferente religión que la suya, no
quisieron recibir al Señor: y fué tanto lo que sintieron los dos hermanos
aquella descortesía y descomedimiento que habían usado contra su maestro, que
encendidos de celo, desearon tomar venganza de los samaritanos, y dijeron al
Señor, que si quería, que mandase venir fuego del cielo para que los abrasase
en castigo de tan gran culpa: más el Salvador les respondió, que aquel espíritu
no era del Nuevo Testamento sino del Viejo de Elías, y nó de discípulos suyos:
porque él había venido á dar vida á las almas y no muerte á los cuerpos, y que
su ley evangélica con dulzura, benignidad y mansedumbre se había de fundar.
Eran tan grandes los favores que Jesucristo hacia á san Juan y Santiago, que María Salomé, su madre, confiada de ellos, y del deudo que tenían con él, se atrevió á suplicarle que los hiciese los dos más principales personajes de su reino, y que el uno de ellos se sentase á su diestra y el otro á su siniestra: ahora fuese porque los mismos hijos lo habían pedido á la madre, por entender que como mujer lo alcanzarla más fácilmente y que ellos quedarían sin empacho suyo y sin queja de los otros apóstoles, como algunos santos lo interpretan: ahora; porque la misma madre de suyo, como madre, era cuidadosa y solícita del bien de sus hijos, y sin que ellos tuviesen parte en lo que ella hacía, les procuraba su bien, como otros doctores dicen. Mas el Señor se volvió á los hijos, á cuyo bien se enderezaba la petición de la madre, y les dijo, que no sabían lo que se pedían: porque si pensaban que su reino era temporal y de la tierra, y pedían los primeros y más preeminentes lugares en él, se engañaban; porque su reino era espiritual ellos creían que lo era, y querían ser aventajados en él por ser deudos suyos; que iban fuera de camino: porque querían la corona antes de la batalla, y haber por favor lo que no se da sino por merecimientos: y por esto les preguntó, si estaban aparejados para beber el cáliz de la Pasión, que él había de beber. Y ellos como animosos y esforzados respondieron que sí. Pero el Señor se cerró con decirles, que beberían su cáliz; más que las primeras sillas de su reino, ni se habían de dar sino á los que conforme á la disposición del Padre eterno las hubiesen merecido. Dice más el evangelista: que cuando el Señor hubo de celebrar la última Pascua, en la cual había de descubrir más el amor que tenía á los suyos, é instituir el sacramento inefable de su sacratísimo cuerpo y sangre, envió á Pedro y á Juan para que aparejasen lo que era menester para celebrar aquella Pascua, que por este respeto era muy diferente, y mucho más excelente que las otras: y el haber juntado á Pedro y á Juan, fue señal de que para cosa tan grande escogió el Señor á los dos apóstoles más queridos y más privados suyos.
Pero mayor demostración de la privanza de san Juan, y del singular amor que le tenía el Señor, fué lo que en aquella sagrada cena hizo con él: porque de todos los apóstoles, el que más cerca estaba de Cristo era Juan: y habiendo dicho que uno de los doce que estaban sentados á la mesa con él, le vendería y seria traidor, sin señalar quién era; san Pedro, deseoso de saberlo, para despedazarle (como dice san Crisóstomo) y comerle á bocados, no se atrevió á preguntar al Señor, quién era; mas por señas rogó a san Juan que como más familiar y más regalado, se lo preguntase: y él se lo preguntó, y el Señor respondió, que era aquel á quien él daría un bocado de pan mojado en el plato: y luego dio el bocado á Judas; y san Juan entendió, que él era el traidor.
Eran tan grandes los favores que Jesucristo hacia á san Juan y Santiago, que María Salomé, su madre, confiada de ellos, y del deudo que tenían con él, se atrevió á suplicarle que los hiciese los dos más principales personajes de su reino, y que el uno de ellos se sentase á su diestra y el otro á su siniestra: ahora fuese porque los mismos hijos lo habían pedido á la madre, por entender que como mujer lo alcanzarla más fácilmente y que ellos quedarían sin empacho suyo y sin queja de los otros apóstoles, como algunos santos lo interpretan: ahora; porque la misma madre de suyo, como madre, era cuidadosa y solícita del bien de sus hijos, y sin que ellos tuviesen parte en lo que ella hacía, les procuraba su bien, como otros doctores dicen. Mas el Señor se volvió á los hijos, á cuyo bien se enderezaba la petición de la madre, y les dijo, que no sabían lo que se pedían: porque si pensaban que su reino era temporal y de la tierra, y pedían los primeros y más preeminentes lugares en él, se engañaban; porque su reino era espiritual ellos creían que lo era, y querían ser aventajados en él por ser deudos suyos; que iban fuera de camino: porque querían la corona antes de la batalla, y haber por favor lo que no se da sino por merecimientos: y por esto les preguntó, si estaban aparejados para beber el cáliz de la Pasión, que él había de beber. Y ellos como animosos y esforzados respondieron que sí. Pero el Señor se cerró con decirles, que beberían su cáliz; más que las primeras sillas de su reino, ni se habían de dar sino á los que conforme á la disposición del Padre eterno las hubiesen merecido. Dice más el evangelista: que cuando el Señor hubo de celebrar la última Pascua, en la cual había de descubrir más el amor que tenía á los suyos, é instituir el sacramento inefable de su sacratísimo cuerpo y sangre, envió á Pedro y á Juan para que aparejasen lo que era menester para celebrar aquella Pascua, que por este respeto era muy diferente, y mucho más excelente que las otras: y el haber juntado á Pedro y á Juan, fue señal de que para cosa tan grande escogió el Señor á los dos apóstoles más queridos y más privados suyos.
Pero mayor demostración de la privanza de san Juan, y del singular amor que le tenía el Señor, fué lo que en aquella sagrada cena hizo con él: porque de todos los apóstoles, el que más cerca estaba de Cristo era Juan: y habiendo dicho que uno de los doce que estaban sentados á la mesa con él, le vendería y seria traidor, sin señalar quién era; san Pedro, deseoso de saberlo, para despedazarle (como dice san Crisóstomo) y comerle á bocados, no se atrevió á preguntar al Señor, quién era; mas por señas rogó a san Juan que como más familiar y más regalado, se lo preguntase: y él se lo preguntó, y el Señor respondió, que era aquel á quien él daría un bocado de pan mojado en el plato: y luego dio el bocado á Judas; y san Juan entendió, que él era el traidor.
De donde consta la familiaridad y privanza que tuvo con
Cristo este glorioso apóstol y evangelista, sobre todos los demás: pues el
príncipe y cabeza de todos los apóstoles le tomó por medianero, para saber por
él, lo que por sí no se atrevió á preguntar al Señor. Mas todo esto no nos
declara tanto este regalo y favor, como lo que el mismo Juan dice de sí, que en
aquella misteriosa cena se recostó sobre el pecho del Señor. Recostóse sobre
los brazos y seno de Cristo, como hijo más tierno y más regalado de su padre. Y
oyendo del Señor, que uno de los apóstoles le había de vender, y que se llegaba
aquella hora lastimosa en que su vida había de morir, tuvo gran tristeza y
cerró los ojos corporales á todas las cosas visibles, y abrió los del alma para
las invisibles. Quedaron todos los sentidos exteriores como dormidos y muertos,
para que las potencias interiores se despertasen y avivasen más, y en aquel
pecho divino viesen el misterio inestimable de la generación del Verbo, y todos
los otros secretos y profundísimos sacramentos, que después el santo apóstol
nos había de manifestar, y alumbrar á toda la Iglesia con la luz que allí le
había sido comunicada, y regarla y fecundarla con las aguas que en aquella frente
de vida había bebido. Grandísimo favor, soberano beneficio, incomparable gracia
fué la que en esta cena hizo á Juan el Señor: pero mucho mayor es la que le
hizo estando en la cruz: porque habiendo todos los otros apóstoles desamparado á
su Maestro, y Pedro, que era la cabeza de todos, negádole tres veces; solo
san Juan le acompañó, y con la sacratísima Virgen asistió á su pasión en el
monte Calvario, atravesado de increíble dolor, por ver á su Señor y Maestro
puesto en un madero con tan atroces tormentos y dolores: y á la Madre santísima
más muerta que viva, por ver morir al que ella había dado su carne, y Él á ella
su espíritu. Estando, pues, el bendito Jesús en aquel conflicto y agonía, y
viendo á la Madre y al discípulo; compadeciéndose de la una, y queriendo regalar
al otro y darnos ejemplo de la obediencia, respeto y reverencia que debemos á
nuestros padres, dijo aquellas palabras de tanto amor y sentimiento: «Mujer, he
aquí á tu hijo»; y volviéndose a Juan: «he aquí á tu madre»: con las cuales
traspasó con un cuchillo de dolor las entrañas de la Madre, que perdía tal Hijo,
y le trocaba por Juan; y á Juan le honró y sublimó y enriqueció, dándolo por
madre á su propia Madre, y haciéndole de discípulo hermano suyo. ¡O gracia singular!
¡O dádiva inestimable! ¡O don de dones!
Por el cual en cierta manera hizo Cristo á Juan su hermano de padre y
madre, y partió con él la herencia, como con hermano menor: porque solo
Jesucristo es único Hijo y natural del Padre, é imagen invisible, resplandor de
la gloria y figura de la substancia de Dios, Hijo consubstancial, perfectísimo,
infinito, coeterno y en todo igual al que le engendró, de quien dice el profeta:
«El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo; y yo le engendré hoy»: que quiere decir,
«eternamente». Y todos los que están unidos en Cristo por viva fé, firme
esperanza y ardiente caridad, son hermanos suyos y miembros de su cuerpo, que
es la Iglesia, cuya cabeza Él es: y así los llama Él; porque dice el apóstol
san Pablo: «No se desdeñó de llamarnos hermanos»: y siendo hermanos de Cristo,
son hijos adoptivos del Padre eterno; pues como dice el mismo san Pablo: «El
Espíritu Santo nos da testimonio, que somos hijos de Dios: y si hijos, también
somos herederos de Dios y herederos juntamente con Cristo». Más aunque todos
estos son hijos del Padre eterno, y por esta parte hermanos de Cristo; nuestro
glorioso apóstol y evangelista san Juan es hermano más estrecho y mas querido
(como lo fué Benjamín de José entre todos sus hermanos); porque es hijo de un
mismo padre, y de una misma madre. Y puesto caso, que todos los fieles que
están en gracia son hijos adoptivos de esta Señora: porque aunque ella no tuvo
sino un hijo, unigénito, y nacido de sus entrañas, por Él mereció ser Madre de
todos los vivientes, y tener tantos hijos adoptivos, cuantos Cristo tiene
hermanos: pero de todos estos hijos Juan es el primogénito, es el dechado y
modelo de todos los otros: porque á él solo se dio este privilegio tan especial,
y Cristo le entregó á su Madre por madre, y á la Madre á Juan por hijo; y él la
tuvo por tal, y la sirvió y regaló mucho más perfectamente que si hubiera sido
su madre natural ¡O dichosa suerte! ¡O precioso don! ¡O tesoro inestimable! Ecce
Mulier túa: He aquí, Juan, á tu madre: toma á María, no por señora, no por
reina, no por maestra, no por abogada (como hasta aquí la has tenido, y toda la
Iglesia la tiene); sino también por madre: toma la Madre de Dios por madre tuya:
toma á la reina del cielo, á la emperatriz del mundo, á la gobernadora de todo
lo criado por madre: toma á la hija querida del Padre eterno, á la esposa del
Espíritu Santo, al templo dé la Santísima Trinidad por madre: toma por madre á
la que es aquel sagrario y tálamo, en que Dios se desposó con la humana
naturaleza: en cuyo acatamiento los querubines y serafines se inclinan: de cuya
hermosura las estrellas se maravillan; y á cuya grandeza todas las criaturas se
humillan: á esta Señora te doy por madre. Si me has mostrado el amor que me tienes
estando aquí conmigo, en tiempo tan riguroso y de tanta aflicción; yo le doy
por premio de este amor á mi Madre: Ecce Mater tua: Esta es tu madre; y
esta te basta. Buen galardón has recibido por todos los servicios que me has
hecho, y por todo el amor que me has mostrado: dejaste por mí á tus padres; yo
te doy en pago á mi madre: dejaste un pobre navío; yo te doy á esta tan grande
nave, en la cual han de pasar todos los que navegan este golfo tempestuoso del
mundo, si quieren llegar á puerto de salud. Quedó Juan tan enriquecido con este
tesoro, y tan honrado con tal madre, que desde aquella misma hora la tomó por
suya, para servirá y acompañarla y obedecerla con singular cuidado, como quien
tan bien conocía la joya que, le había dado, y la obligación que le corría de
corresponder á él: y así estuvo en compañía de la sacratísima Virgen al pie de
la cruz, hasta que habiendo espirado el Señor, un soldado le abrió el sagrado costado
con una lanza, y salió de él sangre y agua, por un modo milagroso. Estuvo tan
atento san Juan á este misterio, que vio
la sangre y agua, y las distinguió: y da testimonio de ello, y dice que
su testimonio es verdadero. Porque de aquel sagrado costado del nuevo Adán se
formó la Iglesia, como del viejo Adán Eva, y de aquella fuente de vida manaron
los sacramentos de la Iglesia. Aquella agua nos significa el bautismo, que es
el principio; y la sangre el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor,
que es el fin y perfección de todos los sacramentos. También es de creer que se
halló san Juan al bajar de la cruz el cuerpo del Salvador, ya ponerle en los
brazos de su benditísima madre, y después en el sepulcro, regándole con copiosas
lágrimas, y besándole con extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él
su corazón: porque su alma estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía.
Después de esto, habiendo María Magdalena venido la mañana del domingo al
sepulcro, donde había sido sepultado copiosas lágrimas, y besándole con
extraordinaria devoción y ternura, y dejando con él su corazón: porque su alma
estaba más donde amaba, que en el cuerpo donde vivía. Después de esto, habiendo
María Magdalena venido la mañana del domingo al sepulcro, donde había sido
sepultado el Salvador, y no le hallando, fué con gran presteza á decirlo á san Pedro y á san Juan, como á los discípulos
más amados, y que más amaban al Señor.
Primeramente parece cosa sin duda, que el santo apóstol después de cumplir con su oficio apostólico, y alumbrar las gentes con su predicación, su principal cuidado era acompañar y servir á la sacratísima Virgen, á quien ya tenía por madre; y así todo el tiempo que estuvo en Jerusalén y en Judea la asistió y la sirvió con singular solicitud y reverencia. Fué después á la ciudad de Éfeso, cabeza de la provincia de Asia, que le había cabido por suerte, para sembraren ella la semilla del cielo, y llevó consigo á la Virgen, que estuvo allí con él algún tiempo, como se saca del concilio efesino en una epístola escrita al clero de Constantinopla. Este cuidado le duró todo el tiempo que duró la vida de la Virgen sacratísima, que según la más probable opinión, fueron veinte y tres años, después de la muerte del Salvador. Pero en este tan largo tiempo, ¿quién podrá explicar las largas mercedes, y copiosos favores que recibió el amado discípulo del Señor, con este trato y conversación de la Madre de Cristo, y madre suya? Porque si ella es tan benigna para con los pecadores; ¿qué haría con él, que era tan santo? Si para con los siervos suele ser tan liberal; ¿qué haría con él, que había sido tan amado y privado de su Hijo, y á quien el mismo Hijo le había dado por hijo en su lugar?
Primeramente parece cosa sin duda, que el santo apóstol después de cumplir con su oficio apostólico, y alumbrar las gentes con su predicación, su principal cuidado era acompañar y servir á la sacratísima Virgen, á quien ya tenía por madre; y así todo el tiempo que estuvo en Jerusalén y en Judea la asistió y la sirvió con singular solicitud y reverencia. Fué después á la ciudad de Éfeso, cabeza de la provincia de Asia, que le había cabido por suerte, para sembraren ella la semilla del cielo, y llevó consigo á la Virgen, que estuvo allí con él algún tiempo, como se saca del concilio efesino en una epístola escrita al clero de Constantinopla. Este cuidado le duró todo el tiempo que duró la vida de la Virgen sacratísima, que según la más probable opinión, fueron veinte y tres años, después de la muerte del Salvador. Pero en este tan largo tiempo, ¿quién podrá explicar las largas mercedes, y copiosos favores que recibió el amado discípulo del Señor, con este trato y conversación de la Madre de Cristo, y madre suya? Porque si ella es tan benigna para con los pecadores; ¿qué haría con él, que era tan santo? Si para con los siervos suele ser tan liberal; ¿qué haría con él, que había sido tan amado y privado de su Hijo, y á quien el mismo Hijo le había dado por hijo en su lugar?
Martirio de
San Juan Saint Nicolas du Chardonnet-Paris |
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
|
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