DIOS
JUNTO A NOSOTROS,
LA GRAN ALEGRÍA DE LA NAVIDAD
“El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz”(*)
En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que,
por así decirlo, se sobreponen. Antes de todo, el nacimiento del Niño Jesús
torna patente a nuestros ojos el hecho de la Encarnación. Es la segunda Persona
de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por
amor a nosotros.
Plinio Corrêa de Oliveira
El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz
En lo alto de esta perspectiva está, sin duda, la Cruz. Sin
embargo, en las alegrías de Navidad apenas si vislumbramos lo que ella tiene de
sombrío. Sólo vemos derramarse sobre nosotros, desde lo alto de ella, la
Redención. Navidad es, así, el prenuncio de la liberación, la señal de que las
puertas del Cielo van a ser reabiertas, la gracia de Dios de nuevo se difundirá
sobre los hombres, y la tierra y el Cielo constituirán de nuevo una sola
sociedad bajo el cetro de un Dios que es Padre, y ya no apenas Juez.
Si analizamos detenidamente cada una de estas razones de
alegría, comprenderemos lo que es el júbilo de la Navidad, este regocijo
cristiano ungido de paz y de caridad que hace que durante algunos días todos
los hombres experimenten un sentimiento bastante raro en este triste siglo: la
alegría de la virtud.
* * *
Es la segunda Persona de la Santísima
Trinidad que asume la naturaleza humana
y se hace carne por amor a nosotros
La primera impresión que nos viene del hecho de la Encarnación
es la idea de un Dios presente sensiblemente, y muy junto a nosotros. Antes de
la Encarnación Dios era, para nuestra sensibilidad humana, lo que para un hijo
sería un padre inmensamente bueno pero viviendo en tierras distantes. De todas
partes nos llegaban los testimonios de su bondad. Sin embargo, no teníamos la
ventura de haber experimentado personalmente sus agrados, de haber sentido
posar sobre nosotros su mirada divinamente profunda, gravemente comprensiva,
noblemente afectuosa. No conocíamos las inflexiones de su voz. La Encarnación
significa para nosotros el júbilo de este primer encuentro, la alegría de la
primera mirada, la acogida cariñosa de la primera sonrisa, la sorpresa y el
aliento de los primeros instantes de intimidad. Y por esto, en Navidad todos
los afectos se vuelven más expansivos, todas las amistades más generosas, toda
la bondad más presente en el mundo.
* * *
En la alegría de Navidad hay, sin embargo, una gran nota de
solemnidad. Puede decirse que la Navidad es, de un lado, la fiesta de la
humildad, pero de otro lado es la fiesta de la solemnidad. En efecto, el hecho
de la Encarnación trae a nuestro espíritu la noción de un Dios que asumió la
miseria de la naturaleza humana, en la más íntima y profundas unión que hay en
la creación. Si de parte de Dios ello manifiesta una condescendencia casi
incalculable, recíprocamente, en cuanto a los hombres hay una elevación casi
inefable. Nuestra naturaleza fue promovida a una honra que jamás podríamos
imaginar. Nuestra dignidad creció. Fuimos rehabilitados, ennoblecidos,
glorificados.
Y por esto hay algo de familiar y discretamente solemne en
las fiestas de Navidad. Los hogares se adornan como para los días más
importantes, cada cual usa sus mejores trajes, la cortesía se torna más refinada.
Comprendemos, a la luz del pesebre, la gloria y la bienaventuranza de ser, por
la naturaleza y por la gracia, hermanos de Jesucristo.
En la alegría de la Navidad también hay algo del júbilo del prisionero
indultado, del enfermo curado. Es un júbilo hecho de sorpresa, de bienestar y
de gratitud.
De hecho, no hay nada que pueda expresar la tristeza
desesperanzada del mundo antiguo. El vicio había dominado la tierra, y las dos
actitudes posibles ante él conducían igualmente a la desesperación. Una consistía
en buscar en él el placer y la felicidad. Fue la solución de Petronio, que
murió por suicidio. Otra consistía en luchar contra él. Era la de Catón, que
después de la derrota de Tapso, aplastado por la escoria del imperio, puso fin
a su vida exclamando: “Virtud, no eres más que una palabra”. La
desesperación era, pues, el destino final de todos los caminos.
Jesucristo vino a mostrarnos que la gracia nos abre los
caminos de la virtud, que torna posible en la tierra la verdadera alegría que
no nace de los excesos y desórdenes del pecado, sino del equilibrio, de los
rigores, de la bienaventuranza, del ascetismo. La Navidad nos hace sentir la
alegría de una virtud que se tornó practicable, y que es en la tierra un gozo
anticipado de la bienaventuranza del Cielo.
* * *
No hay Navidad sin Ángeles. Este día, nos sentimos unidos a ellos y participantes de aquella alegría eterna que los inunda. Nuestros cánticos procuran imitar los suyos. Vemos el Cielo abierto ante nosotros, y la gracia elevándonos desde ya a un orden sobrenatural en el que las alegrías trascienden a todo cuanto el corazón humano puede excogitar. Es que sabemos que con la Navidad comienza la derrota del pecado y de la muerte. Sabemos que es el inicio de un camino que nos llevará a la resurrección y al Cielo. Cantamos en la Navidad la alegría de la inocencia redimida, la alegría de la resurrección de la carne, la alegría de las alegrías que es la eterna contemplación de Dios.
Y es por esto que, dentro de algunos días, cuando las campanas anuncien a la Cristiandad la Santa Navidad, habrá una vez más alegría santa sobre la tierra.
DIOS JUNTO A NOSOTROS,
LA GRAN ALEGRÍA DE LA NAVIDAD
“El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz”(*)
En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que,
por así decirlo, se sobreponen. Antes de todo, el nacimiento del Niño Jesús
torna patente a nuestros ojos el hecho de la Encarnación. Es la segunda Persona
de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por
amor a nosotros.
Plinio Corrêa de Oliveira
El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz |
En lo alto de esta perspectiva está, sin duda, la Cruz. Sin
embargo, en las alegrías de Navidad apenas si vislumbramos lo que ella tiene de
sombrío. Sólo vemos derramarse sobre nosotros, desde lo alto de ella, la
Redención. Navidad es, así, el prenuncio de la liberación, la señal de que las
puertas del Cielo van a ser reabiertas, la gracia de Dios de nuevo se difundirá
sobre los hombres, y la tierra y el Cielo constituirán de nuevo una sola
sociedad bajo el cetro de un Dios que es Padre, y ya no apenas Juez.
Si analizamos detenidamente cada una de estas razones de
alegría, comprenderemos lo que es el júbilo de la Navidad, este regocijo
cristiano ungido de paz y de caridad que hace que durante algunos días todos
los hombres experimenten un sentimiento bastante raro en este triste siglo: la
alegría de la virtud.
* * *
Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por amor a nosotros |
La primera impresión que nos viene del hecho de la Encarnación
es la idea de un Dios presente sensiblemente, y muy junto a nosotros. Antes de
la Encarnación Dios era, para nuestra sensibilidad humana, lo que para un hijo
sería un padre inmensamente bueno pero viviendo en tierras distantes. De todas
partes nos llegaban los testimonios de su bondad. Sin embargo, no teníamos la
ventura de haber experimentado personalmente sus agrados, de haber sentido
posar sobre nosotros su mirada divinamente profunda, gravemente comprensiva,
noblemente afectuosa. No conocíamos las inflexiones de su voz. La Encarnación
significa para nosotros el júbilo de este primer encuentro, la alegría de la
primera mirada, la acogida cariñosa de la primera sonrisa, la sorpresa y el
aliento de los primeros instantes de intimidad. Y por esto, en Navidad todos
los afectos se vuelven más expansivos, todas las amistades más generosas, toda
la bondad más presente en el mundo.
* * *
En la alegría de Navidad hay, sin embargo, una gran nota de
solemnidad. Puede decirse que la Navidad es, de un lado, la fiesta de la
humildad, pero de otro lado es la fiesta de la solemnidad. En efecto, el hecho
de la Encarnación trae a nuestro espíritu la noción de un Dios que asumió la
miseria de la naturaleza humana, en la más íntima y profundas unión que hay en
la creación. Si de parte de Dios ello manifiesta una condescendencia casi
incalculable, recíprocamente, en cuanto a los hombres hay una elevación casi
inefable. Nuestra naturaleza fue promovida a una honra que jamás podríamos
imaginar. Nuestra dignidad creció. Fuimos rehabilitados, ennoblecidos,
glorificados.
Y por esto hay algo de familiar y discretamente solemne en
las fiestas de Navidad. Los hogares se adornan como para los días más
importantes, cada cual usa sus mejores trajes, la cortesía se torna más refinada.
Comprendemos, a la luz del pesebre, la gloria y la bienaventuranza de ser, por
la naturaleza y por la gracia, hermanos de Jesucristo.
En la alegría de la Navidad también hay algo del júbilo del prisionero
indultado, del enfermo curado. Es un júbilo hecho de sorpresa, de bienestar y
de gratitud.
De hecho, no hay nada que pueda expresar la tristeza
desesperanzada del mundo antiguo. El vicio había dominado la tierra, y las dos
actitudes posibles ante él conducían igualmente a la desesperación. Una consistía
en buscar en él el placer y la felicidad. Fue la solución de Petronio, que
murió por suicidio. Otra consistía en luchar contra él. Era la de Catón, que
después de la derrota de Tapso, aplastado por la escoria del imperio, puso fin
a su vida exclamando: “Virtud, no eres más que una palabra”. La
desesperación era, pues, el destino final de todos los caminos.
Jesucristo vino a mostrarnos que la gracia nos abre los
caminos de la virtud, que torna posible en la tierra la verdadera alegría que
no nace de los excesos y desórdenes del pecado, sino del equilibrio, de los
rigores, de la bienaventuranza, del ascetismo. La Navidad nos hace sentir la
alegría de una virtud que se tornó practicable, y que es en la tierra un gozo
anticipado de la bienaventuranza del Cielo.
* * *
No hay Navidad sin Ángeles. Este día, nos sentimos unidos a ellos y participantes de aquella alegría eterna que los inunda. Nuestros cánticos procuran imitar los suyos. Vemos el Cielo abierto ante nosotros, y la gracia elevándonos desde ya a un orden sobrenatural en el que las alegrías trascienden a todo cuanto el corazón humano puede excogitar. Es que sabemos que con la Navidad comienza la derrota del pecado y de la muerte. Sabemos que es el inicio de un camino que nos llevará a la resurrección y al Cielo. Cantamos en la Navidad la alegría de la inocencia redimida, la alegría de la resurrección de la carne, la alegría de las alegrías que es la eterna contemplación de Dios.
Y es por esto que, dentro de algunos días, cuando las campanas anuncien a la Cristiandad la Santa Navidad, habrá una vez más alegría santa sobre la tierra.
(*) Mat. 4, 16 – Is. 9, 2
Publicado originalmente en “Catolicismo”, Nº 12, diciembre
de 1951
(*) Mat. 4, 16 – Is. 9, 2
Publicado originalmente en “Catolicismo”, Nº 12, diciembre
de 1951
Fuente:http:/tradicionyaccion.org.pe/spip.php?article369
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario