NUESTRA SEÑORA DE LA Ó
En el arzobispado de
Toledo, y en otras Iglesias de España, á los 18 de diciembre se celebra la
fiesta de la Expectación del parto de la santísima Virgen María, Reina nuestra,
la cual se instituyó con nombre de Anunciación de nuestra Señora en el décimo concilio
Toledano: porque viendo aquellos santos padres, que se congregaron en él, la
obligación tan precisa que nos corre á todos los cristianos de solemnizar aquel
dichoso y bienaventurado día, en que el Verbo eterno se vistió de nuestra carne
en las limpísimas entrañas de la Virgen, que es á los 25 de marzo, y por estar
comúnmente la santa Iglesia ocupada en aquellos días en llorar la pasión del
Señor, no le puede celebrar con la alegría y regocijo que debe; ordenó, que á
los 18 de diciembre, y ocho días antes de su nacimiento, se celebrase esta
fiesta con grandísima, solemnidad: especialmente que estaba establecido por
decreto de algunos concilios, que en la cuaresma, que es tiempo de ayuno
y penitencia, no se celebrasen fiestas de mártires (que eran las que en aquella
sazón solamente se celebraban) y la de la Anunciación siempre cae en cuaresma:
y como dice allí el concilio, ya se hacia esta fiesta en algunas Iglesias
particulares de España. Este
concilio se celebró el año octavo del rey Recesvinto, y fué el último del
arzobispado de Eugenio, á quien sucedió san Ildefonso: el cual, habiendo
disputado, convencido y desterrado á ciertos herejes, que ponían mácula en la
limpieza de la Virgen, y defendídola con gran devoción, doctrina y valor, dio
orden que esta fiesta de la Anunciación de la Virgen se celebrase con título de
Expectación del parto.
También se llama esta fiesta Nuestra Señora de la O;
porque desde las vísperas de ella se comienzan en el oficio divino ó decir unas
antífonas al Magníficat, y se continúan hasta la víspera del Nacimiento, que
comienzan en O: y por una ceremonia particular de la Iglesia de Toledo: porque
acabada de decir la oración de las vísperas de la fiesta de la Expectación,
todos los eclesiásticos que asisten en el coro dan grandes voces sin orden ni
concierto, pronunciando esta letra O; para denotar el deseo y ansia que los
santos padres del limbo, y todo el mundo tenia de la venida y nacimiento de su
universal Reparador y Redentor.
Porque luego que el
hombre cayó y comió del árbol vedado y con su desobediencia condenó á toda su
posteridad y á todos sus hijos que habían de nacer de él; el Señor por su
inmensa bondad y clemencia, le dio esperanza de remedio, cuando dijo á la
serpiente estas palabras: «Yo pondré enemistad entre tí y la mujer, y entre su
simiente y la tuya: y esta te quebrantará la cabeza, y tú andarás siempre
asechando á sus calcañares»: que es, armando lazos en todos sus pasos y
caminos. Esta sentencia de Dios, pronunciada contra el demonio, fué después de
aquella general caída la primera luz y la primera gracia y prenda de esperanza
que la divina bondad dio al mundo, y señaladamente á aquellos que primero
fueron matadores de sus hijos, que padres: los cuales por esta promesa de Dios
entendieron que el fruto de una mujer, hija suya, había de confundir al
demonio, y reparar los daños de su desobediencia, y restituir al linaje humano
lo que por culpa de ellos había perdido: y comenzaron á desear y á pedir al
Señor con grandes ansias, que se diese priesa y acelerase esto remedio. Después
fué el Señor dando otras señales, y fortificando más sus promesas: de manera
que todos los santos y amigos de Dios entendieron este beneficio incomparable,
que Dios quería hacer al linaje humano, y deseaban sumamente ver aquel dichoso
día, en que había de nacer el que Dios les había prometido, y enviaba para
ennoblecer y reparar el mundo, y librarle del grave yugo de la tiranía de
Satanas, en que estaba cautivo. Por esto dijo el Salvador, hablando con sus
discípulos: «bienaventurados son los ojos que ven lo que vosotros veis; porque
muchos reyes y profetas desearon verlo, y no lo pudieron alcanzar».
Por esta misma causa
dijo á los judíos, que Abrahán había deseado ver su día; y que le había visto, y
gozándose cuando le vio. Por esto el patriarca Jacob en la postrera bendición,
que estando para morir dio á sus hijos, dijo: «No fallará el cetro de Judá, ni
capitán de su casta y familia, hasta que venga el que ha de ser enviado, y
aquel que será la expectación de todas las gentes: y añadió: Señor, yo esperaré
á vuestra salud y á vuestro Salvador». Por esto Moisés, cuando Dios le apareció
en el desierto y le mandó que fuese á Egipto, para librar á su pueblo, le dijo:
«Yo te ruego, Señor, que envíes al que has de enviar». Por este mismo deseo
clamaba David: «Excitad, Señor, vuestra potencia y venid para salvarnos»: y su
hijo el sabio Salomón, hablando de la Sabiduría eterna, que es Jesucristo
unigénito Hijo de Dios, decía: «Enviadla, Señor, de esos santos cielos y del
trono de vuestra grandeza y majestad, para que esté conmigo y trabaje conmigo».
Este mismo deseo manifestó Tobías, cuando á la hora de la muerte dijo:
«Bendice, ánima mía, al Señor; porque él librará á Jerusalén, su ciudad, de
todas sus tribulaciones: y añadió: «¡O qué dichoso y bienaventurado seria yo,
si alguno de mi linaje y de mis hijos fuese vivo, para ver la claridad y gloria
de Jerusalén, cuando Dios la visitará!» Por esto el profeta Isaías daba voces,
y suspirando, decía: «Enviad, Señor, aquel cordero inocentísimo, que ha de
señorear á todo el mundo»; y volviéndose á los cielos y hablando con ellos, les
decía: «Ea, cielos, enviad vuestro roclo de allá de lo alto, y la nube llueva
al Justo: ábrase la tierra y brote, y produzca al Salvador; y salga con él la
justicia»: y en otro lugar encendido y abrasado de este deseo, y pareciéndole
que tardaba mucho en venir el Salvador; con entrañable afecto y ansiosos
suspiros, hablando con el Señor, le dijo: «¡O si ya rompieses, Señor, esos
cielos, y descendieses y acabases devenir!» Finalmente, todos los patriarcas
pedían á Dios con largos gemidos la venida del Salvador: todos los profetas le
prometían y con varias figuras le representaban: todos los santos del Viejo
Testamento suspiraban por él: todas las gentes le deseaban; y por eso el
profeta Ageo le llama el Deseado de todas las gentes: Et veniet
desideratus cunctis genlibus; et implebo domum istam gloria, divit Dominus
exercituum: Vendrá el Deseado de todas las gentes, y con su presencia
ilustraré y henchiré de gloria este templo, dice el Señor de los ejércitos. Y
así no es maravilla, que al tiempo que esto Señor había de nacer y gozar de
estos aires de vida, para cumplir los deseos en todos sus siervos; y al tiempo
que esta luz del mundo había de salir de las entrañas de su bendita Madre, para
alumbrarle, todas las criaturas estuviesen suspensas y colgadas de este
felicísimo parto, en el cual estaba librada la suma de su salud y eterna
felicidad: y que la santa Iglesia haga fiesta particular y nos ponga delante la
expectación y ansia, con que todo el universo aguardaba el parto de la Virgen:
para que por aquí entendamos la devoción, alegría y hacimiento de gracias, con
que nosotros le debemos celebrar v recibir.
Pero si todos los otros santos y profetas, tuvieron tan
grande sed de esta fuente de vida, y por el extremado deseo de su venida daban tantas
voces y clamores á Dios; ¿qué creemos que haría la que era más santa que todos, y tenía más lumbre del cielo para conocer y
estimar este soberano beneficio, y más caridad para desear el remedio de todas
nuestras pérdidas y calamidades? ¿Qué haría la que sabía que el que traía en su
sagrado vientre, era verdadero hijo suyo, y todo suyo, y juntamente unigénito
del eterno Padre? ¿Y qué se acercaba ya aquel bienaventurado día, en que, ella
le había de parir, y mostrar al mundo su Reformador, su Salvador, su vida,
gloria y toda su bienaventuranza? ¡Cómo se desharía su espíritu de gozo y de
júbilo, viendo ya ser oídos los gemidos de todos los siglos y naciones, y las plegarias
y oraciones de los justos; y los continuos ruegos y lágrimas, con que ella
humildísimamente había suplicado al Señor, que no tardase á venir y
manifestarse vestido de su carne, para dar espíritu á los hombres carnales v
hacerlos hijos de Dios! ¡Qué arrobada, y fuera de sí estaba esta Señora,
contemplando este misterio! ¡Qué luces, qué resplandores, qué rayos alumbraban su claro entendimiento! ¡Qué
ardores, qué encendimiento, qué llamas abrazaban su purísima voluntad! ¡Qué desmayos,
latidos y sentimientos de amor, padecía su corazón, con la esperanza de su
breve y sagrado parto! Porque no temía los dolores, ni el mal suceso, ni las otras
miserias que las otras mujeres preñadas temen en sus partos. Deseaba con un
increíble deseo verle ya, para adorarle como á su Dios, reverenciarle como á su
Señor, y abrazarle y besarle como ó su dulcísimo Hijo. Esta es la fiesta de la
Expectación del parto de la Virgen, que hoy celebrada Iglesia, y nosotros
debemos celebrar con especial devoción y alegría.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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