SAN JERONIMO, SACERDOTE, CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA
EL ERMITAÑO
"Vidal me es desconocido, no quiero nada con
Melecio y no sé quién es Paulino; quién está con la cátedra de Pedro ese es
mío". De ese modo se dirigía al pontífice Dámaso hacia el año 376, desde
las soledades de Siria, agitadas por las competencias episcopales que desde
Antioquía traían inquieto a todo el Oriente, un monje desconocido que imploraba
luz para su alma rescatada con la sangre del Señor. Este era Jerónimo, oriundo
de Dalmacia. Lejos de Stridón, tierra semibárbara de su nacimiento, de la que
conservaba la aspereza y la savia vigorosa; lejos de Roma, donde el estudio de
las bellas letras y de la filosofía no le preservó de las más tristes caídas:
el temor de los juicios de Dios le condujo al desierto de Calcis. Y allí,
durante cuatro años, bajo de un cielo de fuego iba a macerar su cuerpo con
espantosas penitencias; como remedio más eficaz y austeridad meritoria para su
alma apasionada de las bellezas clásicas, se propuso sacrificar sus gustos
ciceronianos por el estudio de la lengua primitiva de los Sagrados Libros.
Trabajo mucho más penoso entonces que hoy, pues los diccionarios, las
gramáticas y los estudios de toda clase, han allanado los caminos de la
ciencia. ¡Cuántas veces, disgustado, Jerónimo desesperó del éxito! Pero había
probado la verdad de esta sentencia, que más tarde formuló: "Ama la
ciencia de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne". Y volviendo
al alfabeto hebreo, deletreaba sin fln esas letras silbantes y aspirantes, cuya
heroica conquista le recordaba siempre el trabajo que le habían costado, por la
aspereza con que desde entonces, según decía, comenzó a pronunciar el latín.
Toda la energía de su naturaleza fogosa se había volcado en esta obra: a ella se
dedicó con toda su alma y se encauzó en ella para siempre jamás. Dios
agradeció magníficamente la reverencia que así se tributaba a su palabra: del
simple saneamiento moral que Jerónimo esperaba, había llegado a la alta
santidad que hoy veneramos en él; de las luchas del desierto, al parecer
estériles para otros, salía uno de aquellos a quienes se dice: Tú eres la sal
de la tierra, tú eres la luz del mundo. Y esta luz la colocaba Dios a su hora
sobre el candelero, para iluminar a todos los que están en la casa.
EL SECRETARIO DEL PAPA
Roma volvía a ver, pero muy transformado, al estudiante de otros tiempos; por su santidad,
ciencia y humildad todos le aclamaban como digno del supremo sacerdocio.
Dámaso, doctor virgen de la Iglesia virgen le encargaba de responder en su
nombre a las consultas del Oriente y del Occidente, y conseguía que comenzase
por la revisión del Nuevo Testamento latino, a base del texto original griego,
los grandes trabajos escriturarios que inmortalizarían su nombre en el
agradecimiento del pueblo cristiano.
EL VENGADOR DE MARÍA
En el ínterin, la refutación de Helvidio, que osaba
poner en duda la perpetua virginidad de la Madre de Dios, mostró en Jerónimo al
polemista incomparable, cuya energía iban a probar Joviniano, Vigilancio, Pelagio
y algunos más, andando el tiempo. Y como recompensa de su honor vengado, María
le llevaba todas las almas nobles; él las guiaba por el camino de las virtudes,
que son la gloria de este mundo; con la sal de las Escrituras, las preservaba
de la corrupción con que agonizaba el imperio.
EL DIRECTOR DE ALMAS
Suceso extraño para el historiador sin fe: he aquí que
alrededor de este Dálmata, en el momento en que la Roma de los Césares está
muriendo, brillan de repente los más bellos nombres de la antigua Roma. Se los
creía extinguidos desde que se ensombreció la gloria de la ciudad reina entre
las manos de los recién llegados; mas, como por derecho propio de nacimiento,
para fundar nuevamente, y esta vez en su verdadera eternidad, la capital que
dieron al mundo, vuelven esos nombres a aparecer en la misma sazón en que la
ciudad va a reanudar sus destinos, después de haber sido purificada con las
llamas que encenderán en ella los bárbaros. La lucha es muy distinta ahora; pero
su puesto está al frente del ejército que salvará al mundo. Son raros entre
nosotros los sabios, los poderosos, los nobles, decía el Apóstol cuatro siglos
antes; en nuestros días son numerosos, protesta Jerónimo, numerosos entre los
monjes. En esos días de su origen occidental lo mejor del ejército monástico lo
constituye la falange patricia; heredará de ella para siempre su carácter de
antigua grandeza; pero en sus filas se ven también, con el mismo derecho que
sus padres y hermanos, a la virgen y a la viuda, y a veces a la esposa junto al
esposo.
VIDA
San Jerónimo nació en Stridón, en Dalmacia, entre 340 y
345. Sus padres le enviaron a Roma a estudiar la gramática y la retórica. Se
dejó ganar algún tiempo por los placeres y los triunfos, pero pidió pronto el
bautismo al Papa Liberio, y luego, a continuación de su estancia en Tréveris
junto a la corte imperial, se retiró a Aquileya y poco después marchó al
Oriente. Permaneció en Antioquía durante la Cuaresma de 374 ó 375. Estando
gravemente enfermo, prometió no leer más los libros profanos.
Una vez curado, salió para el desierto de Calcis, al sureste de Antioquía y allí vivió como un ermitaño y aprendió el hebreo. Vuelto a Antioquía, se ordenó de sacerdote y fué a Constantinopla, donde encontró a San Gregorio Nacianceno. En 382 se encontraba en Roma: el Papa San Dámaso le tomó por secretario y le aconsejó que estudiase la Sagrada Escritura y revisase la traducción de los Evangelios y del Salterio. Al estudio juntó la predicación y la dirección espiritual. Después de la muerte del Papa, acaecida en 384, Jerónimo dejó Roma. Con Paula y Eustaquio visitó Palestina, Egipto, y se estableció en Belén en 386. Paula construyó un monasterio para él y sus compañeros y otro para ella y sus hijas. Desde entonces su vida estuvo totalmente consagrada al estudio de la Escritura, a la traducción de los Libros Sagrados y a la dirección espiritual por medio de sus Conferencias y sus Cartas. Murió el 419 ó 420 a los noventa y dos años. Su cuerpo se venera en Roma en la Iglesia de Santa María la Mayor.
Una vez curado, salió para el desierto de Calcis, al sureste de Antioquía y allí vivió como un ermitaño y aprendió el hebreo. Vuelto a Antioquía, se ordenó de sacerdote y fué a Constantinopla, donde encontró a San Gregorio Nacianceno. En 382 se encontraba en Roma: el Papa San Dámaso le tomó por secretario y le aconsejó que estudiase la Sagrada Escritura y revisase la traducción de los Evangelios y del Salterio. Al estudio juntó la predicación y la dirección espiritual. Después de la muerte del Papa, acaecida en 384, Jerónimo dejó Roma. Con Paula y Eustaquio visitó Palestina, Egipto, y se estableció en Belén en 386. Paula construyó un monasterio para él y sus compañeros y otro para ella y sus hijas. Desde entonces su vida estuvo totalmente consagrada al estudio de la Escritura, a la traducción de los Libros Sagrados y a la dirección espiritual por medio de sus Conferencias y sus Cartas. Murió el 419 ó 420 a los noventa y dos años. Su cuerpo se venera en Roma en la Iglesia de Santa María la Mayor.
EL SANTO
Tú completas, Santo ilustre, la brillante constelación
de los Doctores en el cielo de la Santa Iglesia. Ya se anuncia la aurora del día
eterno; el Sol de justicia aparecerá pronto en el valle del juicio. Modelo de
penitencia, enséñanos el temor que preserva o repara, dirígenos por los caminos
austeros de la expiación. Monje, historiador de grandes monjes, padre de los
solitarios atraídos como tú a Belén por el suavísimo olor de la divina
Infancia, sostén el espíritu de trabajo y oración en el Orden monástico, muchas
de cuyas familias tomaron de ti su nombre. Azote de los herejes, únenos a la fe
romana; celador del rebaño, presérvanos de los lobos y de los mercenarios;
vengador de María, consigúenos que florezca cada vez más en el mundo la
virginidad.
EL DOCTOR
Oh Jerónimo, tu gloria participa sobre todo de la
gloria del Cordero. La llave de David se te concedió para abrir los múltiples
sellos de las Escrituras y mostrarnos a Jesús oculto en su letra. Y, por eso,
la Iglesia de la tierra canta hoy tus alabanzas y te presenta a sus hijos como
el intérprete oficial del Libro inspirado que la guía a sus destinos. A la vez
que su culto, dígnate aceptar nuestra gratitud personal. Quiera el Señor, por
tus ruegos, renovarnos en el respeto y el amor que merece su divina Palabra.
Logren por tus méritos multiplicarse los doctos y sus sabias investigaciones
sobre el depósito sagrado. Pero que nadie lo eche en olvido: a Dios hay que
escucharle de rodillas si se le quiere entender. Dios se impone y no admite
discusión: con todo, entre las interpretaciones diversas a que sus divinos
mensajes puedan dar lugar, está permitido buscar, debajo de la mirada de su
Iglesia, cuál es la verdadera; y es laudable igualmente el escudriñar sin cesar
las profundidades augustas. ¡Feliz el que te sigue en estos estudios santos! Tú
lo dijiste: "vivir entre semejantes tesoros, dejarse cautivar de ellos, no
saber ni buscar otra cosa, ¿no es esto habitar ya más en el cielo que en la
tierra? Aprendamos en el tiempo aquello cuya ciencia permanecerá siempre con
nosotros"
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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