miércoles, 4 de septiembre de 2024

S A N T O R A L

SAN MOISÉS, LEGISLADOR Y PROFETA

Fué hijo de Amram y de Jocabed, y nació 1571 años antes de Jesucristo.
Viendo el rey de Egipto que los hebreos se multiplicaban tanto y que llegarían á ser un pueblo temible por su número, dio un edicto por el cual disponía que fuesen arrojados al Nilo todos los niños varones que naciesen de madre israelita. Jocabed guardó á su Moisés, por espacio de tres meses, al cabo de los cuales tomó un cesto de juncos, lo empegó, metió al niño en él, y lo puso sobro las aguas del Nilo. Termulis, hija del rey, que se paseaba después por la orilla, viendo flotar el canastillo, mandó que lo sacasen, y prendada de la belleza del infante, quiso que se salvase, y lo hizo criar á sus expensas. Tres años después la misma princesa le adoptó por hijo suyo, lo llamó Moisés, que quiere decir «sacado de las aguas», y le hizo instruir en todas las ciencias de los egipcios; pero sus padres, á quienes había sido confiado por una feliz casualidad, se dedicaron con todo cuidado á enseñarle la religión y la historia de sus mayores.

Algunos historiadores cuentan muchas particularidades de la juventud de Moisés, que sin embargo no se apoyan en ninguna relación de la Escritura, á la cual nos limitaremos. Por esta sabemos, pues, que á la edad de cuarenta años salió de la corte de Faraón para ir á visitar á los de su nación, que la crueldad de sus dominadores agobiaba con excesivos y crueles tratamientos. Habiendo encontrado un día á un egipcio que maltrataba á un hebreo, le mató, suceso que, habiéndose hecho público, obligó á Moisés á dejar los estados de Faraón y refugiarse en el país de Madian, donde tomó por esposa á Séfora, hija del sacerdote Jetró, de la cual tuvo dos hijos, Gersam y Eliezer. Por espacio de cuarenta años el que había de ser libertador de Israel estuvo apacentando en aquel país los ganados de su suegro, hasta que un día, conduciendo las ovejas á lo interior del desierto, en la montaña de Horeb se le apareció el Señor en medio de una zarza que ardía sin consumirse, y le mandó que fuese á romper el yugo de sus hermanos, visión que se halla explicada de una manera llena de interés é instrucción en los capítulos tres y cuatro del libro del Éxodo.

Moisés se resistió al principio, pretextando su inutilidad y el poco crédito que se daría á sus palabras; pero Dios venció esta resistencia por medio de dos prodigios. Juntándose, pues, él y su hermano Aarón, marcharon á la corte, y presentándose á Faraón le intimaron que Dios le mandaba permitiese á los hebreos ir al desierto á ofrecerle sacrificios, pero el impío monarca se burló de aquella orden y redobló la crueldad con que trataba ya á los israelitas. Los dos enviados de Dios se volvieron; pero presentándose luego por segunda vez, se esforzaron en persuadir á Faraón, seducido por los encantamientos de sus magos, á los cuáles confundieron por medio de algunos portentos. El obstinado príncipe atrajo con su ceguera espantosas calamidades sobre su reino, de las cuales la décima y última fué la muerte de los primogénitos de Egipto, que en una sola noche fueron todos muertos por el ángel exterminador, desde el primogénito del mismo rey Faraón hasta el primogénito del último de los esclavos y animales.

Semejante catástrofe ablandó por un momento el corazón endurecido del monarca, que dio permiso á los israelitas para marcharse donde querían. En virtud de esta orden salieron los hebreos de Egipto el día 15 del mes de Nisan, desde cuyo día empezó en adelante á contar los años el pueblo escogido en memoria del recobro de su libertad. Cuando salieron de Ramesses eran en número de seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, llevando consigo innumerable número de ovejas y ganados mayores y bestias de diversos géneros. Apenas hablan llegado los hebreos á la orilla del mar Rojo, Faraón y los suyos, arrepentidos de haberles dejado salir de Egipto, corrieron detrás de ellos con un ejército poderoso; pero Moisés extendió su vara sobre el mar, las aguas se dividieron, los israelitas pasaron al otro lado á pié enjuto, y los egipcios que quisieron seguirlos, quedaron envueltos y ahogados entre las olas que habían tornado á su estado natural por medio de un fuerte viento que el Señor había hecho soplar. Ni uno solo quedó con vida del ejército de Faraón: el Egipto quedó asolado y humillado con aquel terrible suceso, y Moisés desde el otro lado del mar, entonó aquel admirable y célebre cántico de acción de gracias que empieza: Cantemus Domino, y que se halla en el capítulo quince del citado libro del Éxodo.

Desde entonces caminó el pueblo hebreo por el desierto en paz y libertad, y dirigiéndose hacia el monte Sinaí, llegó á Mará donde no encontrando más que aguas amargas, Moisés las endulzó por un prodigio para que se hiciesen potables. En Rapludim, que fué la décima sexta jornada, faltó el agua; pero el divino libertador la hizo salir de una roca de Horeb golpeándola con su vara. El Señor se indignó en aquella ocasión contra Moisés, por la especie de desconfianza ó falta de fé que había mostrado, golpeando dos veces seguidas la roca y empleando la milagrosa vara, en lugar de mandar sencillamente que saliese el agua conforme a la orden que se le había dado. Entonces y en aquel mismo sitio llegaron los amalecitas para pelear contra Israel, y mientras Josué los rechazaba y los vencía, Moisés, colocado en la eminencia de un collado, tenía las manos levantadas al cielo y se las sostenían Aarón y Hur. Los amalecitas quedaron completamente derrotados, y los hebreos siguiendo su camino, llegaron por fin á la falda del monte Sinaí el día tercero del noveno mes después de su salida de Egipto. Moisés subió á la cumbre, y en medio de rayos y truenos recibió la ley que había de dar al pueblo y concluyó la famosa alianza entre el Señor y los hijos de Israel.

Mientras esto pasaba en la montaña, aquel pueblo desagradecido que se entregaba á la murmuración con tanta frecuencia, pidió á Aarón un Dios visible, y fabricó el becerro de oro al cual erigió un altar. Cuando Moisés bajó de la montaña con las tablas de la ley, y vio á los israelitas entregados á tan infame idolatría, se llenó de justo horror, rompió las tablas de la ley, y mandó pasar á cuchillo veinte y tres mil de los prevaricadores. Después subió otra vez á la montaña, y habiendo alcanzado el perdón de Dios para su pueblo, trajo otras dos tablas como las primeras, en las cuales estaba escrita la ley. Cuando bajó esta vez, la cara de Moisés despecha rayos de luz tan viva, que el pueblo no podía mirarlo y fué preciso que se cubriese con un velo. Empezó entonces á fabricar el tabernáculo según el diseño que el mismo Dios le había indicado, hizo su dedicación, consagró á su hermano Aarón y á sus hijos para ser sus sacerdotes y destinó á los levitas para su servicio. Escribió asimismo todo lo concerniente al culto divino y al gobierno político del pueblo; y después de haber arreglado todas estas cosas, condujo los israelitas á los confines del país de Canaan al pié del monte Nebo. Entonces le mandó el Señor que subiese á la cúspide de esta misma montaña, desde donde le mostró la tierra prometida en la cual no podría entrar. Efectivamente, Moisés murió allí á la edad de ciento y veinte años, el 1451 antes de Jesucristo, dejando á su pueblo y á los siglos futuros de todo el universo la idea de un hombre extraordinariamente favorecido de Dios y conducido por sus caminos, de un genio elevado y vasto, y de un legislador ilustrado y profundo. Moisés es incontestablemente el autor de los cinco primeros libros del antiguo Testamento, conocidos con el nombro de Pentateuco, que los judíos y todas las Iglesias cristianas han reconocido por inspirados. La iglesia católica le ha colocado entre sus santos y celebra en este día su memoria.


Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

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