SAN MOISÉS, LEGISLADOR Y PROFETA
Fué hijo de Amram y de Jocabed, y nació 1571 años antes de Jesucristo.
Algunos historiadores cuentan muchas
particularidades de la juventud de Moisés, que sin embargo no se apoyan en
ninguna relación de la Escritura, á la cual nos limitaremos. Por esta sabemos, pues,
que á la edad de cuarenta años salió de la corte de Faraón para ir á visitar á los
de su nación, que la crueldad de sus dominadores agobiaba con excesivos y
crueles tratamientos. Habiendo encontrado un día á un egipcio que maltrataba á
un hebreo, le mató, suceso que, habiéndose hecho público, obligó á Moisés á
dejar los estados de Faraón y refugiarse en el país de Madian, donde tomó por
esposa á Séfora, hija del sacerdote Jetró, de la cual tuvo dos hijos, Gersam y
Eliezer. Por espacio de cuarenta años el que había de ser libertador de Israel
estuvo apacentando en aquel país los ganados de su suegro, hasta que un día, conduciendo
las ovejas á lo interior del desierto, en la montaña de Horeb se le apareció
el Señor en medio de una zarza que ardía sin consumirse, y le mandó que fuese á
romper el yugo de sus hermanos, visión que se halla explicada de una manera llena
de interés é instrucción en los capítulos tres y cuatro del libro del Éxodo.
Moisés se resistió al principio, pretextando su
inutilidad y el poco crédito que se daría á sus palabras; pero Dios venció esta
resistencia por medio de dos prodigios. Juntándose, pues, él y su hermano Aarón,
marcharon á la corte, y presentándose á Faraón le intimaron que Dios le mandaba
permitiese á los hebreos ir al desierto á ofrecerle sacrificios, pero el impío
monarca se burló de aquella orden y redobló la crueldad con que trataba ya á
los israelitas. Los dos enviados de Dios se volvieron; pero presentándose luego
por segunda vez, se esforzaron en persuadir á Faraón, seducido por los
encantamientos de sus magos, á los cuáles confundieron por medio de algunos portentos.
El obstinado príncipe atrajo con su ceguera espantosas calamidades sobre su
reino, de las cuales la décima y última fué la muerte de los primogénitos de
Egipto, que en una sola noche fueron todos muertos por el ángel exterminador, desde
el primogénito del mismo rey Faraón hasta el primogénito del último de los
esclavos y animales.
Semejante catástrofe ablandó por un momento el
corazón endurecido del monarca, que dio permiso á los israelitas para marcharse
donde querían. En virtud de esta orden salieron los hebreos de Egipto el día 15
del mes de Nisan, desde cuyo día empezó en adelante á contar los años el pueblo
escogido en memoria del recobro de su libertad. Cuando salieron de Ramesses
eran en número de seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños,
llevando consigo innumerable número de ovejas y ganados mayores y bestias de diversos
géneros. Apenas hablan llegado los hebreos á la orilla del mar Rojo, Faraón y
los suyos, arrepentidos de haberles dejado salir de Egipto, corrieron detrás de
ellos con un ejército poderoso; pero Moisés extendió su vara sobre el mar, las
aguas se dividieron, los israelitas pasaron al otro lado á pié enjuto, y los
egipcios que quisieron seguirlos, quedaron envueltos y ahogados entre las olas
que habían tornado á su estado natural por medio de un fuerte viento que el
Señor había hecho soplar. Ni uno solo quedó con vida del ejército de Faraón: el
Egipto quedó asolado y humillado con aquel terrible suceso, y Moisés desde el
otro lado del mar, entonó aquel admirable y célebre cántico de acción de
gracias que empieza: Cantemus Domino, y que se halla en el capítulo quince del citado
libro del Éxodo.
Desde entonces caminó el pueblo hebreo por el
desierto en paz y libertad, y dirigiéndose hacia el monte Sinaí, llegó á Mará
donde no encontrando más que aguas amargas, Moisés las endulzó por un prodigio
para que se hiciesen potables. En Rapludim, que fué la décima sexta jornada,
faltó el agua; pero el divino libertador la hizo salir de una roca de Horeb
golpeándola con su vara. El Señor se indignó en aquella ocasión contra Moisés, por
la especie de desconfianza ó falta de fé que había mostrado, golpeando dos
veces seguidas la roca y empleando la milagrosa vara, en lugar de mandar
sencillamente que saliese el agua conforme a la orden que se le había dado.
Entonces y en aquel mismo sitio llegaron los amalecitas para pelear contra
Israel, y mientras Josué los rechazaba y los vencía, Moisés, colocado en la
eminencia de un collado, tenía las manos levantadas al cielo y se las sostenían
Aarón y Hur. Los amalecitas quedaron completamente derrotados, y los hebreos
siguiendo su camino, llegaron por fin á la falda del monte Sinaí el día tercero
del noveno mes después de su salida de Egipto. Moisés subió á la cumbre, y en
medio de rayos y truenos recibió la ley que había de dar al pueblo y concluyó
la famosa alianza entre el Señor y los hijos de Israel.
Mientras esto pasaba en la montaña, aquel pueblo
desagradecido que se entregaba á la murmuración con tanta frecuencia, pidió á Aarón
un Dios visible, y fabricó el becerro de oro al cual erigió un altar. Cuando
Moisés bajó de la montaña con las tablas de la ley, y vio á los israelitas
entregados á tan infame idolatría, se llenó de justo horror, rompió las tablas
de la ley, y mandó pasar á cuchillo veinte y tres mil de los prevaricadores. Después
subió otra vez á la montaña, y habiendo alcanzado el perdón de Dios para su
pueblo, trajo otras dos tablas como las primeras, en las cuales estaba escrita
la ley. Cuando bajó esta vez, la cara de Moisés despecha rayos de luz tan viva,
que el pueblo no podía mirarlo y fué preciso que se cubriese con un velo.
Empezó entonces á fabricar el tabernáculo según el diseño que el mismo Dios le
había indicado, hizo su dedicación, consagró á su hermano Aarón y á sus hijos
para ser sus sacerdotes y destinó á los levitas para su servicio. Escribió
asimismo todo lo concerniente al culto divino y al gobierno político del
pueblo; y después de haber arreglado todas estas cosas, condujo los israelitas
á los confines del país de Canaan al pié del monte Nebo. Entonces le mandó el
Señor que subiese á la cúspide de esta misma montaña, desde donde le mostró la
tierra prometida en la cual no podría entrar. Efectivamente, Moisés murió allí
á la edad de ciento y veinte años, el 1451 antes de Jesucristo, dejando á su
pueblo y á los siglos futuros de todo el universo la idea de un hombre
extraordinariamente favorecido de Dios y conducido por sus caminos, de un genio
elevado y vasto, y de un legislador ilustrado y profundo. Moisés es
incontestablemente el autor de los cinco primeros libros del antiguo
Testamento, conocidos con el nombro de Pentateuco, que los judíos y todas las
Iglesias cristianas han reconocido por inspirados. La iglesia católica le ha
colocado entre sus santos y celebra en este día su memoria.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
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