martes, 1 de octubre de 2024

S A N T O R A L

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA

TERESA Y EL AÑO LITÚRGICO

"¿Qué podría decir de las veladas de invierno en los Buissonnets? Terminada la partida de damas, María o Paulina leían el Año Litúrgico... Mientras tanto, me colocaba yo en las rodillas de papá y, acabada la lectura, cantaba él con su bonita voz cantares melodiosos como para adormecerme. Entonces apoyaba yo mi cabeza en su pecho y me arrullaba dulcemente..."
Apenas han pasado cincuenta y cinco años de la subida al cielo de la amable Santa y ya tiene ella su puesto en el mismo Año Litúrgico, cuya lectura escuchaba con tanta fruición. Y ¿no se podría pensar sin temeridad que fué el Año Litúrgico el que la hizo comprender el sentido profundo de las fiestas "de ella tan amadas", que fué este libro el que la hizo conocer "a los bienaventurados moradores de la ciudad celestial, a los cuales pedía su duplicado amor para amar a Dios", el que la enseñó a amar a la Iglesia, en cuyo seno "ella sería el amor" y, por fin, el que la infundió la confianza atrevida de llegar a ser una gran Santa"?

MISIÓN DE TERESA

Todos los días, en efecto, en el Calendario Litúrgico, los Santos nos traen su testimonio; y todos los días por ellos nos hace Dios oír su voz proponiéndonos el ejemplo de su vida y recordándonos cuál fué su misión. Teresa recogió ese testimonio, escuchó esa voz y ahora, cuando todo el mundo la conoce, nos da el ejemplo de su vida para enseñarnos a nosotros a ser también Santos. Ahora bien, la vida de Santa Teresa del Niño Jesús se distingue por los méritos de la infancia espiritual.
Ella misma explicó claramente el sentido de su misión poco tiempo antes de morir: "Conozco que mi misión va a comenzar, mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo..., de enseñar a las almas mi camino: el camino de la infancia espiritual, el camino de la entrega total a Dios. Quiero indicarles los medios que tan buen resultado me han dado a mí, decirles que no hay más que hacer una cosa en este mundo: arrojar a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, conquistarle con caricias..."

LA INFANCIA ESPIRITUAL

¿En qué consiste, pues, este entrar en el camino de la infancia espiritual? En adoptar los sentimientos de los niños y portarse en todo con nuestro Padre celestial, como ellos con su padre terreno. Nuestro Señor de tal modo insistió en el Evangelio sobre la necesidad de hacerse niños para entrar en el reino de los cielos, que tenemos que llegar a esta conclusión "que el divino Maestro quiere expresamente que sus discípulos vean en la infancia espiritual la condición necesaria para conseguir la vida eterna" Muchos tal vez piensen que eso es cosa fácil y que es ir al cielo sin mucho trabajo. En realidad, el espíritu de infancia implica un sacrificio costosísimo al orgullo humano, pues consiste en la total negación de sí mismo.
Y no creamos que este camino sea de libre elección o que esté reservado para las almas no manchadas nunca con el pecado. Las palabras del Señor son formales y se dirigen a todos sin excepción: "Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Y ¿quién tiene que volverse niño, sino el que ya no lo es? Estas palabras entrañan, pues, la obligación de trabajar por conquistar los dones de la infancia y por volver a practicar las virtudes propias de la infancia espiritual".


VIDA

Teresa nació en Alencon el 3 de enero de 1873. Dotada desde su infancia por Dios con una gracia especialísima del Espíritu Santo, concibió el deseo de no negar nada a Dios y de consagrarse a El en la vida religiosa. A los 9 años fué confiada a las benedictinas de Lisieux para su instrucción. Al año siguiente una enfermedad misteriosa la hizo padecer mucho: pero sanó de repente con la sonrisa de una estatua de Nuestra Señora de las Victorias. Poco tiempo después pudo hacer su primera comunión, con la cual, según su propio testimonio, se obró "la fusión entre ella y Jesús". En un viaje que hizo a Roma pidió a León XIII entrar en el Carmen a los 15 años y en él fué admitida el 9 de abril de 1888. Se esforzó en el convento por realizar
el consejo del Señor: "Si quieres ser perfecto, hazte como este niño", y, deseando salvar muchas almas, se ofreció como víctima de holocausto al Amor misericordioso. El 30 de septiembre de 1897 moría diciendo estas palabras: "¡Dios mío, yo te amo!" Muy pronto, una infinidad de favores y de milagros manifestaron su valimento cerca de Dios; su libro: l'Histoire d'une ame, se extendió por todo el mundo. Ante las insistencias de todo el orbe cristiano. Pío XI beatificó a la humilde carmelita en 1923, y dos años después la canonizó y la declaró patrona de todas las Misiones, con el mismo derecho que San Francisco Javier. Su Santidad Pío XII la dió a Francia como patrona secundaria.

LA ÚNICA AMBICIÓN

"Para amarte como tú me amas, oh Dios mío, necesito que me prestes tu propio amor; sólo entonces hallaré descanso."
También nosotros, para amar al Señor y dirigirnos a ti, para festejarte con la Iglesia, oh Santa Teresa del Niño Jesús, sentimos la necesidad de pedir que nos prestes tus propias expresiones y tu propio amor. Nunca deseaste otra cosa que amar a Dios únicamente, ni tampoco ambicionaste otra gloria.
Su amor se te anticipó desde la infancia aumentó contigo y se convirtió en un abismo cuya profundidad no podemos sondear. Acuérdate de las palabras que Jesús te dió a entender un día después de la santa comunión: "Arrástrame, correremos al olor de tus perfumes".
Cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de los perfumes divinos, ya no sabe correr sola, arrastra en pos de sí a todas las almas que ama. Ahora bien, tú amas a todas las almas y tú deseabas que todas las almas que se acercasen a la tuya, "corriesen con rapidez al olor de los perfumes del Amado."

LA VOCACIÓN DEL AMOR

Madre de almas por tu vocación de carmelita, sentiste en ti todas las vocaciones, la del guerrero, del sacerdote, del apóstol, del doctor y del mártir. Pero, al no poder realizarlas todas, "buscaste con ardor los dones más perfectos y un camino más excelente" , el de la caridad. La Caridad te dió la clave de tu vocación. Comprendiste que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares, porque es eterno. Y te ofreciste como víctima al amor infinito y consolaste tu corazón devolviendo a Jesús amor por amor.

LOS "PEQUEÑOS" SACRIFICIOS

"Obras son amores y no buenas razones." Quisiste ser como una niña y, por eso, echabas flores al Señor y, todas las que encontrabas, las deshojabas en honor suyo, y cantabas, continuamente cantabas y, cuanto más largas y punzantes eran las espinas, más melodioso era tu canto. La Iglesia triunfante, recogiendo estas rosas deshojadas, las ha arrojado sobre la Iglesia purgante para apagar sus llamas, y sobre la Iglesia militante para darla la victoria. Tus ojos quedaron fijos largo rato en el Águila divina; quisiste que su mirada te fascinase y convirtiese en presa de su amor. Y una tarde el Águila se arrojó sobre ti y te llevó al foco del amor para convertirte eternamente en víctima bienaventurada.


Ahora, desde la inmensidad de la gloria y del amor en que estás, enseña a todas las almas pequeñas la condescendencia inefable del Salvador.
Enséñalas a entregarse con total confianza a la misericordia infinita. Haznos conocer los secretos de tu amor. Haznos amar a la Iglesia, "para quien es más útil el más pequeño acto de puro amor que todas las demás obras juntas"
Y, por fin, repite sin cesar a Jesús tu sublime y última oración, que fué ya muchas
veces atendida: "¡Oh Amado mío, te ruego que poses tu mirada divina en muchísimas almas pequeñas, te suplico que te escojas en este mundo una legión de víctimas pequeñas que sean víctimas de tu amor!"

 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer




Víctima expiatoria

Plinio Corrêa de Oliveira (*)
Los grandes pecadores son los hijos enfermos para cuya cura se prodigan los tesoros de la Iglesia. Los grandes santos son los hijos sanos y esforzados que reponen a todo momento, en el tesoro de la Iglesia, riquezas nuevas que sustituyan las que se emplean con los pecadores.
Todo esto nos permite establecer una correlación: para los grandes pecadores grandes gastos del tesoro de la Iglesia. O esos grandes gastos se suplen con nuevos lances de generosidad de Dios y de las almas santas, o las gracias se vuelven menos abundantes y el número de pecadores aumenta.
De ahí se deduce que nada es más necesario para la dilatación de la Iglesia que enriquecer siempre y siempre su tesoro sobrenatural con nuevos méritos.
Evidentemente, se pueden adquirir méritos practicando la virtud en cualquier parte. Pero existen, en el jardín de la Iglesia, almas que Dios destina especialmente a este fin. Son las almas que Él llama para la vida contemplativa, en conventos recluidos, donde unas almas privilegiadas se dedican especialmente a amar a Dios y a expiar por los hombres. Estas almas piden a Dios con coraje que les mande todas las probaciones que quiera, si con eso se salvan numerosos pecadores. Dios las flagela sin cesar, de una manera u otra, tomando de ellas la flor de la piedad y del sufrimiento para, con esos méritos, salvar nuevas almas.
Consagrarse a la vocación de víctima expiatoria por los pecadores: no hay nada más admirable. Tanto más cuanto que hay muchos que trabajan, muchos que rezan; pero, ¿quién tiene el coraje de expiar?
Este es el sentido más profundo de la vocación de los Trapenses, de las Franciscanas, Dominicas y de las Carmelitas, entre las cuales floreció la suave y heroica Santa Teresita.
Su método fue especial. Practicando la conformidad plena con la voluntad de Dios, no pidió sufrimientos ni los excusó. Que Dios hiciese de ella lo que quisiese. Jamás le pidió a Dios, ni siquiera a sus superioras, que apartaran de ella un dolor. Jamás le pidió a Dios o a sus superioras una mortificación. Su camino era una plena sumisión. Y, en materia de vida espiritual, una plena sumisión equivale a una plena santificación.
Su método se caracteriza, además, por otra nota importante. Santa Teresita del Niño Jesús no practicó grandes mortificaciones físicas. Se limi­tó simplemente a las prescripciones de su Regla. Pero esmerándose en otro tipo de mortificación: constantemente, mil pequeños sacrificios. Jamás la propia voluntad. Jamás lo cómodo, lo deleitable. Siempre lo opuesto de lo que pedían los sentidos. Y cada uno de estos pequeños sacrificios era una pequeña moneda en el tesoro de la Iglesia. Moneda pequeña, sí, pero de oro de ley: el valor de cada pequeño acto consistía en el amor de Dios con que se hacía.
¡Y qué amor meritorio! Santa Teresita no tenía visiones, ni siquiera los movimientos sensibles y naturales que a veces hacen tan amena la piedad. Aridez interior absoluta, amor árido, pero admirablemente ardiente, de la voluntad dirigida por la Fe, adhiriéndose firme y heroicamente a Dios en la atonía involuntaria e irremediable de la sensibilidad. Amor árido y eficaz, sinónimo, dentro de la vida de piedad, de amor perfecto...
Gran camino, camino simple. ¿No es simple hacer pequeños sacrificios? ¿No es más simple no tener visiones que tenerlas? ¿No es más simple aceptar los sacrificios en vez de pedirlos?
Camino simple, camino para todos. La misión de Santa Teresita fue la de mostrarnos una vía que todos pudiésemos surcar. Dios quiera nos auxilie para recorrer este camino real que llevará a los altares no apenas una u otra alma, sino a legiones enteras. 

(*) Trechos de artículo en "Le­gionario", 28 de septiembre de 1947.


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