lunes, 9 de septiembre de 2024

S A N T O R A L

San Pedro Claver

El apóstol de los esclavos


Plinio María Solimeo
Discípulo de San Alfonso Rodríguez, Pedro Claver se hizo “esclavo de los esclavos” para conducirlos al Cielo. Su insigne caridad lo movió a atender toda necesidad espiritual y combatir cualquier miseria moral.



Cierto día Alfonso Rodríguez—portero del Colegio de la Compañía de Jesús en la isla española de Palma de Mallorca, ya entonces con fama universal de santidad— estaba en oración, cuando fue arrebatado en espíritu y llevado a los Cielos. Vio allí, dispuestos en círculo, muchos tronos de gloria, ocupados por santos vestidos con brillantes trajes reales. En medio de ellos había un trono más elevado, aún vacío. Deseando comprender el significado de esa visión, el santo hermano lego oyó a una voz decirle que aquel trono estaba preparado para Pedro Claver, como premio por las muchas almas que él, en América, debería ganar para Dios. A partir de entonces, Alfonso Rodríguez procuró inculcar en su discípulo el deseo de las misiones, para que realizara su gran destino.1

Congregado Mariano siendo colegial

Unos dicen que los padres de Pedro Claver eran de la más alta nobleza, otros que no pasaban de campesinos. Pero todos concuerdan en que eran muy virtuosos y recibieron aquel hijo como respuesta a sus insistentes oraciones, prometiendo consagrarlo al servicio de Dios. También se dice que el pequeño Pedro “amaba la virtud aún antes de conocerla”.

Alma predestinada, cuando llegó la época de continuar sus estudios en Barcelona, en el colegio de los jesuitas, entró a la Congregación Mariana, a fin de obtener la protección de su amada Señora. Encontrando entre los hijos de San Ignacio aquello que su alma buscaba, pidió su admisión en la Compañía, siendo enviado a Tarragona para el noviciado.
Desde el primer día mostró determinación de ser santo y de hacerse misionero, escribiendo en su diario: “Quiero pasar toda mi vida trabajando por las almas, para salvarlas y morir por ellas”.
Fue entonces que, enviado a Palma de Mallorca para estudiar filosofía, encontró a San Alfonso Rodríguez. “Apenas cruzó el umbral, el portero cayó de rodillas ante él, le besó los pies y los cubrió de lágrimas. Turbado y confuso, el estudiante se arrodilló también y, estrechando en los brazos al lego, lo abrazó tiernamente”.2“Interiormente esclarecidos sobre los méritos uno del otro, se miraron con mutuo respeto, con la misma confianza, el mismo amor”.3
Pedro pidió a sus superiores tomar al humilde hermano lego, entonces con 73 años, como su director espiritual, y así se estableció entre los dos un parentesco espiritual que marcaría por toda la vida al futuro apóstol de los esclavos. Fue por consejo de Alfonso que Pedro pidió a sus superiores para ir a América del Sur como misionero.
Al dirigirse a Sevilla, de donde partiría, Pedro pasaría muy cerca de la casa de sus padres. Pero quiso privarse de la alegría que tendría al verlos por última vez, ofreciendo a Dios el sacrificio por el fruto de su apostolado.
Durante los varios meses de incómodo viaje marítimo, el futuro misionero quiso cuidar de los enfermos de la tripulación. Su humildad y bondad se ganaron rápidamente el corazón de todos los marineros, de manera que fue posible fijar una hora al día para explicarles el catecismo y rezar el rosario. Cesaron las blasfemias, las malas conversaciones, las riñas entre los rudos hombres de mar.

Ángel protector de los esclavos

Puerto antiguo de la ciudad de Cartagena
Cartagena de Indias, en la actual Colombia, era entonces uno de los más importantes centros comerciales españoles en el Nuevo Mundo y principal puerto negrero. A él llegaban más de 10 mil esclavos por año, que eran confinados en verdaderos tugurios hasta ser adquiridos por algún señor. Su miseria material sólo encontraba símil en la miseria moral.
La esclavitud era considerada enteramente normal en la época. Eran vendidos en las costas de África, a veces por gente de su propia tribu, o de otras de las cuales  se habían vuelto esclavos como prisioneros de guerra. Al venir a América, tenían una ventaja que superaba todos los infortunios que sufrían: aquí podrían conocer la verdadera Religión y salvar así sus almas.
Fue a los negros que Pedro Claver se dedicó desde el inicio de su apostolado, auxiliando al padre Sandoval que ya hacía ese trabajo. Poco a poco se hizo padre, consolador, enfermero y evangelizador de ese pueblo sufrido. Para él mendigaba en las calles de Cartagena sin el menor respeto humano, distribuyendo después, de acuerdo a las necesidades de cada uno, lo que había juntado.

 La caridad apostólica vence a la repugnancia natural

No es fácil en nuestros días aquilatar la heroicidad de ese apostolado. Muy primitivos, viviendo en una degradación moral y perversión de costumbres muy grande, además de la brutalidad de las pasiones, aquellos negros viajaban en barco al Nuevo Mundo en condiciones infrahumanas, como bestias. Además, parte de ellos contraía enfermedades durante el viaje, llegando cubiertos de pústulas y malos olores. Se puede comprender el estado de espíritu rencoroso y arisco con que llegaban.
El Santo les prestaba los servicios más repugnantes a la naturaleza, con un amor, una paciencia y una caridad de verdadera madre, en medio a un olor fétido, un calor insoportable y una promiscuidad sin nombre.

Conversión de centenas de millares de esclavos

Por medio de un intérprete, enseñaba a esos infelices el camino de la salvación, los bautizaba, y después empleaba todos los medios para mantener contacto con ellos, a fin de que perseveren en el buen camino.
Según lo que el mismo Santo declaró antes de morir, en 40 años de ese apostolado bautizó a más de 300 mil negros.
En los días de precepto, Pedro Claver iba a buscar a esos hijos engendrados por él para la Iglesia y los llevaba a asistir a los oficios divinos.

Al encontrárselos en la calle, nunca dejaba de decirles alguna palabra edificante, algo que les vaya directamente al alma. A los ancianos les acostumbraba decir: “Piensa, amigo mío, que la casa ya está vieja y que amenaza arruinarse. Confiésate mientras tienes tiempo y facilidad”.

Cuarto voto: ser esclavo de los esclavos

Y esa facilidad la tenían los negros, pues San Pedro Claver, al pronunciar sus votos de profesión, añadió un cuarto, heroico, de volverse esclavo de los esclavos. Era todo de ellos. Por eso su confesionario estaba reservado para ellos. Cuando, debido a la fama de su virtud, nobles  españoles conseguían de su superior una orden para que los oyese en confesión, él los hacía esperar hasta terminar de atender a todos los esclavos. Y a veces su apostolado se hacía en condiciones tan incómodas, que llegaba a desmayarse, siendo preciso reanimarlo con vinagre.
Por una especie de carisma divino, tenía un conocimiento sobrenatural del peligro que corrían sus negros en agonía, y del destino de sus almas después de la muerte.

Resurrección para recibir el bautismo

Así, cierto día llega a una casa donde una negra acababa de morir sin el bautismo. El Santo se arrodilla junto a ella y comienza a rezar, dirigiendo sus lágrimas al Cielo para hacerle violencia. De repente, la negra vuelve a la vida durante el tempo suficiente para disponerla a recibir el bautismo, volviendo a fallecer inmediatamente después de purificada por ese Sacramento.
Otra vez, pasando por una calle con un compañero, súbitamente le pide que espere un poco, y entra a una casa. Ahí encuentra a todos en llanto junto a una moribunda pronta a expirar. El Santo tiene tiempo de oírla en confesión y administrarle la última unción.
Cierta vez, sin embargo, llegó tarde y la enferma ya había fallecido. Entristecido, comenzó a rezar fervorosamente junto al cadáver. Instantes después su mirada se ilumina, y les dice a los presentes: “Una tal muerte es más digna de nuestra envidia que de nuestras lágrimas. Esta alma fue condenada a apenas veinticuatro horas de Purgatorio; procuremos abreviar su pena por el ardor de nuestras oraciones”.

Solicitud con los condenados a muerte

No eran sólo los negros que merecían su atención, sino todos que estuviesen en gran peligro de cuerpo o de alma. Así, se interesaba por los encarcelados sentenciados a muerte, los preparaba y los acompañaba hasta el lugar del suplicio. Una vez, acompañaba al último suplicio a un tal Esteban Melón, condenado por homicidio y hurto. Pero como el puesto de verdugo estaba vacante, mandaron ejecutarlo a un mahometano condenado a las galeras. Por falta de práctica, la cuerda reventó tres veces, causando gran dolor al sentenciado. Pedro Claver corrió cada vez, para reconfortarlo con vino y galletas. Después también socorrió al mahometano, confortándolo de la misma manera. Al día siguiente éste fue a buscarlo en el colegio para agradecer su caridad, y de ahí salió convertido.4
También los condenados por la Santa Inquisición, los piratas y los herejes experimentaban su celo y comprobaban su inmensa caridad. Su acción se ejercía especialmente junto a los malos, para convertirlos. Nadie podía resistir su ardiente apostolado.

Aflicción por la inmodestia femenina

Restos de San Pedro Claver
en Cartagena de Indias
Uno de los desórdenes que más le afligía era la inmodestia de la vestimenta femenina. ¡Y eso con los amplios vestidos del siglo XVII! ¿Qué diría él del seminudismo de hoy, con frecuencia hasta en la casa de Dios?
A pesar de esa inmensa actividad en pro del prójimo,  su regularidad en la vida conventual no sufría detrimento. Era de los más observantes y modelo para los demás.
En los últimos cuatro años de su vida fue atacado por el mal de Parkinson, quedando con los pies y las manos semiparalizados. Aún así pedía que lo cargasen hasta el confesionario.
 
San Pedro Claver falleció el 8 de setiembre de 1654, a los 74 años.

Notas.
1.Cf. P. José Leite  S. J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, p. 33.
2. Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. III, p. 575.
3. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, París, 1882, p. 605.
4. Cf. Enriqueta Vila Villar, Santos de América, Ediciones Moretón, Bilbao, 1968, p. 135
Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-97-san-pedro-claver

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