San Pedro Claver
El apóstol de los esclavos
Plinio María Solimeo
Discípulo de San Alfonso Rodríguez, Pedro Claver se hizo “esclavo de los esclavos” para conducirlos al Cielo. Su insigne caridad lo movió a atender toda necesidad espiritual y combatir cualquier miseria moral.
Cierto día Alfonso
Rodríguez—portero del Colegio de la Compañía de Jesús en la isla española de
Palma de Mallorca, ya entonces con fama universal de santidad— estaba en
oración, cuando fue arrebatado en espíritu y llevado a los Cielos. Vio allí,
dispuestos en círculo, muchos tronos de gloria, ocupados por santos vestidos
con brillantes trajes reales. En medio de ellos había un trono más elevado, aún
vacío. Deseando comprender el significado de esa visión, el santo hermano lego
oyó a una voz decirle que aquel trono estaba preparado para Pedro Claver, como
premio por las muchas almas que él, en América, debería ganar para Dios. A
partir de entonces, Alfonso Rodríguez procuró inculcar en su discípulo el deseo
de las misiones, para que realizara su gran destino.1
Congregado Mariano siendo colegial
Unos
dicen que los padres de Pedro Claver eran de la más alta nobleza, otros que no
pasaban de campesinos. Pero todos concuerdan en que eran muy virtuosos y
recibieron aquel hijo como respuesta a sus insistentes oraciones, prometiendo
consagrarlo al servicio de Dios. También se dice que el pequeño Pedro “amaba
la virtud aún antes de conocerla”.
Alma
predestinada, cuando llegó la época de continuar sus estudios en Barcelona, en
el colegio de los jesuitas, entró a la Congregación Mariana, a fin de obtener
la protección de su amada Señora. Encontrando entre los hijos de San Ignacio
aquello que su alma buscaba, pidió su admisión en la Compañía, siendo enviado a
Tarragona para el noviciado.
Desde el
primer día mostró determinación de ser santo y de hacerse misionero,
escribiendo en su diario: “Quiero pasar toda mi vida trabajando por las
almas, para salvarlas y morir por ellas”.
Fue
entonces que, enviado a Palma de Mallorca para estudiar filosofía, encontró a
San Alfonso Rodríguez. “Apenas cruzó el umbral, el portero cayó de
rodillas ante él, le besó los pies y los cubrió de lágrimas. Turbado y confuso,
el estudiante se arrodilló también y, estrechando en los brazos al lego, lo
abrazó tiernamente”.2“Interiormente esclarecidos sobre los
méritos uno del otro, se miraron con mutuo respeto, con la misma confianza, el
mismo amor”.3
Pedro
pidió a sus superiores tomar al humilde hermano lego, entonces con 73 años,
como su director espiritual, y así se estableció entre los dos un parentesco
espiritual que marcaría por toda la vida al futuro apóstol de los esclavos. Fue
por consejo de Alfonso que Pedro pidió a sus superiores para ir a América del
Sur como misionero.
Al
dirigirse a Sevilla, de donde partiría, Pedro pasaría muy cerca de la casa de
sus padres. Pero quiso privarse de la alegría que tendría al verlos por última
vez, ofreciendo a Dios el sacrificio por el fruto de su apostolado.
Durante
los varios meses de incómodo viaje marítimo, el futuro misionero quiso cuidar
de los enfermos de la tripulación. Su humildad y bondad se ganaron rápidamente
el corazón de todos los marineros, de manera que fue posible fijar una hora al
día para explicarles el catecismo y rezar el rosario. Cesaron las blasfemias,
las malas conversaciones, las riñas entre los rudos hombres de mar.
Ángel protector de los esclavos
Puerto antiguo de la ciudad de Cartagena |
La
esclavitud era considerada enteramente normal en la época. Eran vendidos en las
costas de África, a veces por gente de su propia tribu, o de otras de las
cuales se habían vuelto esclavos como prisioneros de guerra. Al venir a
América, tenían una ventaja que superaba todos los infortunios que sufrían:
aquí podrían conocer la verdadera Religión y salvar así sus almas.
Fue a
los negros que Pedro Claver se dedicó desde el inicio de su apostolado,
auxiliando al padre Sandoval que ya hacía ese trabajo. Poco a poco se hizo
padre, consolador, enfermero y evangelizador de ese pueblo sufrido. Para él
mendigaba en las calles de Cartagena sin el menor respeto humano, distribuyendo
después, de acuerdo a las necesidades de cada uno, lo que había juntado.
La caridad apostólica vence a la
repugnancia natural
No es
fácil en nuestros días aquilatar la heroicidad de ese apostolado. Muy
primitivos, viviendo en una degradación moral y perversión de costumbres muy
grande, además de la brutalidad de las pasiones, aquellos negros viajaban en
barco al Nuevo Mundo en condiciones infrahumanas, como bestias. Además, parte
de ellos contraía enfermedades durante el viaje, llegando cubiertos de pústulas
y malos olores. Se puede comprender el estado de espíritu rencoroso y arisco
con que llegaban.
El Santo
les prestaba los servicios más repugnantes a la naturaleza, con un amor, una
paciencia y una caridad de verdadera madre, en medio a un olor fétido, un calor
insoportable y una promiscuidad sin nombre.
Conversión de centenas de millares de esclavos
Por
medio de un intérprete, enseñaba a esos infelices el camino de la salvación,
los bautizaba, y después empleaba todos los medios para mantener contacto con
ellos, a fin de que perseveren en el buen camino.
Según lo
que el mismo Santo declaró antes de morir, en 40 años de ese apostolado bautizó
a más de 300 mil negros.
En los
días de precepto, Pedro Claver iba a buscar a esos hijos engendrados por él
para la Iglesia y los llevaba a asistir a los oficios divinos.
Al
encontrárselos en la calle, nunca dejaba de decirles alguna palabra edificante,
algo que les vaya directamente al alma. A los ancianos les acostumbraba decir: “Piensa,
amigo mío, que la casa ya está vieja y que amenaza arruinarse. Confiésate
mientras tienes tiempo y facilidad”.
Cuarto voto: ser esclavo de los esclavos
Y esa facilidad la tenían los negros, pues San Pedro
Claver, al pronunciar sus votos de profesión, añadió un cuarto, heroico, de
volverse esclavo de los esclavos. Era todo de ellos. Por eso su
confesionario estaba reservado para ellos. Cuando, debido a la fama de su
virtud, nobles españoles conseguían de su superior una orden para que los
oyese en confesión, él los hacía esperar hasta terminar de atender a todos los
esclavos. Y a veces su apostolado se hacía en condiciones tan incómodas, que
llegaba a desmayarse, siendo preciso reanimarlo con vinagre.
Por una especie de carisma divino, tenía un
conocimiento sobrenatural del peligro que corrían sus negros en agonía, y del
destino de sus almas después de la muerte.
Resurrección para recibir el bautismo
Así,
cierto día llega a una casa donde una negra acababa de morir sin el bautismo.
El Santo se arrodilla junto a ella y comienza a rezar, dirigiendo sus lágrimas
al Cielo para hacerle violencia. De repente, la negra vuelve a la vida durante
el tempo suficiente para disponerla a recibir el bautismo, volviendo a fallecer
inmediatamente después de purificada por ese Sacramento.
Otra
vez, pasando por una calle con un compañero, súbitamente le pide que espere un
poco, y entra a una casa. Ahí encuentra a todos en llanto junto a una moribunda
pronta a expirar. El Santo tiene tiempo de oírla en confesión y administrarle
la última unción.
Cierta
vez, sin embargo, llegó tarde y la enferma ya había fallecido. Entristecido,
comenzó a rezar fervorosamente junto al cadáver. Instantes después su mirada se
ilumina, y les dice a los presentes: “Una tal muerte es más digna de
nuestra envidia que de nuestras lágrimas. Esta alma fue condenada a apenas
veinticuatro horas de Purgatorio; procuremos abreviar su pena por el ardor de
nuestras oraciones”.
Solicitud con los condenados a muerte
No eran
sólo los negros que merecían su atención, sino todos que estuviesen en gran
peligro de cuerpo o de alma. Así, se interesaba por los encarcelados
sentenciados a muerte, los preparaba y los acompañaba hasta el lugar del
suplicio. Una vez, acompañaba al último suplicio a un tal Esteban Melón,
condenado por homicidio y hurto. Pero como el puesto de verdugo estaba vacante,
mandaron ejecutarlo a un mahometano condenado a las galeras. Por falta de
práctica, la cuerda reventó tres veces, causando gran dolor al sentenciado.
Pedro Claver corrió cada vez, para reconfortarlo con vino y galletas. Después
también socorrió al mahometano, confortándolo de la misma manera. Al día
siguiente éste fue a buscarlo en el colegio para agradecer su caridad, y de ahí
salió convertido.4
También
los condenados por la Santa Inquisición, los piratas y los herejes
experimentaban su celo y comprobaban su inmensa caridad. Su acción se ejercía
especialmente junto a los malos, para convertirlos. Nadie podía resistir su
ardiente apostolado.Aflicción por la inmodestia femenina
Restos de San Pedro Claver en Cartagena de Indias |
Uno de
los desórdenes que más le afligía era la inmodestia de la vestimenta femenina.
¡Y eso con los amplios vestidos del siglo XVII! ¿Qué diría él del seminudismo
de hoy, con frecuencia hasta en la casa de Dios?
A pesar
de esa inmensa actividad en pro del prójimo, su regularidad en la vida
conventual no sufría detrimento. Era de los más observantes y modelo para los
demás.
En los
últimos cuatro años de su vida fue atacado por el mal de Parkinson, quedando
con los pies y las manos semiparalizados. Aún así pedía que lo cargasen hasta
el confesionario.
Notas.
1.Cf. P. José Leite S. J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, p. 33.
2. Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. III, p. 575.
3. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, París, 1882, p. 605.
4. Cf. Enriqueta Vila Villar, Santos de América, Ediciones Moretón, Bilbao, 1968, p. 135
Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-97-san-pedro-claver
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