SAN VICENTE DE PAUL, CONFESOR
DESGRACIAS DE LA IGLESIA Y DE FRANCIA
Vicente fué el hombre de la fe que obra por la caridad. Nacido al fin
del siglo en que vivió Calvino, encontró a la Iglesia de luto porque el error
había apartado de la catolicidad a varias naciones. El Turco, enemigo
siempre del hombre cristiano, renovaba sus piraterías por todas las costas del
Mediterráneo. Agotada Francia por cuarenta años de guerras de religión, se
quedó libre del dominio de la herejía, aunque fuera de sus fronteras la
favoreció, con todo su poder, un poco más tarde. En el Este y el Norte el
pillaje sembraba la desolación, que había de correrse a las provincias del
Oeste y del Centro debido a las luchas intestinas originadas por la anarquía.
Pero era aún más lamentable en toda esta confusión el estado de las almas que
la parte material. Las solas ciudades podían disfrutar de cierta libertad para
orar con relativa tranquilidad. Los campesinos, olvidados, sacrificados y en
trance de muerte por tantas calamidades, tenían un clero para sacarle de tanta
miseria, las más de las veces abandonado también por sus jefes, en muchas
partes indigno y casi tan ignorante como él.
LA FE QUE SANA MEDIANTE LA CARIDAD
Para alejar tantos males, suscitó entonces el Espíritu Santo a Vicente
con inmensa sencillez de fe, fundamento único de una caridad que el mundo,
desconocedor del papel de la fe, no puede comprender. Admira el mundo y ve
con sorpresa las obras llevadas a cabo durante su vida por el antiguo pastor de
Blugose; pero se le escapa el secreto que alimentaba esta vida. Quisiera
también él reproducir estas obras; pero para realizarlas cree que debe contar
más sobre la justicia que sobre el amor. La solidaridad que predica, procede
también de Dios, aunque se diga lo que se quiera, y no es más que una pálida y
con frecuencia menguada imagen de la caridad. Encadena más bien que une. El
socialismo sin fe o el comunismo ateo no podrán nunca suplantar a la fe del
catolicismo ni a las obras de la caridad que sólo ellas satisfacen las
exigencias de la humanidad doliente. Sólo la fe comprende el misterio del
sufrimiento y puede sondear sus profundos secretos, cuyos abismos recorrió el
Hijo de Dios y por fin ella sola puede, asociando al hombre a los pensamientos
del Altísimo, unirle con su fuerza y su amor. De ahí les viene a las obras
hechas con fe su poder y su duración.
AMOR A LOS POBRES
Vicente amó a los pobres con predilección porque amaba a Dios y porque
la fe le descubría en ellos al Señor. "¡Oh Dios, decía, qué hermoso es
tratar a los pobres, si les consideramos en Dios y en el aprecio que Jesucristo
tuvo de ellos! A menudo no tienen ni aspecto ni juicio de personas racionales
por sus modales groseros y terrenos. Pero volved la medalla y veréis con las
luces de la fe, que el Hijo de Dios, que quiso ser pobre, nos es representado
por esos pobres; que casi no tuvo el aspecto de hombre en su pasión, que pasó
por loco ante los Gentiles y por piedra de escándalo ante los Judíos; y a pesar
de eso se da a sí mismo el nombre de Evangelista de los pobres, evangelizare
pauperibus missit me".
A LA CONQUISTA DE LAS ALMAS
Es evidente que no podemos contar en tan pocas páginas
la vida del hombre en quien estuvo como personificada la caridad más universal.
Por lo demás no tuvo otro móvil que el apostolado en esas inmortales campañas,
donde, desde el calabozo de Túnez, en que estuvo como esclavo, hasta las provincias
devastadas, para las que procuró millones, se le vió socorrer toda clase de
sufrimientos físicos y alejar lo más posible la miseria; deseó, mediante los
cuidados prodigados a los cuerpos, llegar a conquistar el alma por las que Cristo
quiso, también él, tener amargura y angustia.
HUMILDAD
Vicente procuró, según su expresión, ir al lado de la
Providencia, y no tuvo otro deseo que el de no adelantarse a ella. Así lo hizo
durante siete años antes de aceptar los ofrecimientos del General de Gondi y
fundar su instituto de los Paúles o de la Misión. Del mismo modo sometió a
continuas pruebas a su fiel auxiliadora la Señorita Le Gras, cuando se creyó
llamada a consagrarse al servicio espiritual de las primeras Hijas de la
Caridad.
¡Gran lección dada por este hombre, cuya vida fué tan
fecunda al celo febril de un siglo como el nuestro! ¡Cuántas veces, en lo que
hoy se llaman obras, las pretensiones humanas amortiguan la gracia,
contrariando al Espíritu Santo! Mientras que Vicente de Paúl, "pobre
gusano que se arrastra por la tierra, no sabiendo a dónde va y que busca sólo
esconderse en Ti, ¡oh Dios mío!, que eres todo su deseo", ve la inercia aparente
de su humildad fecundada más que la iniciativa de mil otros, sin que por
decirlo así tuviera conocimiento de ello.
VALOR Y CONFIANZA
Pero en la medida que su incomparable delicadeza, con
respecto a Dios, le imponía como un deber no adelantarse más de lo que un
instrumento se adelanta a la mano que le mueve; en esa misma medida, una vez
recibido el impulso divino, San Vicente no podía soportar que se vacilase en
seguirle o que se diese lugar en el alma a otro sentimiento que no fuese el de
la más rendida confianza. Escribía con esa sencillez llena de encantos, a la
cooperadora que Dios le había dado: "Te veo un poco dominada por
sentimientos humanos, pensando que todo está perdido desde que me ves enfermo.
¡Oh mujer de poca fe!, ¡no tienes ya confianza y docilidad en la dirección y
ejemplo de Jesucristo! Este Salvador del mundo se atenía a las disposiciones de
Dios, su Padre, tocante el estado de toda la Iglesia, y tú, por un puñado de hijas,
que su Providencia ha suscitado y reunido, piensas que te faltará. Ve,
señorita, humíllate profundamente delante de Dios".
LA VERDADERA FE
¿Habrá que extrañarse que la fe, único móvil de tal vida,
inquebrantable fundamento de lo que era para el prójimo y para si mismo, fué
para los ojos de Vicente de Paúl el principal tesoro? El, a quien ningún sufrimiento
aún merecido, deja indiferente, se muestra sin entrañas contra la herejía, y no
descansa hasta obtener el destierro de los sectarios o su castigo. Este
testimonio le hallamos en la Bula de su canonización de Clemente XII, hablando
de este funesto error del jansenismo, que nuestro santo fué uno de los primeros
que lo desenmascaró y del que fué principal impugnador. Jamás puede hallarse
una ocasión como esta, en que se verifique mejor el dicho de la Sagrada
Escritura: La sencillez de los justos les guiará con seguridad y la astucia de
los perversos será su perdición. La secta que más tarde demostrará inmenso
desprecio hacia San Vicente, no pensó siempre de ese modo. "Estoy,
declaraba en la intimidad, particularmente obligado a bendecir a Dios y a agradecerle
porque permitió que los primeros y más considerados de los que profesaron esta
doctrina, a quienes conocí particularmente y eran mis amigos, no hubieran
podido convencerme de participar de sus sentimientos. No sé cómo expresaros los
trabajos que se tomaron y las razones que me propusieron para ello; mas por mi
parte les objetaba, entre otras cosas, la autoridad del Concilio de Trento, que
les era contrario a ojos vistas; y viendo que continuaban inmutables, en vez de
responderles, rezaba en voz baja el Credo; y mira por qué he permanecido
siempre firme en la fe católica".
VIDA
Vicente nació de padres pobres en Pouy, en las Landas, el 24 de abril de 1581. En sus primeros años guardó ganado, pero viendo su
padre su precoz inteligencia, determinó enviarle a estudiar a los franciscanos de
Dax. De allí partió para Tolouse a graduarse de doctor y en 1600 fué ordenado
de sacerdote. Terminado su cautiverio en Túnez, se agregó en 1510 al cuerpo de
capellanes de Margarita de Valois. Acusado de robo, calló, y este silencio
heroico fué para él el principio de su ascensión hacia la santidad (1611). Fué
párroco de Clichy durante algún tiempo y después de Chatillon en Dombes. Pero
casi todo su porvenir se le creó en el servicio de la poderosa familia de los
Gondi. Evangeliza a las 8000 almas que viven en sus tierras y se da cuenta
entonces de la ingente multitud de ruinas y miserias producidas por las guerras
civiles o extranjeras. Predica, consuela, reconcilia con Dios, funda obras de
caridad, se ocupa de los encarcelados y de los condenados a galeras, enseña a
los ricos a ser caritativos y reforma el clero. La reina primero y después el
rey, admirados de su vida, le ayudaron poderosamente en sus esfuerzos.
En 1625 fundó el colegio de los "Niños buenos" en París, los
primeros compañeros de una nueva Congregación de la Misión o de los futuros
Paúles, cuyas constituciones se escribirán en 1642. En 1629 santa Luisa de
Marillac le ayuda a desarrollar las "caridades", donde piadosas damas
cuidaban los pobres, enfermos y niños abandonados. Este es el principio del
Instituto de "Hijas de la Caridad" o "Hermanas de San Vicente de
Paúl". Estos dos institutos se desarrollarán rápidamente y no tardarán en
extenderse por toda Europa y en países de Misiones. Agotado por la fatiga, San
Vicente de Paúl murió el 27 de septiembre de 1660. Fué beatificado en 1720 y
canonizado en 1737 y León XIII le declaró en 1883 Patrono de todas las obras de
Caridad.
ELOGIO
¡Qué gavilla, oh Vicente, llevas al cielo! ¡Qué de
bendiciones te acompañan al ascender de esta tierra a la verdadera patria. Oh tú,
el más sencillo de los hombres que hubo en un siglo tan celebrado por sus
grandezas, sobrepasas ahora las celebridades, cuyo fulgor fascinaba a tus
contemporáneos. La verdadera gloria de este siglo, la única que no perecerá de
él, cuando no haya más tiempo, será el haber tenido en su primera parte santos
tan grandes en fe y en amor, que fueron capaces de detener los triunfos de
Satanás, y de devolver al suelo de Francia, convertido en erial por la herejía,
la fecundidad de sus buenos días. Y he aquí que más de dos siglos después de
tus trabajos, la mies no ha dejado de producir, por los continuos cuidados de
tus hijos e hijas, ayudado de nuevos auxiliares que también te reconocen por su
inspirador y padre. En ese reino de los cielos en que no se conocen ya el dolor
y las lágrimas continuamente ve subir hacia ti la acción de gracias de los que
sufren y lloran.
SÚPLICA POR LOS POBRES
Muéstranos con nuevos favores la confianza que los hombres tienen en
ti. Ningún nombre, en estos
tiempos blasfemos, impone tanto en la Iglesia como el tuyo. Ojalá que por tu
intercesión veamos la vuelta a Cristo de esas muchedumbres de obreros y
campesinos, que son los primeros en sufrir las calamidades de los tiempos y a
quienes falsos profetas engañan con el espejismo de un próximo paraíso en la
tierra. Ojalá los desheredados de este mundo aprendan conducidos por tus hijos
y tus hijas a encontrar el camino de la Iglesia, el camino que lleva al Padre
de todos los consuelos, a la felicidad eterna. A los ricos, a los poderosos, a
los hombres de Estado, a los soberanos, recuérdales que son responsables del
destino temporal y eterno de los necesitados, con la obligación de estudiar la
cuestión social a la luz de las enseñanzas evangélicas a fin de zanjar los
problemas con justicia y caridad.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario