SAN ELEUTERIO, ABAD
El glorioso y magno
pontífice Gregorio, en el cap. 33 del lib. III de sus Diálogos, escribe así la
vida del bendito San Eleuterio, abad: «Eleuterio, padre del monasterio de San
Marcos, evangelista, sito en la ciudad de Espoleto, vivió mucho tiempo, y
conversó conmigo en Roma en mi monasterio, y en él murió. Fué de tanta virtud,
que con sus oraciones resucitó un muerto. Cierto día caminando, sobrevino la
noche, y no tuvo donde recogerse, sino es en un monasterio de religiosas que
había en aquel paraje. Estas siervas de Dios tenían un niño, á quien todas las
noches atormentaba el demonio, apoderándose de él. Pidieron al santo,
permitiese que aquel niño durmiese con él aquella noche, sin decirle por qué.
Concediólo el bendito padre, y por la mañana le preguntaron, cómo le había ido
con el huésped. El santo respondió, que muy bien: y como entendiesen que por su
virtud el demonio no se había atrevido aquella noche al muchacho, le pidieron
se le llevase en su compañía, refiriéndolo lo que pasaba. Lléveselo consigo a
su monasterio, y nunca más el demonio se atrevió á inquietar aquella criatura. Pasaron
muchos días, y gozoso el santo abad de ver tan sano, bueno, y libre del demonio
aquel muchacho, lleno de alegría dijo un día á sus monjes: El diablo se burlaba
de aquellas santas religiosas, y así atormentaba á este niño; pero ahora no se
atreve. Aunque dijo con sinceridad estas palabras, no dejó de deslizarse algo
en la vanagloria de tan gran milagro: lo cual conoció al instante por los
efectos; pues al mismo punto se apoderó el demonio del muchacho, y comenzó de
nuevo á atormentarle. Reconoció el santo padre su culpa; aunque fué tan ligera,
que casi era dudoso que la hubiese cometido, lloróla amargamente, y pidió á los
monjes todos se pusiesen en oración, protestando, fiado en la divina misericordia,
que ni él, ni otro alguno de ellos habían de probar bocado de pan, hasta
tanto que aquel niño estuviese bueno, y libre del demonio. Y como la
oración de muchos vale mucho con Dios, al fin alcanzaron el perdón de aquella
ligera culpa, que el santo abad había cometido, de vanagloria, y juntamente la
salud del niño, tan cumplidamente, que nunca jamás se atrevió el demonio á
entrar en él».
«Tuve yo (prosigue san
Gregorio) una continua enfermedad, que los griegos llaman sincopia, de calidad,
que si no comía cada instante, parecía acabárseme la vida, y dar el último
aliento sin remedio. Vino la pascua de Resurrección: y como yo viese que en el
sábado santo todos ayunaban hasta los niños tiernos y delicados, considerando
que yo solo no podía ayunar, me entristecí de manera, con sola esta
consideración, que más que la misma enfermedad me afligía, y acababa totalmente
la vida esta pesadumbre. Un solo consuelo y esperanza de vida halló mi
ánimo triste, que fué llamar al bendito padre Eleuterio, y comunicarle
secretamente el mal que nuevamente me afligía, pidiéndole que con sus ruegos me
alcanzase de Dios gracia para ayunar aquel día.¡O lo que vale la oración del
justo! Apenas lo hizo, y me echó su bendición, cuando sentí tal vigor,
tanta virtud y fortaleza en mi estómago, que no solo pude ayunar aquel día, sin
acordarme más de mi enfermedad, sino que también podía ayunar al siguiente; y
así experimentó la gran virtud y santidad de este bendito padre. Al fin,
lleno de días y virtudes, dio su santísima alma á Dios el glorioso Eleuterio á
6 de setiembre, por los años del Señor de 580».
Escribieron su vida,
después de Gregorio, papa, ya citado, Adon; Beda; Adriano, papa; Pedro de
Natalibus in Cathalogo sanctorum, lib. VIII, cap. 45; Surio, tomo V; el
Martirologio romano; y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo VII de sus
Anales, año 580.
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