San Juan Crisóstomo
Gran batallador de la Iglesia en Oriente
Llamado «Boca de oro» por la fuerza y la belleza de su
elocuencia, con su palabra desarmó a los bárbaros, combatió el
arrianismo que infectaba el Oriente y los desórdenes de la decadente
Bizancio
Plinio María Solimeo
Juan Crisóstomo nació en Antioquía alrededor del año
344, hijo de Segundo, comandante general de las tropas del Imperio de
Oriente. Su madre, Antusa, enviudó a los veinte años y no quiso contraer
segundas nupcias a fin de dedicarse por entero a la educación de sus
dos hijos y a las buenas obras. Adolescente, Juan culminó su educación
con el célebre filósofo Libanio. El progreso del alumno, cuya
privilegiada inteligencia comenzaba a brillar, hizo que el maestro
estando a las puertas de la muerte exclamara: “Yo habría dejado a este joven al frente de mi escuela, pero los cristianos me lo tomaron”.1
Aún era pagano cuando inició su vida como orador en el
Forum. La elevación de su lenguaje, la fuerza de sus expresiones, la
belleza de su discurso llevaron a sus coterráneos a compararlo a
Demóstenes, el famoso orador griego de la Antigüedad.
San Basilio lleva a su amigo a la conversión
A los 25 años, cuando su fama ya se afirmaba en el
Tribunal, por influencia de su amigo Basilio, que también llegaría a la
santidad, se convirtió al cristianismo: “Este bienaventurado servidor
de Jesucristo resolvió abrazar la verdadera filosofía del Evangelio, la
vida monástica. Entonces, el equilibrio entre nosotros dos se rompió
por completo. El plato de su balanza se elevó ligero hacia el cielo; el
plato de la mía, todo cargado de pasiones mundanas y de los ardores de
la juventud, recaía pesadamente hacia la tierra”.2 Juan recibió el bautismo de manos de San Melecio, obispo de Antioquía.
Después de su conversión, resolvió abrazar la carrera
eclesiástica. Convertido en clérigo, Juan, a quien ya llamaban
Crisóstomo (Boca de oro), renunció completamente a hacer carrera
en el mundo e inició el arduo trabajo de vencer el imperio de sus
pasiones. Para combatir la vanagloria, comenzó a practicar la humildad.
Para tener dominio sobre sí, pasó a domar su cuerpo, limitando el sueño a
tres o cuatro horas y la alimentación a una sola comida al día,
absteniéndose de carne. Su victoria sobre el fogoso temperamento fue tan
completa, que sus biógrafos lo describen como dotado de gran dulzura y
amable modestia, además de una tierna y compasiva caridad hacia el
prójimo.
Monje y anacoreta, aprendió de memoria las Sagradas Escrituras
Dado que su madre había fallecido, Crisóstomo resolvió
huir al desierto. Admitido en uno de los monasterios del Monte Casius,
se entregó con gran valentía a la vida de perfección.
Pasado algún tiempo, cuando los monjes se dieron cuenta
del tesoro que tenían, lo escogieron a Crisóstomo como Superior. Cuando
tomó conocimiento de esa decisión, huyó, yendo a vivir como anacoreta a
un lugar más inaccesible. En la soledad, aprendió las Sagradas
Escrituras de memoria.
Dos años después, habiéndose deteriorado su salud, tuvo
que abandonar el desierto y regresó a Antioquía. En ese lapso la paz
había vuelto a la Iglesia, con la muerte del emperador arriano Valente y
la ascensión del piadoso Teodosio.
Juan Crisóstomo fue ordenado diácono, dedicándose
nuevamente al apostolado de la palabra. Cinco años más tarde, San
Flaviano, que había sucedido a San Melecio en la sede de Antioquía, le
confirió el sacerdocio.
Las “homilías de las estatuas”
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El año 387 el emperador Teodosio estableció un nuevo
impuesto a la ciudad de Antioquía. El pueblo se rebeló, arrancó su
estatua y la de su mujer e hijos, que arrastró por las calles; persiguió
a los funcionarios del fisco y se entregó a otros excesos. Al volver la
calma, la población se dio cuenta de lo que había hecho y el temor fue
general. Todos sabían que el emperador Teodosio era bueno, pero terrible
en sus primeros impulsos. ¿Qué es lo que haría con la ciudad
prevaricadora?
San Flaviano se dirigió a la ciudad imperial a fin de
pedir clemencia para sus diocesanos, y Crisóstomo quedó al frente de la
diócesis. Se empeñó en calmar al pueblo y que aceptara el posible
castigo. En los siguientes 20 días, predicó una serie de sermones
excepcionales, llamados después “homilías de las estatuas”, cada uno más
persuasivo que el otro y que forman un monumento de erudición y de
elocuencia.
Al fin, vino la noticia de que el Emperador, por amor a Dios y atendiendo la súplica del santo arzobispo, perdonaba a Antioquía.
Arzobispo de Constantinopla y Patriarca de Oriente
San Juan increpa a la emperatriz Eudoxia por sus vicios |
El año 397 quedó vacante la sede de Constantinopla. El
clero y el pueblo, que ya conocían su fama, lo eligieron como obispo del
lugar. El nuevo emperador Arcadio aprobó la elección. ¿Cómo hacer que
el candidato aceptara la nominación? Utilizaron una estratagema: el
alcalde de Antioquía lo invitó a un paseo, para tratar de varios
asuntos. Cuando estaban fuera de la ciudad, el alcalde cedió su lugar de
conductor del carruaje a un enviado del Emperador. Espoleando los
caballos, fue conducido a la capital del Imperio, donde estaban reunidos
un grupo de obispos que consagraron a Boca de Oro como Arzobispo de Constantinopla y Patriarca de Oriente.
Comenzaba para el nuevo Prelado una etapa en la cual
debería enfrentar los desórdenes de la corte imperial, toda clase de
injusticias, un clero y un pueblo decadentes.
Se empeñó en primer lugar en la reforma del clero,
amonestando, corrigiendo, suplicando y, cuando no había otro medio,
expulsando a los malos sacerdotes de la Iglesia.
Había tal avidez de oír al santo arzobispo, que unos se
atropellaban a los otros. Tuvo que colocar el púlpito en el centro de la
iglesia, para ser oído por todos. Poco a poco la piedad volvió a
florecer en Constantinopla, y muchas almas alcanzaron un alto grado de
perfección.
Juan Crisóstomo reorganizó una pía asociación de viudas y
vírgenes consagradas, poniéndolas bajo la dirección de Santa Olimpia,
viuda a los 23 años, que pasó con su fortuna a secundarlo en todas sus
obras pías.
El pueblo prevarica a pesar de los castigos
En abril de 399, un temporal interminable lo inundaba todo, amenazando las plantaciones y la consecuente falta de alimentos. Juan Crisóstomo ordenó una procesión rogativa hasta la iglesia de San Pedro y San Pablo, del otro lado del Bósforo, y la lluvia cesó.
Relicario con la mano en Regensburg |
Al año siguiente, un terrible terremoto destruyó un
tercio de la capital. El mar inundó la parte de la ciudad llamada
Calcedonia y los barrios bajos. Gran parte de la población huyó. Los
aprovechadores se lanzaron al saqueo de las casas vacías. En medio del
pánico general, sólo el Patriarca permaneció en su puesto. Increpando a
los asaltantes, los hizo entregarle el producto del robo, del cual se
constituyó en guardián. Cuando volvió la normalidad, mostró su desvelo
por la propiedad privada, devolviendo todo a sus legítimos dueños.
No había pasado un mes de sucedido esto, cuando un nuevo coliseo fue
inaugurado con inmenso concurso y los aplausos frenéticos de un pueblo
inconstante. Juan Crisóstomo subió al púlpito: “¡Apenas han pasado treinta días
después de nuestras desgracias, después de esa terrible catástrofe, y veo que
volvéis a vuestras locuras! ¿Cómo justificaros? ¿Cómo perdonaros?”
Los crueles destierros y una santa muerte
San Juan Crisóstomo parte para el exilio en el que moriría, a causa del maltrato que recibió. |
Cuando la población supo de ello, hizo tan grandes
manifestaciones frente al palacio imperial, que la Emperatriz, temiendo
por su vida, pidió el regreso del Patriarca. Poco después, sin embargo,
consiguió nuevamente su exilio.
A dos soldados que acompañaban a Juan Crisóstomo al
destierro les fue prometida una promoción, si por medio de maltratos lo
hicieran morir en el camino. Fue lo que ocurrió en setiembre de 407,
cuando el santo cayó exhausto y expiró, muriendo confortado por la
Sagrada Comunión.
Notas.-
Notas.-
1. Cf. P. Pedro de Ribadeneyra, Flos Sanctorum, in Dr. Eduardo María Vilarrasa, La Leyenda de Oro, L. González y Cía. – Editores, Barcelona, 1896, t. I, p. 270.
2. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, 1882, t. II, p. 3
2. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, 1882, t. II, p. 3
Otras obras consultadas.-
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Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, pp. 155 y ss.
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Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1946, t. I, pp. 271 y ss.
-
P. José Leite S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, t. III, pp. 44 y ss.
-
Abbé Jean Croisset, Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid, 1901, t. I, pp. 347 y ss.
Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-303-san-juan-crisostomo
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