SAN FERMÍN, OBISPO Y MÁRTIR
Fermín, á quien otros llaman Firmio, fué natural de
Pamplona de Navarra: su padre se llamó Firmo, ilustre senador y muy poderoso:
crióle con el cuidado que á su lustre se debía: con que salió docto y virtuoso.
Por sus méritos y virtudes llegó á ser obispo de su misma ciudad. Ardía en su
corazón el deseo de la dilatación de la fé y salvación de las almas: por lo
cual, predicando apostólicamente, pasó á Francia, y en aquella parte de ella,
que llaman la Galia Lugdunense, fijó su espíritu más encendidas flechas,
predicando y reduciendo los pueblos andegavensos, cuya principal ciudad se
llama en la lengua vulgar francesa, Augevins: aquí predicó un año y tres meses,
y convirtió infinitas almas. De aquí pasó á Belvaco, ciudad en la misma
provincia, donde fué preso por Valerio, presidente de la misma ciudad: el cual
le hizo azotar cruelmente varias veces, y después que lo juzgó ya muerto de los
azotes, lo hizo volver á la cárcel, donde, si no moría, le acabase de quitar la
vida Sergio, sucesor suyo. Pero el pueblo lo sacó violentamente de la cárcel;
con que volvió de nuevo á predicar, y convirtió y bautizó á todos los moradores
de aquella ciudad, y fabricó en ella muchas iglesias.
De aquí pasó á la ciudad de Ambiano, vulgarmente
llamada Amiens, en la misma provincia, donde en cuarenta días convirtió tres
mil hombres á la fé de Jesucristo. Presidian en esta ciudad Longinos y
Sebastián, crueles tiranos, los cuales prendieron al glorioso obispo é invicto
español Fermín, y temiendo no se lo quitase el pueblo de entre las manos, como
habían hecho los de Belvaco, le degollaron en la cárcel: con que acabó
gloriosamente, dando la vida por la fé de Jesucristo, que tanto había dilatado,
recibiendo triunfante la corona del martirio, y siendo su alma santa presentada
por manos de ángeles en las de su Criador. Fué su martirio á los 25 de
setiembre, por los años del Señor de 303. Los de Belvaco, deseosos devengar la
muerte de su apóstol y padre espiritual, quitaron la vida al tirano Sebastián, y
lo mismo hubieran hecho con su compañero, si le hubieran podido haber á las
manos.
Fué el glorioso cuerpo del invicto mártir Fermín sepultado
honoríficamente por Faustiniano, senador, padre de san Firmio, obispo de
Amiens, llamado así por el santo obispo y mártir Fermín, que los había
convertido y bautizado á ambos.
Hubo en el suceso de tiempo muchos santos obispos de
Amiens que desearon ver las sagradas reliquias del glorioso mártir san Fermín,
por constarles la gran fama de milagros y prodigios innumerables que Dios había
obrado por su intercesión desde el día y hora de su glorioso martirio, y en el
tiempo de él, no siendo el de menos cuenta, el haber del todo quedado aquella
ciudad y provincia reducida á la ley evangélica: pero ninguno pudo conseguir
tal dicha, hasta que pasados casi quinientos años, siendo obispo de dicha
ciudad el bendito san Salvio, sabiendo por ciertas noticias que el glorioso
cuerpo del santo mártir y español esclarecido, había sido sepultado en una
iglesia de la bienaventurada siempre Virgen María, sin pecado concebida,
edificada por san Firmio, obispo, hijo de Faustiniano, que ya dijimos fué
bautizado con su padre por él. Quien más ardientes deseos tuvo de ver y venerar
dichas reliquias, fué este santo obispo Salvio; pero ignoraba el lugar donde
estaban sepultadas, si bien sabía la iglesia.
Hizo á Dios súplicas, oraciones y
ruegos: derramó copiosas lágrimas, y animoso convocó un día todo el pueblo:
celebró un solemnísimo oficio: hizo un sermón admirable, todo en honor del
invicto mártir, cuyo cuerpo buscaba, al fin del cual publicó un ayuno general
de tres días continuos; y pidió y exhortó á todos hiciesen continua oración, y
súplicas á nuestro Señor, para que su divina Majestad se dignase de revelarle
el lugar del sepulcro del santo. Perseveró el santo prelado, asistido de todo
el pueblo, todos los tres días en el templo en perpetuo ayuno, oración y
lágrimas.Al día tercero, al rayar el alba, levantó el santo prelado humildemente
los ojos al cielo, y -¡Ó poderoso y misericordioso Dios que nunca desechas la
oración del humilde!- vio, como que salía un rayo de sol de la eminencia de un
levantado trono, y que resplandecía sobre manera admirable en la parte donde
estaba sepultado el cuerpo del divino español.
Dió infinitas gracias á Dios, y
con temor y reverencia trémula se llegó, y tomando un azadón, comenzó á cavar
en aquella parte que señalaba el divino rayo; y al instante salió un olor tan
precioso, suave y vehemente, como si hubiesen esparcido por la iglesia cuantas
aromas cría la feliz Arabia, y cuantos sabios perfumes ha descubierto la
industria humana, como si allí de repente se hubiesen trasplantado todos los
hibleos prados y campos elisios, creciendo más las fragancias, cuanto más la
azada se iba acercando al santo cuerpo.
A tanto extremo llegó, que, se esparció
el olor y fragancia, no solo por la iglesia y ciudad, sino también por toda la
provincia y ciudades circunvecinas: de tal suerte, que todos confesaban á una
voz después, que juzgaban en aquella hora hallarse todos en el paraíso; y así
unánimes y conformes, arrebatados de la suavidad del olor, é inspirados del
Espíritu Santo, dejaron sus casas, y cantando himnos y salmos con velas
encendidas en las manos, vinieron á Amiens todas las ciudades circunvecinas á
celebrar la invención y traslación de tan sagradas reliquias, donde merecieron
ver prodigios inenarrables, y jamás oídos de otro algún santo; porque al
instante que se descubrió el santo cuerpo, siendo en el rigor del invierno, y
por enero, cuando todo estaba cubierto de nieve, hielo y frió, todo árido y seco,
comenzó á hacer tan gran calor, que cuantos estaban presentes, juzgaban que sin
duda el mundo se abrasaba: el cual calor permaneció por espacio de tres horas. Levantaron el sagrado cuerpo en sus hombros el santo
obispo, y clero: comenzóse una solemne procesión, y la multitud de la gente
tendían sus vestiduras por tierra, y clamaban como los hebreos en la entrada de
Cristo en Jerusalén el domingo de ramos: Hosanna in excelsis: y de repente
vieron todos los árboles florecer, y despedir tal fragancia, como si fuese por
la primavera, y estuviesen ya cercanos á sazonar sus frutos. Las ramas más
eminentes de los árboles, y sus pimpollos, se vistieron, notólo de hoja y flor,
sino es también de fruto, y todas se inclinaban á la parle por donde pasaba el
sacratísimo cuerpo, haciéndole acatamiento y debida reverencia: y la multitud,
confusa y admirada, cortaba ramos floridos y fructíferos de los árboles, y con
devoción y alegría los esparcía por tierra. Todos los campos y prados
circunvecinos á la ciudad de Amiens, al mismo instante se vieron verdes, amenos
y floridos, llenos de azucenas, claveles, rosas, y cuantas flores, yerbas, hay
odoríferas y hermosas.
Cuantos enfermos (que fueron infinitos) concurrieron de
varias enfermedades, tomaron de aquellas flores: las rompían y esparcían por
tierra: y quedaban sanos y buenos, como si jamás hubiesen tenido mal alguno,
siguiéndose á estos otros innumerables prodigios. Esta invención y translación
se celebró en la octava de la Epifanía: la cual me ha parecido escribir, por
ser tan admirable, gloriosa y llena de prodigios, que dudo se halle alguna otra
semejante, de cuantos santos y santas tiene la Iglesia de Dios. Celébrala la
Iglesia de Amiens con toda solemnidad, y la Iglesia y ciudad de Pamplona lo
celebran y tienen por patrón, como a hijo suyo y su obispo, hallándose hoy en
dicha ciudad en pié la casa en que nació, que lo fué de sus padres, y ha sido
de sus sucesores, en que han sucedido y sucedieron prodigios desde sus niñeces,
que dejo por no dilatarme demasiado.
Escribieron la vida de este glorioso mártir y español
invicto, Beda; Usuardo; Adon; Pedro de Natalibus, in Calhalogo sanct., lib.VIII,
cap. 119; Trujillo in Thesauro concionatorum, tom. II; Morales in Chronic.
Hispan., lib.IX, cap. 5; el Martirologio romano, y Baronio en sus anotaciones,
y en el tomo II de sus Anales, año 303, núm. 130; y lo que referimos de su
invención y translación gloriosa lo trae Vincencio Burgundio Belovacense in
Speculo majori, tom. IV, lib. XVI, cap. 91.
Fermín, á quien otros llaman Firmio, fué natural de Pamplona de Navarra: su padre se llamó Firmo, ilustre senador y muy poderoso: crióle con el cuidado que á su lustre se debía: con que salió docto y virtuoso. Por sus méritos y virtudes llegó á ser obispo de su misma ciudad. Ardía en su corazón el deseo de la dilatación de la fé y salvación de las almas: por lo cual, predicando apostólicamente, pasó á Francia, y en aquella parte de ella, que llaman la Galia Lugdunense, fijó su espíritu más encendidas flechas, predicando y reduciendo los pueblos andegavensos, cuya principal ciudad se llama en la lengua vulgar francesa, Augevins: aquí predicó un año y tres meses, y convirtió infinitas almas. De aquí pasó á Belvaco, ciudad en la misma provincia, donde fué preso por Valerio, presidente de la misma ciudad: el cual le hizo azotar cruelmente varias veces, y después que lo juzgó ya muerto de los azotes, lo hizo volver á la cárcel, donde, si no moría, le acabase de quitar la vida Sergio, sucesor suyo. Pero el pueblo lo sacó violentamente de la cárcel; con que volvió de nuevo á predicar, y convirtió y bautizó á todos los moradores de aquella ciudad, y fabricó en ella muchas iglesias.
Fué el glorioso cuerpo del invicto mártir Fermín sepultado honoríficamente por Faustiniano, senador, padre de san Firmio, obispo de Amiens, llamado así por el santo obispo y mártir Fermín, que los había convertido y bautizado á ambos.
Hubo en el suceso de tiempo muchos santos obispos de Amiens que desearon ver las sagradas reliquias del glorioso mártir san Fermín, por constarles la gran fama de milagros y prodigios innumerables que Dios había obrado por su intercesión desde el día y hora de su glorioso martirio, y en el tiempo de él, no siendo el de menos cuenta, el haber del todo quedado aquella ciudad y provincia reducida á la ley evangélica: pero ninguno pudo conseguir tal dicha, hasta que pasados casi quinientos años, siendo obispo de dicha ciudad el bendito san Salvio, sabiendo por ciertas noticias que el glorioso cuerpo del santo mártir y español esclarecido, había sido sepultado en una iglesia de la bienaventurada siempre Virgen María, sin pecado concebida, edificada por san Firmio, obispo, hijo de Faustiniano, que ya dijimos fué bautizado con su padre por él. Quien más ardientes deseos tuvo de ver y venerar dichas reliquias, fué este santo obispo Salvio; pero ignoraba el lugar donde estaban sepultadas, si bien sabía la iglesia.
Hizo á Dios súplicas, oraciones y ruegos: derramó copiosas lágrimas, y animoso convocó un día todo el pueblo: celebró un solemnísimo oficio: hizo un sermón admirable, todo en honor del invicto mártir, cuyo cuerpo buscaba, al fin del cual publicó un ayuno general de tres días continuos; y pidió y exhortó á todos hiciesen continua oración, y súplicas á nuestro Señor, para que su divina Majestad se dignase de revelarle el lugar del sepulcro del santo. Perseveró el santo prelado, asistido de todo el pueblo, todos los tres días en el templo en perpetuo ayuno, oración y lágrimas.Al día tercero, al rayar el alba, levantó el santo prelado humildemente los ojos al cielo, y -¡Ó poderoso y misericordioso Dios que nunca desechas la oración del humilde!- vio, como que salía un rayo de sol de la eminencia de un levantado trono, y que resplandecía sobre manera admirable en la parte donde estaba sepultado el cuerpo del divino español.
Dió infinitas gracias á Dios, y con temor y reverencia trémula se llegó, y tomando un azadón, comenzó á cavar en aquella parte que señalaba el divino rayo; y al instante salió un olor tan precioso, suave y vehemente, como si hubiesen esparcido por la iglesia cuantas aromas cría la feliz Arabia, y cuantos sabios perfumes ha descubierto la industria humana, como si allí de repente se hubiesen trasplantado todos los hibleos prados y campos elisios, creciendo más las fragancias, cuanto más la azada se iba acercando al santo cuerpo.
A tanto extremo llegó, que, se esparció
el olor y fragancia, no solo por la iglesia y ciudad, sino también por toda la
provincia y ciudades circunvecinas: de tal suerte, que todos confesaban á una
voz después, que juzgaban en aquella hora hallarse todos en el paraíso; y así
unánimes y conformes, arrebatados de la suavidad del olor, é inspirados del
Espíritu Santo, dejaron sus casas, y cantando himnos y salmos con velas
encendidas en las manos, vinieron á Amiens todas las ciudades circunvecinas á
celebrar la invención y traslación de tan sagradas reliquias, donde merecieron
ver prodigios inenarrables, y jamás oídos de otro algún santo; porque al
instante que se descubrió el santo cuerpo, siendo en el rigor del invierno, y
por enero, cuando todo estaba cubierto de nieve, hielo y frió, todo árido y seco,
comenzó á hacer tan gran calor, que cuantos estaban presentes, juzgaban que sin
duda el mundo se abrasaba: el cual calor permaneció por espacio de tres horas. Levantaron el sagrado cuerpo en sus hombros el santo
obispo, y clero: comenzóse una solemne procesión, y la multitud de la gente
tendían sus vestiduras por tierra, y clamaban como los hebreos en la entrada de
Cristo en Jerusalén el domingo de ramos: Hosanna in excelsis: y de repente
vieron todos los árboles florecer, y despedir tal fragancia, como si fuese por
la primavera, y estuviesen ya cercanos á sazonar sus frutos. Las ramas más
eminentes de los árboles, y sus pimpollos, se vistieron, notólo de hoja y flor,
sino es también de fruto, y todas se inclinaban á la parle por donde pasaba el
sacratísimo cuerpo, haciéndole acatamiento y debida reverencia: y la multitud,
confusa y admirada, cortaba ramos floridos y fructíferos de los árboles, y con
devoción y alegría los esparcía por tierra. Todos los campos y prados
circunvecinos á la ciudad de Amiens, al mismo instante se vieron verdes, amenos
y floridos, llenos de azucenas, claveles, rosas, y cuantas flores, yerbas, hay
odoríferas y hermosas.
Cuantos enfermos (que fueron infinitos) concurrieron de
varias enfermedades, tomaron de aquellas flores: las rompían y esparcían por
tierra: y quedaban sanos y buenos, como si jamás hubiesen tenido mal alguno,
siguiéndose á estos otros innumerables prodigios. Esta invención y translación
se celebró en la octava de la Epifanía: la cual me ha parecido escribir, por
ser tan admirable, gloriosa y llena de prodigios, que dudo se halle alguna otra
semejante, de cuantos santos y santas tiene la Iglesia de Dios.
Celébrala la
Iglesia de Amiens con toda solemnidad, y la Iglesia y ciudad de Pamplona lo
celebran y tienen por patrón, como a hijo suyo y su obispo, hallándose hoy en
dicha ciudad en pié la casa en que nació, que lo fué de sus padres, y ha sido
de sus sucesores, en que han sucedido y sucedieron prodigios desde sus niñeces,
que dejo por no dilatarme demasiado.
Escribieron la vida de este glorioso mártir y español
invicto, Beda; Usuardo; Adon; Pedro de Natalibus, in Calhalogo sanct., lib.VIII,
cap. 119; Trujillo in Thesauro concionatorum, tom. II; Morales in Chronic.
Hispan., lib.IX, cap. 5; el Martirologio romano, y Baronio en sus anotaciones,
y en el tomo II de sus Anales, año 303, núm. 130; y lo que referimos de su
invención y translación gloriosa lo trae Vincencio Burgundio Belovacense in
Speculo majori, tom. IV, lib. XVI, cap. 91.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
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