miércoles, 25 de septiembre de 2024

S A N T O R A L

SAN FERMÍN, OBISPO Y MÁRTIR



Fermín, á quien otros llaman Firmio, fué natural de Pamplona de Navarra: su padre se llamó Firmo, ilustre senador y muy poderoso: crióle con el cuidado que á su lustre se debía: con que salió docto y virtuoso. Por sus méritos y virtudes llegó á ser obispo de su misma ciudad. Ardía en su corazón el deseo de la dilatación de la fé y salvación de las almas: por lo cual, predicando apostólicamente, pasó á Francia, y en aquella parte de ella, que llaman la Galia Lugdunense, fijó su espíritu más encendidas flechas, predicando y reduciendo los pueblos andegavensos, cuya principal ciudad se llama en la lengua vulgar francesa, Augevins: aquí predicó un año y tres meses, y convirtió infinitas almas. De aquí pasó á Belvaco, ciudad en la misma provincia, donde fué preso por Valerio, presidente de la misma ciudad: el cual le hizo azotar cruelmente varias veces, y después que lo juzgó ya muerto de los azotes, lo hizo volver á la cárcel, donde, si no moría, le acabase de quitar la vida Sergio, sucesor suyo. Pero el pueblo lo sacó violentamente de la cárcel; con que volvió de nuevo á predicar, y convirtió y bautizó á todos los moradores de aquella ciudad, y fabricó en ella muchas iglesias.
De aquí pasó á la ciudad de Ambiano, vulgarmente llamada Amiens, en la misma provincia, donde en cuarenta días convirtió tres mil hombres á la fé de Jesucristo. Presidian en esta ciudad Longinos y Sebastián, crueles tiranos, los cuales prendieron al glorioso obispo é invicto español Fermín, y temiendo no se lo quitase el pueblo de entre las manos, como habían hecho los de Belvaco, le degollaron en la cárcel: con que acabó gloriosamente, dando la vida por la fé de Jesucristo, que tanto había dilatado, recibiendo triunfante la corona del martirio, y siendo su alma santa presentada por manos de ángeles en las de su Criador. Fué su martirio á los 25 de setiembre, por los años del Señor de 303. Los de Belvaco, deseosos devengar la muerte de su apóstol y padre espiritual, quitaron la vida al tirano Sebastián, y lo mismo hubieran hecho con su compañero, si le hubieran podido haber á las manos.
Fué el glorioso cuerpo del invicto mártir Fermín sepultado honoríficamente por Faustiniano, senador, padre de san Firmio, obispo de Amiens, llamado así por el santo obispo y mártir Fermín, que los había convertido y bautizado á ambos.

Hubo en el suceso de tiempo muchos santos obispos de Amiens que desearon ver las sagradas reliquias del glorioso mártir san Fermín, por constarles la gran fama de milagros y prodigios innumerables que Dios había obrado por su intercesión desde el día y hora de su glorioso martirio, y en el tiempo de él, no siendo el de menos cuenta, el haber del todo quedado aquella ciudad y provincia reducida á la ley evangélica: pero ninguno pudo conseguir tal dicha, hasta que pasados casi quinientos años, siendo obispo de dicha ciudad el bendito san Salvio, sabiendo por ciertas noticias que el glorioso cuerpo del santo mártir y español esclarecido, había sido sepultado en una iglesia de la bienaventurada siempre Virgen María, sin pecado concebida, edificada por san Firmio, obispo, hijo de Faustiniano, que ya dijimos fué bautizado con su padre por él. Quien más ardientes deseos tuvo de ver y venerar dichas reliquias, fué este santo obispo Salvio; pero ignoraba el lugar donde estaban sepultadas, si bien sabía la iglesia.
Resultado de imagen para iglesia de san lorenzoHizo á Dios súplicas, oraciones y ruegos: derramó copiosas lágrimas, y animoso convocó un día todo el pueblo: celebró un solemnísimo oficio: hizo un sermón admirable, todo en honor del invicto mártir, cuyo cuerpo buscaba, al fin del cual publicó un ayuno general de tres días continuos; y pidió y exhortó á todos hiciesen continua oración, y súplicas á nuestro Señor, para que su divina Majestad se dignase de revelarle el lugar del sepulcro del santo. Perseveró el santo prelado, asistido de todo el pueblo, todos los tres días en el templo en perpetuo ayuno, oración y lágrimas.Al día tercero, al rayar el alba, levantó el santo prelado humildemente los ojos al cielo, y -¡Ó poderoso y misericordioso Dios que nunca desechas la oración del humilde!- vio, como que salía un rayo de sol de la eminencia de un levantado trono, y que resplandecía sobre manera admirable en la parte donde estaba sepultado el cuerpo del divino español. 
Dió infinitas gracias á Dios, y con temor y reverencia trémula se llegó, y tomando un azadón, comenzó á cavar en aquella parte que señalaba el divino rayo; y al instante salió un olor tan precioso, suave y vehemente, como si hubiesen esparcido por la iglesia cuantas aromas cría la feliz Arabia, y cuantos sabios perfumes ha descubierto la industria humana, como si allí de repente se hubiesen trasplantado todos los hibleos prados y campos elisios, creciendo más las fragancias, cuanto más la azada se iba acercando al santo cuerpo.
A tanto extremo llegó, que, se esparció el olor y fragancia, no solo por la iglesia y ciudad, sino también por toda la provincia y ciudades circunvecinas: de tal suerte, que todos confesaban á una voz después, que juzgaban en aquella hora hallarse todos en el paraíso; y así unánimes y conformes, arrebatados de la suavidad del olor, é inspirados del Espíritu Santo, dejaron sus casas, y cantando himnos y salmos con velas encendidas en las manos, vinieron á Amiens todas las ciudades circunvecinas á celebrar la invención y traslación de tan sagradas reliquias, donde merecieron ver prodigios inenarrables, y jamás oídos de otro algún santo; porque al instante que se descubrió el santo cuerpo, siendo en el rigor del invierno, y por enero, cuando todo estaba cubierto de nieve, hielo y frió, todo árido y seco, comenzó á hacer tan gran calor, que cuantos estaban presentes, juzgaban que sin duda el mundo se abrasaba: el cual calor permaneció por espacio de tres horas. Levantaron el sagrado cuerpo en sus hombros el santo obispo, y clero: comenzóse una solemne procesión, y la multitud de la gente tendían sus vestiduras por tierra, y clamaban como los hebreos en la entrada de Cristo en Jerusalén el domingo de ramos: Hosanna in excelsis: y de repente vieron todos los árboles florecer, y despedir tal fragancia, como si fuese por la primavera, y estuviesen ya cercanos á sazonar sus frutos. Las ramas más eminentes de los árboles, y sus pimpollos, se vistieron, notólo de hoja y flor, sino es también de fruto, y todas se inclinaban á la parle por donde pasaba el sacratísimo cuerpo, haciéndole acatamiento y debida reverencia: y la multitud, confusa y admirada, cortaba ramos floridos y fructíferos de los árboles, y con devoción y alegría los esparcía por tierra. Todos los campos y prados circunvecinos á la ciudad de Amiens, al mismo instante se vieron verdes, amenos y floridos, llenos de azucenas, claveles, rosas, y cuantas flores, yerbas, hay odoríferas y hermosas.
Cuantos enfermos (que fueron infinitos) concurrieron de varias enfermedades, tomaron de aquellas flores: las rompían y esparcían por tierra: y quedaban sanos y buenos, como si jamás hubiesen tenido mal alguno, siguiéndose á estos otros innumerables prodigios. Esta invención y translación se celebró en la octava de la Epifanía: la cual me ha parecido escribir, por ser tan admirable, gloriosa y llena de prodigios, que dudo se halle alguna otra semejante, de cuantos santos y santas tiene la Iglesia de Dios. 
Celébrala la Iglesia de Amiens con toda solemnidad, y la Iglesia y ciudad de Pamplona lo celebran y tienen por patrón, como a hijo suyo y su obispo, hallándose hoy en dicha ciudad en pié la casa en que nació, que lo fué de sus padres, y ha sido de sus sucesores, en que han sucedido y sucedieron prodigios desde sus niñeces, que dejo por no dilatarme demasiado.
Escribieron la vida de este glorioso mártir y español invicto, Beda; Usuardo; Adon; Pedro de Natalibus, in Calhalogo sanct., lib.VIII, cap. 119; Trujillo in Thesauro concionatorum, tom. II; Morales in Chronic. Hispan., lib.IX, cap. 5; el Martirologio romano, y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo II de sus Anales, año 303, núm. 130; y lo que referimos de su invención y translación gloriosa lo trae Vincencio Burgundio Belovacense in Speculo majori, tom. IV, lib. XVI, cap. 91.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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