domingo, 15 de septiembre de 2024

S A N T O R A L

Nuestra Señora de los Dolores

Los siete dolores de la Virgen, que comúnmente considera la devoción, y representa en las imágenes de nuestra Señora de los Dolores con siete agudas espadas que atraviesan su corazón, son los que se siguen: El primer dolor fué el que padeció María Santísima, cuando llevando á su Hijo á presentar al templo de Jerusalén, el santo viejo Simeón, con espíritu profético, le dijo: «que aquel niño estaba puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y por señal, á quien se había de contradecir; y que su misma alma había de ser atravesada con una espada»: aludiendo á lo mucho que había de padecer en la pasión y muerte de su Hijo. El segundo dolor, cuando mandó el ángel á san José que huyese con la madre y con el niño á Egipto; porque Herodes había de buscar al niño para quitarle la vida; y vio María cuan mal recibido era su Hijo, e Hijo de Dios, de los hombres: pues apenas había entrado en el mundo, para traerle la vida; cuando el mundo le buscaba para darle la muerte. 
El tercer dolor, cuando subiendo María y José con Jesús, niño de doce años, al templo de Jerusalén, le perdieron por tres días, sin saber dónde estaba, quedando la Madre sin consuelo porque le fallaba el Hijo, que era toda su alegría; y siendo combatida de diversos cuidados de dónde estaría, qué haría y padecería el niño tierno fuera de su casa, patria y parientes. El cuarto dolor, cuando llegándose la pasión de su Hijo, le encontró en las calles de Jerusalén que llevaba sobre sus hombros la cruz en que había de ser crucificado. El quinto, cuando le vio crucificar. El sexto, cuando se le bajaron de la cruz los dos piadosos varones José y Nicodemus, y le tuvo en sus brazos, contemplando cual le habían puesto sus enemigos y nuestros pecados. El séptimo, cuando le quitaron de los brazos á su Hijo para sepultarle, y quedó en una total y tristísima soledad, ocupando los ojos solamente en llorar; pues no tenían ya en la tierra qué ver.
Pero entre tantos dolores, y penas, estaba María Santísima, como una firme columna, combatida de diversos vientos, ó como una fuerte roca en un mar de amarguras, asaltada de diversas olas de tribulaciones, sin que pudiesen todas, no solo derribar, pero ni aun descantillar su constancia, y fortaleza invencible: lo cual declara san Juan, diciendo: Stabat iuxtà crucem Jesus Mater ejus: Estaba en pié junto á la cruz de Jesús su Madre; mostrando en la postura del cuerpo la inflexibilidad de su espíritu, y que era, como una generosa palma, que se levanta más con el mayor peso, que cargan sobre ella; y así no se ha de entender, que la Virgen padeció en la pasión, y muerte de su Hijo desmayo, ni enajenación de sentido, ni hizo otra demostración, de las que suelen hacer las otras mujeres en la muerte de sus hijos; porque todo esto repugna á la gran fortaleza, y grandeza de María Santísima, como lo pondera san Anselmo por estas palabras: «Estaba María en la fé de su Hijo constantísima: porque habiendo huido los discípulos, y ausentándose los conocidos: ella sola, para gloria de todo el género de la mujeres, estaba firme en la fé de Jesús, entre tantas tormentas, y torbellinos: y así con gran hermosura se dice, que estaba en pié, como convenía a la pureza virginal.
No se mesaba en tanta hermosura, no maldecía, no murmuraba, no pedía á Dios venganza de los enemigos; sino estaba en pié, como virgen honesta, bien disciplinaba, y pacientísima, aunque llena de lágrimas, y rodeada de dolores». No huía María de la cruz, en que estaba su Hijo clavado; antes se acercaba á ella, aunque veía, cuántos dolores le ocasionaba su cercanía, deseando padecer más, y morir, por quien tanto padecía por ella. Siendo su dolor inmenso, era mayor su conformidad con la voluntad de Dios; y así no pedía, que se acabasen sus penas, ni que cesase la causa de ellas, que era la pasión del Hijo; mas decía con él animosamente: «No se haga, Señor, mi voluntad, sino la vuestra»: y ofreció á su Hijo benignísimo para ser sacrificado en la cruz con mayor fé, que Abraham ofreció á su hijo Isaac para ser sacrificado sobre la leña, y con mayor constancia, que la madre de los Macabeos en la ley antigua, y santa Felicitas en la ley de gracia, ofrecieron siete hijos al martirio. Pero María Santísima ofrecía su Hijo á la muerte, no solo por el amor de Dios, cuya voluntad conocía ser, que su Hijo padeciese; mas también por el amor de los hombres, que sabía, habían de ser redimidos con la pasión, y sangre de su Hijo; y de esta manera mereció el título de «Reparadora de los hombres», que le da san Anselmo; ó el de «Autora de la salud de los hombres», con que la llama san Gerónimo; ó el de «Salvadora del mundo», con que la nombra el Cartujano: nó porque necesite Cristo de quien le ayude á redimir, y salvarlos hombres, cuando él es suficiente, y superabundante, y único Redentor nuestro; sino porque quiso Dios con sapientísima providencia, que fuese la reparación del mundo, como había sido la creación del hombre: y así como tuvo Adán la compañía de Eva, así en la reformación de ese mismo hombre tuviese Cristo la compañía de María: con esta diferencia, que Eva fué formada de la costilla de Adán, para ser madre de los vivientes; y Cristo fué formado de la carne de María, para ser Redentor de los mortales: y como Adán perdió al mundo junto al árbol vedado, cuya fruta comieron él y Eva; así Cristo ganó al mundo en el árbol de la cruz, cuyos dolores participaron Él y María: y como la transgresión de Eva no fué la causa de la redención del mundo; pero cooperó á ella de alguna manera; porque fuera de haber dado á Cristo el cuerpo en que padeció, y la sangre, que derramó por nosotros, con los dolores de su compasión mereció, como dice Dionisio Cartujano, que por sus ruegos, y merecimientos, se logre en los hombres la virtud, y mérito de la pasión de su Hijo.

Al pié de la cruz fué hecha María Santísima nuestra madre, para que solicitase nuestra salud, como de hijos suyos: al pié de la cruz nos parió con los dolores que padecía por la muerte de su Hijo, como dice el eruditísimo padre Alonso Salmerón, y todos fuimos dados á María por hijos de Juan: de manera, que cuando la dijo Cristo, señalando á Juan: Mulier, ecce Filius tuus: Mujer, ese es tu hijo; no se ha de entender, que dio á María solamente por hijo á Juan, su amado discípulo; mas también á todos los discípulos que ya tenía, y había de tener hasta el fin del mundo: porque todos los discípulos que tenía ya, y había de tener hasta el fin del mundo, todos son hijos de María; y por eso se llama María «Madre de los creyentes». Y para que Juan tomase la posesión de hijo en nombre de todos, le dijo Cristo: Ecce Mater tua: Esta es tu Madre: María es tu Madre: á ella has de acudir como á Madre, con la confianza de hijo. Y es muy de notar, que Cristo la llama en esta ocasión «Mujer», y nó «Madre»: nó «Madre suya», sino «Madre nuestra»; porque nos mire como á hijos, viendo, que su Hijo en aquella última hora le conmutó el título de Madre suya en el de Madre nuestra. Los dolores que no padeció en el parto de su Hijo natural Jesucristo, los padeció al pié de la cruz en el parto de sus hijos espirituales; porque suelen las madres amar mucho á los hijos, que les costaron más dolores: y quiso Cristo, que costase muchos dolores á su Madre el ser Madre nuestra, para que ya que faltaban méritos en nosotros para merecer su amor, hubiese dolores en ella, que despertasen su cariño. Esta es la mejor ocasión de tomar á María por Madre, cuando la muerte le ha quitado el Hijo, y el Hijo le ha negado el nombre de Madre; porque ahora nos admitirá de buena gana María por hijos, cuando carece de su Hijo, y ahora nos podernos atrever á llamarla Madre, cuando su Hijo la llama Mujer. ¿Quién se atrevería á llamar Madre á María, si Cristo no la llamara Mujer, para que nosotros la llamemos Madre? O ¿cómo admitiera otros hijos la Madre de Dios, si llamándola su Hijo Mujer, no mostrara, que gustaba de que tenga por hijos á los hombres?
Juan, luego que Cristo le dio por Madre á María, la miró como á tal, para servirla y acompañarla en su soledad: imitemos nosotros á Juan, y tomémosla por Madre, para acompañarla en sus penas, y servirla como verdaderos hijos, considerando, lo que nos pide el título de hijos de María, que es ser muy semejantes á nuestra Madre en todas las virtudes, y especialmente en la pureza y castidad: porque ¿cómo han de llamarse hijos de una Virgen, los que fueren deshonestos? ¿Cómo han de llamarse hijos de la que no tuvo culpa, los que estuvieren llenos de pecados? ¿Cómo han de llamarse hijos de la Madre de Dios, los que fueren enemigos del mismo Dios?
Particularmente hemos de acompañar á la Virgen en sus penas, con la consideración y meditación de ellas, ponderando lo mucho que padeció en la pasión de su Hijo, agradeciéndola, que quisiese padecer tanto por nuestro amor, y porque nosotros fuésemos redimidos; y compadeciéndonos de sus dolores: que son los fines porque se ha instituido esta fiesta.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.


ROMA, miércoles, 13 febrero 2008 (ZENIT.org).- Cinco cardenales han enviado una carta invitando a los purpurados de todo el mundo a unirse a ellos para pedir a Benedicto XVI que declare un quinto dogma mariano que «proclamaría la plena verdad cristiana sobre María».
El texto, dado a conocer la semana pasada, incluye la petición al Papa de proclamar a María «Madre espiritual de toda la humanidad, corredentora con Jesús Redentor, mediadora de todas las gracias con Jesús único mediador, abogada con Jesucristo en favor del género humano».
Los firmantes de la carta son cinco de los seis cardenales promotores del simposio internacional sobre la Redención mariana, celebrado en Fátima en 2005: Telesphore Toppo, arzobispo de Ranchi (India); Luis Aponte Martínez, arzobispo emérito de San Juan (Puerto Rico); Varkey Vithayathil, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly (India); Ricardo Vidal, arzobispo de Cebú (Filipinas); Ernesto Corripio y Ahumada, arzobispo emérito de Ciudad de México.
El cardenal Edouard Gagnon, fallecido en agosto pasado, era el sexto cardenal promotor de la conferencia de 2005. Fue presidente del Consejo Pontificio para la Familia de 1974 a 1990, cuando se retiró.
El secretariado de los cinco cardenales ha difundido la versión inglesa de la carta, que incluye una traducción y el texto original en latín del «votum», o petición, formulado en 2005 y presentado formalmente al Papa por el cardenal Toppo en 2006.
«Creemos –afirma la declaración– que es el momento oportuno para una solemne definición o clarificación sobre la constante enseñanza de la Iglesia respecto a la Madre del Redentor y su cooperación única en la obra de la Redención, así como su papel en la distribución de la gracia y en la intercesión por la familia humana».
Subrayando las preocupaciones ecuménicas, la petición añade: «Es muy importante [...] que las personas de otras tradiciones religiosas reciban la clarificación, al máximo nivel de auténtica certeza doctrinal que podamos proporcionar, de que la Iglesia católica distingue esencialmente entre el papel de Jesucristo, Redentor divino y humano del mundo, y la única pero secundaria y dependiente participación humana de la Madre de Cristo en la gran obra de la Redención».
El texto añade que el cambio sería «la máxima expresión de claridad doctrinal al servicio de nuestros hermanos y nuestras hermanas cristianos y no cristianos que no están en comunión con Roma».
La proclamación del quinto dogma mariano sería un «servicio de clarificación a las otras tradiciones religiosas y un proclamar la plena verdad cristiana sobre María».
«Esta iniciativa –añade la declaración– pretende también iniciar un diálogo mundial en profundidad sobre el papel de María en la salvación para nuestra época».
«Si este esfuerzo resultara coronado por el éxito, una proclamación sería un evento histórico para la Iglesia como quinto dogma mariano definido en su historia bimilenaria», afirman.
Según el cardenal Aponte Martínez, ha llegado «el momento de la definición papal de la relación de la Madre de Jesús con cada uno de nosotros, sus hijos terrenales, en sus papeles de corredentora, mediadora de todas las gracias y abogada».
«Proclamar solemnemente a María como madre espiritual de todos los pueblos quiere decir reconocer plenamente y oficialmente sus títulos y por tanto activar, reavivar las funciones espirituales, de intercesión, que ofrecen a la Iglesia para la nueva evangelización y para la humanidad, en la delicada situación mundial que vive actualmente», añade.

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