El Señor de los Milagros de Buga
En la piedad cándida de una india del siglo XVI está el origen de una de
las mayores devociones de Colombia y un gran santuario que atrae a los
continuas peregrinaciones
Eugenio Trujillo
A ochenta kms al norte de Cali, se encuentra la simpática y acogedora ciudad de
Buga y centro con mayor afluencia de peregrinos en Colombia: es el santuario
del Señor de los Milagros de Buga.
En
ella se venera la imagen, de tamaño natural, de Nuestro Señor Crucificado,
cuyos milagros frecuentes, desde el siglo XVI, marcaron profundamente a los habitantes de la región. Su historia se remonta a la conquista, algo
más de medio siglo después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo.
Entre
las familias colonizadoras, se destacaron los Fuenmayor como los verdaderos
fundadores de Buga. Como todos los colonos, por causa de las ordenanzas
reales, se vieron obligados a trabajar también por la evangelización de los
indios.
Había
en su casa un india ignorante, cuyo trabajo consistía en lavar la
ropa. Tenía un espíritu noble y escuchaba con devoción las clases de
religión. Ella maduró un profundo deseo de tener un bello crucifijo, y
resolvió guardar durante un buen tiempo el poco dinero que ganaba. Pensaba
comprar en Quito, ya famoso por los bellos y piadosos crucifijos que
allí tallaban.
Una
vez recigido el dinero necesario, una suma considerable para la época, fue a la
casa del vicario para que le ayudase con la encomienda. En el camino,
encontró una escena desgarradora. Un indio que conocía ,
encadenado, era llevado preso por no haber pagado la deuda de un prestamista. Conmovida por las lágrimas del prisionero, quien dejaría a su
familia sin sustento, la india resolvió compró su libertad, sin reservar nada
si.
Galardonada la generosidad de la India
Regresó
tranquila a su casa y se reanudó sus ocupaciones habituales, convencida de
haber hecho una obra de caridad más agradable a Dios que obtener aquel piadoso
y bello crucifijo que tanto deseaba. Como recoger de nuevo esa suma? No lo
sabía..
Un
día, mientras lavaba ropa en el río Guadalajara, que rodea la ciudad, vi un
objeto que flotaba, se hundió, reapareció brevemente y volvió a
desaparecer. Entrado en el agua, agarró el objeto y lo llevó a la orilla
del río. Al observarlo, reconoce conmovida que se trataba de un pequeño
crucifijo de madera que caía en sus manos como un regalo del Cielo.
Sin
comunicar a nadie el hecho, lleva el precioso hallazgo a su humilde morada,
le improvisa un altar con flores silvestres y lo venera por varios meses.
Una
noche, la despertó un ruido inusual. Llena de temor la piadosa indígena miró
hacia su crucifijo, y lo encontró de mayor tamaño. Había crecido!
El crecimiento milagroso continuó durante varios días, alcanzando el
tamaño de un niño de 10 años.
Aterrada
ante tal prodigio, la India recurrió a sus jefes, que le aconsejaron consultar
al vicario, a quien ya habían informado del hecho. La noticia pronto se
extendió por la región.
Así,
en medio del siglo XVI, comenzó una gran devoción popular al Crucifijo
milagroso. Los peregrinos venían a visitarlo continuamente, y los favores
celestiales manabam en abundancia.
Desfiguración y el nuevo milagro
Con
los años, la piedad indiscreta de algunos peregrinos -que arrancaban
pequeñas astillas del Crucifijo de madera para llevarlas consigo lo
dejaron totalmente desfigurado.
Un
siglo más tarde, mediante la determinación del obispo de Popayán, una comisión
del Santo Oficio examinó el Santo Cristo, y concluyó que, debido a su
apariencia deforme no era conveniente exponerlo a la veneración de los
fieles. Por lo tanto, debería ser quemado.
Un
sacerdote aragonés fue encargado de ejecutarlo el mandato. Conforme a las
buenas prácticas y prescripciones para el caso, el religioso mandó encender una
gran fogata en un lugar adecuado. Allí colocó el Crucifijo. Oh sorpresa! Las
llamas no lo consumían! La fogata ardió infructuosamente durante dos
días. El Crucifijo no sólo se resistió al fuego! Aumentó su tamaño hasta
alcanzar el porte de un hombre adulto! Además, recuperó las partes astilladas
por los fieles! Parecía una obra de arte!
fueron
curados cuando en ellos era aplicado aquel aceite.
Grandes multitudes visitan al Milagroso
Hasta
hoy, el Santo Cristo conserva el color de madera quemada, muy oscuro, casi
negro. La devoción que el pueblo le tributa en Colombia y en las naciones
vecinas hizo necesaria la construcción de un inmenso santuario, continuamente
visitada por miles de peregrinos en busca de favores para sus almas y sus
cuerpos.
Fuente:
http://catolicismo.com.br/materia/materia.cfm/idmat/9C7FF5F1-3048-560B-1C705D3243A24135/mes/Agosto1996
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