jueves, 31 de agosto de 2023

S A N T O R A L


SAN RAMÓN NONATO, CONFESOR


Fué san Ramón, catalán, del lugar de Portell, en la Manresana, hijo de padres nobilísimos, descendientes de las casas de Fox y Sarroy y emparentados por sangre y amistad con la de Cardona. Eran buenos cristianos, y en su casa hallaban remedio todas las necesidades de los pobres, gastando en obras de piedad buena parte de su hacienda. Díóles el Señor después de otros hijos, éste, que fué el último, para corona suya y de toda su casa y familia. Estando su madre preñada, en el último mes fué á la iglesia á confesar y comulgar, para disponerse al peligroso trance del parto: y volviendo á su casa, la asaltó de repente un accidente tan violento, que venciendo á todos los remedios que se le aplicaron, en breve le quitó la vida. Con la turbación de la familia, ó con la duda de si estaba verdaderamente muerta la madre, no se acordaron ó no quisieron abrirla para sacar la criatura, hasta que, pasadas veinte y cuatro horas, queriendo sepultar á aquella señora, Ramón, vizconde de Cardona, que había venido con la noticia de la desgracia, mandó que abriesen á la madre para sacar la criatura, contra el parecer de los médicos, que tenían por ociosa esta diligencia, afirmando que no podía estar la criatura viva en la madre muerta; porque el mismo accidente habría quitado las dos vidas, ó la madre habría muerto al hijo: pero apenas hicieron por un lado una pequeña herida, cuando el niño sacó el brazo como llamando la piedad de los presentes para que le sacasen de aquella cárcel, y primer albergue de la vida, en que iba á ser sepultado antes de empezará vivir. Sacáronle, haciendo mayor la herida; y fué tan grande la alegría de los presentes, viendo como resucitado al que tenían por muerto, que templó en gran parte el sentimiento por la muerte de la madre. Sucedió este maravilloso nacimiento (si nacimiento se puedo llamar), en el año de 1198, y aguardó su madre á subir al cielo, para dar á la tierra un varón que la había de ilustrar con su santidad, alumbrar con su doctrina y admirar con sus milagros: y quiso Dios que no naciese este niño, sino que fuese sacado del vientre de su madre, como libertado de la cárcel maternal; para mostrar desde luego que nacía para sacar á muchos de las mazmorras y cautividad de los moros, y porque debiese totalmente su nacimiento á la gracia y no á la naturaleza, y pudiese decirle al Señor con David: «Tú eres el que me sacaste del vientre de mí madre.»
Bautizaron luego al niño porque no se arriesgase la vida del alma en quien había tenido tan arriesgada la del cuerpo: fué su padrino el vizconde don Ramón, por cuyo respeto se llamó Ramón el niño, y después la voz común le díó el apellido de Nonat, que en lengua catalana es lo mismo que «no-nacido:» el cual nunca quiso mudar el santo, aunque ocultaba el apellido nobilísimo de su casa, por tener siempre en los oídos un recuerdo que le avisase de lo mucho que debía al Señor en su milagroso nacimiento. En teniendo uso de razón, empezó á pagar esta deuda huyendo con todo cuidado de los vicios y de los viciosos, e inclinándose á la virtud y á los virtuosos: con qué fué en la niñez y juventud, ejemplo á los de su edad, de modestia, humildad, mansedumbre, caridad, devoción, y principalmente de la castidad en que parecía ángel con carne, ó mancebo sin ella; porque su carne gozaba privilegios de espíritu, y su espíritu no sentía resabios de carne.
Tenía natural inclinación á las letras, y en las primeras que aprendió, mostró la prudencia de la abeja, que elige entre las flores para labrar su panal, y cogiendo las saludables, deja las nocivas; porque entre los poetas y autores profanos, huía de los obscenos, por no encontrar entre las flores de su elocuencia algún áspid que inficionase su pureza. Estudió después la filosofía y teología con tanto cuidado, que en poco tiempo se aventajó á todos sus condiscípulos, ayudando para ello su agudo ingenio, y el estar su alma tan llena de virtudes, que la disponían para habitación de su sabiduría.

Inclinóse Ramón al estado eclesiástico por atender solo al servicio divino, desembarazado de los cuidados del siglo; pero su padre no asintió á ello, diciendo, que las letras que le habían enseñado no eran para el ministerio clerical, sino para el adorno de su nobleza, y para tener ocupada su juventud, porque no se despeñase en los vicios de los mozos. Más como insistiese Ramón en su intento, y estuviese firme en su propósito, su padre, parte por divertirle, y parte por obligarle con la aspereza á lo que no podían persuadirle las razones, lo envió como desterrado á una alquería suya que tenía en la montaña, para que cuidase de la hacienda que allí tenia y cultura de sus campos. Obedeció Ramón: fuese á la montaña donde halló una ermita de San Nicolás, obispo, en que estaba una devota imagen de nuestra Señora. Nunca menos solo Ramón que cuando estaba solo; porque en la soledad le parecía que estaba mas con Dios, cuanto más apartado estaba de los hombres: en ella se daba mucho á la oración; y la Reina de los ángeles que estaba en la ermita, era el único asilo que tenía en todas sus necesidades y aflicciones, y particularmente después que mereció recibir un singularísimo favor de la Madre de Dios; y fué, que estando orando un día delante de su altar, le habló la imagen, y le dijo: No temas, Ramón; porque yo desde ahora te recibo por mi hijo, y podrás con toda confianza llamarme tu Madre, y acudir á mi patrocinio y protección. ¿Quién dirá cuánto fué el consuelo y alegría de Ramón al oír estas palabras? ¿Cuál su confusión de lo poco que había hecho, á su parecer, para merecer el nombre de hijo de María? ¿Cuál su deseo de servir al Hijo, para hacerse digno hijo de la Madre? Tomóla desde entonces, como el Discípulo por suya, para servirla con mayor cuidado que hasta entonces lo había hecho: cuidaba del aseo de la ermita, del adorno del altar, y del culto de la imagen, poniendo guirnaldas de flores en la cabeza de la Madre y del Hijo que tenía en sus brazos, y coronándola más de su gusto con el rosario que rezaba delante de ella lodos los días con mucha devoción, con que mereció recibir otros muchos favores de María santísima. Por darse á la oración y penitencia, sin testigos, se iba con el pastor que guardaba un poco de ganado cerca de la ermita; y enviando al pastor á otra ocupación, se encargaba de guardar el ganado: y sucedió muchas veces estar un ángel en forma visible guardando las ovejas, mientras el santo mancebo estaba orando en la ermita, de que fué alguna vez testigo su mismo padre.
Pasaron en este tiempo por la ermita de San Nicolás dos compañeros de san Pedro Nolasco, antes de fundar su religión, que andaban por la Manresana, pidiendo limosna para redimir cautivos. Informóse de ellos el santo mancebo acerca de los piadosos ejercicios de la congregación de la Misericordia, que san Pedro Nolasco había instituido en Barcelona, y se inclinó mucho á seguir este modo de vida; más la obediencia de su padre detenía sus pasos, y como hijo de la Virgen, no quería tomar estado, sin saber su voluntad: la cual le declaró la Virgen, después de otros favores, cuando ya había fundado san Pedro Nolasco su religión, mandándole que entrase en ella, y prometiéndole facilitarle la licencia de su padre por medio del vizconde de Cardona, como sucedió: porque entendiendo su padre, que Dios, y la Madre de Dios, le llamaban á la orden de la Merced, rogándoselo el vizconde de Cardona, dio á su hijo la licencia que deseaba, y su bendición; y él recibió el hábito con grandísimo gozo de su espíritu de mano de san Pedro Nolasco en el palacio real de Barcelona, que fué el primer convento que tuvo esta sagrada religión.
En vistiéndose Ramón el hábito de María, le pareció que se había vestido de nuevas obligaciones, y que, siendo ya hijo de María, por nuevo título estaba obligado á servirla con nuevo fervor y cuidado. Tomó por regla de sus acciones la vida de su santo padre, y primeros compañeros, procurando trasladar á su alma todo lo bueno que veía en ellos, con tanta codicia de adquirir virtudes, que en poco tiempo le miraban y admiraban los religiosos, como espejo de toda santidad, en que se miraban, como por reflexión, las virtudes de todos. Señalóse especialmente en la humildad, teniéndose él, y queriendo ser tenido de todos por el menor: en la obediencia, no contradiciendo á nada que le mandaban, y ejecutándolo todo con grande prontitud y voluntad: en la penitencia, no contentándose con los ayunos y asperezas de la orden, y añadiendo muchos su fervor, á quien toda le parecía poco, cuanto hacía por amor de Dios: en la oración, en. que se regalaba con el Señor todo el tiempo que podía: en la devoción de María, á quien acudía en todas ocasiones con la confianza de hijo á madre; y singularmente en la caridad con los cautivos, como verdadero hijo de esta religión de redentores. Toda su ansia y deseo era derramar su sangre y perder la vida por Cristo, y por la redención de los cautivos, y decía lo de san Pablo: Mihi vivere Cristus est, et morí lucrum: Deseo vivir en Cristo, y morir por Cristo; porque comprar tal muerte con la vida es logro, y yo no quiero más vida, que á Cristo, y la muerte es ganancia para mí.
Ordenóse de sacerdote por voluntad de la Virgen, y empezó á predicar por consejo de san Raimundo de Peñafort, con grande fruto de muchas almas, á las cuales sacó de los vicios con la eficacia de sus palabras. Ganó tanto crédito con su doctrina y ejemplo en Barcelona, y en toda Cataluña, que le llamaban comúnmente «el santo fraile» A él acudían los dudosos, por consejo: los afligidos, por consuelo: los necesitados, por remedio; y todos hallaban en él padre, maestro y consolador.
Envió san Pedro Nolasco a san Ramón en compañía del santo Fr. Serapio, primero á Argel, y después á Rugía, para redimir cautivos; y él iba muy alegre, con ¡as esperanzas que llevaba de derramar su sangre y morir por Cristo: y aunque no se cumplió entonces su deseo, padeció muchos trabajos en cumplimiento de su ministerio, y por ellos le dio el Señor la conversión de algunos judíos y moros, con los cuales disputó, y los convenció y ganó para la fé y religión cristiana. En volviendo á Barcelona, le envió san Pedro Nolasco á Roma por procurador general de su orden, para obtener de Gregorio IX que su religión profesase la regla de San Agustín. Alegróse mucho el sumo pontífice con su venida; porque luego conoció su grande santidad y sabiduría, y no menos fué estimado de los cardenales y prelados de la corte del pontífice: y habiendo conseguido lo que deseaba, y predicado en algunas ciudades de Italia, con mucho aplauso y fruto, se volvió a España, para dar cuenta á su santo padre de su legacía.


Luego fué nombrado redentor para Argel, que era ¡o que él más deseaba, y en aquel reino rescató muchos cuerpos del cautiverio de los moros, y muchas almas del cautiverio de los demonios, redimiendo á los que estaban en peligro de fallar á la fé, y confirmando en ella á los que no podía remediar. Faltóle el dinero para el número de cautivos que había rescatado: y enviando á su compañero con ellos, se quedó él en rehenes, en cumplimiento de su cuarto voto, gozosísimo por verse entre tantas ocasiones de padecer y morir por Cristo, como le prometían la barbaridad y crueldad de los moros, enemigos de Cristo y de los cristianos. Deseoso de ganar algunas almas para el Señor, y hallar la corona del martirio, disputaba frecuentemente con los judíos y moros, y les persuadía que recibiesen la fé; y fueron tan eficaces sus palabras, que convirtió diez judíos de los más principales y doctos en su ley, y á algunos turcos nobles, á todos los cuales bautizó el santo. Supo el pachá lo que pasaba, y determinó quitar la vida á san Ramón con muy crueles tormentos; y suspendiendo la ejecución de esta sentencia á ruego de los turcos, que habían dado sus cautivos en confianza, mandó que le diesen muchos golpes, azotes y bofetadas: todo lo cual sufría el santo con maravillosa alegría; y á los cautivos, que procuraban consolarle, decía: No hay para qué consolar con palabras al que Dios consuela con penas: ni necesita de consuelo, porque padece quién tiene su consuelo en el padecer. Tenédme envidia, no lástima; porque debajo de esta afrenta se esconde grande honra: estas penas ocultan grande dulzura, y en esta pérdida se halla mucha ganancia. Animaos vosotros á padecer por Cristo; y encontraréis el tesoro que se encierra en los tormentos padecidos por su amor. No se apagó el celo ardiente de san Ramón con las aguas de tantas tribulaciones; antes mas encendido, y con nueva sed, no solo de ganar las almas, mas también de hallar la corona del martirio, salía por las calles y plazas á predicar la fé de Cristo, confirmando en ella á los cautivos cristianos, y convirtiendo á los moros, á los cuales lavaba con las aguas del santo bautismo. Irritado de nuevo el pachá contra el santo, porque desobedecía á sus mandatos mandó que le llevasen desnudo por las calles públicas de la ciudad, para mayor afrenta y vergüenza, y le azotasen delante de todo el pueblo, y en la plaza mayor le barrenasen los labios con hierros encendidos, y pusiesen en su boca un candado de acero para que no pudiese hablar de la ley de Cristo. Todo se ejecutó, como el bárbaro lo había mandado, guardando él mismo la llave; pero en vano cerraron la boca del predicador de Cristo: porque cuando no podía predicar con la voz, predicaba con la paciencia, y la sangre, que corría de sus labios, era más eficaz para persuadir la fé, que las palabras de su boca, y con ella se animaban los cristianos cautivos, y los nuevamente convertidos, á ser constantes en la confesión de Cristo. Mandó el pachá que le encerrasen ó sepultasen, cargado de cadenas, en una oscura mazmorra; y san Ramón entró en ella, como si entrara en el paraíso: y cuanto más preso estaba el cuerpo, estaba más libre el espíritu, para volar á Dios, y hablar con aquella boca, que no pueden cerrar los candados, y aquellas palabras que no pueden aprisionar los hombres; y en la oscuridad, que cegaba sus ojos, esclarecía Dios con nuevas luces su entendimiento: y el santo estaba solamente con el cuerpo en la cárcel; porque el alma habitaba en el cielo, viviendo mas donde contemplaba, que donde animaba. Meditando un día en la pasión de Cristo, dándole gracias porque padecía algo por su amor, quedó arrebatado en un maravilloso éxtasis, en que duró mucho tiempo, hasta que viniendo los moros á abrir el candado para darle de comer, le hallaron arrobado, y con la mano derecha en alto, señalando en la pared unas letras, que parecieron escritas en ella por mano invisible, y decían aquello del profeta: Ne auferas de ore meo verbum veritatis: No quites de mi boca la palabra de verdad. Procuraron despertarle de aquel dulce sueño los guardias haciendo ruido; y él, abriendo los ojos, volvió en sí, diciendo: In æternum, Domine, permanet verbum tuum: Tu palabra, Señor, permanece para siempre: y luego al punto se cayeron los grillos y cadenas que aprisionaban su cuerpo, y el candado que cerraba sus labios. Atribuyeron los moros este milagro á arte mágica, y dándolo muchos palos, le volvieron a cargar de cadenas, y poner el candado en la boca, y de esta manera estuvo más de ocho meses, viniendo las guardas al tercer día á darle de comer, y renovando sus heridas con grandísimo dolor suyo, cada vez que le quitaban y ponían el candado. Propusieron los moros ocultar las maravillas de Dios; pero su misma admiración las descubrió, no cabiéndoles el secreto en el pecho, y llegaron á noticia de los cautivos cristianos, con que de nuevo se confirmaron en la fé, ¿Quién dirá cuánto padeció el glorioso san Ramón en los ocho meses que estuvo en esta cárcel, con la hediondez del lugar, el hambre y la sed intolerable, y las heridas que tan á menudo se repetían? No quiso Dios que muriese porque le guardaba para otras empresas de su gloria; pero quién le negará por eso la gloria de mártir: pues toleró, como dice el breviario romano, un largo y cruel martirio, y aunque faltó la muerte á su deseo; á quien padece por dar testimonio de la verdad, le pasa Dios por martirio todo cuanto padece, como afirma san Agustín.
Corrió la fama de san Ramón, y de su constancia y fortaleza, por toda África y Europa: llegó á Roma, y á oídos del sumo pontífice Gregorio IX: y como tenía tan conocida y experimentada su santidad y doctrina, desde que le trató y comunicó, siendo procurador general de su orden, le creó diácono cardenal del título de San Eustaquio, pareciéndole que ninguno merecía mejor aquella dignidad, que el que sobre tantas prendas había padecido tantos tormentos por la defensa de la fé. Llevóle la nueva su compañero, cuando volvió á África, y juntamente precepto de que se volviese á España, porque temían de su fervoroso celo, que se quería quedar en África para predicar la le, y los moros acabarían lo que habían comenzado, y le quitarían la vida, faltando el embarazo del interés, que hasta entonces los había detenido. Volvió á España el santísimo cardenal, y fué recibido en Barcelona con gran pompa, aun más por mártir vivo, que venía de padecer por Cristo, sobreviviendo á su martirio, que por cardenal de la santa Iglesia de Roma: y aunque el vizconde de Cardona, como pariente, le tenía prevenido palacio con moderada ostentación, como para un príncipe religioso; él se fué á su convento, y quiso más llevar á la celda la púrpura, que no que le sacase la púrpura de la celda que él tenía por cielo en la tierra. Con la celda conservó el hábito religioso, y con el hábito las virtudes de la religión; y depuesta la dignidad, se ejercitaba en todos los ejercicios de la orden, como si estuviese aun sujeto á la obediencia de las reglas: asistía al coro el primero; y en todas las regulares observancias no solo parecía religioso, sino novicio, en la humildad y fervor con que las ejercitaba. Murmuraban algunos que abulia demasiado la dignidad de cardenal, ocupándose en los oficios de religioso; y el santo, no haciendo caso de los dichos del mundo, respondía, que la modestia religiosa no disminuye, ni se opone á la dignidad cardenalicia; antes se hermanaban bien la humildad y la dignidad: porque la dignidad exalta a la humildad; y la humildad hace que no desvanezca la dignidad al que la tiene.

Yendo en un día lluvioso por una calle de Barcelona, encontró un pobre anciano, y medio desnudo, que traía descubierta la cabeza, y se venía mojando con el agua: y el santo movido á misericordia, no reparando en su autoridad, ni comodidad, se quitó el sombrero de cardenal que traía en la cabeza, y se le puso al pobre en la suya. Aquella misma noche recibió el premio de acción tan heroica; porque estando en altísima contemplación, vio un jardín, donde se paseaba una hermosísima Reina, que era María santísima, acompañada de un coro de vírgenes, la cual cogiendo flores, y tejiendo de ellas una corona, vino á san Ramón, y le dijo: Bien merece ser coronado con esta corona el que por amor de Cristo dio su sombrero al pobre. Rehusó el santo recibir la corona de flores, diciendo, que no quería en esta vida más premio que á Cristo: y luego se le apareció Cristo con corona de espinas en la cabeza, y sobre ella el sombrero que Ramón había dado al pobre; y tomando en la mano la corona de flores que había tejido su Madre, le dijo: Elige de estas dos coronas la que quieras: la de espinas que tengo en la cabeza; ó la de rosas que traigo en la mano. El santo cardenal, reservando entre el vizconde de Cardona la corona de rosas para el cielo, eligió acá la corona de espinas, y Cristo con sus manos le puso su corona de espinas en la cabeza: y en señal de que no había sido esto imaginación, padeció desde entonces un agudísimo dolor de cabeza toda su vida, que era para él de mucho gusto, porque padecía por Cristo, y le acordaba del favor que de su mano había recibido.

Llamó á Roma el papa Gregorio IX al santo cardenal, deseando tenerle cerca de sí, para ayudarse de su prudencia y sabiduría en el gobierno de la Iglesia: y el santo, como verdadero obediente, se puso luego en camino; pero llamóle Cristo á la gloria, cuando su vicario le llamaba á Roma; porque yendo á Cardona á despedirse de los vizcondes que se le rogaron; al tercer día que estuvo en su palacio, le dio una gravísima enfermedad: y conociendo que se acercaba su muerte, hizo llamar á algunos religiosos del convento de Barcelona, para morir entre sus hermanos. Pidió el sacramento de la eucaristía por viático, y deteniéndose mucho el sacerdote que se le había de traer, por providencia de Dios, que quería honrarle con un singular favor; viendo el santo que daba prisa su enfermedad, pidió al Señor que no le desamparase, ni negase aquel consuelo; y luego entró por la puerta de la pieza, donde estaba enfermo, una procesión de ángeles vestidos con él hábito de la Merced, con velas blancas en la mano, y detrás un varón venerable, que se creyó había sido Cristo, con ornamentos sacerdotales, y la custodia del Sacramento en la mano. En viendo la procesión el varón de Dios, se arrojó de la cama: y puesto á los pies de aquel eterno sacerdote, según el orden de Melquisedech, recibió de su mano su mismo cuerpo con grandísima devoción y dulzura. Solamente san Ramón mereció gozar de esta maravillosa visión; los demás vieron una grande claridad que cegaba sus ojos, para no ver á los ángeles, ni al santo cardenal, hasta que al salir la procesión, los vieron por las espaldas caminar hacia un río que estaba cerca, y pasar sobre el agua, sin haber barca ni puente; y luego desapareció la visión. Volvió el santo á la cama; y levantando los ojos y las manos al cielo con mucha devoción, y voz clara, dijo: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum; y luego entregó su espíritu en manos de su Criador, que para tan milagrosa vida le había hecho nacer milagrosamente, último domingo de agosto del año de 1240. Su rostro quedó tan hermoso, que causaba admiración y gozo á cuantos le miraban: su cuerpo con haber estado en tiempo tan caluoroso quince días sin sepultar, no daba mal olor, sino una fragancia y suavidad muy desemejante y superior á todos los olores de la tierra.

Fué innumerable el concurso de todos aquellos pueblos que vino á venerar el sagrado cadáver, y fueron muchas las maravillas que Dios obró en este tiempo para honra de su siervo, y provecho de los que se le encomendaban.
Movióse una piadosa contienda, que fué causa de tener tanto tiempo el cuerpo sin enterrar, y su religión, sobre el lugar donde había de ser sepultado, como suele en los tesoros que se hallan en alguna heredad; y cada parle tenía sus razones, y las esforzaba con la codicia de quedarse con tan precioso y rico tesoro. El vizconde de Cardona alegaba el parentesco, la amistad y el habérsele Dios traído á morir á su casa, en que ya parecía haber decidido por su parte: su religión alegaba ser su hijo, y su misma voluntad bien interpretada; pues á quien no sacó de la celda el capelo, no quería que le sacase del convento la muerte. Duró el pleito, hasta que le compuso el cielo por un modo maravilloso: porque el rey don Jaime, san Pedro Nolasco, y el obispo de Barcelona, por no agraviar á ninguna de las partes, ni dar sentencia en tan dudoso pleito, le remitieron á Dios, y mandaron poner el cuerpo en una caja sobre una mula ciega, y que le dejasen ir libremente adonde quisiese; y en donde ella parase, allí fuese sepultado. Hízose así: y la mula tomando el camino de Portell, pasó por la casa de los padres del santo, é hincó las rodillas delante de ella; y pasando adelante, llegó á la ermita de San Nicolás, obispo, donde el santo, siendo mancebo, había sido tan favorecido de Dios y de su Madre: y habiendo dado tres vueltas á la ermita, se paró á la puerta de ella; y en quitándole el santo cadáver, reventó para que no sirviese á otro uso la que había merecido traer tan sagrado cuerpo.
Sepultáronle en aquella iglesia, que desde entonces, mudando el título, se llamó San Ramón, y dentro de quince años se fundó allí un convento de nuestra señora de la Merced. En el camino sucedieron algunos prodigios muy singulares, con que el Señor testificaba la gloria de su santo. Uno fué, que yendo mucha gente acompañando el santo cuerpo con hachas y velas encendidas, levantándose en el camino un recio viento con lluvias; ni el agua, ni el viento apagaron las luces. Otro, que al pasar la procesión por los pueblos, se tocaban las campanas de las iglesias, sin que mano de hombre llegase á ellas. Fueron innumerables los milagros que Dios hizo por san Ramón, como lo testifican los votos de que se llenó la iglesia de su sepulcro, que parecía la casa de la salud y del consuelo: porque allí hallaban salud los enfermos, y consuelo los afligidos. Particularmente han experimentado su patrocinio las estériles, y las que estaban en peligroso parlo, alcanzando hijos, y teniendo felices partos por su intercesión.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

miércoles, 30 de agosto de 2023

S A N T O R A L



Santa Rosa de Lima

Y la vocación del Perú

«Nació Rosa en Abril, mes de las flores, y en Lima, que su azahar cambió en rubíes, pues por darla en la Patria más estima, no pudiendo en el Cielo, nació en Lima» (Don Antonio de Oviedo, Conde de la Granja).
Pablo Luis Fandiño

Rosa de Santa María, la primera flor de santidad del Nuevo Mundo, nació en
la Ciudad de los Reyes el 20 de abril de 1586. Fueron sus padres Doña María de Oliva, criolla limeña de ascendencia española, y Don Gaspar Flores, de familia de hidalgos españoles, el mejor “Gentilhombre de la Compañía de Arcabuzes de la Guarda deste Reyno”, que sobresalió tanto por sus hechos de armas como por su cultura (fue intérprete general del quechua para la Real Audiencia). 
Rosa fue bautizada en la iglesia de San Sebastián —donde recibió también el agua bautismal San Martín de Porres— con el nombre de Isabel, en atención a su abuela materna. Sin embargo, Santo Toribio de Mogrovejo, en el curso de una de sus legendarias visitas pastorales, al administrarle el sacramento de la Confirmación en Quives, movido por una inspiración sobrenatural le impondría el nombre de Rosa. Así la llamaba su madre, a raíz de un prodigio ocurrido a los tres meses de nacida. Estando en su cuna, al levantar el velo que la cubría para cerciorarse si estaba dormida, vio con asombro el rostro de la niña de tal manera transformado, que parecía una rosa hermosísima. 

Pasados los años se entristecía “de ver que la llamasen Rosa, por ser un nombre célebre, y de mucha hermosura y belleza”. Su actitud cambió cuando Gonzalo de la Maza le dio a leer la vida de la virgen franciscana Santa Rosa de Viterbo. Pero la situación quedó definitivamente zanjada cuando, estando ante la Virgen del Rosario, Nuestra Señora le dio a entender que su Hijo gustaba que se llamase Rosa y Ella, de Santa María.
A este respecto comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Tengo la impresión de que Santa Rosa de Lima se llamó Rosa por una coincidencia providencial. Y que ella es una rosa en el conjunto de los Santos del Perú, así como el Perú es una rosa en el conjunto de las naciones hispanoamericanas. Ella es un símbolo de una perfección espiritual, pero también un símbolo de la vocación del Perú”, que el gran líder católico resumía en la trilogía Grandeza–Señorío–Santidad.
Es precisamente la grandeza contemplativa, el sentido de la Causa católica en su conjunto, lo que más trasluce en la espiritualidad de Rosa.

Forjando su vocación

A la edad de cinco años se propuso jamás ofender a Dios mortalmente, hizo voto de virginidad y empezó a menospreciar las cosas del mundo. Fue virgen que, aunque tentada violentamente por el demonio —a quien llamaba “el sarnoso”— nunca le dio entrada, y para estas materias mortificó su cuerpo.
Llegada Rosa a la edad juvenil, la lucha por la santidad comenzó por donde menos debía esperarse y por donde más es de temerse. Su misma familia, y lo que sorprende más, su propia madre, fueron los que más encarnizadamente la combatieron. Las manifestaciones de la extraordinaria vida mística y ascética de su hija, doña María las achacaba a manías, ilusión o fanatismo devoto; y si recapacitaba, muy pronto la pasión y el mal humor que la dominaba volvían a cegarle, echando por tierra sus buenos propósitos.
“Una señora viuda muy rica, y muy noble ajustó con la madre de nuestra santa
el matrimonio de un hijo único que tenía; mas propuesto el contrato a Rosa, se
negó enteramente a ello, por estar entregada su virginidad al Dios de toda pureza;
de donde se originaron todas las persecuciones de su madre, y demás familia”
Desde muy niña Rosa había rogado a su divino Esposo le concediera tres favores: que sus penitencias no fuesen vistas; que las mercedes que Dios le hacía no fuesen conocidas por los hombres; y, que se mitigase el color de su rostro “porque no parecía sino una Rosa”.
Tuvo desbordante caridad para con sus prójimos, compadeciéndose de sus necesidades espirituales y materiales. Pero en particular se compadecía de las miserias públicas donde Dios Nuestro Señor era ofendido. Rezaba siempre por el estado de la Santa Iglesia Católica, por las almas del Purgatorio, por la conversión de los infieles y pecadores, y por la ciudad de Lima. También por sus padres espirituales y corporales, por las personas que se encomendaban a sus oraciones, y por las que tenía alguna obligación.
En más de una oportunidad la Providencia impidió que Rosa ingresara en alguno de los conventos de clausura que a la sazón comenzaban a poblar Lima. Así entendido, a los veinte años se hizo Terciaria Dominica con el nombre Rosa de Santa María. Para abstraerse del mundo, ayudada por su hermano Francisco, construyó con sus propias manos una ermita de adobe, que se conserva en el huerto posterior de la casa en que nació.

Desposorio místico

La santa limeña fue devotísima de la Virgen del Rosario, quien le enseñaba, consolaba y visitaba junto con su Santísimo Hijo. Su imagen, existente en la iglesia de Santo Domingo, cambiaba de rostro cada vez que le solicitaba algún favor y le significaba los sucesos futuros del reino. Fue a sus plantas que recibió una de las mayores mercedes que obtuvo del Cielo, el Domingo de Ramos de 1615. Los religiosos repartieron todas las palmas que habían bendecido y no alcanzó para Rosa, quien quedó entristecida; pero enseguida, volviéndose a la sagrada imagen, arrepintiéndose de tal sentimiento por cosa de tan poca importancia, pidió perdón y dijo: “Señora mía, no quiero palmas de hombres, espero recibir la que por intercesión vuestra me ha de dar mi Señor Cristo”. Y continuando en oración vio que el rostro de Nuestra Señora estaba alegrísimo y el del Niño más aún, el cual mirándola le dijo: “Rosa de mi Corazón, sé mi esposa”. La santa, humillándose grandemente respondió: “Señor aquí esta vuestra esclava”. Rosa iniciaba, así, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en el Perú.
Volvió a casa con este pensamiento y determinó hacer un anillo, señal del desposorio. Confidenciando esto con un hermano suyo, pidió que se grabase un corazón y un Jesús, a lo que su hermano completó: “Y una frase que diga: «Rosa de mi Corazón, sé mi esposa»”, lo que la llenó de gozo al ver que éste repetía las mismas palabras del Niño sin haberlas oído. Hecho el anillo, después de hacerlo colocar en el sagrario durante los días de Semana Santa, la mañana de Pascua lo recibió de manos del Padre Maestro Fray Alonso Velásquez. 

Defensora de la Eucaristía, misionera e hija ejemplar de la Contrareforma

Cuando los calvinistas holandeses se aproximaron a las costas del Callao en julio de 1615 cundió la alarma en Lima y mientras los frailes dominicos fueron a tomar las armas, el Santísimo Sacramento quedó sin protección alguna en la Iglesia de Santo Domingo. Entonces, Rosa, “convertida en leona” se remangó las mangas y cortó los hábitos “para con más ligereza poder subir al altar” proponiéndose “luchar y morir por el divino Sacramento”. 
Con frecuencia, decía Rosa a sus confesores: “Oh, quién fuese hombre, sólo para ocuparme en la conversión de las almas”, exhortando a los predicadores a la conversión de los indios idólatras. Y concertó con Fray Pedro de Loayza a que si él le daba la “mitad de las almas que por sus sermones se convirtiesen o enmendasen”, ella le daría la mitad “de todas cuantas buenas obras hiciese”. El celo catequizador la llevó al extremo —poco antes de morir— de adoptar un niño de un año para que tras haberlo educado fuese misionero.

Por eso, al fundarse en 1725 el convento franciscano de Ocopa, se tomó a Rosa por patrona. Este centro misionero amazónico materializaba el celo evangelizador de Rosa cuando ésta “ponía los ojos en los montes que ocupaban lo interior de la América, y sentía en sus entrañas que, pasadas las nevadas cumbres de aquellos ásperos collados y montañas inaccesibles, existían muchas almas que no conocían a Jesús”. 
Testifican los confesores de Rosa, que tuvo singular don del cielo para discernir espíritus y conocer, entre tantas revelaciones y visiones que tuvo, cuáles eran de Dios y cuáles eran del patrón “sarnoso”.

Oyendo decir a algunas personas que querían ir al Purgatorio por toda la vida, sólo por ver a Dios, Rosa decía que era algo bueno, pero que ella no quisiera sino ir luego al Cielo, que para esto la había creado Dios.
Santa Rosa defendiendo la Eucaristía, anónimo, escuela cusqueña, s. XVIII — Museo de Osma, Lima

Santa muerte y posterior glorificación

Desde que cayó enferma supo que se había de morir y así se lo decía a todos. Viendo llorar a su madre, María de Oliva, le dijo: “No llore, madre mía, ni derrame lágrimas, porque las lágrimas valen mucho y sólo por los pecados se han de derramar”. 
Los tormentos de la agonía final de Rosa repitieron la Pasión del Calvario. Sus dolores sobrenaturales se asemejaban a una lanza de fuego que la atravesaba de pies a cabeza. “Dónde estas Señor mío, bien mío, regalo mío; cómo no te veo” murmuraba Rosa en su lecho de muerte haciendo suyas las palabras de Cristo en la Cruz, para añadir después “cúmplase Señor en mí tu santísima voluntad”. Así llegó al último trance, para el cual toda la vida se había prevenido y diciendo: “Jesús, Jesús, sea conmigo” expiró y entregó su alma a Dios, en la madrugada del 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé. Al morir, su boca —como la de Cristo— estaba cubierta de sangre y su faz parecía “un vivo retrato de ... Nuestro Señor en la Cruz”. 
Tan sólo a la vista de su venerable cadáver, los pecadores se confesaban a voces llenando los “confesionarios de lágrimas” y las “casas de modestia”. “Desde unas frías cenizas, y unos áridos huesos, sin voz, y sin lengua mudos”, completa Mujica “esta santa fue el predicador más eficaz que trastocó los cimientos mismos de la sociedad, reformando las conciencias del reino, los trajes y costumbres de toda la ciudad”.
Su entierro fue apoteósico. Multitudes de gentes llenaron plazas, calles y azoteas. Concurrieron el Arzobispo Lobo Guerrero y los representantes del Cabildo de la Iglesia Metropolitana, los Magistrados y oidores de la Audiencia de Lima, que sólo hacían acto de presencia a la muerte de un virrey. Antes de ser sepultado, su venerable cadáver fue vestido seis veces por el fervor generalizado de obtener reliquias. Tenía su cuerpo yaciente una singular belleza. Rosa no parecía muerta sino dormida. Tras retirarse el arzobispo, y a pesar de la vigilancia, algún devoto “con ocasión de besarle los pies le arrancó un dedo con los dientes”. Los fragmentos de los hábitos, las hojas de palma de su túmulo, las partículas de su escapulario y velo, el polvo y astillas de su sepulcro y ermita, se repartieron por todo el Perú empezando a curar enfermedades y a obrar numerosos milagros.
Como fue previsto por Rosa, su ejemplo cundió, cinco años después de su muerte se fundó el Monasterio de Santa Catalina, y sobre el solar de su protector don Gonzalo de la Maza, donde se refugió de la persecución que desató su familia contra ella, se levantó más adelante el Monasterio de Santa Rosa de las Monjas.
Clemente X, en su Bula de Canonización (1671), puntualizaba cómo esta santa era “una Rosa de muy suave olor a Dios, a los ángeles y a los hombres... y la primera que el Nuevo Mundo ha de poner en el catálogo de los santos... y de tal manera le inflamó con el fuego de su caridad, que no sólo recreó con su olor, sino que brilló con luz esplendente en aquella parte de la Casa de Dios que estaba en las tinieblas, para que resplandeciese como el lucero de la mañana entre las tinieblas, como la luna en su plenitud en nuestros días y como el sol refulgente en perpetuas eternidades”.

El Perú está en deuda con la Patrona de América y las Filipinas

No es el Perú actual ni un pálido reflejo de aquel Perú que Santa Rosa de Lima anhelaba y por el que tanto oró y sufrió. En el campo espiritual se asemeja a un país que permanece católico apenas por influjo de la inercia. Materialmente aún no se ha logrado un monumento que perennice la memoria de nuestra santa como le es debido. Sus veneradas reliquias son constantemente profanadas por manos sacrílegas sin que se eleven voces de protesta, salvo aisladas, ni se efectúen actos de desagravio y reparación ante tan monstruosos hechos. 
Años atrás fue robado del Santuario de la Av. Tacna el anillo que la santa mandara forjar para simbolizar su desposorio místico con Jesús; y, más recientemente, afectado el relicario y sustraídas las piezas de valor que contienen sus restos y que sostenían su cráneo, en el altar de los santos peruanos al interior de la Iglesia de Santo Domingo.
Entierro de Santa Rosa, anónimo, escuela cusqueña, s. XVIII — Monasterio de Santa Rosa de las Monjas, Lima

Suscite Dios, con la intercesión de Santa Rosa y por las manos de María, en este mundo de impiedad vírgenes consagradas al Señor, que a ejemplo e imitación de esta alma de admirable santidad, alcancen para el Perú la Divina Misericordia y el remedio de los males que aquejan a nuestra Nación, de modo que la realeza de la Santísima Virgen llegue a ser un hecho entre nosotros. Es lo que pedimos de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora del Rosario.

Oración que rezaba Santa Rosa

(su confesor daba por seguro que era composición suya)


“Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador y Redentor mío, a mí me pesa de haberos ofendido, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas. Dios mío y verdadero esposo de mi alma y alegría de mi corazón, yo, os quiero amar, benignísimo Jesús, con aquel perfectísimo amor, eficacísimo amor, incontrastable amor, invencible amor, que todos los cortesanos del Cielo os aman, y más os quisiera amar, Dios de mi corazón y de mi vida. Quisiera amar, regalo mío, tanto como la Santísima Virgen os ama, y más os quisiera amar, salud y alegría mía y de mi alma. Quisiera amar tanto a vos, Dios mío, como Vos os amáis. Abráseme yo, consúmame yo, en fuego de divino amor, benignísimo Jesús”.
Obras consultadas.-
  • Fray Pedro de Loayza O.P., Vida de Santa Rosa de Lima, Ed. P. Joaquín Barriales O.P., Santuario de Santa Rosa, Lima, 1985.
  • Fray Victorino Osende O.P., Santa Rosa de Lima, La Pluma Fuente, Lima, sin fecha.
  • Ramón Mujica Pinilla, El ancla de Rosa de Lima: Mística y Política en torno a la Patrona de América, apud. Santa Rosa de Lima y su tiempo, Banco de Crédito del Perú, Lima, 1995.

Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-26-santa-rosa-de-lima-rosa-de-santa-maria-rosa-flores-de-oliva

martes, 29 de agosto de 2023

S A N T O R A L

LA DEGOLLACION DE SAN JUAN BAUTISTA

EL RELATO EVANGÉLICO

"En aquel tiempo envió Herodes y prendió a Juan y le metió en la cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe, con la cual se había unido. Porque Juan le decía: No te es lícito tener lia mujer de tu hermano. Y Herodías le acechaba y quería matarle, pero no podía. Pues Herodes sentía respeto por Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo: y le protegía y hacía muchas cosas que le oía y le escuchaba con gusto. Y, llegado el día oportuno, Herodes, para celebrar su cumpleaños, dió una gran comida a los príncipes y a los tribunos y primates de Galilea. Y, entrando la hija de la misma Herodías, bailó y agradó tanto a Herodes y a los convidados, que dijo el rey a la muchacha: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y la juró: Todo lo que me pidas te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino. Y, saliendo ella afuera, dijo a su madre: ¿Qué pido? Y ella le dijo: La cabeza de Juan Bautista. Y, habiendo entrado luego con presura al rey, le pidió diciendo: Quiero que me des al punto en un plato la cabeza del Bautista. Y se entristeció el rey; pero, por el juramento y por los demás convidados, no quiso contristarla; y, enviando a un guardián, le ordenó que trajese la cabeza en un plato. Y le degolló en la cárcel. Y trajo su cabeza en un plato. Y se la dió a la muchacha y la muchacha se la dió a su madre. Oído lo cual, fueron sus discípulos y recogieron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro".

ENSEÑANZA DE LOS SANTOS PADRES


Así, pues, terminó el mayor entre los nacidos de mujer, sin testigos, en la prisión de un tiranuelo, siendo víctima de la más vil de las pasiones y el precio de una bailarina. La Voz del Verbo prefirió morir a guardar silencio ante el crimen, aun en el caso de no tener esperanza de corregir al culpable; prefirió morir antes que renunciar a su libertad en hablar, aunque tuviese que vivir encadenado.
Hermosa libertad la de la palabra, según la expresión de San Juan Crisóstomo, cuando es en realidad la misma libertad del Verbo de Dios, cuando por ella no se interrumpe el vibrar aquí abajo de los ecos de los collados eternos. Entonces sí que es un escollo para la tiranía, a la vez que salvaguardia del mundo, de los derechos de Dios y del honor de los pueblos de los intereses del tiempo y de la eternidad. La muerte no puede triunfar sobre ella; al asesino impotente de Juan Bautista, a todos los que le quieran imitar, les repetirán mil bocas contra una, hasta el fln de los tiempos, en todas las lenguas y en todas partes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
"¡Grande y admirable misterio!, exclama por su parte San Agustín. Es necesario que él crezca y que yo disminuya decía San Juan, decía la Voz que personificaba a las voces que la precedieron anunciando como él a la Palabra del Padre encarnada en su Cristo. Toda palabra, en cuanto significa una cosa, permanece inmutable y una en la mente que la concibe, aunque puedan ser múltiples las palabras que la dan cuerpo externamente, las voces que la propagan, las lenguas a que se traduce. A quien conoce la palabra, las fórmulas y la voz resultan inútiles. Voz fueron los Profetas, voz los Apóstoles; voz en los Salmos, voz en el Evangelio.
"Pero llega la Palabra, el Verbo que existía en el principio, el Verbo que estaba en Dios: cuando le veamos como él es, ¿oiremos todavía recitar el Evangelio? ¿Escucharemos a los Profetas?.Leeremos las Epístolas de los Apóstoles? La voz desfallece cuando crece el Verbo... No quiere eso decir que en sí mismo el Verbo disminuya o aumente. Pero se dice que crece en nosotros cuando en realidad somos nosotros los que crecemos en El. Por consiguiente, las palabras son menos útiles a los que se acercan a Jesucristo, a los que hacen progresos en la contemplación de la Sabiduría; y es necesario que poco a poco vayan las palabras desapareciendo. De este modo va decreciendo el ministerio de la voz, a medida que el alma va acercándose al Verbo; por eso es necesario que Cristo crezca y que Juan disminuya. Eso indican también la degollación de Juan y la exaltación de Cristo en la Cruz, como vemos sucedió en sus fechas de nacimiento; pues, a partir del nacimiento de Juan disminuyen los días, y van aumentando desde la fecha del nacimiento del Señor".

LA ELECCIÓN DE ESTA FIESTA

Lección útil la que se da a los guías de almas por los senderos de la vida perfecta. Si, desde un principio, deben respetuosamente observar la acción de la gracia en cada una de ellas, para coadyuvar a la obra del Espíritu Santo y no imponerse a El; del mismo modo es necesario, que a medida que las almas progresan, eviten ellos el obstruir al Verbo con la abundancia de su propia palabra. Contentos entonces de haber conducido a la Esposa hasta el Esposo, saben decir con Juan: Es necesario que El crezca y yo disminuya.
Y ¿por ventura no nos insinúa la Liturgia una lección parecida, al verla en los días siguientes como moderando sus propias enseñanzas con la disminución del número de fiestas y la ausencia prolongada de las grandes solemnidades, que no reaparecerán ya hasta noviembre? No tiene otras pretensiones la escuela de la Liturgia sino de la de disponer al alma de modo más seguro y perfecto, mejor que ninguna otra escuela, al magisterio interior del Esposo. La Iglesia querría, como Juan, si fuese posible, dejar siempre hablar a Dios solo; al menos, ya hacia el fin del camino, la gusta ir moderando su voz, porque desea dar ocasión a sus hijos a que demuestren que saben escuchar dentro de sí mismos a Aquel que para ella y para ellos es el único amor. A los intérpretes de su pensamiento toca comprenderlo bien.
Este relato evangélico hace también notar lo extraordinaria que es la vocación de Juan. "Enseña al cristiano que debe confesar la verdad y saber morir por ella, aun en el caso de que su palabra no sea escuchada y a juicio de los hombres su muerte no sirva de nada. Dios puede malgastar de modo aparente sus bienes: todo es de Él; con sus profetas y sus santos, puede hacer gala de su soberanía absoluta; la verdad sólo necesita de nuestro testimonio".
La fiesta de la Degollación de San Juan Bautista puede considerarse como uno de los jalones del Año Litúrgico del modo que acabamos de exponer. Los griegos la tienen por fiesta de guardar. Se prueba su gran antigüedad en la Iglesia latina por la mención que de ella se hace en el Martirologio que llaman de San Jerónimo y el lugar que ocupa en los Sacraméntanos gelasiano y gregoriano. La muerte santa del Precursor sucedió cerca de la fiesta de Pascua; para honrarle con más libertad se escogió este día, que recuerda también el descubrimiento de su gloriosa cabeza en Emesa.

LAS RELIQUIAS

De Maqueronte al otro lado del Jordán, en donde su maestro consumó el martirio, los discípulos de Juan llevaron su cuerpo a Sebaste, la antigua Samaría, fuera de las fronteras de Antipas; pues era urgente librarle de las profanaciones que Herodías no escatimó a su augusta cabeza. La venganza de la desgraciada no se consideró, en efecto, satisfecha hasta que pudo clavar un alfiler de su cabellera, en la lengua que no había temido reprocharla su desvergüenza. En tiempo de Juliano el Apóstata, los paganos quisieron completar su obra, al invadir el sepulcro de Sebaste para quemar y dispersar los restos del Santo. Pero este sepulcro vacío continuaba siendo el terror de los demonios, como lo confirmaba Santa Paula religiosamente conmovida unos años más tarde. Salvada la mayor parte de todas estas preciosas reliquias, se extendieron por Oriente. Principalmente en la época de las Cruzadas vinieron a nuestras regiones, donde son la gloria de muchas iglesias.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer