LA ASUNCION DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA
Hoy celebramos en un día tres fiestas de Nuestra Señora debajo del título de la Asunción: una es la de su felicísimo tránsito, cuando su bendita alma, dejando el cuerpo en la tierra, voló al cielo; otra es, cuando poco después se juntó, y se reunió la misma alma con el cuerpo, y con inefable gloria subió al cielo; la tercera es de su coronación por Reina de los Ángeles, y Señora del universo. |
La Asunción de Nuestra Señora es una de nuestras
solemnidades litúrgicas más alegres.
"Gaudent Angelí! Gaudete, quia cum Christo
regnat"
La Iglesia del Cielo y la de la tierra se unen a la
dicha infinita de Dios que acoge y corona a su Madre. Ambas a dos celebran con amor
la alegría virginal de la que entra, ya para siempre, en el mismo gozo de su
propio Hijo.
Ángeles y santos se apresuran a aclamar a su Reina,
mientras la tierra se regocija también de haber dado al Cielo la joya más
brillante.
GLORIFICACIÓN DEL ALMA DE NUESTRA SEÑORA
Hoy es el "día natal" de Nuestra Señora, en
el cual celebramos al mismo tiempo el triunfo de su alma y el de su cuerpo.
Detengámonos un instante ante esta glorificación del espíritu, tal vez menos
advertida por ser común a todos los Santos. La entrada del alma de María en la visión
beatífica es un hecho de un esplendor y de una riqueza que arroja una luz
incomparable sobre nuestras más altas esperanzas. Cierto que no nos podemos
figurar la belleza de esta suprema "revelación", donde la mirada tan
pura ya y tan penetrante de la más perfecta de las criaturas se ha dilatado
repentinamente ante un abismo de Belleza infinita. Intentemos al menos, con la
ayuda de la gracia divina, levantar nuestros pensamientos hacia la cumbre,
misteriosa todavía para nuestra vista, en la cual se realiza este prodigio.
¡Regocíjense los Ángeles! ¡Regocijaos vosotros porque
ella reina con Cristo!
Y, efectivamente, bien se la puede llamar cumbre, ya
que es el término de un constante y largo subir. Llena de gracia en el instante
mismo de su Concepción, la Inmaculada no cesó nunca de crecer en este mundo ante
el Altísimo.
La Anunciación, Navidad, el Calvario y Pentecostés han
jalonado ese crecimiento extraordinario.
El amor virginal y maternal se ha enriquecido y elevado en cada una de esas etapas, tendiendo hacia una cima a la que ninguna otra pura criatura podrá llegar nunca. La luz de gloria que de repente invade al alma de María y la hace ver en toda su magnificencia las grandezas de su Hijo y su propia dignidad maternal, sobrepuja también, y con mucho, a la gloria de todos los Ángeles y de todos los Santos.
Después de la santa Humanidad de Cristo, sentado a la
diestra del Padre en el Santuario de la Divinidad, no hay nada en el mundo tan
perfecto como esta alma maternal, radiante de pureza, de beldad, de ternura y
de alegría: Beata Mater!Esta entrada triunfal en la eterna Bienaventuranza ¿hará
posible en el alma de María un nuevo crecimiento? En cuanto a ella misma, no: todo
se ha cumplido de manera perfecta; no es posible crecer en la Eternidad.
Totalmente abierta a los esplendores del Verbo, Hijo suyo, en el alma de María
se realizan por fin de modo acabado todas las exigencias de su vocación
sublime. Su alma es el alma de una Madre de Dios perfecta.Pero María sólo tuvo por Hijo a Jesús. Madre de Dios
Salvador, lo es también de todos los que vayan a beber en las fuentes de la
salvación. Su maternidad de gracia irá amplificándose hasta el fin del mundo.
El alma de María ve en la luz beatífica a todos sus hijos y todos los designios
de Dios sobre cada uno de ellos: pronunciando un fiat a impulsos del amor, da su
consentimiento a esta universal Providencia, en la que, por disposición divina,
su propia intervención no tiene límites.
De esta manera se une al Sumo
Sacerdote que no cesa un instante de implorar en nuestro favor la Misericordia
del Padre. Su oración consigue para la Iglesia de la que es figura y dechado,
una Asunción permanente hasta que se logre de un modo definitivo la
"plenitud" del Cuerpo Místico. Mientras llega esa apoteosis, el alma
bienaventurada de María, "emplea su cielo en hacer bien en la
tierra", mejor que cualquier otro santo. Demos, pues, libre curso al
entusiasmo de nuestra alegría. A nuestra confianza filial añadamos la gratitud.
Celebremos dignamente a nuestra Abogada, Mediadora y Madre, que ocupa el puesto
de Reina junto al trono del Cordero.
fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
No hay comentarios:
Publicar un comentario