SAN BARTOLOMÉ, APOSTOL
El Evangelio de San Juan, desde sus primeras páginas,
nos presenta al Apóstol cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Su verdadero nombre
es Natanael, que significa don de Dios. Más parece que por costumbre se le
designaba únicamente con el nombre de Bartolomé, que quiere decir hijo de
Tolmai. Natanael fué verdaderamente un don de Dios para los innumerables
paganos a los que, con peligro de su vida, llevó la buena nueva de la salvación.
LA VOCACIÓN DE SAN BARTOLOMÉ
Formó parte del grupo de los cinco Apóstoles
privilegiados que Jesús reunió antes de comenzar su vida pública y que fueron
testigos de su primer milagro.
Jesús, en efecto, estando todavía cerca del lugar de
su bautismo, había retenido junto a si a Juan y a Andrés, que el Bautista le
había enviado; a Pedro, llevado por su hermano, y a Felipe, a quien había
llamado Él mismo. Y parece que fué entonces, de camino para las bodas de Caná,
cuando Felipe, ardiendo ya en el deseo de ganar almas a Jesucristo, presintió
la vocación de su amigo Natanael, a quien, en viéndole, habló del Mesías en
estos términos: "Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley
y los profetas, a Jesús, Hijo de José de Nazaret".
Esta profesión de fe, tan sencilla pero tan firme, no
llegó a convencer al piadoso Natanael, aunque procedía de un amigo en quien no
podía tener duda. El nombre de Nazaret le disgustó. Nazaret era una pequeña
ciudad de mala fama. Escéptico, respondió: "¿Puede salir algo bueno de
Nazaret?" Felipe entonces tuvo el arranque de todo verdadero discípulo de
Jesús. En vez de entrar en discusiones, invitó a su amigo a juzgar por sí
mismo: "Ven y verás". Ningún corazón recto que encuentre a Jesús
puede permanecer indiferente. Al momento queda conquistado. Los Apóstoles mejor
que nadie lo pudieron comprobar. Sabían que su actividad para nada valía si no
iba acompañada de la de Cristo. No hay hombre que pueda hacer nacer la fe
sobrenatural o el amor divino en el corazón de otro hombre. Eso es obra de Dios
solo. El Señor es el único autor de la gracia. Únicamente pide a los Apóstoles
que le traigan las almas y Él las hará hijas de Dios. El Apóstol, servidor
dócil y fiel, desaparece humildemente ante su Maestro. Sabe que una vez que ha
dicho: "Ven y verás", ha cumplido todo su ministerio.
EL
ACTO DE FE DE SAN BARTOLOMÉ
El amigo de Felipe,
tocado ya en el fondo de su corazón por la llamada del Padre "que lleva
las almas al Hijo" y preso de una profunda conmoción, se acercó a Jesús. Y
Jesús, al verle llegar, le saludó jubilosamente: "He aquí un verdadero
Israelita, en quien no hay dolo". ¡Magnífica declaración de parte del
Supremo Juez, cuya mirada penetra los más íntimos repliegues de las conciencias!
Por entonces, téngalo presente el lector, la casuística farisaica había
cambiado en muchos puntos la moral natural y había convertido a los Judíos en
ergotistas, falsos, hipócritas; por lo cual, la lealtad profunda de Natanael
era ya una virtud rara en el pueblo de Dios. Y se explica la explosión de
alegría en el Mesías al encontrar, en medio de su pueblo corrompido, un
verdadero Israelita.
Pero Bartolomé era
además un alma humilde. Aquel elogio público y repentino le asustó; tal vez
hasta le desagradó. Buscó el modo de aminorarle discutiendo su verdad:
"¿De qué me conoces?", replicó; ¿cómo puedes saber lo que valgo? Y
Jesús, mirándole con una mirada divina y humana que penetraba en lo más hondo
de las almas para saciarlas en su sed de Dios, le respondió sencillamente:
"Antes de llamarte Felipe, cuando estabas bajo la higuera, te vi".
Misteriosa respuesta
que sólo podía darla el que lee en las conciencias. La continuación del diálogo
nos deja entrever a qué preocupaciones secretas de Natanael debió de responder
el Señor. Poco antes, oculto en la sombra de una higuera, Bartolomé se había
puesto en oración. Como buen Israelita, había pedido a Dios que salvase a su
pueblo de la esclavitud y cumpliese la profecía de Daniel enviando al
"Hijo del hombre", a quien el profeta habla visto caminar sobre las
nubes, rodeado de Ángeles, y a quien se le había dado "el señorío, la
gloria y el imperio" sobre todos los pueblos, por toda la eternidad. Había
también pedido la venida tan deseada del verdadero rey de Israel. Entonces, en
contacto con el Señor, a la mirada divina de sus ojos, se sintió comprendido y
atendido en las pocas palabras de su respuesta. Su primera duda se desvaneció
para dar lugar al borbotar de la fe y del amor, y de lo más profundo de su ser,
exclamó entregándose por completo: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú
eres el Rey de Israel". Esta es la gloria auténtica de San Bartolomé. Nos
dió un ejemplo de fe cristiana, aun antes que el mismo San Pedro, si bien es
cierto que de una manera menos solemne y menos completa. Su espontaneidad, su
arranque, a la vez que la delicadeza de su docilidad a los primeros toques de
la gracia, todo nos revela un alma entregada totalmente a la voluntad divina. Y
Jesús recompensó al instante la fe de Natanael con magnificas promesas.
"¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Verás cosas
mayores". Y, en efecto, presenciará los milagros de la vida pública del
Mesías, en su predicación, en su resurrección y en su ascensión. Luego,
volviéndose Cristo hacia los otros discípulos y dirigiéndose en ellos a todos
los que después habían de creer en Él, añadió: "En verdad, en verdad
os digo que veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando
sobre el Hijo de hombre". Jesús afirmaba así bien claramente que Él era el
Mesías esperado. Cupo, pues, a San Bartolomé, el insigne privilegio de dar
origen con su acto de fe al primer testimonio que el Mesías dió de sí mismo y
que nos ha conservado el Evangelio.
Luego de haber
referido circunstanciadamente la vocación de Natanael, las Escrituras no
vuelven a decir nada de este Apóstol; pero lo dicho es bastante para hacerle
amar y, por eso, la Iglesia celebrará con gratitud su memoria hasta el fin de
los tiempos.
San Bartolomé - Duomo de Milán
VIDA
San Bartolomé era oriundo de Caná de Galilea, compatriota de San
Simón y amigo de San Felipe. Los Evangelios dicen poco de él: se sabe tan sólo
que tomó parte en la última pesca milagrosa, después de la resurrección del
Señor. Desplegó su apostolado en Armenia y probablemente en Persia también. Tal
vez de aquí llevasen sus discípulos más lejos su predicación, esto es, a
Etiopía y aún a las Indias. Tradiciones antiguas afirman que murió desollado
vivo y que fué decapitado por orden de un rey pagano. En el siglo VI se
encuentran sus reliquias en Daras, en Mesopotamia. En el IX se veneran en
el mediodía de Italia: primeramente en Lipari y luego en Benevento. Por fin, en
el siglo XI, se las trasladó a Roma. San Bartolomé es el patrón de Armenia. En
Occidente también le reconocen por patrono las corporaciones de carniceros,
curtidores y encuadernadores.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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