SANTA ELENA, EMPERATRIZ

Andando el tiempo, los emperadores Diocleciano y Maximiano, renunciaron el imperio en un mismo día, el uno en Milán, y el otro en Nicomedia: y nombraron Diocleciano á Galerio Maximiano, y Maximiano Hercúleo, su compañero, á Constancio Cloro, por Césares y gobernadores del imperio: pero fué con condición, que Constancio repudiase á Elena, su legítima mujer, y se casase con Teodora, hija de la mujer de Maximiano; y así lo hizo Constancio, dado que con mucho pesar y disgusto suyo, porque amaba á Elena: mas hízolo por asegurar el imperio y excusar otros inconvenientes.
Dejó Constancio, cuando murió, por sucesor de su imperio (aunque tenía otros hijos de Teodora) á Constantino, su hijo, y de Elena, su primera mujer: y Constantino, favorecido de Dios, por virtud de la Santa Cruz, vino á ser señor absoluto, y monarca de todo el imperio romano, por los caminos y rodeos que refieren las historias eclesiásticas y profanas; y yo los dejo, por no ser propios de la vida de santa Elena, que pretendo aquí escribir: de la cual dice San Paulino, que fué cristiana aun antes que el emperador Constantino, su hijo, se convirtiese á nuestra santa religión, y fuese bautizado de mano de San Silvestre, papa; y que ella también le ayudó por su parte para que con tanta piedad y magnificencia edificase suntuosos templos á Cristo nuestro Redentor, y amplificase su santo nombre.
Alteráronse mucho los
judíos, y quisieron revolver el mundo cuando vieron que aquel, á quien sus
padres habían crucificado, era tenido y adorado del mismo emperador y de los
grandes de su imperio, por verdadero Dios y Señor de todo lo criado:
pretendieron rebelarse, y no les valió: porque fueron castigados severamente
del emperador Constantino. Y no solo con las armas, sino con las letras y
disputas, pretendieron oscurecer la gloria de Jesucristo, y persuadir á Santa
Elena y al emperador, su hijo, que habiendo de mudar de religión, debían tomar
la de los judíos, tan noble y tan antigua, y dada del mismo Dios, y confirmada
con tantos milagros y prodigios divinos; y no la de un hombre, que por
revolvedor (como ellos decían) y alborotador de los pueblos, había sido muerto
en un palo entre dos ladrones. Para sosegarlos, se dio orden que viniesen á
Roma los más insignes letrados de los judíos, y que disputasen con San
Silvestre acerca de la religión suya, y de los cristianos; y así se hizo: y el
santo pontífice, en presencia del emperador y de su madre, los convenció y
confundió de tal manera, que no supieron que responder, ni más hablar: y con
esto nuestra santa fé quedó victoriosa, y cada día iba creciendo y propagándose
más: y Santa Elena se halló con el emperador, su hijo, en un concilio romano,
que le celebró San Silvestre, y firmó los decretos y leyes que en él se habían
establecido.
Después que en Nicea se celebró aquel famoso y universal concilio de los
trescientos diez y ocho obispos, y se condenó en él la perversa doctrina del
malvado Arrío, y de sus secuaces (que fué el año del Señor de 325), tuvo Santa
Elena revelación del cielo de ir á Jerusalén, y visitar aquellos santos
lugares, consagrados con la vida y muerte de Cristo nuestro Salvador, y buscar
en ellos el estandarte glorioso de la cruz, con que él había vencido al enemigo
del linaje humano y triunfado de todo el poder del infierno. Fué la santa
emperatriz, cargada de años, con grandes ansias de hallar tan precioso tesoro y
manifestarle al mundo: y aunque al principio tuvo muchas y grandes dificultades,
al cabo el mismo Señor, que la guiaba, le cumplió sus deseos, y le descubrió
aquella joya preciosísima y digna de toda reverencia, que buscaba, y con nuevos
y evidentes milagros declaró ser aquella la misma cruz, en que él muriendo nos
dio la vida. De la cruz y de los clavos, con que nuestro Redentor había
sido enclavado, hizo santa Elena lo que dijimos más largamente el día de la
Invención de la Cruz.
La cual invención de
la Santa Cruz fué de grande provecho para toda la Iglesia católica; porque con el
favor de una princesa tan grande y tan poderosa se alentaron los cristianos, y
se reprimieron los infieles; y el emperador Constantino se confirmó más en sus
buenos propósitos; y la devoción y veneración del madero santo se comenzó á
extender y propagar, y nuestra santa religión á florecer por todas las partes
del mundo. Y la bienaventurada emperatriz, no contenta con lo que había hecho,
hizo otras dos cosas en Jerusalén, dignas de su rara piedad, devoción y
humildad: la una fué mandar edificar un suntuoso templo junto al monte
Calvario, donde había hallado la Santa Cruz: otro en la cueva de Belén, donde
nació el Verbo eterno, vestido de nuestra carne mortal; y el tercero en el
monte Olívete, en el lugar de la ascensión del Señor: los cuales templos dotó y
enriqueció de muchos y preciosos dones: la otra cosa que hizo santa Elena fué,
que visitó los monasterios de vírgenes y personas dedicadas á Dios, con tanta
modestia y abatimiento de su imperial persona, que ella misma, vestida
pobremente, cuando comían les daba aguamanos, y de beber, y les llevaba los
platos, y les servía de rodillas: y siendo reina del mundo, y madre del
emperador, trataba con ellas, como si fuera su criada; porque ellas eran
criadas y esposas de su Señor.
Habiendo, pues, la santa emperatriz recreado su espíritu con la memoria é
insignias de nuestra redención, y puesto en aquellos sagrados lugares, como
trofeos de la religión cristiana, tan ricos y suntuosos templos, y edificado y
llenado con la admiración de su vida á todos los moradores de aquella santa
ciudad, se despidió de ella, no sin ternura y lágrimas: con las mismas anduvo
por los otros lugares y provincias que habían sido santificadas por el Hijo de
Dios, mandando edificar iglesias, oratorios y capillas, y adornándolas y proveyéndolas
de todo lo necesario para el culto divino. Niceforo en su Historia, en el lib.
VIII, cap. 30, dice, que por su orden y magnificencia se hicieron treinta
iglesias en Jerusalén, y otras partes: y lo mismo hizo pasando por algunas
ciudades de Oriente, las cuales ilustró y alegró con su presencia,
enriqueciendo á muchos hombres principales, que por haber perdido sus
haciendas, se hallaban en necesidad, y repartiendo largas limosnas á los
pobres, y sacando á los presos de la cárcel, y dando libertad á los que estaban
desterrados, ó condenados á sacar piedras y metales; consolando y remediando á
todos los afligidos, como señora soberana y madre benignísima.
Volvió á Roma: y
siendo ya de ochenta años, llena de santas obras y merecimientos, estando
presente el emperador Constantino, su hijo, y sus nietos, después de haberles
dado muy santos consejos, y su bendición, libre ya y suelta de la flaqueza de
la carne, voló su espíritu al cielo, para gozar eternamente del fruto y gloria
de la cruz, que ella con tanta ansia había buscado y hallado. Su muerte fué á
los 18 de agosto, en que la Santa Iglesia la celebra; aunque el año en que
murió no se sabe de cierto. El cuerpo de Santa Elena fué enterrado con imperial
solemnidad y aparato en la iglesia de los santos mártires Pedro y Marcelino, en
una arca de pórfido: y hay autores que escriben que pasados dos años se
trasladó á Constantinopla; pero esto no es cierto: y Sigisberto dice, que de
Roma fué llevado ó Francia: mas hoy en día se muestra en Venecia el cuerpo de
Santa Elena.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario