domingo, 30 de abril de 2023

S A N T O R A L

SAN PIO V, PAPA Y CONFESOR

LUCHA CONTRA LA HEREJÍA

La vida entera de Pío V fué una lucha. En los tiempos turbulentos en que fué nombrado Papa, el error invadía gran parte de la cristiandad, y amenazaba la restante. Astuta y flexible en los lugares en donde no podía extender su audacia, codiciaba Italia; su ambición sacrílega era derribar la Silla Apostólica, y llevar para siempre a todo el mundo cristiano a las tinieblas de la herejía. Pío, defendió con abnegación inquebrantable la península amenazada. Antes de recibir los honores del Pontificado, expuso, con frecuencia, su vida para preservar a las ciudades de la seducción. Imitador del mártir Pedro, jamás retrocedió en presencia del peligro, y en todas partes los emisarios de la herejía huían de su presencia. Puesto en la silla de San Pedro supo infundir en los innovadores un terror saludable, reanimó a los soberanos de Italia y con rigores moderados, rechazó más allá de los Alpes, el azote que habría destruido el cristianismo de Europa, si los Estados del Mediodía no le hubiesen opuesto una barrera infranqueable. La herejía se detuvo. Desde entonces, el protestantismo, obligado a consumirse en sí mismo, ofrece el espectáculo de esa anarquía de doctrinas que habría desolado el mundo entero, sin la vigilancia de un pastor, que sosteniendo con celo indomable a los defensores de la verdad en todos los Estados donde reinaba, se opuso como muro de bronce a la invasión del error en las comarcas donde dominaba.

LUCHA CONTRA EL ISLÁM

Aprovechando las divisiones religiosas de occidente, otro enemigo amenazaba a Europa, e Italia iba a ser su primera presa. Salida del Bósforo, la flota Otomana se dirigía contra la cristiandad; y hubiera ésta sucumbido si el enérgico Pontífice no hubiera velado por la salvación de todos. Da la voz de alarma, llama al combate a los Príncipes cristianos. El Imperio y Francia, dividida por las sectas de la herejía naciente, oyen el llamamiento pero no responden; solamente España junto con Venecia y la pequeña flota del Papa oyen la voz del Pontífice y pronto la cruz y la media luna se encuentran frente a frente en el golfo de Lepanto.
Las oraciones de Pío V decidieron la victoria en favor de los cristianos; cuyas fuerzas eran menos numerosas que las de los turcos. Su memoria la celebraremos en octubre, en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Pero hay que recordar hoy la predicción que hizo el Santo Papa en la tarde del gran día 7 de octubre de 1571. Desde las seis de la mañana hasta la noche se sostenía la lucha entre las flotas cristiana y musulmana. De pronto, el Pontífice, movido por un impulso divino, miró fijamente al cielo; luego guardó silencio durante unos momentos y volviéndose a los que estaban presentes dijo: "Demos gracias a Dios; la victoria es de los cristianos." Muy pronto corrió por Roma la noticia y toda la cristiandad supo que un Papa había salvado una vez más a Europa. La victoria de Lepanto dió un golpe mortal al poder otomano para no levantarse jamás; la era de su decadencia comenzó en este glorioso día.

EL REFORMADOR

Los trabajos de San Pío V por la mejora de las costumbres cristianas, la imposición de la disciplina del concilio de Trento; la publicación del Breviario y del Misal reformados, han hecho de sus seis años de pontificado una de las más fecundas épocas de la historia de la Iglesia. Muchas veces los protestantes se han inclinado con admiración en presencia de este adversario de su pretendida reforma. "Me admiro, decía Bacón, de que la Iglesia romana no haya canonizado aún a este gran hombre." Pío V, efectivamente no fué puesto en el catálogo de los santos sino a los ciento treinta años de su muerte: tan grande es la imparcialidad de la Iglesia romana cuando se trata de otorgar los honores de la apoteosis incluso a sus más venerables jefes.

LOS MILAGROS

La gloria de los milagros decoró desde este mundo al virtuoso Pontífice; recordemos aquí sus dos prodigios más populares. Atravesando un día, con el embajador de Polonia, la plaza del Vaticano que se extiende sobre lo que fué en otro tiempo Circo de Nerón, se siente entusiasmado por la gloria y valor de los mártires que padecieron en este lugar durante la primera persecución. Se inclina y coge un puñado del polvo de este campo de mártires, pisoteado por tantas generaciones después de la paz de Constantino. 
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Cuerpo incorrupto de San Pio V - Basílica de Santa María la Mayor
Pone este polvo en un lienzo, que le presenta el embajador, y cuando este lo abre, al volver al palacio, lo encuentra empapado de sangre tan roja que parecía haber sido derramada en aquel momento. La fe del Pontífice había evocado la sangre de los mártires, y esta sangre reaparecía a su llamada, para atestiguar en presencia de la herejía que la Iglesia romana del siglo XVI era aquella misma por la que estos héroes habían dado su vida en los tiempos de Nerón.


fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer 
Tomo III pag. 787 y siguientes

sábado, 29 de abril de 2023

S A N T O R A L

SANTA CATALINA DE SIENA, VIRGEN

LA MÍSTICA

Santa Catalina de Siena¿Quién se atreverá a emprender la tarea de contar los méritos de Santa Catalina o de enumerar siquiera los títulos de gloria  de que está rodeada? Se encuentra entre las primeras filas de las esposas de Jesús. Como virgen fiel se unió al Esposo divino desde sus tiernos años. Su vida, consagrada por tan noble voto, se deslizó en el seno de la familia, hasta que estuvo preparada para cumplir la alta misión a que la destinaba la Providencia divina. El Señor, que quería glorificar por ella el estado religioso la  inspiró unirse por medio de la profesión a la orden tercera de los Frailes Predicadores. Tomó su hábito y practicó toda su vida sus santos ejercicios. Se trasluce desde el principio en los modales de la sierva de Dios algo celestial, como si un ángel hubiera bajado a vivir en la tierra para llevar en su cuerpo una vida humana. Su vuelo hacia Dios es irresistible, y hace pensar en el ímpetu que arrastra a las almas gloriosas hacia el supremo bien, ante cuya presencia estará ya siempre. En vano el peso de la carne mortal intenta retardar su vuelo; la energía de la penitencia la hace someterse, la suaviza y la aligera. Parece vivir sóla el alma en cuerpo transformado. Le basta para sostenerle el divino manjar de la Eucaristía; y la unión con Cristo es tan completa, que se imprime sus sagradas llagas en los miembros de la virgen y le dan a gustar los dolores de la Pasión.
Desde el interior de esta vida tan elevada sobre los humanos, Catalina no vive ajena a ninguna de las necesidades de sus hermanos. Su celo es fuego para las almas, su compasión tierna como la de una madre para con las dolencias de sus cuerpos. Dios abrió para ella la fuente de los milagros y Catalina los derrama a manos llenas sobre los hombres. Las enfermedades y la muerte misma obedecen a su mandato, los milagros se multiplican en torno de ella.
Las comunicaciones divinas con ella comenzaron desde sus primeros años, y el éxtasis llegó a ser en ella un estado casi habitual. Sus ojos vieron con frecuencia al divino resucitado que la prodiga sus caricias y sus pruebas. Los más altos misterios estuvieron a su alcance y una ciencia que nada tenía de terrena iluminó su inteligencia. Esta joven sin cultura compondrá escritos sublimes, en los cuales los horizontes más profundos de la doctrina del cielo, se exponen con precisión y elocuencia sobrehumanas, con un acento que aún hoy día penetra las almas.

ACCIÓN POLÍTICA

No quiso el cielo que tantas maravillas permanecieran ocultas en un rincón de Italia. Los santos son columnas de la Iglesia y si, a veces, su acción es misteriosa y callada, a veces también se manifiesta a las miradas de los hombres. Entonces se hacen patentes los resortes con que Dios gobierna al mundo. Al final del siglo xiv, era necesario hacer volver a la ciudad eterna al Vicario de Jesucristo, ausente de su Sede desde hacía más de sesenta años. Un alma santa, pudo con sus méritos y oraciones, lograr que se realizase este retorno tan deseado por toda la Iglesia; quiso el Señor esta vez qué esto fuera público; "en nombre de Roma abandonada, en nombre de su divino Esposo que también lo es de la Iglesia, Catalina pasa los Alpes, y se presenta al Pontífice que nunca vió a Roma, y a quien tampoco Roma había conocido. La Profetisa le intima respetuosamente el deber que tiene que cumplir; como garantía de su misión le revela un secreto que sólo él conoce. Gregorio X I se da por vencido y la ciudad eterna ve de nuevo a su padre y pastor. Pero, a la muerte del Pontífice, un cisma, presagio de mayores males, viene a desgarrar el seno de la Iglesia. Catalina, lucha contra la tempestad hasta su último aliento; pero el año treinta y tres se acerca; el Señor no quiere que sobrepase la edad que El consagró en su persona; ha llegado el tiempo de que la virgen vaya a continuar en los cielos su ministerio de intercesión por la Iglesia que tanto amó, y por las almas rescatadas con la sangre de Cristo.

Vida

Abrazo entre santa Teresa, santa Clara y santa Catalina de Sena.
Abrazo entre santa Teresa, santa Clara y santa Catalina de Sena.
Santa Catalina nació en Sena el 25 de marzo de 1347. A los siete años hizo voto de castidad perpetua. Después de gran oposición su madre la permitió recibir el hábito de las Hermanas de Sto. Domingo, pero viviendo en el siglo. Su vida la pasó cuidando a los enfermos, calmando los odios que dividían a las familias, y convirtiendo pecadores con sus exhortaciones y oraciones. Escribió al Legado del Papa en Italia, pidiéndole la reforma del clero, la vuelta del Papado de Aviñón a Roma, y la organización de una cruzada contra los infieles. En 1376, enviada por los florentinos, emprendió un viaje a Aviñón, para defender ante el Sumo Pontífice la causa de Florencia, sobre la cual el Papa había tenido que lanzar el entredicho, a causa de su rebelión. Además se aprovechó para pedir de nuevo a Gregorio XI volviera a Roma. Al comienzo del gran Cisma, sostuvo ardientemente la causa de Urbano VI, sin lograr hacerla triunfar. Favorecida con las más elevadas gracias espirituales, dictó en el curso de sus éxtasis el Dialogo que encierra toda su doctrina mística. Murió en Roma, el año 1380. Su cuerpo descansa en la iglesia de Santa María de Minerva. El Papa Pío II la canonizó en 1461 y Pío IX en 1866 la declaró segunda patrona de Roma.

PLEGARIA POR TODOS

Absorta la Iglesia en las glorias de la resurrección, se dirige a ti, oh Catalina, que sigues al Cordero a donde quiera que va. En este lugar de destierro donde no puede detenerse por mucho tiempo, no goza de su presencia sino a intervalos; por lo cual te pregunta: "¿Encontraste al que ama mi alma?" Eres su Esposa, también ella lo es; pero para ti ya no hay velos, no hay separación, mientras que para ella el gozo es raro y fugaz, y la luz, velada por las sombras. ¡Pero cuál ha sido tu vida, oh Catalina! Has unido la más profunda compasión por los dolores de Jesús a las alegrías más embriagadoras de la vida gloriosa. Nos puedes iniciar en los misterios del Calvario y en las magnificencias de la Resurrección. Estamos en Pascua, en la vida nueva; procura que la vida de Jesús no se extinga en nuestras almas, sino que crezca por el amor del que la tuya nos ofrece admirable ejemplo.

PLEGARIA POR LA IGLESIA

Concédenos participar, oh virgen, de tu adhesión filial a la Santa Iglesia, que te hizo emprender tan grandes cosas. Te afligías de sus dolores y te alegrabas en sus alegrías como hija sumisa. También nosotros deseamos amar a nuestra madre, proclamar los lazos que nos unen a ella, defenderla contra sus enemigos, ganarla nuevos hijos generosos y fieles.
Santa Catalina de Siena: cabeza incorrupta llevada en procesión
Santa Catalina de Sena:
cabeza incorrupta llevada en procesión
El Señor se sirvió de tu débil brazo, oh mujer inspirada, para restituir en su silla al Romano Pontífice. Fuiste más fuerte que los elementos humanos que se afanaban por prolongar una situación desastrosa para la Iglesia. Las cenizas de Pedro en el Vaticano, las de Pablo en la Vía Ostiense, las de Lorenzo y Sebastián, las de Cecilia e Inés y las de tantos millares de mártires, saltaron de gozo en sus tumbas, cuando el carro triunfal que llevaba a Gregorio XI entró en la Ciudad.

PLEGARIA POR ITALIA

Ruega también, oh Catalina, por Italia que tanto te amó y que estuvo tan orgullosa de tus gestas. En ella está suelta hoy la impiedad y la herejía; se blasfema el nombre de tu Esposo, se predica al pueblo descarriado las doctrinas más perversas, se le enseña a maldecir de todo lo que un día veneró, la Iglesia es ultrajada y la fe, desde tanto tiempo debilitada, amenaza extinguirse; acuérdate de tu desgraciada patria, oh Catalina. Es ya hora de que vengas en su ayuda y la libres de las garras de sus enemigos. La Iglesia entera espera de ti la salvación de esta ilustre provincia de su imperio; calma las tempestades y salva la fe en este naufragio que amenaza devorarlo todo.

fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer Tomo III pag. 747 y siguientes

viernes, 28 de abril de 2023

S A N T O R A L



San Luis María Grignion de Montfort

Doctor, Profeta y Apóstol en la crisis contemporánea

por Plinio Corrêa de Oliveira

Si alguien me pidiera que señalara un apóstol tipo para nuestros tiempos, yo respondería sin vacilaciones, mencio­nando el nombre de un misionero... fallecido hace precisa­mente 303 años. Y dando tan desconcertante respuesta, tendría la sensación de estar haciendo algo perfectamente natural. Pues ciertos hombres colocados en la línea de lo profético, están por encima de las circunstancias temporales.
Basta, para comprenderlo, tomar por ejemplo a Elías. Dentro de cien años, los que hoy vivimos habremos sido superados por la marcha del tiempo, como están hoy los hombres de hace cien años atrás. Seremos atrasados, anacrónicos, mofados. De ahí a doscientos, trescientos años estaremos tan sumergidos en el reino de la muerte, de las sombras y de la Historia, como las momias que aguardan en algún museo el día del Jui­cio Final. ¿Y qué decir de nuestra "situación" de aquí a mil años? Pues hay alguien vivo, vivísimo y que será la última palabra del apóstol moderno, no hoy, sino en el fin del mundo cuan­do nosotros estemos inmersos en el más completo anacronismo. Alguien que vivió días muy anteriores a los de Pío IX y Napo­león III. Anteriores aún a San Luis, a Carlo Magno, a Atila, y ¿qué diré?, a Augusto y a Jesucristo. ¡Es el Profeta Elías! Após­tol moderno, sí, y modernísimo, no porque esté escrito de él que participará del espíritu y de las tendencias de los hom­bres que entonces vivieren, sino porque será mandado por Dios como el varón ideológicamente adecuado para combatir de frente la corrupción del siglo en que volverá a esta tierra. Elías será moderno, no por haber tomado el espíritu y la forma de los prosteros años de la historia —no os conforméis con este siglo, advierte San Pablo— sino porque será adaptado y ade­cuado al tiempo. Adaptado, en el sentido de que será "apto" para hacerle bien. Adecuado, sí, en el sentido de que dis­pondrá de los medios propios para corregirlo. Y por esto mismo modernísimo. Pues ser moderno no es necesariamente parecerse con los tiempos y muchas veces puede ser hasta lo contrario. Para un apóstol, ser moderno es estar en condiciones de hacer el bien en el siglo en que vive...
Sin equiparar a Elías, Profeta incumbido de una misión oficial, con San Luis María Grignion de Montfort, en cuyos escritos hay luces proféticas impresionantes, pero de un valor meramente privado, puede decirse que existe cierta analogia entre uno y otro. Y es en los términos de esta analogía que el Santo francés es un modelo de apóstol para nuestros días, y los siglos venideros.

*      *      *
San Luis María Grignion de Montfor nació en Montfort-la-­Canne, Francia, en 1673. De familia pobre, le faltaron los re­cursos para costear los estudios necesarios del sacerdocio, al que aspiraba desde niño. Se dirigió a París, donde ejerció el ofi­cio de velar cadáveres en la Parroquia de San Sulpicio ciertas noches de la semana, para pagar su pensión en el Seminario. Después de un curso brillante, fue ordenado sacerdote en 1700.
Dadas las dificultades surgidas en su apostolado en Fran­cia, y movido por el deseo de anunciar el Evangelio a los gentiles, San Luis María se dirigió a Roma para pedir una directriz al Papa Clemente XI. Este determinó que volviese a su Patria, a fin de dedicarse a predicar a la población católica necesitada de catequesis y edificación. Entregándose ente­ramente a esa actividad durante los diez años que aún vivió, el Santo insistía particularmente en la renuncia a la sensuali­dad y al mundanismo, en el amor a la mortificación y a la Cruz, en la devoción filial a Nuestra Señora. Como terciario dominico que era, difundió ampliamente el Rosario.
Víctima de los ataques furibundos de los calvinistas y de los jansenistas, fue objeto de severas medidas por parte de un número no pequeño de obispos franceses, que no le querían como misionero en sus diócesis.
La muerte le llegó en 1716, cuando contaba apenas con 43 años de edad.
Fundó dos congregaciones religiosas, la Compañía de María y las Hijas de la Sabiduría.
Entre sus escritos, se destaca el "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen", una de las más altas obras de mariología en todos los tiempos y tal vez la más alta de ellas. Este libro admirable fue dejado por él en manuscrito y desapareció misteriosamente después de su muerte, reapa­reciendo de manera providencial en nuestros tiempos.
León XIII lo beatificó en 1888. Pío XII, lo inscribió en el Catálogo de los Santos.
Esta es un rápida visión de la vida de este gran Santo. Cuanta riqueza se aprecia en un examen más atento de los principales aspectos de esa vida.

*      *      *

El Renacimiento desencadenó en Euro­pa una sed de diversiones, de opulencia, de placeres sensuales, que impelió fuertemente los espíritus a subestimar las cosas del Cielo, para ocuparse mucho más de las de la tierra. De ahí, en los Siglos XV y XVI, vino un declinar sensi­ble de la influencia de la Religión en la mentalidad de los individuos y de las sociedades. A ese indiferentismo nacien­te, se sumó no raras veces una antipatía contra la Iglesia, discreta y apenas per­ceptible en unos, más pronunciada en otros, y elevada en algunos al extremo de una hostilidad militante. Tal estado de espíritu concurrió sensiblemente para la eclosión del protestantismo, y para las manifestaciones del naciona­lismo y escepticismo tan frecuentes entre los humanistas. Del indiferen­tismo nacía naturalmente el libre pen­samiento.
Sin embargo, estos fermentos no ata­caron, por el momento, toda la sociedad. En un comienzo, dominaron solamente ciertos elementos de alta influencia en la vida intelectual, en la nobleza y en el Clero, con el apoyo de algunos sobera­nos. Poco a poco fueron alcanzando los tejidos más profundos del cuerpo social. En el tiempo de San Luis María Grig­nion, puede afirmarse que su influencia se notaba en todos los campos: la polí­tica se hacía laica, la antigua sociedad orgánica y cristiana era absorbida por el absolutismo de Estado, menguaba la influencia de la Religión en la vida de todas las clases sociales y principal­mente en las élites; una tendencia gene­ral hacia costumbres más frívolas, más "libres", más fáciles, ganaba todos los ambientes, la sed de placer y de lucro crecía, el mundanismo campeaba incluso en cierto número de casas religiosas; el mercantilismo extendía sus tentáculos para dominar toda la existencia humana. En líneas generales, el cuadro era bas­tante parecido al de nuestros días.

Diferencias considerables

Sin embargo, si la analogia es pro­funda, evidente, indiscutible, sería im­posible pasar de ahí a una equiparación absoluta. El cuerpo en el cual actuaban los fermentos en los siglos XV, XVI, e incluso XVII, era aún el cuerpo robusto de la vieja cristiandad generada por la Edad Media. Un sinnúmero de institu­ciones, de hábitos mentales, de tradi­ciones, de usos, de leyes reflejaba aún el espíritu de la sociedad orgánica y cris­tiana de otrora.
Si la monarquia absoluta presagiaba al socialismo moderno, ella personifi­caba, todavía, a los Reyes por la gracia de Dios, que aún se consideraban Padres de sus respectivos pueblos en el buen y viejo estilo de San Luis IX.
Si la vida internacional había sido secularizada por el tratado de Wesfalia, aún existían tales o cuales vestigios de la Cristiandad, una familia de reyes y pueblos cristianos dotados de la con­ciencia de formar un todo aparte, frente al mundo de los gentiles.
Si la sociedad era mundana, las dispu­tas religiosas —como las que se trata­ban entre jesuítas y jansenistas— encon­traban en ella una resonancia que jamás tendrían en nuestros días. Si las costumbres eran frívolas en la corte y en las ciudades, había al respecto numerosas y retumbantes excepciones. En los pelda­ños del trono, en el propio trono, el escándalo de un Luis XIV, por ejemplo, era de algún modo reparado por su enmienda y su vida ejemplar después del casamiento con Mme. de Maintenon y la caída de Mlle. de la Valliere lo era por su penitencia ejemplar en el Car­melo. Mme. de Montespan a su vez moría cristianamente; el Duque de Bor­goña, nieto de Luis XIV, se destacaba por su piedad y la familia real tendría aún en el siglo XVIII, al lado de la ver­güenza de la vida de Luis XV, la ilustra­ción de las virtudes poco comunes del Delfín Luis, de la Carmelita Madame Louise de France, y de la Princesa Clo­tilde de Saboya, ambas hijas del Rey y fallecidas en olor de santidad. Así, por más rigurosas que sean las analogías entre el siglo XVI y el siglo XX, habría manifiesta exageración en afirmar que la vida política y social ya se encontraba entera o casi enteramente laicizada y paganizada.
Sin embargo, en la historia de los Tiempos Modernos, o sea, en los siglos XVI, XVII y XVIII, está fuera de dudas que los fermentos nacidos del neo-paga­nismo renacentista se revelaron cada vez más vigorosamente, y esto trajo la inmensa explosión de 1789.

Tiempos precursores de los nuestros

Considerando estos hechos desde el punto de vista del Santo Padre León XIII en la encíclica "Pavenu a la 25.ème Année", la Revolución Fran­cesa fue una consecuencia del protes­tantismo. Y a su vez produjo el comu­nismo. Al igualitarismo y liberalismo religioso del fraile apóstata de Witem­berg, sucedió el igualitarismo y libera­lismo político-social de los soñadores, de los conspiradores y de los facinerosos de 1789. Y a éste síguese el igualita­rismo totalitario, social y económico de Marx.
La Revolución protestante fue una forma ancestral de la Revolución Fran­cesa, como ésta lo fue del Comunismo moderno. Y cada una de estas formas ancestrales ya tenía en sí todas las toxi­nas de aquella que le siguió. Son tres molestias sucesivamente mayores, pro­vocadas por el mismo virus. O son tres fases sucesivamente mayores de una misma molestia. O tres etapas de una omnímoda y universal Revolución.

Un profeta aparece en el curso de la Revolución

Ahora bien, San Luis María Grignion de Montfort fue en este proceso histó­rico, un verdadero profeta. En el momen­to en que tantos espíritus ilustres se sentían enteramente tranquilos en cuan­to a la situación de la Iglesia, engañados en un optimismo disciplente, tibio, sis­temático, él sondeó con mirar de águila las profundidades del presente, y predijo una crisis religiosa futura, en términos que hacen pensar en las desgracias que la Iglesia sufrió durante la Revolución, es decir, la implantación del laicismo de Estado, el establecimiento de la "Iglesia Constitucional", la proscripción del culto católico, la adoración de la diosa razón, el cautiverio y muerte del Papa Pío VI, las masacres y deportaciones de Sacer­dotes y Religiosas, la introducción del divorcio, la confiscación de bienes ecle­siásticos, etc. Más aún. Para aliento y alegría nuestra el Santo profetizó una grande y universal victoria de la Religión Católica en días venideros.

Martillo de la Revolución

Pero además de profeta, San Luis María Grignion de Montfort fue misio­nero y guerrero. Misionero, fustigó implacablemente el espíritu neo-pagano, haciendo cuanto podía por apar­tar al pueblo fiel del mundanismo y de todo cuanto constituía el mal espíritu nacido del Renacimiento. La región evangelizada por él fue tan profunda­mente inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anti­católico de París. Fue la Chouannerie. Si San Luis María Grignion hubiese exten­dido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su histo­ria, y la otra la historia del mundo.
Ahora bien, ¿por qué no la evangelizó entera?
Orador sagrado eficientísimo, predicaba la palabra de Dios con una fogosi­dad extraordinaria. Esto le valió el odio, no sólo de los calvinistas, sino de una de las sectas más detestables y más influ­yentes que hasta hoy hayan existido infil­tradas en la Iglesia, o sea, los jansenis­tas. Sería largo enunciar las múltiples y complejas razones por las que el jansenismo, con sus apariencias de austeri­dad es, sin embargo, legítimo producto de la crisis religiosa del siglo XVI. Lo cierto es que esta secta, disponiendo de deplorable influencia sobre muchos fie­les, Sacerdotes y hasta Obispos, Arzo­bispos, Cardenales, seguía una línea de pensamiento y de acción nociva a toda restauración de la vida religiosa, apar­taba las almas de los Sacramentos, y combatía vivamente la devoción a Nues­tra Señora.
San Luis María Grignion de Montfort, por el contrario, tenía a la Sma. Virgen la devoción más ardiente, y, hasta com­puso en su alabanza el "Tratado de la Verdadera Devoción", que consti­tuye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfer­vorizaba en la devoción al Rosario. En una palabra, hacía obra diametralmen­te opuesta a las intenciones jansenis­tas.
Esto le trajo, en los propios medios católicos, una persecución abierta, que le valió las mayores humillaciones. Causa asombro que mientras prelados, clérigos y laicos, en nombre de la cari­dad se mostraban irritados o aprensivos con la justa severidad de la Santa Sede en relación con los jansenistas, no hubiese penalidades, actos de hostili­dad, ni humillaciones que les bastase contra San Luis María.
Se puede decir que fue uno de los Santos más despreciados y humillados que hubo en estos veinte siglos de vida de la Iglesia. Por fin, sólo en dos diócesis le fue permitido ejercer su ministerio. Pero, como un nuevo Ignacio de Loyola, sintiendo con serenidad el ímpetu contra su persona, los oleajes del odio anticatólico disfrazado con aires de piedad, no se perturbó. Y, humillado, luchó hasta el fin.
Ahora bien, este Santo extraordinario dejó una oración admirable, conte­niendo enseñanzas y luces especiales para nuestra época. Es la que compuso pidiendo Misioneros para su Congrega­ción.
En esta oración, como mostraremos más adelante, se ve que para San Luis María sus tiempos eran precursores de una inmensa crisis que se extiende hasta hoy, e irá hasta la instauración del Reino de María. Y él mismo se nos ima­gina como el modelo, la prefigura de los apóstoles suscitados para luchar en esta crisis, y vencer la batalla por María San­tísima. Es esta la sublime y profunda actualidad de San Luis María Grignion de Montfort para los apóstoles de nues­tros días.
Tema de meditación fecundo en este mes en que la Iglesia celebrará por primera vez – en el día 31 – la fiesta de la Realeaza de María, tan grata a las almas fuertes y profundamente piadosas.

Catolicismo, N. 53, Mayo de 1955    www.catolicismo.com.br