I Estación
Jesús es condenado a muerte
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
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V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
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El juez que cometió el crimen
profesional más monstruoso de toda la Historia, no fue impulsado a ello
por el tumulto de alguna pasión ardiente. No lo cegó el odio
ideológico, ni la ambición de nuevas riquezas, ni el deseo de complacer
a ninguna Salomé. Le movió a condenar al Justo el recelo de perder el
cargo pareciendo poco celoso de las prerrogativas del Cesar; el miedo de
crearse para sí complicaciones políticas, desagradando al populacho judío;
el miedo instintivo de decir “no”, de hacer lo contrario de lo que se
pide, de enfrentar el ambiente con actitudes y opiniones diferentes de
las que en él imperan.
Vos, Señor, lo mirasteis por
largo tiempo con aquella mirada que, en un segundo, obró la salvación de
Pedro. Era una mirada en la que se transparentaba vuestra suprema perfección
moral, vuestra infinita inocencia, y sin embargo él Os condenó.
Oh, Señor, ¡cuántas veces
imité a Pilatos! ¡Cuántas veces por amor a mi
carrera,
dejé que en mi presencia
la ortodoxia fuese perseguida, y me callé! ¡Cuántas veces
presencié de brazos cruzados la lucha y el martirio de los que defienden
vuestra
Iglesia! Y no tuve siquiera el coraje de darles una palabra de
apoyo,
por la abominable pereza de enfrentar a los que me rodean, de
decir “no”
a los que forman mi ambiente, por el miedo de ser “diferente de
otros”. Como si me hubieseis creado, Señor, no para imitaros sino para
imitar servilmente a mis compañeros.
En aquel instante doloroso de
la condenación, Vos sufristeis por todos los cobardes, por todos los
muelles, por todos los tibios… por mí, Señor.
¡Jesús mío!, perdón y
misericordia. Por la fortaleza de que me disteis ejemplo desafiando la
impopularidad y enfrentando la sentencia del magistrado romano, ¡curad en
mi alma la llaga de la molicie!
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Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
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Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
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V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
II Estación
Jesús lleva la Cruz a cuestas
V. Adorámus te Christe et benedícimus tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
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Se inicia así, mi adorado
Señor, vuestra peregrinación hacia el lugar de la inmolación. No
quiso el Padre
Celestial que fueseis muerto de un golpe fulminante. Vos
habríais de enseñarnos en vuestra Pasión, no sólo a morir, sino a
enfrentar a la muerte. Enfrentarla con serenidad, sin dudas
ni flaquezas, caminando hacia ella con el paso resuelto del
guerrero que avanza hacia el combate; he ahí la admirable
lección que me
dais.
Frente al dolor, Dios mío,
cuánta es mi cobardía. Ora contemporizo antes de tomar mi cruz; ora
retrocedo, traicionando el deber; ora, por fin, lo acepto, mas con
tanto tedio, tanta molicie, que parezco odiar el fardo que vuestra
voluntad me pone sobre los hombros.
En
otras ocasiones, cuántas
veces cierro los ojos para no ver el dolor. Me ciego
voluntariamente con
un optimismo estúpido, porque no tengo el coraje de enfrentar la
prueba,
y por eso me miento a mí mismo: "no es verdad que la renuncia a
aquel
placer se me impone para que no caiga en pecado; no es verdad
que
debo vencer aquel hábito que favorece mis más arraigadas
pasiones; no es
verdad que debo abandonar aquel ambiente, aquella amistad, que
minan y arruinan toda mi vida espiritual; no, nada de esto es verdad…",
cierro
los ojos, y tiro a un lado mi cruz.
Jesús mío, perdonadme tanta
pereza, y por la llaga que la Cruz abrió en vuestros hombros, curad,
Padre de las Misericordias, la llaga horrible que en mi alma
abrí con años enteros vividos en el relajamiento interior y en la con
condescendencia para conmigo.
|
|
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
III Estación
Jesús cae por primera vez
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
|
¿Entonces, Señor? ¿No Os era lícito
abandonar vuestra Cruz? Pues si la cargasteis hasta que todas
vuestras
fuerzas se agotaran, hasta que el peso insoportable del madero
Os lanzara por tierra, ¿no estaba bien probado que os era imposible
proseguir? Estaba cumplido vuestro deber. Que los ángeles del Cielo
llevasen ahora por Vos la Cruz. Vos habíais sufrido en toda la
medida de
lo posible. ¿Qué más habríais de dar?
Sin embargo, actuasteis de otro
modo, y disteis a mi cobardía una alta lección. Agotadas vuestras
fuerzas, no renunciasteis al fardo, sino que pedisteis más
fuerzas aún, para cargar nuevamente la Cruz. Y las obtuvisteis.
Es difícil hoy la vida
del cristiano. Obligado a luchar sin tregua contra sí mismo, para
mantenerse en la línea de los Mandamientos, parece una excepción
extravagante en un mundo que se ufana en la lujuria, en la opulencia y
la alegría de vivir. Pesa en nuestros hombros la cruz de la
fidelidad a vuestra Ley, Señor. Y a veces las fuerzas parecen faltarnos.
En
estos instantes de prueba,
comenzamos a hacer sofisma: Ya hicimos cuanto estaba en
nosotros. Al final, ¡son tan limitadas las fuerzas del hombre! Dios
tendrá esto en cuenta…
Dejemos caer la Cruz a la vera del camino y hundámonos
suavemente en la
vida del placer. ¡Ah, cuántas cruces abandonadas a la vera de
nuestros
caminos, quizás a la vera de mis caminos!
Dadme,
Jesús, la gracia de
quedar abrazado a mi cruz, aun cuando yo desfallezca bajo el
peso de ella. Dadme la gracia de erguirme siempre que hubiese
desfallecido.
Dadme, Señor, la gracia suprema de nunca salir del camino por
donde debo
llegar a lo alto de mi propio calvario.
|
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
IV Estación
Encuentro de Jesús con su Madre
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
¿Quién, Señora, viéndoos en llanto, osaría preguntar por qué lloráis? Ni la tierra, ni el mar, ni
todo el firmamento, podrían servir de término de comparación a vuestro dolor. Dadme, Madre
mía, un poco por lo menos, de ese dolor. Dadme la gracia de llorar a
Jesús, con las lágrimas de una compunción sincera y profunda. Sufrís
en unión a Jesús. Dadme
la gracia de sufrir como Vos y como Él. Vuestro mayor dolor no
fue el
contemplar los inexpresables padecimientos corporales de vuestro
Divino
Hijo. ¿Qué son los males del cuerpo en comparación con los del
alma? ¡Si
Jesús sufriera todos aquellos tormentos, pero a su lado hubiera
corazones compasivos! ¡Si el odio más estúpido, más injusto, más
necio, no hiriese al Sagrado Corazón enórmemente más de lo que el
peso de la Cruz y los malos tratos herían el cuerpo de Nuestro
Señor! Pero la manifestación tumultuosa del odio y de la
ingratitud de
aquellos a quienes Él había amado… a dos pasos estaba un
leproso a quien había curado… más lejos un ciego a quien había
restituido la
vista… poco más allá un alma sufriente a quien había devuelto la
paz. Y todos
pedían su muerte, todos lo odiaban, todos lo injuriaban. Todo
esto hacía
sufrir a Jesús inmensamente más que los inexpresables dolores
que
pesaban sobre su Cuerpo.
Y
había algo peor, había el
peor de los males. Había el pecado, el pecado declarado, el
pecado protuberante, el pecado atroz. ¡Si todas aquellas ingratitudes
fuesen
hechas al mejor de los hombres, pero, por absurdo, no ofendiesen
a
Dios! Mas ellas eran hechas al Hombre Dios, y constituían contra
toda
la Trinidad Santísima un pecado supremo. He ahí el mal mayor de
la
injusticia y de la ingratitud.
Este mal no está tanto en
herir los derechos del bienhechor, sino en ofender a Dios. Y de
tantas y tantas causas de dolor, la que más os hacía sufrir, Madre
Santísima, Redentor Divino, era por cierto el pecado.
¿Y yo? ¿Me acuerdo de mis
pecados? ¿Me acuerdo, por ejemplo, de mi primer pecado, o de mi pecado
más reciente? ¿De la hora en que lo cometí, del lugar, de las personas
que me rodeaban, de los motivos que me llevaron a pecar? Si yo hubiese
pensado en toda la ofensa que os causa un pecado, ¿habría osado
desobedeceros, Señor?
Oh, Madre mía, por el dolor
del santo Encuentro, obtenedme la gracia de tener siempre delante de los
ojos a Jesús sufriente y llagado, precisamente como lo visteis en este
paso de la Pasión.
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
V Estación
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
¿Quién era este Simón? ¿Qué se
sabe de él, sino que era de Cirene? ¿Y qué sabe la generalidad de los
hombres sobre Cirene, sino que era la tierra de Simón? Tanto el hombre
como la ciudad emergieron de la oscuridad para la gloria, y para la más
alta de las glorias, que es la gloria sagrada, en un momento en que
muy otros eran los pensamientos del Cireneo. Él venía despreocupado por la
calle. Pensaba solamente en los pequeños problemas y en los pequeños
intereses de los que se compone la vida corriente de la mayor parte de los
hombres. Mas Vos, Señor, atravesasteis su camino con vuestras Llagas,
vuestra Cruz, vuestro inmenso dolor. Y a este Simón le tocó tomar
posición ante Vos. Lo forzaron a cargar la Cruz con Vos. O él la
cargaría malhumorado, indiferente a Vos, intentando volverse simpático
al pueblo por medio de algún nuevo modo de aumentar vuestros tormentos
de alma y cuerpo; o la cargaría con amor, con compasión, desdeñoso
del populacho, procurando aliviaros, procurando sufrir en sí un poco de
vuestro dolor, para que sufrierais un poco menos. El Cireneo prefirió
padecer con Vos. Y por esto su nombre es repetido con amor, con
gratitud, con santa envidia, desde hace dos mil años, por todos los
hombres de fe, en toda la faz de la Tierra, y así continuará siendo
hasta la consumación de los siglos.
También mis caminos Vos
pasasteis, mi Jesús. Pasasteis cuando me llamasteis de las
tinieblas del paganismo al seno de vuestra Iglesia, con el santo
Bautismo. Pasasteis cuando mis padres me enseñaron a rezar. Pasasteis
cuando en el curso del catecismo comencé a abrir mi alma para la
verdadera doctrina católica y ortodoxa. Pasasteis en mi primera Confesión, en mi
primera Comunión, en todos los momentos en que vacilé y me amparasteis,
en todos los momentos en que caí y me erguisteis, en todos los
momentos en que pedí y me atendisteis.
¿Y yo, Señor? Aun ahora pasáis
por mí en este ejercicio del Via Crucis. ¿Qué hago cuando vos pasáis por
mí?
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
Diríase a primera vista, que jamás hubo mayor premio en la
historia. En efecto, ¿qué rey tuvo en las manos tejido más precioso que
aquel Velo? ¿Qué general tuvo bandera más augusta? ¿Qué gesto de
coraje
y dedicación fue recompensado con favor más extraordinario?
Sin embargo, hay una gracia que vale mucho más que la de poseer
milagrosamente estampada en un velo la Santa Faz del Salvador. En el
Velo, la representación del Faz divina fue hecha como en un cuadro.
En la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ella es hecha como en un
espejo.
En sus instituciones, en su doctrina, en sus leyes, en su unidad, en su
universalidad, en su insuperable catolicidad, la Iglesia es un verdadero
espejo en el cual se refleja nuestro Divino Salvador. Mas aún, Ella es
el propio Cuerpo Místico de Cristo.
¡Y nosotros, todos nosotros, tenemos la gracia de pertenecer a la
Iglesia, de ser piedras vivas de la Iglesia!
¡Cómo debemos agradecer este favor! No nos olvidemos, sin embargo, de
que “nobleza obliga”. Pertenecer a la Iglesia es cosa muy
alta y muy ardua. Debemos pensar como la Iglesia piensa, sentir como la
Iglesia siente, actuar como la Iglesia quiere que procedamos en todas
las circunstancias de nuestra vida. Esto supone un sentido católico
real, una pureza de costumbres auténtica y completa, una piedad profunda
y sincera. En otros términos, supone el sacrificio de una existencia
entera.
¿Y cuál es el premio?
"Christianus alter Christus". Yo seré de modo eximio una reproducción
del propio Cristo. La semejanza de Cristo se imprimirá, viva y sagrada,
en mi propia alma.
Ah, Señor, si es grande la gracia concedida a la Verónica, cuánto mayor
es el favor que a mí me prometéis.
Os pido fuerza y resolución para, por medio de una fidelidad a
toda prueba, alcanzarlo verdaderamente.
|
|
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
VII Estación
Jesús cae por segunda vez
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
|
Caer, estar tirado en el
suelo, quedar a los pies de todos, dar pública manifestación de ya no tener
fuerzas, son éstas las humillaciones a que Vos Os quisisteis
sujetar, Señor, para mi lección. De Vos nadie se compadeció.
Redoblaron las injurias y los malos tratos. Y mientras tanto, Vuestra
gracia solicitaba en vano, en lo íntimo de aquellos corazones
empedernidos, un movimiento de piedad.
Aún en este momento, quisisteis
continuar vuestra Pasión para salvar a los hombres. ¿Qué hombres? Todos,
incluso los que allí estaban aumentando de todas las formas vuestro
dolor.
En mi apostolado, Señor,
deberé continuar aún cuando todas mis obras estuviesen por el suelo, aún
cuando todos se unieren para atacarme, aún cuando la ingratitud y la
perversidad de aquellos a quienes quise hacer el bien se vuelvan contra
mí.
No tendré la flaqueza de
cambiar de camino para agradarlos. Mis vías sólo pueden ser las
vuestras, esto es, las vías de la ortodoxia, de la pureza, de la
austeridad. Más, en vuestros caminos, sufriré por ellos. Y unidos mis
dolores imperfectos a vuestro dolor perfecto, a vuestro dolor
infinitamente precioso, continuaré haciéndoles el bien. Para que se salven
o para que las gracias rechazadas se acumulen sobre ellos como brasas
ardientes, clamando por castigo. Fue lo que hicisteis con el pueblo
deicida, y con todos aquellos que hasta el fin os rechazaron.
|
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
VIII Estación
Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
No faltaron entonces almas buenas, que percibían la enormidad del pecado que se
practicaba y temían la justicia divina.
¿No presencio yo algún
pecado así? Hoy en día, ¿no es verdad que el Vicario de Cristo es desobedecido,
abandonado, traicionado? ¿No es verdad que las leyes, las instituciones,
las costumbres son cada vez más hostiles a Jesucristo? ¿No es verdad que
se construye todo un mundo, toda una civilización basada en la
negación de Jesucristo? ¿No es verdad que Nuestra Señora habló en Fátima
señalando todos estos pecados y pidiendo penitencia?
Sin embargo, ¿dónde está esa
penitencia? ¿Cuántos son los que realmente ven el pecado y procuran
señalarlo, denunciarlo, combatirlo, disputarle paso a paso el terreno,
levantar contra él toda una cruzada de ideas y de actos, de viva fuerza si
fuere necesario? ¿Cuántos son capaces de desplegar el estandarte de la
ortodoxia absoluta y sin mancha, en los propios lugares donde impera la
impiedad o la piedad falsa? ¿Cuántos son los que viven en unión con la
Iglesia este momento que es trágico, como trágica fue la Pasión, este
momento crucial de la historia, en que una humanidad entera está optando
por Cristo o contra Cristo?
¡Ah, Dios mío, cuántos miopes
que prefieren no ver ni presentir la realidad que les entra por los
ojos! ¡Cuánta calma, cuánto bienestar menudo, cuánta pequeña delicia
rutinaria! ¡Cuánto sabroso plato de lentejas para comer!
Dadme, Jesús, la gracia de no
ser de este número. La gracia de seguir vuestro consejo, esto es, de
llorar por nosotros y por los nuestros. No con un llanto estéril, sino
con un llanto que se vierte a vuestros pies, y que, fecundado por Vos, se
transforma para nosotros en perdón, en energías de apostolado, de lucha y
de intrepidez.
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
IX Estación
Jesús cae por tercera vez
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
|
R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
Estáis, Señor mío, más
cansado, más débil, más llagado, más exangüe que nunca. ¿Qué os
espera?
¿Llegasteis hasta al término? No. Precisamente lo peor está por
suceder.
El crimen más atroz aún está por ser cometido. Los dolores
mayores aún están por
ser sufridos. Estais por tierra por tercera vez y, sin embargo,
todo esto que quedó atrás no es sino un prefacio. Y he aquí que
os veo
nuevamente moviendo ese Cuerpo que es todo él una llaga. Lo
que parecía imposible se opera y una vez más os ponéis de pie
lentamente, aunque
cada movimiento sea para Vos un dolor más. Estáis, Señor, de
pie, una vez más… con vuestra Cruz. Supisteis encontrar nuevas fuerzas,
nuevas
energías y continuáis. Tres caídas, tres lecciones iguales de
perseverancia, cada una más pungente y más expresiva que la
otra.¿Por qué tanta insistencia?
Porque es insistente nuestra cobardía. Nos resolvemos a tomar nuestra
cruz, pero la cobardía vuelve siempre a la carga. Y para que ella
quedase sin pretextos en nuestra flaqueza, quisisteis Vos mismo repetir
tres veces la lección.
Sí, nuestra flaqueza no puede
servirnos de pretexto. La gracia, que Dios nunca niega, puede lo que las
fuerzas meramente naturales no pueden.
Dios quiere ser servido hasta
el último aliento, hasta la extenución de la última energía y multiplica nuestras
capacidades de sufrir y de actuar, para que nuestra dedicación llegue a
los extremos de lo imprevisible, de lo inverosímil, de lo milagroso. La
medida de amar a Dios consiste en amarlo sin medida, dice San Francisco
de Sales. La medida de luchar por Dios consiste en luchar sin medida,
diríamos nosotros.
Yo, sin embargo, ¡cómo me
canso de prisa! En mis obras de apostolado, el menor sacrificio me
detiene, el menor esfuerzo me causa horror, la menor lucha me pone en
fuga. Me gusta el apostolado, sí. Un apostolado enteramente conforme con
mis preferencias y fantasías, al que me entrego cuando quiero, como
quiero y porque quiero. Y después juzgo haber dado a Dios una inmensa
limosna.
Pero
Dios no se contenta con
esto. Para la Iglesia, Él quiere toda mi vida, quiere
organización,
quiere sagacidad, quiere intrepidez, quiere la inocencia de la
paloma, mas también la astucia de la serpiente; la dulzura de la oveja,
mas la cólera irresistible y avasalladora del león. Si fuera necesario
sacrificar carrera, amistades, vínculos familiares, vanidades
mezquinas, hábitos inveterados, para servir a Nuestro Señor,
debo
hacerlo. Pues este paso de la Pasión me enseña que a Dios
debemos darle
todo, absolutamente todo, y después de haberle dado todo, aún
debemos dar
nuestra propia vida.
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
|
V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
|
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
Todo, sí, ¡absolutamente todo! Hasta vergüenza debemos sufrir por amor a
Dios y por la salvación de las almas.
Ahí está la prueba. El Puro por excelencia fue desnudado, y los impuros
le escarnecieron en su pureza. Y Nuestro Señor resistió a las burlas de
la impureza.
¿No parece insignificante que resista a la burla quien ya resistió a tantos
tormentos? Sin embargo, esta otra lección nos era necesaria. Por el
desprecio de una criada, San Pedro lo negó. ¡Cuántos hombres habrán
abandonado a Nuestro Señor por miedo al ridículo! Pues si hay gente que
va a la guerra a exponerse a las balas y a la muerte para no ser
escarnecida como cobarde, ¿no es cierto que hay hombres que tienen más miedo a una risa que a cualquier otra cosa?
El Divino Maestro enfrentó el ridículo. Y nos enseñó que nada es
ridículo cuando está en la línea de la virtud y del bien.
Enseñadme, Señor, a reflejar en mí la majestad de vuestro semblante y
la fuerza de vuestra perseverancia, cuando los impíos quieran manejar
contra mí el arma del ridículo.
|
|
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
|
Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
|
V. Ten piedad de
nosotros, Señor
|
R. Miserére nostri.
|
R. Señor, ten piedad
de nosotros
|
V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
|
V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
|
R. Amen.
|
R. Amén
|
XI Estación
Jesús es clavado en la Cruz
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
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V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
|
R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
|
La impiedad escogió para Vos,
Señor mío, el peor de los tormentos finales. El peor, sí, pues es el que
hace morir lentamente, el que produce sufrimientos mayores,
el que más
infamaba porque estaba reservado a los criminales más abyectos.
Todo fue aparejado por el infierno para haceros sufrir, tanto en el alma
como
en el cuerpo. Este odio inmenso ¿no contiene para mí alguna
lección? ¡Ay
de mí, que jamás la comprenderé suficientemente, si no llegare a
ser
santo! Entre Vos y el demonio, entre el bien y el mal, entre la
verdad y
el error, hay un odio profundo, irreconciliable, eterno. Las
tinieblas
odian a la luz, los hijos de las tinieblas odian a los hijos de
la luz,
la lucha entre unos y otros durará hasta la consumación de los
siglos, y
jamás habrá paz entre la raza de la Mujer y la raza de la
serpiente…
Para que se comprenda la extensión inconmensurable, la
inmensidad de
este odio, contémplese todo cuanto este odio osó hacer. Es el
Hijo de Dios que
allí está, transformado, según la frase de la Escritura, en un
leproso en
el cual nada existe de sano, en un ente que se retuerce como un
gusano bajo la acción del dolor, detestado, abandonado, clavado
en una
cruz entre dos vulgares ladrones. ¡El Hijo de Dios! ¡Qué
grandeza
infinita, inimaginable, absoluta, se encierra en estas palabras!
He ahí,
sin embargo, lo que el odio osó contra el Hijo de Dios.
Y toda la historia del mundo,
toda la historia de la Iglesia, no es sino esta lucha inexorable entre
los que son de Dios y los que son del demonio, entre los que son de la
Virgen y los que son de la serpiente. Lucha en la cual no hay apenas
equívoco de la inteligencia, ni sólo flaqueza, sino también maldad,
maldad deliberada, culpable, pecaminosa, en las huestes angélicas y
humanas que siguen a Satanás.
He ahí lo que es necesario que sea
dicho, comentado, recordado, acentuado, proclamado ,y una vez más,
recordado a los pies de la Cruz. Pues somos tales y el liberalismo a
tal punto nos desfiguró, que estamos siempre propensos a olvidar este
aspecto imprescindible de la Pasión.
Conocíalo bien la Virgen de
las vírgenes, la Madre de todos los dolores, quien junto a su Hijo
participaba de la Pasión. Conocíalo bien el Apóstol virgen que a los
pies de la Cruz recibió a María como Madre, y con esto tuvo el mayor
legado que jamás fue dado a un hombre recibir. Porque hay ciertas verdades que Dios
reservó para los puros, y niega a los impuros.
Madre mía, en el momento en
que hasta el buen ladrón mereció perdón, pedid que Jesús me perdone toda
la ceguera con que he considerado la obra de las tinieblas que se trama
a mi alrededor.
Pater Noster. Ave Maria. Gloria
Patri.
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Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de
nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad
de nosotros
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V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
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XII Estación
Jesús muere en la Cruz
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
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V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
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Llegó
por fin el ápice de
todos los dolores. Es un ápice tan alto, que se envuelve en las
nubes del
misterio. Los padecimientos físicos alcanzaron su extremo. Los
sufrimientos morales alcanzaron su auge. Otro sufrimiento
debería ser la
cumbre de tan inexpresable dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me abandonasteis?”. De cierto modo misterioso, el propio Verbo Encarnado
fue
afligido por la tortura espiritual del abandono en que el alma
no tiene
consolaciones de Dios. Y tal fue ese tormento, que Él, de quien
los
evangelistas no registraron ni una sola palabra de dolor,
profirió aquel
grito lacerante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”
Sí, ¿por qué? ¿Por qué, si
Él era la propia inocencia? Abandono terrible seguido de la muerte y de la
perturbación de toda la naturaleza. El sol se veló. El cielo perdió su
esplendor. La tierra se estremeció. El velo del templo se rasgó. La
desolación cubrió todo el universo.
¿Por qué? Para redimir al
hombre. Para destruir el pecado. Para abrir las puertas del Cielo. El
ápice del sufrimiento fue el ápice de la victoria. Estaba muerta la
muerte. La Tierra purificada era como un gran campo devastado para que
sobre ella se edificase la Iglesia.
Todo esto fue, pues, para
salvar. Salvar a los hombres. Salvar a este hombre que soy yo. Mi
salvación costó todo este precio. Y yo no regatearé más sacrificio alguno
para asegurar salvación tan preciosa. Por el Agua y por la Sangre que
vertieron de vuestro divino Costado,
por los dolores de María Santísima, Jesús, dadme fuerzas para
desapegarme de las personas, de las cosas que me pueden apartar de Vos.
Mueran hoy, clavadas en la Cruz, todas las amistades, todos los afectos,
todas las ambiciones, todos los deleites que de Vos me separaban.
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Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
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Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de
nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad
de nosotros
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V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
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XIII Estación
Jesús es bajado de la cruz
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
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V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
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El reposo del Sepulcro os
aguarda, Señor. En las sombras de la muerte, abrís el Cielo a los justos
del limbo mientras en la Tierra, en torno de vuestra Madre, se reúnen
unos pocos fieles para tributaros honras fúnebres. Hay en el silencio
de estos instantes una primera claridad de esperanza que nace. Estos
primeros homenajes que os son prestados son el marco inaugural de una
serie de actos de amor de la humanidad redimida, que se prolongarán
hasta el fin de los siglos.
Cuadro de dolor, de desolación, mas de mucha paz. Cuadro en que se presagia algo de triunfal en los
cuidados indecibles con que Vuestro Divino Cuerpo es tratado.
Sí, aquellas almas piadosas se
condolían, pero algo en ellas les hacía presentir en Vos al Triunfador
glorioso.
Pueda yo también, Señor,
en las grandes desolaciones de la Iglesia, ser siempre fiel, estar
presente en las horas más tristes, conservando inquebrantable la certeza
de que vuestra Esposa triunfará por la fidelidad de los buenos, puesto
que la asiste vuestra protección.
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Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
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Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de
nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad
de nosotros
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V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
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XIV Estación
Jesús es colocado en el sepulcro
V. Adorámus te Christe et benedícimus
tibi.
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V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
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R. Quia per sanctam Crucem tuam
redemísti mundum.
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R. Porque por tu Santa
Cruz redimiste al mundo.
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Se corrió la piedra. Parece todo acabado. Es el momento en que todo
comienza. Es el reagrupamiento de los Apóstoles. Es el renacer de las
dedicaciones, de las esperanzas. La Pascua se aproxima.
Y al mismo tiempo, el odio de
los enemigos ronda en torno del Sepulcro y de María Santísima y de los
Apóstoles.
Pero ellos no temen. Y dentro
de poco rayará la mañana de la Resurrección. Pueda yo también, Señor Jesús, no temer. No temer cuando todo parezca irremediablemente perdido. No temer cuando todas las fuerzas de la Tierra parecieran puestas en manos de vuestros enemigos. No temer, porque
estoy a los pies de Nuestra Señora, junto a la cual se reagruparán
siempre, y siempre una vez más, para nuevas victorias, los verdaderos
seguidores de vuestra Iglesia.
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Pater Noster. Ave Maria. Gloria Patri.
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Padre Nuestro, Ave
María, Gloria.
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V. Miserére nostri Dómine.
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V. Ten piedad de
nosotros, Señor
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R. Miserére nostri.
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R. Señor, ten piedad
de nosotros
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V. Fidélium ánimae per
misericordiam Dei requiéscant in pace.
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V. Que las almas de
los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz
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R. Amen.
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R. Amén
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Plinio Corrêa de Oliveira
fuente: "Catolicismo" Nº 3,
Marzo de 1951