martes, 20 de agosto de 2024

S A N T O R A L

San Bernardo de Claraval

Baluarte de la Iglesia primitiva

Plinio María Solimeo


De tiempo en tiempo la Providencia hace surgir hombres providenciales que marcan todo su siglo, como San Bernardo, el Doctor Melifluo, cantor de la Virgen, gran predicador de cruzadas, extirpador de cismas y herejías, pacificador eximio y uno de los mayores místicos de la Iglesia.

En una familia privilegiada, de gran fortuna y poder, nació Bernardo, al final del siglo XI. Su mayor riqueza, sin embargo, era una arraigada fe católica. Su padre, Tecelin, gran señor, era bueno y piadoso; y su madre, Alicia, sería venerada como bienaventurada por la Iglesia en Francia.
Cuando nació Bernardo, el tercero de siete hijos, además de ofrecerlo a Dios, como lo hacía con toda su prole, ella lo consagró al servicio de la Iglesia.
La ciencia de los santos la aprendió Bernardo con sus padres; y la del mundo, con los padres de la iglesia de Châtillon-sur-Seine.
El niño era extremamente bien dotado. Además de buena apariencia física, tenía Bernardo una inteligencia viva y penetrante, elegante dicción, suavidad de carácter, rectitud natural de alma, bondad de corazón, una conversación atrayente y llena de encanto. Paralelamente, una modestia y una propensión al recogimiento que lo hacían parecer tímido.

Radicalidad en la virtud de la pureza

Con tantas cualidades naturales y una posición social envidiable, al crecer podría haberse fácilmente desviado hacia el mundanismo.
Pero Bernardo probó que la alta condición social, si es vivida con fe, puede incluso ayudar a la práctica de la virtud. Su temperamento, inclinado a la meditación, se abrió a la acción de la gracia, que lo llevaba a escoger siempre la virtud al placer, las cosas de Dios a las del mundo.
Retablo de San Bernardo
A los 19 años era alto, bien proporcionado, con profundos ojos azules iluminando un rostro varonil, enmarcado por una cabellera rubia. Su porte era al mismo tiempo noble y modesto.
Cierto día, en una recepción social, la figura de una joven lo atrajo y lo perturbó. Inmediatamente, para apartar aquella visión que se le volvió casi obsesiva, se arrojó en un tanque de agua fría y ahí permaneció hasta que lo sacaron. Hizo entonces el propósito de consagrarse totalmente a Dios.

Prodigiosa población de la Abadía del Císter

El año 1098 San Roberto había fundado, en un valle llamado Císter, una rama reformada de la famosa abadía de Cluny, ya entonces en decadencia. La severidad de su regla fue alejando a los candidatos, mientras sus monjes antiguos iban muriendo. San Esteban Harding, sucesor de San Roberto, pedía constantemente a Dios nuevas vocaciones; pero éstas no aparecían. Pensaba ya cerrar definitivamente las puertas de la abadía, cuando un día treinta nobles caballeros aparecieron, pidiendo ingresar en la Orden. Eran Bernardo con sus hermanos, un tío y amigos, a quienes había convencido de acompañarlo. Más tarde los seguirían su hermano menor y el propio padre, mientras que su única hermana también se dedicaría a Dios, muriendo en olor de santidad.
Era tan intenso el don de persuasión que poseía este hombre lleno de amor de Dios que, al predicar, las mujeres sujetaban a sus maridos y las madres escondían a sus hijos, por miedo a que lo siguiesen... 

Comunicación continua con Dios

Bernardo se entregó a la práctica de la regla como monje consumado. Puesto que, en los caminos de la virtud, hay varias vías para alcanzar la santidad, Bernardo se dio con total radicalidad a la bella vía para la cual se sentía llamado por Dios. Dominó de tal manera sus sentidos, que comía sin sentir el sabor, oía sin oír. Dominó el paladar a tal punto, que una vez bebió sin percibir un vaso de aceite, en vez de agua. Formó para sí una “celda interior”, en la cual vivía tan recogido que, después de dos años, desconocía si el techo de la abadía era abovedado o liso, ni si había ventanas en la capilla. Su comunicación con Dios era continua, de manera que incluso mientras trabajaba no perdía su recogimiento interior.
Pensaba que el monje debía tener el dominio de sí, incluso durante el sueño; y más tarde, cuando oía roncar a alguno de los hermanos, decía que eso era dormir de un modo carnal y en el estilo de los seglares. Huía del sueño como de una imagen de la muerte, concediéndole tan poco tiempo que mal podía decirse que dormía.
Bernardo quería santos en su milicia. Por eso decía a menudo a sus novicios: “Si deseáis vivir en esta casa, es necesario dejar afuera los cuerpos que traéis del mundo; porque sólo las almas son admitidas en estos lugares, y la carne no sirve para nada”.

Fundador de Claraval, atraía las almas a Dios

San Esteban Harding veía maravillado a aquel joven con la madurez y prudencia de un anciano. Y apenas dos años después de su entrada en el Cister, lo envía como superior de un grupo de monjes para fundar la abadía de Claraval. Bernardo tenía apenas 25 años.
Abadía del Císter, en Borgoña
La nueva abadía quedaba en un lugar descuidado y agreste, siendo por eso llamado Valle del ajenjo. San Bernardo lo transformaría en el Valle Claro, o Claraval, extendiendo su fama por toda Francia y, después, por Europa. Muchos eran los nobles que iban a visitarlo y terminaban quedando como discípulos suyos.
La pobreza de la abadía en sus inicios era espantosa: no tenían para comer sino hierbas silvestres; mal se vestían, sufriendo todas las intemperies. Ésa era la riqueza de esos verdaderos héroes, que habían abandonado todo por Cristo.
Bernardo alcanzó un grado supereminente de amor de Dios y de unión con la voluntad divina, pero le faltaba aún comprender bien la debilidad humana de sus subordinados. Tenía escrúpulos de dirigirlos por la palabra, creyendo que Dios les hablaría en lo íntimo del alma mucho mejor que él. Estaba en esa tentación, cuando cierto día se le apareció un Niño todo envuelto en una luz divina. Con gran autoridad, éste ordenó le dijese todo cuanto le viniese al pensamiento, porque sería el propio Espíritu Santo que hablaría por su boca.

Al mismo tiempo Bernardo recibió una gracia especial de comprender las debilidades de los otros y de acomodarse al espíritu de cada uno, para ayudarlos a vencer sus miserias.

El modo cómo Bernardo atraía vocaciones hacia Claraval era milagroso. Por ejemplo, todo un grupo de nobles, que por curiosidad quisieron un día conocerlo. Actuaba como si fuese un poderoso imán para atraer almas a Dios.
La atracción más asombrosa fue la de Enrique de Francia, hermano del Rey Luis VII. Este príncipe fue a Claraval a tratar de un importante asunto con San Bernardo. Cuando iba a salir, pidió ver a todos los monjes, a fin de encomendarse a sus oraciones. Bernardo le dijo que pronto experimentaría la eficacia de esas oraciones. El mismo día Enrique se sintió tan tocado por la gracia que, olvidándose que era entonces el sucesor de la corona, quiso quedarse en Claraval. Más tarde fue Obispo de Beauvais, y después Arzobispo de Reims.
Con ello Claraval creció tanto, que habitualmente su número era de 600 a 700 monjes. A pesar de ello, cada uno mantenía el aislamiento interior y el silencio, como si estuviese sólo. Jamás un monje estaba inactivo, habiendo siempre algún trabajo manual que hacer, si no estuviese en oración en el coro o en su celda.
Con el tiempo y el número creciente de vocaciones, Bernardo pudo fundar 160 casas de su Orden, no sólo en Francia sino también en otros países de Europa

Extirpador de un cisma

La misión pública de San Bernardo casi no tuvo similar en la Historia. Fue él, por ejemplo, llamado para combatir el cisma del antipapa Anacleto II. Recorrió entonces Europa, conquistando reyes y reinos para la justa causa. Fue el alma de los Concilios de Letrán, de Troyes y de Reims, convocados por el Papa para tratar de los asuntos de la Iglesia. Se opuso al Emperador alemán Lotario II que, aprovechándose del cisma, quería recibir las investiduras de las iglesias. Bernardo no sólo lo hizo desistir de ello, sino también lo convenció de reconocer al Papa verdadero.
Bernardo intentó —juntamente con San Norberto— conquistar al antipapa. Pero en vano; éste fue renuente y se rehusó a oír cualquier argumento.. 

La prédica de San Bernardo era en general acompañada de gran número de milagros. Libraba a poseídos del demonio, restituía la vista a los ciegos, el movimiento a los paralíticos, la voz a los mudos, la audición a los sordos. El cardenal d’Albano, sujeto a fuertes fiebres, fue curado bebiendo el agua que fue pasada en un plato donde comiera el Santo.
Prácticamente no podía andar sin ser seguido por una multitud de enfermos y de sanos que querían tocarlo.
Tenía que hablar a la multitud desde una ventana, para protegerse.
Estaba en Italia cuando la muerte repentina del antipapa Anacleto hizo cesar el cisma, que había durado siete años. Eligieron a un sucesor, pero Bernardo lo convenció de la ilicitud de esa elección, del riesgo de su eterna salvación y lo llevó arrepentido a los pies del verdadero Papa. Con ello terminó el cisma.
En todas partes el santo era mirado como “el padre de los fieles, la Columna de la Iglesia, el apoyo de la Santa Sede, el Ángel tutelar del pueblo de Dios”.

Franqueza apostólica con los poderosos

Además de la cuestión del cisma, no hubo punto importante en la Iglesia, en aquella época, en que Bernardo no hubiese intervenido. Este intrépido batallador fue el árbitro de todas las disputas de su tiempo. Así, reconcilió al Conde de Champagne con el Rey Luis VII, que quería enseñorearse de sus tierras, evitando así una guerra fratricida.
Habiendo el Rey de Francia Luis VII expulsado de sus diócesis al Arzobispo de Tours y al Obispo de París, Bernardo lo reprendió vigorosamente mediante cartas, amenazándolo con el Juicio de Dios. Ni la libertad apostólica con la que Bernardo le habló al Rey, ni el cumplimiento de una de sus previsiones –la muerte del primogénito de ese príncipe– llevaron al Monarca a censurarlo.

Aniquila herejías y predica la II Cruzada

Bernardo predicando la Segunda Cruzada en Vézelay en 1146
Bernardo fue el protector de la fe contra las herejías de Pedro Abelardo y Arnaldo de Brescia, que querían renovar los antiguos errores de Arrio, Nestorio y Pelagio. Combatió también los errores de Gilberto de la Porée, Obispo de Poitiers.
Pero la principal herejía que el Santo combatió fue la de un monje apóstata, Enrique, que en el Languedoc movía una guerra cruel a la Iglesia, atacando a los Sacramentos y a los sacerdotes fieles.

El santo abad fue también llamado a predicar la II Cruzada, lo que hizo con la fuerza de su elocuencia y el poder de los milagros. Cuenta su secretario que en Alemania curó, en un sólo día, a nueve ciegos, diez sordos o mudos, diez mancos o paralíticos. En Mayence, la multitud que lo rodeó fue tan grande, que el Rey Conrado fue obligado a tomarlo en sus brazos para sacarlo ileso de la iglesia.

Cantor de la Virgen

La devoción de Bernardo hacia Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen María eran incomparables. Cierto día, cuando entraba en la catedral de Spira, en Alemania, en medio del Clero y del pueblo, se arrodilló tres veces, diciendo a la primera: “¡Oh clemente!”; a la segunda: “¡Oh piadosa!”; y a la tercera: “¡Oh dulce Virgen María!”. La Iglesia añadió después estas invocaciones al final de la Salve.

En fin, muchísimas cosas más se podrían decir de este Santo excepcional. Estando próximo a morir, sus hijos espirituales hacían violencia a los Cielos para conservarlo en la Tierra. Él se lamento dulcemente: “¿Por qué deseáis retener aquí a un hombre tan miserable? Usad de la misericordia para conmigo, yo os lo pido, y dejadme ir hacia Dios”;lo cual ocurrió el día 20 de agosto de 1153.

   

Obras consultadas.-
  • Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires Éditeurs, París, 1882, t. X, pp. 50 y ss.
  • Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. III, pp. 388 y ss.
  • Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1948, t. IV, pp. 511 y ss.
  • P. José Leite  S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, t. II, pp. 557 y ss.
Fuente:http://www.fatima.pe/articulo-92-san-bernardo-de-claraval

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