miércoles, 2 de julio de 2025

S A N T O R A L

SAN PROCESO Y SAN MARTINIANO, MÁRTIRES

Entre los otros soldados, que guardaban a los gloriosos apóstoles san Pedro, y san Pablo, al tiempo que por mandado del emperador Nerón estaban presos en Roma en la cárcel de Mamertino, dos de los más principales fueron Proceso, y Martiniano: los cuales, viendo los milagros, que los santos apóstoles obraban allí en la cárcel, sanando a muchos enfermos, y endemoniados, y oyendo su admirable, y celestial doctrina, alumbrados, y esforzados con divina luz, determinaron ser cristianos, y se echaron a los pies de los apóstoles, manifestándoles su deseo, y suplicándoles, que los bautizasen, y que fuesen libres de la cárcel; porque ellos quedarían a pagar la pena, que por haberlos soltado les quisiesen dar.


El bienaventurado san Pedro los acogió, y confirmó en su buen propósito; y queriéndolos bautizar, como hubiese falta de agua, hizo la señal de la cruz en la misma peña, en que está fundada aquella cárcel, y luego salió una fuente de agua viva, tan copiosa, y tan perenne, que hasta hoy día dura, sin haberse podido secar en el discurso de tan largo tiempo, ni agotar con la muchedumbre de la gente, que va a visitar aquel santo lugar, y por su devoción bebe de ella. Con el agua de esta fuente fueron bautizados Proceso, y Martiniano, y de soldados de Nerón fueron hechos soldados de Jesucristo. Convirtiéronse con ellos otros cuarenta y siete, entre hombros, y mujeres. Pero sabiendo Paulino, que era juez, que Proceso, y Martiniano habían creído en Jesucristo, los mandó prender; y traídos delante de sí, procuró con blanduras, y algunas palabras persuadirles, que se apartasen de aquella, que él llamaba locura, y adorasen a los dioses del imperio romano, en cuya religión se habían criado; porque así serian honrados, y acrecentados, y no despojados de la honra, y vida que poseían. Y no habiendo podido persuadirles, lo que pretendía, les mandó dar grandes golpes con piedras en sus bocas, quebrándoles las muelas, y dientes, y bañándolos en sangre; y los santos levantados los ojos al cielo, decían: Gloria sea a Dios en las alturas. Mandó después Paulino traer allí un ídolo de Júpiter, y ponerle en un altar, y a los santos mártires, que le adorasen; pero ellos le escupieron: de lo cual Paulino se enojó sobremanera: y para vengarse de ellos, los mandó desnudar, y estirar en el ecúleo, y atormentar cruelmente, y después abrasar sus costados con planchas de hierro encendidas; y ellos con grande alegría cantaban: Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito; los ángeles te alaben, y todas las criaturas te bendigan. Despedazaron sus carnes con escorpiones, y afligiéronlos con otros tormentos, en los cuales estando los santos mártires con increíble gozo, Paulino de repente perdió un ojo, saliéndosele de su lugar, y el demonio se apoderó de él, comenzando a sentir dolores del infierno, al cabo de tres días expiró.
En venganza de la muerte de su padre, Pomponio su hijo dio parte a Nerón, de lo que pasaba, y que Proceso, y Martiniano eran encantadores, y magos, y con sus hechizos habían muerto a su padre: y el emperador mandó a Cesáreo, prefecto de la ciudad, que luego los hiciese morir; y él dio sentencia, que les fuesen cortadas las cabezas: y así se hizo en la vía Aurelia, fuera los muros de Roma. Sus cuerpos dejaron en el campo, para que fuesen comidos de los perros; mas una santa, y noble matrona romana, llamada Lucina, que había animado en sus tormentos a los santos mártires, recogió los cuerpos, y con gran veneración, y ungüentos preciosos, y aromáticos, los enterró en una heredad suya, de donde después fueron trasladados a una iglesia, que edificó a honra suya; y arruinada aquella iglesia otra vez, fueron colocados en la del príncipe de los apóstoles san Pedro.
Fué su martirio a dos de julio, del año del Señor de 69, a los trece años del imperio de Nerón. San Gregorio en una homilía, que es la treinta y dos, y es, la que hizo en la iglesia, donde estaban los cuerpos de estos santos, dice estas palabras: «A los cuerpos de estos santos vienen los enfermos; y vuelven sanos: vienen, los que han jurado falso; y son afligidos del demonio: vienen los endemoniados; y quedan libres. ¿Cómo pensamos, que viven estos santos allá, donde de veras viven; pues aquí donde están muertos viven con tantos milagros? »Y entre otros cuenta uno de una santa, y religiosa mujer, que visitaba a menudo sus santos cuerpos, y ellos le aparecieron, y le prometieron, que el día del juicio le pagarían aquella buena obra, y pía devoción, con que los visitaba. Esto refiere san Gregorio. De los santos Proceso, y Martiniano hacen mención todos los Martirologios, el Romano, el de Beda, Usuardo, y Adon, y el padre Surio en el cuarto tomo de las vidas de los santos, y el cardenal Baronio en si primero de sus Anales.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

martes, 1 de julio de 2025

 

Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor

Plinio Corrêa de Oliveira
La sangre derramada no solo nos habla de enfermedades, nos habla de la lucha y del crimen.

Es imposible, por ejemplo, hablar de sangre derramada sin pensar en la sangre de Abel, vertida por Caín y que, según las Escrituras, subía a Dios clamando venganza.

La idea de la sangre derramada, de esa sangre que es parte del organismo y que le fue arrancada, en una especie de dilaceración profunda del ser; esa sangre derramada nos da la idea algo injusto, algo violento, algo inicuo, que es una profunda perturbación del orden y que clama a Dios por el restablecimiento del orden.

La sangre de Nuestro Señor

Cuando pensamos en la Sangre infinitamente Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo, esa Sangre generada en el seno de Nuestra Señora, esta Sangre que sale de ese Cuerpo, de donde nunca debería haber salido; esta Sangre que, como todo en el Cuerpo de Cristo, está en unión hipostática con Él y que sale de Su sagrado organismo.

Esa Sangre, que es la sangre de David, que es la sangre de María, que es la Sangre del Dios-Hombre y que, a través de una serie de actos de violencia deicidas inexpresables, por la flagelación, por la coronación de espinas, por la cruz cargada, por los tormentos de toda especie. Peor que eso, por el tormento del alma cuando Nuestro Señor comenzó a sufrir en la agonía, y esa sangre fluyó de todo su Cuerpo.

Vigilad y orad

Esa Sangre, que se derrama por el suelo, es una tal manifestación de hasta dónde puede ir la maldad humana, es una manifestación del misterio de iniquidad, es una manifestación de cuánto tolera Dios. Este es un memorial para comprender la naturaleza humana decaída ‒especialmente cuando es dirigida por el pecado y dirigida por el demonio‒ que va hasta el final y no retrocede ante nada.

Siendo así, todas las desconfianzas son necesarias frente al mal. Esto está exactamente en el precepto: “Vigilad y orad”.

Es necesario tener desconfianza, porque el mal es capaz de todo, es capaz de las peores infamias y todo se puede esperar de él y, contra él, se puede usar todas las violencias preventivas que se puedan emplear de acuerdo con la Ley de Dios y de los hombres.

Todo lo que sea dormir frente a él, todo lo que sea un optimismo tonto, todo lo que deja para más adelante su combate, todo esto es un verdadero crimen, porque hasta allá el mal fue capaz de llegar y, por lo tanto, fue capaz de todo.

Esta consideración es muy desagradable para nuestra índole complaciente, endulzada, amiga de pactar, enemiga de las divisiones. Pero debemos meditar, ante la Preciosa Sangre, hasta dónde llega la Revolución. La Revolución no retrocede ante nada. Y es bastante evidente que ya fue una manifestación de la Revolución ‒la peor de ellas‒ la que se volvió contra el Dios-Hombre.

Una misericordia infinita

Esta sangre derramada nos muestra la misericordia de Dios, que quiso que esta sangre se derramara y se derramara en una abundancia inaudita. Toda la sangre que estaba en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo se vertió para mostrar que esa sangre se dio y se dio sin reservar una sola gota, por completo, por el inmenso deseo de Nuestro Señor de salvarnos.

Una gota de su sangre habría sido suficiente, pero derramó toda Su sangre. Incluso la que restaba, se vertió junto con agua cuando la lanza de Longinos traspasó su costado. El no quiso que quedara nada, para redimirnos.

Esta abundancia de sangre, esta abundancia de sufrimiento, esta completa entrega de sí mismo, recuerda una palabra de Nuestro Señor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). La Preciosa Sangre ante nosotros afirma: nadie puede ser más amigo de cada uno de nosotros que el que da su vida por nosotros.

Pero Él, no solo dio Su vida, sino que también quiso sufrir la muerte por los golpes, por la angustia, por cada gota de sangre que salió de su cuerpo sagrado. En ese sentido, cada gota de sangre que cae es como una pequeña muerte, porque es una gota de vida que se desvanece. Quiso pasar por todas esas muertes para mostrar hasta que punto infinito nos tenía amistad.

La raíz de la confianza

Relicario que contiene las especies sagradas del
milagro eucarístico de Lanciano. En la ampolla inferior,
la Preciosa Sangre de Nuestro Señor coagulada
De esto nace la confianza en Su misericordia. Si tanto quiso salvarnos, debemos comprender que cubriéndonos con Su Sangre y presentándonos al Padre Eterno podemos pedir perdón por nosotros, debemos tener la confianza de que podemos pedir este perdón.

Pero, por otro lado, muestra el horror del destino eterno del condenado. Para evitarnos este destino eterno, Nuestro Señor llegó a este punto. Vean cuán grave es el mal del que Él quería liberarnos. Así, podemos medir la profundidad del Infierno al considerar una gota de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

No es posible hablar de este asunto sin recordar las lágrimas de María, vertidas junto a la Sangre de Cristo. Nuestro Señor no quiso que Nuestra Señora derramara una gota de Su sangre. Y habiendo permitido que se hiciera todo contra Él, no permitió que los poderes del mal tocaran siquiera con la punta de un dedo a Su Madre Inmaculada.

Por lo tanto, Ella no sufrió un tormento físico, y de su sangre nada vino para la humanidad, ni tendría la fuerza redentora de la Sangre Infinitamente Preciosa de Cristo. Solo sería una especie de complemento.

Pero Nuestra Señora derramó una forma de sangre: fueron Sus lágrimas. Se puede decir que las lágrimas son la sangre del alma y que Ella sufrió todo el dolor de la muerte de su Hijo. Por eso, es imposible pensar en la Sangre de Cristo sin pensar, al mismo tiempo, en las lágrimas de María que fue el primer tributo de la Cristiandad para completar Su Pasión: el sufrimiento de los fieles, para que numerosas almas se salvaran.

La Sangre de Cristo y la Eucaristía

Finalmente, es necesario pensar en la Sagrada Eucaristía. Esta sangre de Cristo fue derramada por las calles, por las plazas, en el Pretorio de Pilatos, en la cima del Calvario, y ella está entera en la Sagrada Eucaristía. Y cuántos de nosotros tal vez hayamos recibido ayer, hoy, mañana, en no sé cuántos días, la Sangre de Cristo.

Entonces, cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, debemos recordar esto. Esta Preciosa Sangre, derramada por nosotros, es recibida por nosotros. Él está dentro de nosotros pero no para reclamar castigo, sino para clamar misericordia por nosotros. Entonces, recibamos la Eucaristía con gran confianza, con mucha alegría, porque recibimos la Sangre de Cristo que asciende al Cielo y clama intercediendo por nosotros.

NOTAS

[1] Excerpta de conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a socios y cooperadores de la TFP a 01 de julio de 1967. Traducción y adaptación por "Acción Familia". Sin revisión del autor.

  fuente: https://www.pliniocorreadeoliveira.info/ES_SD_670701_Preciosisimo_Sangre.htm

S A N T O R A L

SAN AARON, PROFETA

Fué hermano mayor de Moisés, hijo de Amram y de Jocabet, de la tribu de Leví, y nació en Egipto, el año 1574 antes de Jesucristo.
San Aarón Siendo Moisés escogido para libertar á su pueblo del cautiverio, se asoció para tan grande empresa á Aarón que se expresaba con más facilidad que él. Presentáronse ambos hermanos en la corte de Faraón, en la cual obraron una infinidad de prodigios, para ablandar el corazón endurecido de aquel príncipe.
Aarón acompañó siempre á Moisés, y habló constantemente en su nombre al pueblo y al rey. Por medio de su milagrosa vara se efectuaron los primeros portentos: fué trasformada en serpiente, hizo convertir el agua en sangre, llenó de ranas al Egipto, y cubrió de mosquitos todo el país. Después del paso del mar Rojo , estando Moisés en la cumbre del Sinaí, tuvo Aarón la debilidad de ceder á las instancias del pueblo infiel, que pedía un Dios visible, y quería que se dedicase un becerro de oro. Aarón se prestó á tan sacrílega exigencia, creyendo sin duda impedir así á los israelitas el desbandarse, y contenerlos á la falda del monte hasta la vuelta de su hermano, pero esta razón no pudo justificarle. Solo á su arrepentimiento debió el perdón de su falta, después de lo cual el Señor se dignó elegirlo para ser consagrado gran sacerdote de su pueblo escogido. Semejante preferencia ocasionó luego disturbios en un pueblo indócil, que se abandonaba con tanta frecuencia á la murmuración contra Dios. Coré, Datan, y Abiron, envidiando el honor del sacerdocio se rebelaron, y fueron tragados por la tierra que se abrió debajo de sus pies: castigo tembló al cual se siguieron otros no menos espantosos. 

Doscientos cincuenta hombres del partido de los rebeldes, que tuvieron la temeridad de ofrecer incienso en el aliar, fueron abrasados por el fuego que de él salió, y no apaciguándose aún la sedición con esto, el fuego del cielo rodeó á la multitud revolucionaria, devoró á más de catorce mil, y tal vez los hubiera enteramente exterminado, si Aarón con el incensario en la mano, no se hubiese interpuesto entre los muertos y los vivos, á fin de aplacar la cólera de Dios. El sacerdocio de Aarón fué luego después confirmado con un nuevo milagro que hizo cesar enteramente las murmuraciones del pueblo. Mandó Moisés que se encerrasen en el tabernáculo las varas de las doce tribus, conviniendo todos en que se conferirla el soberano sacerdocio á la tribu cuya vara floreciese. Al día siguiente la de Leví apareció cargada de flores y frutos, y Aarón fué declarado pontífice supremo. 

Sostuvo con Hur los brazos de Moisés que oraba á Dios mientras Josué combatía contra los amalecitas. Después de haber vestido los ornamentos pontificales á Eleázaro su hijo y sucesor en el sacerdocio, murió Aarón el año 1452 antes de Jesucristo, á los 123 de su edad, sobre el monte Hor, á la vista de la tierra prometida en la cual no pudo entrar, en castigo de su desconfianza cuando Moisés hería la roca en el desierto de Cades


Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc