martes, 30 de julio de 2024

Asesinato de la reina de Francia María Antonieta 

A las 11 de la mañana del 16 de octubre de 1793, apareció el verdugo, llamado Henri Sanson . Era hijo de Charles-Henri Sanson , que había ejecutado a su esposo. A continuación, la mujer del director de la prisión le cortó con cuidado el pelo. El encargado de accionar la cuchilla de la guillotina se escondió los mechones en su bolsillo. Después la subieron a un carro junto al padre Girard, párroco de Saint-Landry y sacerdote constitucional designado por el Tribunal Revolucionario. Aunque María Antonieta se negó a confesarse, debido a que no le habían dejado escoger a un sacerdote propio, este la acompañó durante todo el trayecto.

El verdugo se situó detrás de la Reina en la carreta. Al abandonar el patio de la Conciergerie, el vehículo se abrió paso lentamente a través de una multitud situada a ambos lados de la calle. Más de 30.000 soldados formaban una barrera a lo largo del trayecto. María Antonieta iba con las manos atadas a la espalda, como si de un preso cualquiera se tratara. Al pasar, todo el mundo la abucheaba e insultaba. Ella permanecía en silencio. Los vecinos llenaban los balcones y se apostaban en los tejados con el objetivo de presenciar alguno de los macabros detalles de la escena.

La condenada entró en la plaza de la Revolución a mediodía. Zweig describía la escena con cierta licencia literaria:

« Sobre este hervidero de curiosos, negro y ondulante, se elevan rígidamente dos siluetas, las únicas cosas sin vida en aquel espacio cargado de animación humana. Por un lado, la esbelta línea de la guillotina, con su puente de madera que lleva del más acá al más allá. Por otro, en lo alto de su yugo centellea, bajo el turbio sol de octubre, el brillante indicador del camino, la cuchilla recién afilada. Ligera y esbelta, su figura se recorta contra el cielo gris como un juguete olvidado de un dios horrendo. Los pájaros, que no sospechan el tenebrosa significado de aquel cruel instrumento, juguetean despreocupadamente sobre él en su revoloteo ».

«Señor, le pido perdón»

Una vez llegado al lugar donde se ubicaba la estructura de la guillotina, descendió de la carreta y subió la escalera que conducía a la plataforma. La Reina destronada, calificada de «sanguijuela» por los franceses, compareció pálida y derrotada por el cansancio ante los 10.000 espectadores morbosos. El sol cegaba sus ojos acostumbrados desde hace dos meses a la oscuridad y perdió uno sus zapatos. Este se conserva hoy en el Museo de Bellas Artes de Caen . Con el otro pisó accidentalmente el pie del verdugo. «Señor, le pido perdón, no lo hice a propósito», comentó.

María Antonieta, al contrario que Luis XVI, no se dirigió a sus antiguos súbditos. Los ayudantes de Sanson la colocaron sobre la plancha de madera de la guillotina y le sujetaron la cabeza con un cepo con forma de media luna. Pocos segundos después dejó caer la cuchilla, que segó la cabeza de un solo golpe. A continuación la recogió para mostrarla a la muchedumbre. Eran las 12.15 horas. Toda la plaza gritó: «¡Viva la República!». La multitud permaneció en silencio mientras abandonaba la plaza. 

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