jueves, 13 de julio de 2023

S A N T O R A L

SAN ENRIQUE, Emperador, Oblato y Confesor

MISIÓN del EMPERADOR

El Espíritu Santo que distribuye sus bienes como le place, llamaba a Germania a los más altos destinos, a esa Germania donde había hecho brillar su poder divino en la transformación de sus pueblos. Conquistada al cristianismo por San Bonifacio y sus sucesores, la extensa comarca que se extiende desde el Rhin hasta el Danubio había llegado a ser el baluarte de Occidente, en donde tantos años había sembrado la desolación y la ruina. Roma pagana, en el cénit de su poder, no pensó nunca someter a su dominio a las tribus feroces que allí habitaban, sino que se contentó con levantar entre su Imperio y ellas un muro de eterna separación; la Roma cristiana, en cambio, más señora del mundo que la pagana, colocó en estas regiones la sede misma del sacro Imperio Romano, vuelto a fundar por sus Pontífices.
A este nuevo Imperio corresponderá defender los nuevos derechos de la Iglesia, protegerla de los nuevos bárbaros, conquistar para el Evangelio o aniquilar las hordas húngaras, eslavas, mongolas, tártaras y otomanas que sucesivamente vendrán a chocar contra sus fronteras. ¡Cuántos bienes habrían venido a Alemania, si hubiera siempre comprendido dónde se encontraba su verdadera gloria, y sobre todo si la fidelidad de sus príncipes al Vicario de Jesucristo hubiera estado al nivel de la fe de sus pueblos!


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Seis años antes de subir san Enrique á la dignidad imperial, estando en Ratisbona, se le apareció san Uvolfango, obispo de aquella ciudad, en una notable visión: represéntesele, que estaba en la iglesia de san Emmeramo, para visitar el sepulcro de san Uvolfango, que estaba en ella. Apareciósele luego el santo, diciéndole: Mira con atención las letras que están escritas en la pared junto á mi sepulcro. Hízolo así Enrique, y notó estar escritas estas solas palabras: Post sex. Después de vuelto en sí, revolvía en su pensamiento, qué lo quería el cielo significar con aquella cifra. Parecióle al buen príncipe lo más seguro, que dentro de seis días moriría; y así hizo luego grandes limosnas, y se dispuso para esperar la muerte; mas pasado el término de seis días, sin caer malo, extendió el piadoso duque la interpretación de aquella escritura á seis meses; en los cuales se ocupó todo en prepararse para morir al cabo de ellos: mas como también se alargaba su vida á más tiempo, alargó también san Enrique el sentido de aquellas palabras á seis años, disponiéndose también en ellos para su último día; porque de esta manera le quiso obligar la divina bondad á adelantarse en las muchas virtudes que tenía, y disponerle para que fuese un verdadero dechado de emperadores y príncipes cristianos. En cumpliéndose los seis años, fué elegido por emperador, y acabó de entender, que la revelación que había tenido, no era de su muerte, sino de la majestad del imperio romano. No le faltó en su elección ningún voto, sino el do Heriberto, arzobispo do Colonia, que aunque fué varón santísimo, entre él y el santo emperador Enrique, no había la correspondencia que merecían las virtudes do entrambos, por causa de algunos malsines, y siniestras informaciones de gente envidiosa, hasta que ilustró Dios al santo emperador, revelándola verdad, y cuan gran siervo suyo era el arzobispo de Colonia. Fuese luego el piadoso príncipe á pedir perdón al santo prelado de no haber sentido de él con la estimación que debiera, todo con grande humildad, y muestras de amor del santo emperador: el cual no quedando contento con esta sola reconciliación, á la noche siguiente después de maitines se fue solo á la cámara de san Heriberto mas no hallándole allí, sino en un oratorio , donde solía estarse el santo prelado largas horas en oración, entró en él, y despojándose de su palio imperial, se postró en el suelo á los pies del arzobispo, y con grande humildad y contrición de su espíritu, le tornó á suplicar le perdonase, y admitiese como á sacerdote de Cristo. El santo arzobispo se levantó del suelo con gran contento suyo, quedando de allí adelante muy amigos. Verdaderamente fue esto un grande ejemplo de humildad y sujeción á la Iglesia; porque no habiendo ofendido el emperador, ni de obra ni de palabra, al arzobispo, dio muestras de tan rara penitencia y rendimiento, por solo lo que le había pasado por el pensamiento contra un prelado eclesiástico, y siendo mal informado.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

VOCACIÓN DE LOS PUEBLOS

Dios mantuvo espléndidamente los ofrecimientos que hizo a Germania. La fiesta de hoy señala el remate del período de gestación fecunda en que el Espíritu Santo, habiéndola como creado de nuevo en las aguas regeneradoras del bautismo, quiso llevarla al pleno desarrollo de la edad madura, propia de las naciones.
El historiador debe especialmente ocuparse de estudiar la vida de los pueblos en este período de su formación verdaderamente creadora, si desea conocer lo que espera de ellos la Providencia. En efecto, cuando Dios hace una nueva creación, ya sea en el orden de la vocación sobrenatural de los hombres o de las sociedades, ya sea en el mismo orden de la naturaleza, deposita, desde su origen, el principio de vida más o menos perfecto que debe corresponderle: germen precioso con cuyo desarrollo, si no le pone impedimento, deberá llegar a conseguir su fin; con cuyo conocimiento, el que sabe observarle antes de toda desviación, llega a conocer con claridad el pensamiento divino en el momento crucial. Ahora bien el germen vital de las naciones cristianas es la santidad de sus orígenes; santidad de varias facetas y tan diversas para cada una de ellas, según sean los destinos decretados por la multiforme Sabiduría de Dios de la que deben ser instrumentos; santidad que con frecuencia descenderá del trono, y dotada por eso mismo, del carácter social que, por desgracia, gozarán también los crímenes de sus emperadores, por causa de ese mismo título de emperador que les hace ante Dios representantes de sus pueblos.

MISIÓN DE LAS REINAS

Santa Eduviges, reina de Polonia
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Santa Clotilde
Hemos visto que, a semejanza de María constituida en canal de toda vida para el mundo por su maternidad divina, del mismo modo ha sido confiada a la mujer la misión de engendrar para Dios las familias de las naciones que serán objeto de sus más caros destinos; mientras los príncipes son considerados como fundadores exteriores de los imperios y gozan por sus gestas el primer plano en la historia, las reinas, con su vida oculta, pasada en oraciones y lágrimas, hacen fecundas sus obras, levantan sus miras por encima de la tierra y las alcanzan la duración. El Espíritu Santo no teme prodigarse en la exaltación de la Madre de Dios; a las Clotildes y Radegundis, que en tiempos difíciles engendraron a los francos para la Iglesia, corresponden en diferentes cielos, pero siempre en honor de la Santísima Trinidad; las Isabelas en España, Portugal y Hungría, las Adelaidas y Cunegundas en Germania. En el caos del siglo X, del que debía salir Alemania, se cierne sin interrupción su dulce silueta, proyectando su luz en la noche de los tiempos sobre la Iglesia y sobre el mundo, más eficaz contra la anarquía que la espada de los Otones.




Fundó totalmente el obispado de Bamberga, haciéndole tributario de la Iglesia romana, y consagrándole á los príncipes de los apóstoles San Pedro y San Pablo, y á San Jorge, mártir, haciendo otras grandes liberalidades con muchas iglesias; porque el santo emperador no quería tener sino á Dios por heredero: y aunque se casó, por contentar á los príncipes de Alemania, con Cunegunda, hija del conde Platino, del Rin; guardaron ambos castidad virginal, viviendo como hermanos en grande paz y conformidad, y empleándose en heroicas obras de virtud. Mas el enemigo común, no pudiendo sufrir que hiciesen en la tierra vida tan angélica y pacífica los dos santos casados, instigó á algunos calumniadores, que levantasen un falso testimonio á la santa emperatriz, poniendo dolo en su honestidad; más el Señor declaró su inocencia con una grande maravilla: porque anduvo la honestísima señora con los pies desnudos sobre barras de hierro hechas ascua, sin quemarse, en testimonio de que era virgen, y de que ni el emperador su marido, ni otro hombre nacido había violado su entereza y virginidad.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

SAN ENRIQUE

Únase la tierra al cielo para celebrar hoy al hombre que dió, que llevó a cabo los designios de la Sabiduría eterna, en esta época de la historia; resume en sí todo el heroísmo y la santidad de la raza ilustre cuya principal gloria es el tenerla preparada durante todo un siglo para los hombres y para Dios. Fué grande ante los hombres que, durante un largo reinado, no se cansaron de admirar la bravura y actividad enérgica, gracias a los cuales, presente a la vez en todos los puntos del imperio, siempre victorioso, supo reprimir las revueltas del interior, contener a los eslavos en las fronteras del Norte, castigar las acometidas griegas en el mediodía de Italia; mientras que como político sagaz, ayudaba a Hungría a sacudir el yugo de la barbarie por el Cristianismo y tendía una mano amiga a Roberto el Piadoso, que quiso firmar un pacto eterno para dicha de los siglos venideros, entre el Imperio y la Primogénita de la Iglesia.
Enrique, esposo virgen de la virgen Cunegunda, fué grande además para Dios, que no tuvo nunca un representante más fiel sobre la tierra.
A sus ojos el único Rey es Dios en Cristo; el móvil de los intereses de Cristo y de su Iglesia y su sola ambición el servir al Hombre-Dios lo más perfectamente posible. Comprendía que la verdadera nobleza, lo mismo que la salvación del mundo, se ocultaba en los claustros donde las almas selectas se cobijaban para huir de la ignominia universal y evitar tantas ruinas. Este pensamiento le condujo a Cluny, al día siguiente de su coronación imperial, para poner en manos de su abad, para su custodia, la bola de oro, imagen del mundo, cuya defensa se le habla confiado como soldado del Vicario de Dios. Lejos de querer dominar, no pensaba sino servir y permanecerá fiel hasta el fin en este ideal, como verdadero discípulo de Cristo.

VIDA

"Jinete" Catedral de Bamberg
Enrique vino al mundo hacia el año 973.
Al cumplir los 22 años, fué elegido duque de Baviera, y en 1007 emperador de los romanos. Ocupó su vida en conquistar y mantenerse en paz a todo su inmenso imperio y en 1024 murió en Bamberg. Más que los acontecimientos políticos que caracterizan su reinado, debe hacerse resaltar la virtud de este emperador, que jamás se dejó llevar de sus propios intereses; su celo por ayudar a los papas en las asambleas sinodales o en la reforma de la Iglesia; su cuidado en la elección de obispos dignos de su ministerio; su caridad para los pobres y monasterios; sus admirables triunfos sobre naciones bárbaras, debidos más a la oración que a las armas. Su cuerpo fué sepultado en la catedral de Bamberga, construida por él, Dios le glorificó con numerosos milagros que movieron al Papa Eugenio III a canonizarle un siglo después. 
Su esposa, Santa Cunegunda, fué también elevada a los altares por Inocencio III.

ELOGIO

Por mí los reyes reinan y por mí los príncipes imperan. ¡Oh Enrique! Comprendiste esta palabra bajada del cielo. En aquellos tiempos turbulentos supiste donde encontrar el consejo y la fuerza.
Como Salomón, sólo deseaste la Sabiduría y como él experimentaste que con ella se alcanzan también las riquezas, la gloria y la magnificencia. Pero más afortunado que el hijo de David, no te dejaste desviar de la sabiduría viviente por estos dones inferiores, que, en los designios divinos, eran más la prueba de tu amor, que la manifestación del que Dios te tenía. Oh Enrique, la prueba fué decisiva: llegaste a la meta del buen camino, sin excluir de tu alma magnánima ninguna consecuencia de los preceptos divinos; satisfecho de haber elegido, al contrario de tantos otros, la áspera vereda que conduce al cielo, en compañía de los santos caminaste, por medio de los senderos de la justicia', siguiendo más de cerca a la divina Sabiduría.

PLEGARIA POR LA PAZ

Buscando en primer lugar para ti el reino de Dios y su justicia, estuviste lejos de defraudar a tu patria de origen y al pueblo que te había llamado a ser su guía.
Nos regocijamos que a ti entre todos, deba Alemania la consolidación de su imperio que fué su gloria entre todos los pueblos, hasta que cayó en nuestros días para no volverse a levantar.
Mira benigno desde el trono que ocupas en el cielo, a esta vasta región del Santo Imperio que te debe su desarrollo y al cual la herejía parece haberlo descompuesto para siempre. Ven, oh emperador de tiempos mejores, ven a combatir por la Iglesia; junta las fuerzas dispersas de la cristiandad al campo tradicional de los intereses comunes a toda nación católica; y que la alianza que tu profundo sentido político realizó en otro tiempo, traiga al mundo la tranquilidad, la paz, la prosperidad, que no le dará el inestable equilibrio con el que queda a merced de la fuerza. edificó, que fueron muchos. Tuvo don de profecía, y parece, que leía los corazones de los que venían á tomar su hábito, y que entendía, si venían llamados de Dios, ó no. Hizo grandes milagros, y sanó á muchos enfermos, de varias y grandes enfermedades. Era muy tierno para con los pobres, y en tiempo de necesidad daba todo lo que tenía para socorrerlos; y el Señor le proveía largamente, y recompensaba al convento, lo que él tomaba para beneficio de los pobres.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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