SAN ENRIQUE, Emperador, Oblato y Confesor
MISIÓN del EMPERADOR
El Espíritu Santo que distribuye sus bienes como le place, llamaba a Germania a los más altos destinos, a esa Germania donde había hecho brillar su poder divino en la transformación de sus pueblos. Conquistada al cristianismo por San Bonifacio y sus sucesores, la extensa comarca que se extiende desde el Rhin hasta el Danubio había llegado a ser el baluarte de Occidente, en donde tantos años había sembrado la desolación y la ruina. Roma pagana, en el cénit de su poder, no pensó nunca someter a su dominio a las tribus feroces que allí habitaban, sino que se contentó con levantar entre su Imperio y ellas un muro de eterna separación; la Roma cristiana, en cambio, más señora del mundo que la pagana, colocó en estas regiones la sede misma del sacro Imperio Romano, vuelto a fundar por sus Pontífices.
A este nuevo Imperio
corresponderá defender los nuevos derechos de la Iglesia, protegerla de los
nuevos bárbaros, conquistar para el Evangelio o aniquilar las hordas húngaras,
eslavas, mongolas, tártaras y otomanas que sucesivamente vendrán a chocar contra
sus fronteras. ¡Cuántos bienes habrían venido a Alemania, si hubiera siempre
comprendido dónde se encontraba su verdadera gloria, y sobre todo si la
fidelidad de sus príncipes al Vicario de Jesucristo hubiera estado al nivel de
la fe de sus pueblos!
Seis años antes de subir san Enrique á la dignidad imperial,
estando en Ratisbona, se le apareció san Uvolfango, obispo de aquella ciudad,
en una notable visión: represéntesele, que estaba en la iglesia de san
Emmeramo, para visitar el sepulcro de san Uvolfango, que estaba en ella.
Apareciósele luego el santo, diciéndole: Mira con atención las letras que están
escritas en la pared junto á mi sepulcro. Hízolo así Enrique, y notó estar
escritas estas solas palabras: Post sex. Después de vuelto en sí,
revolvía en su pensamiento, qué lo quería el cielo significar con aquella
cifra. Parecióle al buen príncipe lo más seguro, que dentro de seis días
moriría; y así hizo luego grandes limosnas, y se dispuso para esperar la
muerte; mas pasado el término de seis días, sin caer malo, extendió el piadoso
duque la interpretación de aquella escritura á seis meses; en los cuales se ocupó
todo en prepararse para morir al cabo de ellos: mas como también se alargaba su
vida á más tiempo, alargó también san Enrique el sentido de aquellas palabras á
seis años, disponiéndose también en ellos para su último día; porque de esta
manera le quiso obligar la divina bondad á adelantarse en las muchas virtudes
que tenía, y disponerle para que fuese un verdadero dechado de emperadores y
príncipes cristianos. En cumpliéndose los seis años, fué elegido por emperador,
y acabó de entender, que la revelación que había tenido, no era de su muerte,
sino de la majestad del imperio romano. No le faltó en su elección ningún voto,
sino el do Heriberto, arzobispo do Colonia, que aunque fué varón santísimo,
entre él y el santo emperador Enrique, no había la correspondencia que merecían
las virtudes do entrambos, por causa de algunos malsines, y siniestras informaciones
de gente envidiosa, hasta que ilustró Dios al santo emperador, revelándola
verdad, y cuan gran siervo suyo era el arzobispo de Colonia. Fuese luego el
piadoso príncipe á pedir perdón al santo prelado de no haber sentido de él con
la estimación que debiera, todo con grande humildad, y muestras de amor del
santo emperador: el cual no quedando contento con esta sola reconciliación, á la
noche siguiente después de maitines se fue solo á la cámara de san Heriberto mas
no hallándole allí, sino en un oratorio , donde solía estarse el santo prelado
largas horas en oración, entró en él, y despojándose de su palio imperial, se postró
en el suelo á los pies del arzobispo, y con grande humildad y contrición de su
espíritu, le tornó á suplicar le perdonase, y admitiese como á sacerdote de
Cristo. El santo arzobispo se levantó del suelo con gran contento suyo,
quedando de allí adelante muy amigos. Verdaderamente fue esto un grande ejemplo
de humildad y sujeción á la Iglesia; porque no habiendo ofendido el emperador, ni
de obra ni de palabra, al arzobispo, dio muestras de tan rara penitencia y
rendimiento, por solo lo que le había pasado por el pensamiento contra un
prelado eclesiástico, y siendo mal informado.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
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VOCACIÓN
DE LOS PUEBLOS
Dios mantuvo espléndidamente los
ofrecimientos que hizo a Germania. La fiesta de hoy señala el remate del
período de gestación fecunda en que el Espíritu Santo, habiéndola como creado
de nuevo en las aguas regeneradoras del bautismo, quiso llevarla al pleno desarrollo
de la edad madura, propia de las naciones.
El historiador debe especialmente ocuparse
de estudiar la vida de los pueblos en este período de su formación
verdaderamente creadora, si desea conocer lo que espera de ellos la
Providencia. En efecto, cuando Dios hace una nueva creación, ya sea en el orden
de la vocación sobrenatural de los hombres o de las sociedades, ya sea en el
mismo orden de la naturaleza, deposita, desde su origen, el principio de vida
más o menos perfecto que debe corresponderle: germen precioso con cuyo
desarrollo, si no le pone impedimento, deberá llegar a conseguir su fin; con
cuyo conocimiento, el que sabe observarle antes de toda desviación, llega a
conocer con claridad el pensamiento divino en el momento crucial. Ahora bien el
germen vital de las naciones cristianas es la santidad de sus orígenes;
santidad de varias facetas y tan diversas para cada una de ellas, según sean
los destinos decretados por la multiforme Sabiduría de Dios de la que deben ser
instrumentos; santidad que con frecuencia descenderá del trono, y dotada por
eso mismo, del carácter social que, por desgracia, gozarán también los crímenes
de sus emperadores, por causa de ese mismo título de emperador que les hace
ante Dios representantes de sus pueblos.
MISIÓN
DE LAS REINAS
Santa Eduviges, reina de Polonia |
Santa Clotilde |
Hemos visto que, a semejanza de María
constituida en canal de toda vida para el mundo por su maternidad divina, del
mismo modo ha sido confiada a la mujer la misión de engendrar para Dios las
familias de las naciones que serán objeto de sus más caros destinos; mientras
los príncipes son considerados como fundadores exteriores de los imperios y
gozan por sus gestas el primer plano en la historia, las reinas, con su vida
oculta, pasada en oraciones y lágrimas, hacen fecundas sus obras, levantan sus
miras por encima de la tierra y las alcanzan la duración. El Espíritu Santo no
teme prodigarse en la exaltación de la Madre de Dios; a las Clotildes y Radegundis,
que en tiempos difíciles engendraron a los francos para la Iglesia,
corresponden en diferentes cielos, pero siempre en honor de la Santísima
Trinidad; las Isabelas en España, Portugal y Hungría, las Adelaidas y
Cunegundas en Germania. En el caos del siglo X, del que debía salir Alemania,
se cierne sin interrupción su dulce silueta, proyectando su luz en la noche de
los tiempos sobre la Iglesia y sobre el mundo, más eficaz contra la anarquía
que la espada de los Otones.
Fundó totalmente el obispado de Bamberga, haciéndole
tributario de la Iglesia romana, y consagrándole á los príncipes de los
apóstoles San Pedro y San Pablo, y á San Jorge, mártir, haciendo otras grandes
liberalidades con muchas iglesias; porque el santo emperador no quería tener
sino á Dios por heredero: y aunque se casó, por contentar á los príncipes de
Alemania, con Cunegunda, hija del conde Platino, del Rin; guardaron ambos castidad
virginal, viviendo como hermanos en grande paz y conformidad, y empleándose en
heroicas obras de virtud. Mas el enemigo común, no pudiendo sufrir que hiciesen
en la tierra vida tan angélica y pacífica los dos santos casados, instigó á
algunos calumniadores, que levantasen un falso testimonio á la santa emperatriz,
poniendo dolo en su honestidad; más el Señor declaró su inocencia con una
grande maravilla: porque anduvo la honestísima señora con los pies desnudos sobre
barras de hierro hechas ascua, sin quemarse, en testimonio de que era virgen, y
de que ni el emperador su marido, ni otro hombre nacido había violado su
entereza y virginidad.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
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SAN ENRIQUE
Enrique, esposo virgen de la virgen Cunegunda, fué grande además para Dios, que no tuvo nunca un representante más fiel sobre la tierra.
A sus ojos el único Rey es Dios en Cristo; el móvil de los intereses de Cristo y de su Iglesia y su sola ambición el servir al Hombre-Dios lo más perfectamente posible. Comprendía que la verdadera nobleza, lo mismo que la salvación del mundo, se ocultaba en los claustros donde las almas selectas se cobijaban para huir de la ignominia universal y evitar tantas ruinas. Este pensamiento le condujo a Cluny, al día siguiente de su coronación imperial, para poner en manos de su abad, para su custodia, la bola de oro, imagen del mundo, cuya defensa se le habla confiado como soldado del Vicario de Dios. Lejos de querer dominar, no pensaba sino servir y permanecerá fiel hasta el fin en este ideal, como verdadero discípulo de Cristo.
VIDA
"Jinete" Catedral de Bamberg |
Al cumplir los 22 años, fué elegido duque de Baviera, y en 1007 emperador de los romanos. Ocupó su vida en conquistar y mantenerse en paz a todo su inmenso imperio y en 1024 murió en Bamberg. Más que los acontecimientos políticos que caracterizan su reinado, debe hacerse resaltar la virtud de este emperador, que jamás se dejó llevar de sus propios intereses; su celo por ayudar a los papas en las asambleas sinodales o en la reforma de la Iglesia; su cuidado en la elección de obispos dignos de su ministerio; su caridad para los pobres y monasterios; sus admirables triunfos sobre naciones bárbaras, debidos más a la oración que a las armas. Su cuerpo fué sepultado en la catedral de Bamberga, construida por él, Dios le glorificó con numerosos milagros que movieron al Papa Eugenio III a canonizarle un siglo después.
Su esposa, Santa Cunegunda, fué también elevada a los altares por Inocencio III.
Por mí los reyes reinan y por mí los príncipes imperan. ¡Oh Enrique! Comprendiste esta palabra bajada del cielo. En aquellos tiempos turbulentos supiste donde encontrar el consejo y la fuerza.
ELOGIO
Como Salomón, sólo deseaste la Sabiduría y como él experimentaste que con ella se alcanzan también las riquezas, la gloria y la magnificencia. Pero más afortunado que el hijo de David, no te dejaste desviar de la sabiduría viviente por estos dones inferiores, que, en los designios divinos, eran más la prueba de tu amor, que la manifestación del que Dios te tenía. Oh Enrique, la prueba fué decisiva: llegaste a la meta del buen camino, sin excluir de tu alma magnánima ninguna consecuencia de los preceptos divinos; satisfecho de haber elegido, al contrario de tantos otros, la áspera vereda que conduce al cielo, en compañía de los santos caminaste, por medio de los senderos de la justicia', siguiendo más de cerca a la divina Sabiduría.
PLEGARIA POR LA PAZ
Nos regocijamos que a ti entre todos, deba Alemania la consolidación de su imperio que fué su gloria entre todos los pueblos, hasta que cayó en nuestros días para no volverse a levantar.
Mira benigno desde el trono que ocupas en el cielo, a esta vasta región del Santo Imperio que te debe su desarrollo y al cual la herejía parece haberlo descompuesto para siempre. Ven, oh emperador de tiempos mejores, ven a combatir por la Iglesia; junta las fuerzas dispersas de la cristiandad al campo tradicional de los intereses comunes a toda nación católica; y que la alianza que tu profundo sentido político realizó en otro tiempo, traiga al mundo la tranquilidad, la paz, la prosperidad, que no le dará el inestable equilibrio con el que queda a merced de la fuerza. edificó, que fueron muchos. Tuvo don de profecía, y parece, que leía los corazones de los que venían á tomar su hábito, y que entendía, si venían llamados de Dios, ó no. Hizo grandes milagros, y sanó á muchos enfermos, de varias y grandes enfermedades. Era muy tierno para con los pobres, y en tiempo de necesidad daba todo lo que tenía para socorrerlos; y el Señor le proveía largamente, y recompensaba al convento, lo que él tomaba para beneficio de los pobres.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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