Martires de la Tebaida
"No hay palabras que alcancen a decir las torturas y los dolores que
sufrieron los mártires de la Tebaida, lacerados en todo el cuerpo con
cascos en vez de garfios, hasta que expiraban, y las mujeres que, atadas
en alto por un pie y tironeadas hacia abajo por la cabeza mediante
poleas, con el cuerpo enteramente desnudo, ofrecían a las miradas de
todos el más humillante, cruel, deshumano de los espectáculos.
Otros morían encadenados a los troncos de los árboles. Por medio de
aparatos, en efecto, los verdugos doblaban, reuniéndolas, las más duras
ramas y ataban a cada una de ellas las piernas de los mártires: dejaban
luego que las ramas volvieran a su posición natural, produciendo por lo
tanto un total descuartizamiento de los hombres contra quienes concebían
tales suplicios.
Todas estas cosas no ocurrieron durante unos pocos días o por breve
tiempo, sino que duraron por un largo período de años; cada día eran
muertas alguna vez más de diez personas, otra vez más de veinte, otras
veces no menos de treinta, o hasta alrededor de sesenta. En un solo día
fueron hechos morir cien hombres, seguramente con sus hijitos y esposas,
ajusticiados a través de una secuencia de refinadas torturas.
Nosotros mismos, presentes en el lugar de la ejecución, constatamos que
en un solo día eran muertos en masa grupos de sujetos, en parte
decapitados, en parte quemados vivos, tan numerosos que hacían perder
vigor a la hoja del hierro que los mataba e incluso la rompían, mientras
los verdugos mismos, cansados, se veían obligados a turnarse.
Contemplamos entonces el brío maravilloso, la fuerza verdaderamente
divina y el celo de los creyentes en Cristo, Hijo de Dios. Apenas, en
efecto, era pronunciada la sentencia contra los primeros condenados,
otros desde varios lugares acudían corriendo al tribunal del juez
declarándose cristianos, prontos a someterse sin sombra de vacilación a
las penas terribles y a los múltiples géneros de tortura que se
preparaban contra ellos.
Valientes e intrépidos en defender la religión del Dios del universo,
recibían la sentencia de muerte con actitud de alegría y risa de júbilo,
hasta el punto que entonaban himnos y cantos y dirigían expresiones de
agradecimiento al Dios del universo, hasta el momento en que exhalaban
el último aliento.
Maravillosos, en verdad, estos cristianos, pero aún más maravillosos
aquellos que, gozando en el siglo de una brillante posición, por la
riqueza, la nobleza, los cargos públicos, la elocuencia, la cultura
filosófica, pospusieron todo esto a la verdadera religión y a la fe en
el Salvador y Señor nuestro, Cristo Jesús.
(Eusebio, Historia Eclesiástica, VII, 9). |
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