SANTA MARIA MAGDALENA
Santa María Magdalena ha escogido la mejor parte. Es patrona y modelo de almas contemplativas.
Los santos, los místicos, los
pecadores tocados por la gracia, gustan leer las páginas del
Evangelio que revelan su amor a Jesús y el amor de Jesús hacia
ella. Entre los autores espirituales que han calado más hondo en el
misterio de esta divina intimidad se distingue el piadoso y sabio
cardenal Berulle. Entreguémosle hoy nuestro corazón y nuestro
espíritu para unirlos a los suyos en esta elevación.
ELEVACIÓN A JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR SOBRE LA CONDUCTA DE SU ESPÍRITU Y DE SU GRACIA PARA CON SANTA MAGDALENA ELECCIÓN DIVINA
En tu morada sobre la tierra, oh Jesús,
Señor mío, y en la dichosa vida que tuviste en el mundo por espacio
de tres años, como Mesías de la Judea y como Salvador del mundo,
obraste muchos milagros, concediste muchas gracias y elegiste muchas
almas para atraerlas en pos de ti. Pero la elección más rara de tu
amor, el más digno objeto de tus favores, la obra maestra de tus
gracias, el mayor de tus milagros le obraste en ella.
CONVERSIÓN DE LA MAGDALENA
Cuando caminabas por la tierra
realizando tus obras maravillosas, oh Señor, miraste a muchas almas,
pero tus más dulces miradas, oh sol de justicia, y tus rayos más
poderosos fueron para esta alma.
La sacaste de la muerte a la vida; de
la vanidad a la verdad; de la creatura al Creador y de ella a ti
mismo. Transportaste tu espíritu al suyo y en un momento derramaste
en su corazón un torrente de lágrimas que caen a tus pies y los
riegan, y hacen un baño saludable que lava santa y suavemente a esta
alma pecadora que las derrama. La diste en un instante una gracia tan
abundante que comienza donde las otras a penas acaban, de modo que,
desde el primer paso de su conversión, se encuentra en la cumbre de
la perfección, gozando de amor tan profundo que fué digna de
recibir la alabanza de tu sagrada boca, cuando te dignaste defenderla
de sus émulos y terminar su justificación con estas dulces
palabras: "Amó mucho."
He aquí los primeros homenajes
rendidos a esos santos pies, y manantial de santidad desde que
caminan sobre la tierra para la salvación del mundo y gloria del
Padre. Y he aquí también las primeras gracias y favores emanados de
esos divinos pies. Estos pies son sagrados y divinos, son suaves y
adorables, son también divinos; y no obstante se emplearon, se
fatigaron por los pecadores y serán un día taladrados para derramar
la sangre que lavará al mundo.
De estos sagrados pies mana ahora una
fuente de gracia y pureza para esta alma privilegiada, una de las más
principales en seguir y amar a Jesús. Y de este Corazón humillado,
o mejor dicho, clavado a sus pies divinos, sale una fuente de agua
viva que lava la pureza misma al lavar los pies de Jesús. Dos
manantiales y admirables arroyos: una de estas fuentes sale de los
pies de Jesús y corre hasta la Magdalena y la otra sale del corazón
de la Magdalena y va hasta los pies de Jesús; dos fuentes vivas y
celestiales, y celestiales en la tierra, porque la tierra es también
un cielo, puesto que Jesús está en la tierra. Este corazón pues de
Magdalena, impuro en otro tiempo, es ahora un corazón puro y
celestial y de él sale agua viva adecuada para lavar a Jesús. Y por
eso Jesús se complace en este baño como en un baño que le es
querido y delicioso, que enaltece a la Magdalena y reprocha al
fariseo.
LA UNCIÓN EN BETANIA
El tiempo de tu
muerte se acerca, abandonas Galilea por última vez, vas a Jerusalén
para subir a la cruz, quisiste dedicar la última semana de tu vida
para vivir en Betania, donde moraban estas santas mujeres Marta y
María Magdalena, para emplear tus últimas horas en conversar con
estas almas santas. Allí se concentra y se renueva el amor de
Magdalena; de nuevo allí se postra a tus pies, allí te cubre y te
anega con sus aguas perfumadas y mientras Judas no tiene otros
pensamientos que de odio, ella piensa en amarte y entregarte su
corazón y sus perfumes; allí, como lo afirmas tú mismo, anticipa
con esta unción tu sepultura; allí te entierra vivo, ignorante de
lo que haces; pero tú lo sabías en su lugar y tú nos lo enseñabas
en tu evangelio, era su amor más activo que reflexivo; y por su
humilde y santa ignorancia, nos enseña a seguir con docilidad los
movimientos del Espíritu Santo, sin ver, sin examinar las causas y
los fines con que se nos dan.
Mas tu espíritu, oh Jesús, me
descubre otro misterio encerrado en éste; hay como una lucha secreta
entre Ti y Magdalena, una lucha de honor y de amor, pugilato feliz
entre dos personas tan desiguales, es cierto, pero que están tan
unidas en el amor como en los mismos fines e intenciones. Cuando
estés muerto en el sepulcro de José, querrá ungirte Magdalena,
pero entonces tú te adelantarás resucitando antes que llegue. Su
amor es sutil, no quiere dejarse engañar, pero tu amor es más
fuerte y no puede ser vencido; se adelanta ella ahora con la fuerza
de su amor lo mismo que entonces le tomarás tú la delantera con el
poder de tu vida resucitada y de tu gloria; te quiere ungir y
sepultar, mas como no quieres ser ungido por ella cuando mueras, te
quiere ungir y sepultar desde ahora, quiere enterrarte vivo en vida
tuya, enterrarte en este banquete, y tú cedes a sus deseos, a
sepultarte en sus perfumes y sepultarte aún más en su corazón y en
su alma, sepulcro para ti delicioso y vivo.
AL PIE DE LA CRUZ
Pero dejemos este banquete y vayamos al
pie de la cruz, que está tan cerca de él y encontraremos allí a
Magdalena pegada a ella, mientras Jesús está crucificado en ella.
No tiene vida allá más que en la cruz y no siente otra cosa que los
dolores de su Salvador.
Este es su vida, y, puesto que está en
la cruz, su vida está en la cruz. No le han puesto allí los judíos,
sino que es su amor quien le pone y con lazos más fuertes y más
santos que los que se hallan en manos de estos bárbaros.
Al pie de esta cruz eleva sus ojos y su
alma a Jesús; no pueden las tinieblas que cubren la tierra quitar su
vista de allí. El sol, por cierto, se halla como temeroso de
comunicar sus rayos, al ver al Padre de la luz ensombrecido con
tantas desgracias. La tierra se ha cubierto con su infidelidad; pero
estas tinieblas no pueden cubrir a Jesús ni a la Magdalena. El sol
se ha eclipsado no es el sol de esta alma; tiene otra luz distinta de
la suya y Jesús es sol de la Magdalena, que nunca se eclipsa en su
corazón. Es más brillante en ella que lo fué nunca; la ilumina en
sus tinieblas y moribundo en la cruz permanece vivo para ella; vive y
obra en ella, aun en su muerte.
Bástenos decir que cuanto más digno
es el objeto de nuestro amor, mayor será nuestro amor, mayor también
nuestro dolor, ya viendo sufrir, ya estando separado de aquél que
amamos.
Pues todo esto se encuentra en
Magdalena al pie de la cruz y aún con exceso y con toda perfección.
Porque nunca se podrá encontrar un objeto más digno de amor que
Jesús, y Jesús paciente y sufriendo penas inauditas, y sufriéndolas
por amor. Y lo que aumenta aún más el amor y el dolor, es que este
sufrimiento, por fin, nos arrebata a Jesús. Entre todos los
discípulos de Jesús, no hubo allí un alma más fiel y constante en
el amor que la Magdalena, ni entre los pecadores de la tierra, un
corazón más noble y mejor dispuesto a recibir el sello del amor
celestial.
LA MUERTE DE JESÚS
Pero Jesús muere en esta cruz y
Magdalena no muere; porque al morir le da la vida y queda impreso en
su corazón, como en cera derretida por el calor de sus rayos.
Graba en ella, en los estertores de la
agonía de esta vida moribunda, de esta muerte viviente, su vida, su
cruz, su muerte y su amor; y este amor es siempre vivo y vivificante
en ella. Porque Jesús es vida y amor a la vez; pero amor vivo y vivo
en la misma muerte. Pues aún cuando Jesús muere, el amor que está
en Jesús no muere; este amor, que hace morir a Jesús, no muere de
ningún modo; este amor, que hace morir a Jesús, no puede morir,
antes por el contrario, es viviente, dominante y triunfante en la
muerte misma de Jesús. Esta muerte es la vida y el triunfo de este
amor que vive y reina en las llamas. Se ha dicho que el amor es
fuerte como la muerte; digamos más bien que el amor, que dominaba en
Jesús, es más fuerte que la vida de Jesús y que la muerte misma de
Jesús; porque el amor hace morir a Jesús y la muerte de Jesús no
hace morir al amor de Jesús. Este amor es viviente y triunfante en
Jesús muerto, y hace vivir a la Magdalena; es su vida, es su amor y
por eso no muere en la muerte de Jesús; al no morir, ella es
crucificada, porque su amor es crucificado y él la crucifica también
y la crucificará treinta años seguidos de otro modo y en otra
montaña distinta del Calvario. Al entregar su corazón a Jesús, a
su cruz, a su amor, ella adora la orden rigurosa del Padre Eterno,
que acaba la vida de su Hijo único en los tormentos de la cruz.
MAGDALENA BUSCA A JESÚS
Durante tu vida pública en Judea, es
la primera que te ha buscado por amor. Tú buscaste a los unos, y los
otros te buscaban por sus necesidades particulares y sus grandes
necesidades, buscando más tus milagros que a ti mismo. Pero
Magdalena no te busca más que a ti, y no busca sino el milagro de tu
amor; y por eso le haces a ella un milagro de amor en la tierra, y
ahora quieres que sea ella la primera que te vea inmortal y glorioso.
Los discípulos y apóstoles te
siguieron fielmente; pero ellos han sido llamados, y llamados sin que
pensasen en ti. Esta te busca, te sigue, sin ser llamada por ti, por
palabra alguna que la atraiga y que vaya dirigida a ella, como
sucedió a otras; es más, está ella a tus pies, y no parece que tu
la conocieses y que la mirases, ni que pensases en ella, pues tan
grande es el poder secreto que la atrae y que la une a ti. Y ahora
quieres que sea la primera que oiga tu voz, la que escuche la primera
palabra salida de tu boca sagrada, y que reciba el encargo tan
honroso de anunciar tu gloria a los apóstoles. Por eso quieres, oh
rey de la gloria, honrar en la tierra y en el cielo a la que te amó
tanto y que se puso a tus pies para adorarte.
MAGDALENA VE A JESÚS
Pero un amor tan grande no puede sufrir
dilaciones. Dichas estas dos palabras, se manifiesta, descubre su
gloria, la devuelve su juicio, la abre los ojos y ve vivo al que
busca muerto y se vuelve loca de alegría, de amor y de luz en
presencia de Jesús, en presencia de este sol vivo.
De este modo la primera obra de Jesús
en su resurrección es poner en un nuevo estado de gracia en
Magdalena, es una vida nueva en esta alma a los ojos de Jesús. El ha
resucitado y por eso crea como una resurrección de estado de vida y
de amor en ella.
Bendito seas, oh Jesús, de haber
enjugado así sus lágrimas y convertido su dolor en alegría, y de
haber empleado ese hermoso nombre de María, el solo nombre de María
para tal abundancia de amor y de luz. Empleaste tu persona, tu voz y
tus palabras al decirla: Mujer, ¿porqué lloras? ¿A quién buscas?
Mas todo fué en vano; porque a pesar de ello, no conocía a quien
buscaba, al que estaba presente a ella y que la dirigía estas
amables frases. Pero cuando pronuncias el dulce nombre de María, el
solo nombre de María, se abren sus ojos como a los discípulos del
Emaús en la misteriosa fracción del pan.
Este nombre tenía demasiada simpatía
para Jesús por su santa Madre y también por la persona de esta
discípula santa, para no juntar al punto dos corazones y almas tan
próximos y tan preparados al amor santo y mutuo del uno para con el
otro. Favorece a Magdalena el tener ese hermoso nombre de María; y
el Dios bendito, que bendice todo en sus santos, quiere bendecir este
nombre santo y venerable y quiere emplearle en la primera obra de su
vida resucitada, y mediante él dar a conocer su nueva
vida y su gloria.
MAGDALENA, APÓSTOL DE LOS APÓSTOLES
La primera misión que das, y, si me es
permitido hablar así, la primera bula y patente que expides en tu
estado glorioso y de poder, se la confías a ella, haciendo de ella un
apóstol, pero apóstol de vida, de gloria y de amor; y apóstol de
tus apóstoles. Hace tiempo que les hiciste apóstoles, Señor, mas
fué durante tu vida mortal; escogiste a doce pero haciéndoles tus
apóstoles para el mundo, para anunciar tu cruz y tu muerte; haces
aquí a Magdalena apóstol en tu estado de gloria, y en ese estado la
escoges a ella sola como apóstol y apóstol de tu sola vida, porque
sólo anuncia y pregona tu vida, tu poder y tu gloria. Y la haces
apóstol no para el mundo sino para los apóstoles mismos del mundo y
para los pastores universales de tu Iglesia, pues tanto te complaces
en proclamar el honor y el amor de esta alma.
Dirijamos nuestras súplicas a la que
el Señor amó tanto y honró. Pidamósla con fervor que nos descubra
los secretos del amor divino.
PLEGARIA A SANTA MARÍA MAGDALENA
¡Quién pudiera estar en presencia de
Jesús y tener entrada en su amor por tu mediación, oh Magdalena!
Ojalá borremos nuestras faltas y
lavemos nuestras manchas como tú lo hiciste, recibiendo indulgencia
plenaria de su boca y escuchando aquellas palabras: ¡Tus pecados te
son perdonados!
Ojalá me hiera con su amor como te
hirió a ti y me diga un día estas consoladoras palabras:
Sea yo, pues, amigo del retiro, alejado
de los cuidados y diversiones humanas, haciendo mía
la mejor parte. Sea separado yo de todo
y de mí mismo más que de nadie, para pertenecerle todo a él, para
imitar tu silencio, tu olvido de ti mismo y tus elevaciones divinas.
Sea yo pronto en escuchar la voz de
Jesús y sus inspiraciones. No se acerque a mí el espíritu del
error y de la ilusión, como no osaron los espíritus malos acercarse
a ti desde que te acercaste a Jesús, obligados a alejarse y a
respetar la presencia, el poder, la santidad del espíritu de Jesús
que residía en ti.
Participe yo de esa pureza de corazón
y de alma, pureza incomparable que recibiste del Hijo de Dios cuando
estabas a sus pies; pureza no humana ni angélica sino divina y
salida también del hombre Dios en honor de su humanidad viviente en
la pureza, en la santidad, en la divinidad del ser increado. Seamos
fieles y constantes en su amor, inseparables de él, como nada ni su
cruz, ni su muerte, ni el furor de sus enemigos ni el de los demonios
pudieron apartarte un ápice de él; porque si pudieron separar el
alma de Jesús de su precioso cuerpo no lograron separar el alma de
Magdalena del cuerpo, del alma y del espíritu de Jesús; y siempre
está ella a su lado ya vivo y sufriendo en la cruz, ya muerto, ya
enterrado en el sepulcro. El cielo sólo es quien te arrebata a Jesús
y el poder del Padre Eterno quien lleva consigo y a la gloria a su
Hijo; pero arrebatándotele te le devuelve secretamente, y te le
devuelve para siempre jamás en la plenitud y en la claridad de la
gloria.
¡Oh humilde penitencia! ¡Oh alma
solitaria! Oh divina amante y amada de Jesús, haz por tus oraciones
y por tu poder en su amor, que sea yo herido de este amor, que mi
corazón no descanse sino en su corazón; que su espíritu no viva
más que en su espíritu, y que seamos todos para él libres y
cautivos a la vez, libres en su gracia y cautivos en el triunfo de su
amor y de su gloria.
Amémosle, sirvámosle, adorémosle y
sigámosle con todas nuestras fuerzas y que, en ñn, estemos contigo
y con él para siempre.
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Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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