SANTA BRÍGIDA, VIUDA
Fué Santa Brígida
del reino de Suecia, de padres ilustrísimos, y que descendían de la sangre
real, y juntamente eran muy devotos y piadosos, como lo habían sido sus
progenitores. Su padre se llamó Brigero: el cual fué tan devoto, que vino en
peregrinación á Santiago de Galicia y cada viernes se solía confesar, y decía,
que quería aquel día componer su alma de tal manera con Dios, que pudiese
llevar con paciencia y alegría los trabajos, que los otros días de la semana él
lo diese. La madre, que se llamaba Sigridis, fué señora no menos religiosa, y
edificó muchas iglesias, y las dotó de rentas copiosas y de ricos ornamentos.
Estando esta señora gestante de santa Brígida, y navegando, tuvo una recia tempestad,
en la cual muchos de los que iban en el navío, se ahogaron: y estando Sigridis
en gran peligro, fué socorrida de Enrique, hermano del rey de Suecia, y escapó
casi milagrosamente. La noche siguiente le apareció una persona venerable, de
ropa rica vestida, y le dijo: Por una niña que tienes en tus entrañas, te ha
Dios guardado y dado la vida: críala como don de Dios, por su amor. Nació la
niña, y llamáronla Brígida: y cuando nació, un sacerdote anciano y siervo de
Dios, que después fué obispo, vio de noche una claridad muy grande, y una
virgen sentada sobre una nube, con un libro en la mano, y oyó una voz, que
dijo: Una hija ha nacido á Biigero, cuya voz admirable resonará por lodo el
mundo.
Los tres primeros años estuvo la niña sin hablar, como si fuera muda, y al fin de ellos comenzó á hablar tan distinta y perfectamente, que no parecía niña de tres años, sino mujer de mayor edad. Murió poco después su buena madre muy cristianamente y contenta, por entender que Dios la llevaba al cielo, y que dejaba tal prenda en la tierra, como lo era Brígida, la cual dió su padre á criar á una tía suya, matrona grave y honestísima.
Los tres primeros años estuvo la niña sin hablar, como si fuera muda, y al fin de ellos comenzó á hablar tan distinta y perfectamente, que no parecía niña de tres años, sino mujer de mayor edad. Murió poco después su buena madre muy cristianamente y contenta, por entender que Dios la llevaba al cielo, y que dejaba tal prenda en la tierra, como lo era Brígida, la cual dió su padre á criar á una tía suya, matrona grave y honestísima.
Ocupábase en hacer labor de oro y seda; pero de manera, que su corazón estaba atento, no tanto en lo que hacía con sus manos, como á su dulcísimo esposo Jesucristo, en quien tenía puesto todo su amor: y algunas veces fué vista una doncella de maravillosa hermosura que estaba con ella y la ayudaba en su labor sin saberse quién era. Levantábase de su cama de noche, cuando los otros dormían á hacer oración delante de un crucifijo: y una vez vio al demonio en figura disforme y espantosa, con cien manos y cien pies: y ella huyendo de aquella horrible bestia, se fué corriendo al crucifijo, y el maligno espíritu le tornó á aparecer, y le dijo: No tengo poder para dañarte sino me lo permite el Crucificado; y con esto desapareció.
Siendo ya Santa
Brígida de edad para casarse, su padre le dio por marido á un caballero muy
principal, mozo, noble, rico y prudente, que se llamaba Ulfo, vera príncipe de
Nericia. Y aunque la santa doncella deseara permanecer en su virginidad,
todavía obedeció á su padre; pero antes de consumar el matrimonio, ella y su
marido vivieron un año castamente, suplicando á nuestro Señor que los guardase
en su santo temor, y que de aquel matrimonio les diese hijos que le sirviesen:
y así los oyó el Señor, y vivieron santamente, y con gran paz y concordia en el
estado conyugal. Tenía Brígida criadas cuerdas, honestas y de loables
costumbres: ocupábalas en hacer labor; y ella iba adelante con su ejemplo.
Confesábase á menudo con un padre espiritual, docto y prudente, y obedecíalo
con gran cuidado y reverencia en las cosas de su alma: y cuando se confesaba,
lloraba sus culpas por livianas que fuesen, más que otros las muy graves. Tenía
en su casa un oratorio (como la santa Judith), donde se recogía como á puerto
sagrado de las ondas y ocupaciones domésticas y seglares: y cuando su marido
estaba ausente, pasaba casi todas las noches en oración, arrodillándose muchas
veces en el suelo, disciplinándose y afligiendo su cuerpo para sujetarle á la
razón. Era muy templada en el comer y beber, y como era señora tan rica y tan
piadosa, repartía largas limosnas á los pobres, y tenía una casa apartada para
recibirlos y darles de comer y vestir, y ella misma los serbia y lavaba los
pies. Oía de buena gana las palabras de los siervos de Dios, y leía con
devoción y afecto las vidas de los santos, y finalmente, toda su vida era un
dechado y un perfecto retrato de toda virtud: la cual procuraba plantar en los
corazones de sus hijos, y criarlos para Dios, y tenía gran sentimiento cuando alguno
de ellos fallaba a su obligación. Y porque uno de ellos una vez no ayunó la
vigilia de San Juan Bautista, se afligió sobre manera, y San Juan le apareció y
le dijo, que por haber llorado tanto el no haber ayunado su hijo el día de su
vigilia, él la ayudaría y la defendería con sus armas espirituales.
Una vez tuvo un recio parto, y viéndose en peligro se encomendó á Nuestra Señora; la cual aquella noche apareció en el aposento donde estaba Santa Brígida, vestida de blanco, y la tocó su cuerpo y desapareció; y luego dio a luz sin dificultad alguna. Como ella y su marido eran tan conformes y tan unidos entre sí y en el amor de Dios, y tan dados á la devoción, concertáronse de venir en romería á Santiago de Galicia, y al tiempo que volvían á su casa, cayó malo su marido de una grave enfermedad en la ciudad de Arrás, que es en los estados de Flandes. La santa encomendó al Señor la salud de su marido, y aparecióle san Dionisio Areopagita, y díjole quien era, y que porque tenía particular devoción con él, Dios le había enviado para consolarla y decirle que quería manifestarle al mundo; y que él sería su guarda y que su marido no moriría: y así convaleció y tornaron á su casa, y los dos se encendieron tanto en amor de Dios y de la castidad, que determinaron apartarse y entrar en religión, como lo hizo su marido en un monasterio donde vivió algunos años y murió en santa vejez; y Brígida entró en otro monasterio de monjas, repartiendo primero su hacienda, parte á sus hijos, parte á los pobres. Y como el mundo loco lisonjea á los ricos y menosprecia á los pobres, y tiene por desatino el despojarse, la persona de sus bienes y vivir en pobreza; los que antes la honraban y reverenciaban, comenzaron á escarnecerla y á no hacer caso de ella: pero Brígida estaba tan fija en el amor de Dios, y tan puesta con el corazón en aquel Señor, que siendo rico y Rey de gloria, se había hecho pobre por ella, que los juicios vanos y palabras descompuestas de ¡os hombres no la turbaban ni movían: y Dios la regalaba y favorecía, y la ilustraba con grandes y maravillosas revelaciones, de manera, que parecía que el mismo Señor la guiaba con su impulso y espíritu en todas las cosas que hacía, y crecía siempre en fervor. Entre los otros dones grandes que tenia de nuestro Señor, fué uno, que en diciendo alguna palabra menos ajustada con la voluntad de Dios, luego sentía en su boca una grande amargura, como de piedra azufre; y en las narices, cuando alguno hablando con ella, decía palabra viciosa ó engañosa. Maceraba su cuerpo con cilicios, con dormir en una camilla dura, y hacer tanta oración de noche y de día, que era maravilla que una mujer flaca y delicada pudiese sufrir tan grandes trabajos. Solía los viernes echarse sobre sus brazos algunas gotas de cera ardiendo, y llevar en la boca una yerba muy amarga, para sentir más la pasión del Salvador. Sin el cilicio traía ceñida una soga á su cuerpo y otras dos á los muslos, en memoria de la Santísima Trinidad.
Una vez tuvo un recio parto, y viéndose en peligro se encomendó á Nuestra Señora; la cual aquella noche apareció en el aposento donde estaba Santa Brígida, vestida de blanco, y la tocó su cuerpo y desapareció; y luego dio a luz sin dificultad alguna. Como ella y su marido eran tan conformes y tan unidos entre sí y en el amor de Dios, y tan dados á la devoción, concertáronse de venir en romería á Santiago de Galicia, y al tiempo que volvían á su casa, cayó malo su marido de una grave enfermedad en la ciudad de Arrás, que es en los estados de Flandes. La santa encomendó al Señor la salud de su marido, y aparecióle san Dionisio Areopagita, y díjole quien era, y que porque tenía particular devoción con él, Dios le había enviado para consolarla y decirle que quería manifestarle al mundo; y que él sería su guarda y que su marido no moriría: y así convaleció y tornaron á su casa, y los dos se encendieron tanto en amor de Dios y de la castidad, que determinaron apartarse y entrar en religión, como lo hizo su marido en un monasterio donde vivió algunos años y murió en santa vejez; y Brígida entró en otro monasterio de monjas, repartiendo primero su hacienda, parte á sus hijos, parte á los pobres. Y como el mundo loco lisonjea á los ricos y menosprecia á los pobres, y tiene por desatino el despojarse, la persona de sus bienes y vivir en pobreza; los que antes la honraban y reverenciaban, comenzaron á escarnecerla y á no hacer caso de ella: pero Brígida estaba tan fija en el amor de Dios, y tan puesta con el corazón en aquel Señor, que siendo rico y Rey de gloria, se había hecho pobre por ella, que los juicios vanos y palabras descompuestas de ¡os hombres no la turbaban ni movían: y Dios la regalaba y favorecía, y la ilustraba con grandes y maravillosas revelaciones, de manera, que parecía que el mismo Señor la guiaba con su impulso y espíritu en todas las cosas que hacía, y crecía siempre en fervor. Entre los otros dones grandes que tenia de nuestro Señor, fué uno, que en diciendo alguna palabra menos ajustada con la voluntad de Dios, luego sentía en su boca una grande amargura, como de piedra azufre; y en las narices, cuando alguno hablando con ella, decía palabra viciosa ó engañosa. Maceraba su cuerpo con cilicios, con dormir en una camilla dura, y hacer tanta oración de noche y de día, que era maravilla que una mujer flaca y delicada pudiese sufrir tan grandes trabajos. Solía los viernes echarse sobre sus brazos algunas gotas de cera ardiendo, y llevar en la boca una yerba muy amarga, para sentir más la pasión del Salvador. Sin el cilicio traía ceñida una soga á su cuerpo y otras dos á los muslos, en memoria de la Santísima Trinidad.
Todos los domingos y fiestas principales recibía el Santísimo Sacramento del altar. Dormía en invierno acostada en una pobre camilla, con muy poca ropa encima en tiempo de grandísimos hielos, como los hace en el reino de Suecia, por estar tan debajo del Norte: y preguntada como podía vivir con tan poco abrigo en tan intenso filo, respondía: que era tan grande el calor interior, que por la divina gracia sentía en su alma, que el frío exterior no le empecía. Y no solamente hacia este efecto en Santa Brígida el fuego de! divino amor; pero de tal manera la encendía y abrasaba, que le hacía escribir muchas cartas á los religiosos, prelados de las Iglesias, y á los príncipes, reyes, emperadores y sumos pontífices, según que Dios se lo mandaba, ahora avisándoles que se guardasen de la ira de Dios que los amenazaba, ahora reprendiéndoles con mucha humildad y modestia, ahora exhortándolos á la enmienda de la vida y á la reformación de la república, y al papa Gregorio XI estando en Aviñón le escribió la santa de parte de Dios, que se volviese con su corte á Roma, y así lo hizo el papa.
Viviendo en su
monasterio, le mandó Dios que fuese en peregrinación á Roma, donde las calles
estaban bañadas de sangre de mártires, y por medio de las indulgencias, como
por un antojo, se podía llegar más fácilmente al cielo: y ella obedeció,
dejando su patria y su casa, amigos y conocidos, y se puso en camino, y llegó á
aquella santa ciudad, y en ella estuvo visitando las estaciones y santuarios de
ella con increíble devoción y alegría de su purísima alma; y algunas veces
fué vista cuando los visitaba, andar como por el aire levantada sobre los
otros, y echar de su rostro unos rayos tan claros y resplandecientes como el
sol. De Roma pasó al reino de Nápoles y Sicilia, y tornó Roma, y de allí
navegó á Jerusalén; porque así le fué mandado del cielo: y aunque al principio
le parecía que ya era vieja, flaca y enferma para tanto trabajo; el Señor la
confortó, y le prometió de serle guía, y de llevarla y volverla diciéndole: que
era el Autor de la naturaleza, y el que le daba la carga y fuerzas para
llevarla.
Cuando estuvo en
Jerusalén visitando aquellos lugares, consagrados con la vida y muerte del
Señor, fué de él maravillosamente ilustrada, y regalada con revelaciones
divinas y muy particulares, del nacimiento, pasión y misterios de Jesucristo
nuestro Redentor, y de las mudanzas, estados y calamidades de los reinos. Entre
estas revelaciones, que fueron muchas y muy señaladas, tuvo una en el reino de
Chipre, del azote que Dios nuestro Señor había de dar á los griegos por estar
apartados de la Iglesia romana, y que su imperio no tendría paz ni
tranquilidad, sino que siempre estarían sujetos á sus enemigos, y padecerían
gravísimas y continuas miserias hasta que con verdadera humildad y caridad la
reconociesen por madre y maestra y se sujetasen á ella. Volvió á Roma, como
Dios se lo había prometido, y dióle una enfermedad que le duró un año,
llevándola con gran paciencia y alegría. Revelóle el Señor que se llegaba el
tiempo deseado de su partida de esta vida, y aparecióle, y hablóle, y díjole lo
que quería que hiciese, y la santa lo cumplió todo: y habiendo oído misa y
recibido los sacramentos, dio su espíritu al Señor, que para tanta gloria suya
la había criado. Fué su muerte á los 23 de julio del año del Señor de 1303, y
hubo revelaciones de su gloria, y Dios hizo algunos milagros por esta santa en
vida, y muchos más después de su muerte: porque, como refiere san Antonino, á
más de haber dado vista á los ciegos, oído á los sordos, habla á los mudos y
salud á otros muchos enfermos; en diversos lugares resucitaron diez muertos por
su intercesión: por los cuales milagros y por su santísima vida Bonifacio IX,
papa, la canonizó y puso en el número de los santos.Su cuerpo en el año
siguiente después de su muerte, fué trasladado al reino de Suecia, y colocado
en el monasterio vastanense de San Salvador donde ella había sido monja,
obrando nuestro Señor por el camino muchos milagros; y en Roma hoy en día
dicen, que se guarda una ropilla de Santa Brígida, la cual tiene gran virtud, especialmente
para librar á las mujeres de parto, que están en peligro de la vida. Instituyó
Santa Brígida una nueva orden de frailes y monjas, debajo de la regla de san
Agustín, que hasta hoy día se llama la orden de Santa Brígida, y floreció mucho
en Sueca, Alemania, Inglaterra, y en otras provincias septentrionales; y hoy
día en algunas ciudades de Italia hay conventos de ella, en que se vive con
mucha religión y observancia.
También escribió un libro de sus revelaciones, el cual ha sido muy examinado y cernido, por haberle querido tachar y reprender algunos teólogos, que midiendo las cosas divinas con prudencia humana, no acababan de entender, que Dios reparte sus gracias á quien él es servido, no conforme á la condición ni ciencia de los hombres, sino conforme á la humildad y disposición que halla en los corazones. Pero este libro fué aprobado por el doctísimo y sapientísimo cardenal Fr. Juan de Torrequemada, fraile de Santo Domingo, al cual el concilio de Basilea cometió el examen de él, y después aprobó la censura que el cardenal había dado.
La vida de Santa Brígida, viuda, escribió un autor grave, sacándola de la bula de su canonización, y la pone Surio en su cuarto tomo, y san Antonino en su tercera parle, tít. 24, cap. 11, y el Martirologio romano, y el cardenal Baroronio hace mención de ella á los 23 de julio.
La vida de Santa Brígida, viuda, escribió un autor grave, sacándola de la bula de su canonización, y la pone Surio en su cuarto tomo, y san Antonino en su tercera parle, tít. 24, cap. 11, y el Martirologio romano, y el cardenal Baroronio hace mención de ella á los 23 de julio.
Fuente:
La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia;
obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
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