SANTA PELAGIA, PENITENTE
Acabado su razonamiento, se fué á su aposento, y se derribó en el
suelo, dándose golpes en los pechos, y derramando muchas lágrimas, pedía perdón
á Dios de sus pecados y de la negligencia con que le servía siendo sacerdote y
obispo, y participando cada día de sus divinos misterios, y estando obligado á
dar ejemplo á los demás, y viendo que el trabajo que un solo día tomaba en
aderezarse aquella desventurada pecadora, excedía al que en toda la vida él
tomaba en componer su alma: y no se hartaba de llorar, ni de lamentarse de sí
mismo, cotejando por una parte, quién era aquella mujer, y quiénes eran los
hombres, y lo que hacía por parecerles bien; y por otra, quién era él, y quién
es Dios, y lo poco que hacía por agradarle. Vino el domingo: y estando todos
los obispos en la Iglesia, acabado de decir el santo evangelio, el patriarca de
Antioquía dio el libro á Nono, rogándole que predicase al pueblo. Él lo hizo,
descubriendo el tesoro escondido de sabiduría y espíritu divino que el Señor
había encerrado en su pecho. Usaba de palabras no pulidas, ni elegantes, ni de
razones sutiles y filosóficas, ni de arte de retórica y elocuencia, sino de
unas sentencias macizas y verdaderas, envueltas con el espíritu de Dios, agudas
y eficaces para quebrantar y ablandar los corazones endurecidos. Comenzó á
reprender los vicios, y á poner delante el tremendo juicio de Dios, el castigo
de los malos, y el premio de los buenos, con tanto fervor, que oyendo las
palabras del santo obispo, todo el auditorio se movió y compungió y lloró
muchas lágrimas. Hallóse presente á este sermón aquella mujer pecadora y
profana que dijimos arriba: la cual, aunque no era cristiana, ni solía oír
sermones, ni tener cuenta con su conciencia, ni venir á la iglesia; mas aquella
vez vino por ordenación de Dios, que por este medio la quería salvar. Fué tanto
lo que las palabras de Nono obraron en ella, y lo que el Señor enterneció su
corazón, que despidiendo de sus ojos muchas lágrimas, acabado el sermón, y
sabiendo que el predicador estaba en su celda, le envió con dos criados suyos
una carta en que decía estas palabras: «Al santo discípulo de Cristo, la
pecadora y discípula del demonio. Oído he de tú Dios, que descendió de los
cielos á la tierra por la salud de los hombres, y que aquel, á quien los
querubines no osan mirar, conversó con publicanos y pecadores, y no se desdeñó
de hablar con una mujer Samaritana y pecadora. Pues siendo tú discípulo de este
Señor, no es justo que menosprecies á una pecadora como yo, negándome tu habla,
por medio de la cual deseo ver á Jesucristo».
Turbóse con esta carta san Nono, temiendo que el
demonio no le quisiese armar algún lazo por medio de aquella deshonesta y
atrevida mujer; y respondióle, que bien sabia Jesucristo, quién ella era, y la
intención que tenía: que no le tentase; porque era hombre y pecador, y que en
ninguna manera consentiría que le hablase sino delante de los otros obispos. Ella
se contentó con esta respuesta, y con grande alegría se fué á la iglesia del bienaventurado
mártir san Julián, donde estaba san Nono delante de los otros obispos, y se
postró delante de ellos en el suelo, y abrazándose con los pies de Nono, con
los ojos como dos fuentes de lágrimas, le comenzó á suplicar que imitase á su maestro
Jesucristo, y la bautizase é hiciese cristiana; porque era un piélago de
torpezas, y un abismo de maldades. Y como el santo obispo le dijese, que los
sagrados cánones vedaban bautizar á ninguna mujer públicamente mala, si no daba
fianzas de no volver á su mal estado; ella con gran fervor le replicó,
deshaciéndose en lágrimas, y lavando con ellas los pies del obispo, que mirase lo
que hacía; porque él había de dar cuenta á Dios de su alma y de todos sus
pecados, y que Dios se la pediría, si dilatase el bautizarla y limpiar su alma
de las manchas de ellos: y que rogaba á Dios, que no tuviese parte en él con
sus santos, y que fuese juzgado como si le negase, si aquel día no la hiciese
esposa de Cristo, y no la ofreciese pura y sin mácula en su presencia. A todos los
obispos convencieron las palabras tan ardientes y fervorosas, y más los
sollozos y lágrimas de aquella pública pecadora, y dieron aviso al patriarca de
lo que pasaba, rogándole que les envíase una mujer de buena vida y ejemplo; y así
lo hizo mandando ir á la iglesia á una señora, llamada Romana, que tenía el
primer lugar entra las mujeres dedicadas á Dios. Vino Romana a la iglesia, y
halló á la pecadora abrazada con la tierra; y apenas la pudo persuadir que se levantase
de ella: y el santo obispo le preguntó, cómo se llamaba; y ella respondió, que
sus padres le habían puesto por nombre Pelagia, aunque los ciudadanos de
Antioquía le llamaban Margarita, por las muchas margaritas y perlas preciosas
que traía en sus vestidos y galas, siendo para muchas almas lazo de Satanás.
Con esto el santo obispo la bautizó con nombre de Pelagia: y hechas las de más
ceremonias, le dio el santísimo sacramento del cuerpo de Jesucristo, y la entregó
á Romana para que la instruyese y enseñase en las cosas de la fé.
Gran regocijo hubo en la ciudad de Antioquía, por ver la conversión de
una pecadora tan pública y famosa, especialmente los obispos se alegraron por
extremo é hicieron gracias al Señor; pero el que más demostración hizo, fué el
santo obispo Nono, que la celebró con los ángeles del cielo, é hizo fiesta
aquel día, echando aceite en la comida y bebiendo vino por haber ganado aquella
mujer para Dios: más al tiempo que comía, se oyeron unas voces lamentables y
unos alaridos espantosos como de persona que se quejaba y á quien se hacía
alguna fuerza; y era el demonio que se lamentaba por haber perdido aquella
lloradora, en quien como en cebo sabroso picaban tantas almas, y tragaban el
anzuelo de su condenación. Oyóse que decía: ¡Ay de mi miserable, cómo es
grande el mal que padezco por este viejo decrépito! ¿No le bastara que me quitó
de las manos treinta mil sarracenos que bautizó y ofreció á Dios? ¿No se
contentara con que quitó de mi jurisdicción á la ciudad de Heliópolis, donde yo
era adorado y reverenciado, y la restituyó á su Dios? Ahora me ha quitado mi
esperanza: ya esto no se puede sufrir. O hombre maldito, ¡cuánto padezco por
tí! Maldito sea el día en que naciste; pues me haces tan cruel guerra. Estas
voces daba el demonio, oyéndolas los que allí estallan; pero como eran sin
provecho, acometió luego á la nueva cristiana: quejóse de ella, porque le había
hecho traición y vendido como Judas, habiéndola él enriquecido y honrado tanto.
Oyendo Nono lo que el demonio decía á Pelagia, porque estaba cerca; le dijo que
se armase con la señal de la cruz. Ella lo hizo, y el demonio huyó, y la dejó
por entonces: aunque dos días después, estando durmiendo una noche, le apareció
y le dio nuevas quejas; más ella con las mismas armas se defendió y se libró de
sus manos. Pues ¿quién no ve en estas quejas de Satanás la parte que él tiene
en las mujeres, que son el tropiezo y escándalo de la república, y que se sirve
de ellas como de red, para pescar y coger las almas de la gente liviana y
deshonesta? ¿Quién por aquí no entiende cuan acepto y agradable servicio hace á
Dios, el que se emplea en convertir los pecadores y librarlos del cautiverio
del demonio, y traerlos al conocimiento y amor del Señor; y la rabia y saña que
tiene el común enemigo, contra los que le hacen este género de guerra? Mas al
tercero día después del bautismo, mandó Pelagia á un criado suyo que hiciese
inventarío de todos sus bienes, y que le trajese toda la plata, oro, joyas y
piedras preciosas y vestidos ricos que tenía; y traído, lo entregó todo en
manos del obispo Nono, para que dispusiese de ello á su voluntad: y él mandó al
mayordomo de la iglesia, que todo lo repartiese á las viudas, huérfanos y
pobres, sin que cosa alguna de ello quedase á la iglesia; y así se hizo.
Dióle el diácono el recado de su obispo; y él le respondió que era varón santo, y que rogase á Dios por él, y cerró su ventanilla. Volvió otras veces el diácono para saludarle, y llamó á la ventana dos y tres días: y como ninguno respondiese, mirando por la ventana lo mejor que pudo, vio que estaba muerto el monje Pelagio. Dio nueva de su muerte á otros santos monjes, entre los cuales tenia gran fama de santidad. Juntáronse muchos y fueron á la celda de Pelagio, y sacando el santo cuerpo, y queriéndole ungir con mirra (como entonces se usaba), hallaron que era mujer; y á una levantaron la voz alabando al Señor, y dijeron: Bendito seáis vos, Dios nuestro, que tenéis tantos tesoros escondidos en la tierra, no solo entre los hombres, sino entre las mujeres. Divulgóse el caso por toda aquella tierra, y vinieron de los monasterios de mujeres, que estaban en Jericó y en el Jordán, muchas de ellas con cirios y lumbres, y fué su santo cuerpo sepultado. Esta fué la vida de Pelagia pecadora: esta fué su conversión. El Martirologio romano y el de Usuardo ponen su muerte á 8 de octubre; y á lo que se puede entender de Niceforo y del cardenal Baronio en sus anotaciones sobre el Martirologio, fué su muerte, siendo emperador Teodosio el menor. También hace mención el Martirologio romano de Nono, obispo de Edesa, en 2 de diciembre, que fué el que la convirtió.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc.
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