jueves, 5 de octubre de 2023

S A N T O R A L

SAN PLACIDO, monje

EL OBLATORIO BENEDICTINO ANTIGUO

 
A la orden benedictina se asocia toda la Iglesia para festejar hoy a San Plácido, uno de los primeros discípulos del Patriarca de los Monjes de Occidente.
San Gregorio Magno nos refiere cómo de Roma y de otras partes venían a confiar niños a San Benito para que él se encargase de su educación y de su instrucción, y que el Santo "los mantuvo en el servicio de Dios". Estos niños eran ordinariamente, no sólo confiados para unos años, sino en realidad ofrecidos y donados a Dios de un modo definitivo, de suerte que ya no podían en adelante volverse al mundo.
En la actualidad nos choca esta costumbre y nuestra mentalidad del siglo XX la califica, desde luego, de abusiva y hasta de exorbitante. Y es que ya no tenemos nosotros la misma noción de la patria potestas, del poder paternal, tal como existió durante largos siglos. No hace tanto tiempo que los padres decidían el porvenir de sus hijos sin consultarlos y hasta sin permitirles el menor reparo.

NUESTRA DEPENDENCIA DE DIOS

"Los usos antiguos hay que apreciarlos con un alma antigua, y las disposiciones cristianas se necesita apreciarlas con una alma cristiana. Para rebelarse contra la donación hecha a Dios de los niños de pocos años, sería necesario demostrar que el hombre tan sólo está sometido a las leyes cuya obligación y carga él aceptó libremente.
"Somos criaturas sin haberlo querido; hemos sido hechos cristianos y hemos sido comprometidos en el orden divino sin contar con nuestro parecer. El hombre que reflexiona, tiene que reconocer inmediatamente que es un ser de quien Dios dispone como quiere, o por sí mismo y directamente o por intermediarios, pero siempre como amo.

LA LIBERTAD

"En el fondo, la inquietud retrospectiva causada por el oblatorio ¿no procede de un error demasiado extendido sobre el verdadero carácter de la libertad? La facultad de escoger el mal o un bien menor, la independencia de la persona frente al bien o al mal, el individualismo mezquino o envidioso, todo esto no es más que la disminución de la libertad. La verdadera libertad consiste en la dependencia profunda, en la adhesión consciente y voluntaria al bien y a Dios. A no ser así, no se comprende la educación que tiene por fin precisamente el crear en nosotros el prejuicio del bien aun antes de saber lo que es. Y los que quieren que los individuos pertenezcan al Estado más que a la familia, y que se los entregue para su formación a la Universidad so pena de pérdida de derechos, no hacen más que usar ellos del procedimiento que reprochan a la Iglesia.
"Al ofrecer el senador Tertulo a su hijo Plácido a San Benito, no pensaba que practicaba un acto de tiranía; creía que así aseguraba la tranquilidad y la vida eterna de su hijo; estaba convencido de que ni el niño ni Dios le echarían en cara algún día su decisión. De hecho, la mayor parte de los niños ofrecidos de esta manera, se adherían de buen grado más tarde a la profesión que había sido emitida en su nombre. Y los que de buena gana habrían tomado el camino del mundo, ¿tanta lástima merecen por habérselos obligado a quedarse en la casa de Dios? Y en vez de dejarse hipnotizar por los abusos y las defecciones inevitables que ocasionó el oblatorio, ¿no se debe más bien bendecir a una institución que dió tales frutos como San Mauro y San Plácido, San Beda el Venerable, Santa Gertrudis y tantos otros? Si nosotros hubiésemos sido ofrecidos, sólo habríamos conocido a Dios y no tendríamos otros recuerdos distintos de Él, ni tendríamos tampoco que olvidar nada: ¿en qué consistiría la desgracia?"

VIDA

Plácido nació en Roma de la noble familia de los Anicios. Muy niño aún, su padre Tertulo le confió a San Benito en el 
monasterio de Monte Casino. Fué el discípulo predilecto del Santo, juntamente con San Mauro. San Gregorio ha referido un milagro de que el santo salió beneficiado: un día fué Plácido por agua al lago, cayó en él y le arrastró la corriente.
San Benito mandó a Mauro que fuese en su ayuda; éste obedeció tan puntualmente, que anduvo sobre las aguas sin advertirlo y sacó al joven Plácido. Las Actas de su vida nos manifiestan su dulzura, su humildad, su contemplación, su austeridad. A San Plácido se le consideró como Confesor hasta fines del siglo XI. Entonces apareció la leyenda de que San Benito le había enviado a Sicilia. El martirologio casinense la anotó, pero, por la lógica de las cosas, pronto se tuvo que ver en el Plácido enviado a Sicilia, al mártir de este nombre honrado el 5 de octubre. Pedro diácono, monje casinense del siglo XII, introdujo la Leyenda en su Vita Placidi, vida inventada desde el principio hasta el fin que se extendió sólo en un círculo restringido. Sicilia la aceptó, pero haciendo constar en los martirologios de los siglos XII y XIII que esta tradición se habría sobrepuesto a otra más antigua. Actualmente la Orden benedictina celebra la fiesta de San Plácido utilizando el Común de Mártires sin ninguna oración ni lección propia, hasta que llegue el día de juntar en una sola fiesta a los dos primeros discípulos de San Benito, Mauro y Plácido que una tradición secular había ya unido en la Alta Edad Media en el grupo de los Confesores.
Será conveniente no olvidar en nuestra oración de hoy al grupo notable de mártires de que hace memoria la Iglesia en este día y que sufrieron por la fe en el siglo V.

ORACIÓN POR LOS NOVICIADOS

De lo alto del cielo donde estás recibiendo la recompensa de tu docilidad y de tu fidelidad, dígnate, oh San Plácido, no dejar de interesarte por la extensión del reino de Jesucristo en el mundo, por los progresos de la vida perfecta en la Iglesia, por la difusión de la familia monástica cuya gloria eres. En diversos lugares te están confiados los noviciados: en recuerdo de la formación privilegiada cuya insigne ventaja tuviste, vela por los que aspiran a la mejor parte.
A ellos sobre todo se aplica la palabra del Evangelio: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos, el reino de los cielos que consiste en la participación anticipada de Dios en este mundo por la vida de unión y a la cual lleva el camino de los consejos. ¡Que hagan ellos recordar a los Ángeles tu humildad y dulce sencillez y reconozcan la solicitud de madre de la Sagrada Religión para con ellos, por la docilidad filial que en ti fué correspondencia al afecto especial del legislador de los monjes! ¡Dios permita que a pesar del descrédito del mundo, crezcan para gloria de Dios, en número y en mérito!
 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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