San Francisco de Borja
Gloria de la Compañía de Jesús
Gande de España, Marqués de Lombay, Duque de Gandía, Virrey
de Cataluña, General de la Compañía de Jesús, iluminó su época con una
extraordinaria sabiduría política y las más altas virtudes
Plinio María Solimeo
El pequeño ducado de Gandía, perteneciente al reino de
Valencia, era gobernado a comienzos del siglo XVI por don Juan de Borja. Estaba
casado con doña Juana de Aragón, nieta, por una rama bastarda, del rey Fernando
de Aragón, esposo de Isabel la Católica. Al expulsar a los moros de Granada, en
el mismo año en que promovían el descubrimiento de América, estos soberanos
pusieron fin a ocho siglos de dominación mora en España.
Francisco, primogénito de los duques de Gandía, nació el 28
de octubre de 1510. Su madre, doña Juana, tenía una especial predilección por
él, debido a su buen genio y natural inclinación a la virtud. Su formación,
propia de su ilustre sangre, fue encomendada a dos preceptores de conocida
erudición y comprobada virtud.
Modelo de virtud en medio de una lujosa corte
A los diez años don Francisco perdió a su madre. Debido a
ello, el niño dejó la convivencia del padre y de los siete hermanitos, ya que
su educación fue confiada a un tío materno, el arzobispo de Zaragoza. Con él
pasó algunos años.
Tal como lo exigía la costumbre en aquel entonces, los hijos
de los Grandes de España pasaban la juventud como pajes en la Corte. Así, al
cumplir dieciséis años, Francisco fue enviado a la de Carlos V, joven rey de
España y emperador del Sacro Imperio. Quien le tomó gran afecto al adolescente
por la nobleza de sangre, seriedad, diligencia y piedad.
La emperatriz Isabel, hija del rey de Portugal y esposa de
Carlos V, tenía tal dilección por don Francisco que, cuando llegó a los veinte
años, le dio por esposa a doña Leonor de Castro, su mejor dama de compañía,
entonces con diecisiete, en cuyas venas corría la más ilustre sangre lusa. Como
regalo de bodas, Carlos V le concedió el título de marqués de Lombay entre
otras mercedes.
La emperatriz quiso ser la madrina del primogénito del
matrimonio, que recibió el nombre de Carlos, en honor al emperador. Y también
dispuso que su hijo Felipe —el futuro Felipe II— fuese el padrino.
En medio de todas estas distinciones, el joven marqués se
mostraba siempre sencillo y recatado, impresionando a todos por su singular
virtud. Ésta era fruto del saludable hábito que había adquirido de dominar sus
pasiones y malas inclinaciones. Para ello, utilizaba los métodos más eficaces,
como la oración, la confesión y la comunión frecuentes, además de penitencias
voluntarias. Doña Leonor procuraba seguir la misma senda.
Dios los bendijo, concediéndoles cinco hijos y tres hijas. A
partir del nacimiento de su octavo hijo, los marqueses, de común acuerdo,
decidieron vivir en estado de continencia, cuando aún no habían cumplido los 30
años de edad…
El año 1529 marcó profundamente la vida del marqués. Después
de una breve enfermedad, la emperatriz Isabel falleció en el auge del poder y
de su extraordinaria belleza. Como prueba de estima por los Gandía, el
emperador dispuso que la marquesa amortajara a su esposa y que el marqués
acompañara sus restos mortales hasta el Panteón Real, en Granada.
Cuando, después de quince días de trasladado, bajo un sol
abrasador, el marqués tuvo que reconocer ante los notarios aquel cuerpo ya en
avanzado estado de descomposición, constató de modo pungente la fragilidad de
las glorias de este mundo. Y renovó su propósito de, en el caso de sobrevivir a
su esposa, dedicarse a la vida que no tiene fin, en una orden religiosa.
San Juan de Ávila, a quien entonces abrió su alma, aprobó su
decisión.
Virrey de Cataluña - “Exilio” en Gandía
Apenas volvió de Granada, Carlos V lo nombró virrey de
Cataluña, cargo de gran confianza y responsabilidad, antes concedido únicamente
a personas de más edad y experiencia. El Emperador reconocía así, en aquel fiel
y joven vasallo, la madurez y prudencia necesarias para tal
oficio.
En los tres años que duró su virreinato, don Francisco acabó
con el bandolerismo que infestaba la región, robusteció la frontera con
Francia, implementó la marina, y se mostró hábil político y gran administrador.
En 1542, cuando iba a comenzar su segundo trienio, el
marqués recibió la noticia del fallecimiento de su padre. Pidió entonces
autorización al Emperador para tomar posesión del ducado que había heredado.
Ésta le fue concedida, sin embargo, al nombrar a don
Francisco Mayordomo Mayor de su hijo Felipe, todos entendieron que
Carlos V planeaba designar así al primer ministro del próximo reinado.
Sin embargo… Dios quería para don Francisco, no la vida en
la Corte, sino el gobierno del pequeño ducado, a fin de prepararlo para la
grandísima misión a que ledestinaba. Así sucedió que, cuando Carlos V comunicó
a la familia real portuguesa el nombre de los que conformarían la Casa que, con
diligencia, había escogido para la futura reina de España, los soberanos
portugueses, por motivos que se ignoran, rechazaron al duque de Gandía.
Durante los siguientes siete años, don Francisco se dedicó
cabalmente a su nuevo Estado y a la vida de familia. Fundó un colegio de la
Compañía de Jesús, después elevado a universidad, para dar formación católica
no solo a los hijos de sus vasallos, sino principalmente, a los hijos de los
moriscos residentes en el ducado, que mal aprendían la verdadera religión.
San Francisco y el moribundo impenitente, Francisco de Goya, Óleo sobre lienzo, Catedral de Valencia, España. 1788 |
Ya se había encariñado a la nueva milicia fundada por
Ignacio de Loyola, debido a la amistad que mantenía con el beato Pedro Fabro,
primer sacerdote ordenado en la Compañía de Jesús, el padre Antonio Aráoz y uno
de los jóvenes jesuitas que fueron al colegio de Gandía, el futuro San Luis
Beltrán, apóstol de Colombia.
Miembro de la Compañía de Jesús
En 1546, el duque tuvo el dolor de ver morir a su piadosa
esposa. Si, por un lado, él se veía libre para realizar su proyecto de
consagrarse a Dios, por otro, lo ataba al mundo su numerosa prole, casi toda
aún en la infancia.
Su deseo de pertenecer a la Compañía de Jesús lo llevó a
enviar a Ignacio de Loyola una carta pidiéndole humildemente que lo aceptara
entre sus hijos y exponiéndole los obstáculos que se anteponían a tal deseo: a
saber, su condición de padre y de duque. Mientras tanto, hizo voto de castidad
y obediencia al superior de los jesuitas de Gandía.
El fundador de la Compañía tenía en tan alta consideración
al duque, que pasó a consultarlo sobre los problemas que enfrentaba en España,
recomendando a su Provincial que hiciera lo mismo.
Profesión secreta en la Compañía de Jesús
Al convocar las Cortes Generales de Aragón, en 1547, Carlos
V escogió a las personas que habían de acompañar a su hijo Felipe, figurando en
la cabeza de la lista el duque de Gandía. Lo nombró también Tratador (uno
de los cuatro intermediarios entre el Príncipe regente y sus Estados). El
príncipe Felipe insistió entonces con el duque para que aceptara finalmente el
cargo de Mayordomo Mayor.
Don Francisco recurrió a San Ignacio. Éste fue
inmediatamente al Vaticano, suplicando al Santo Padre una dispensa extraordinaria
para que un noble pudiera hacer su profesión solemne en la Compañía,
conservándola mientras tanto en secreto, manteniendo las apariencias de seglar,
por espacio de tres años, a fin de ubicar a sus hijos. Así, este noble (cuyo
nombre fue ocultado) quedaría libre de todos los asaltos mundanos.
Obtenida la dispensa, el fundador de la Compañía se la envió
al duque, recomendándole que no se aproximara de Roma, pues era deseo del Papa
concederle el capelo cardenalicio.
El nuevo profeso de la Compañía continuó interviniendo
en la reforma de los conventos relajados. Y cuando los enemigos de la Compañía
lanzaron una campaña de calumnias contra su fundador y los Ejercicios
Espirituales, por él escritos, San Ignacio escribió al Papa pidiendo un examen
riguroso de los mismos, con una consecuente sentencia pontificia. Ésta vino
mediante el Breve Pastoralis Officii cura, una aprobación explícita y
honrosa de la obra, concediendo indulgencias a quien se favoreciese de ella, lo
que hizo callar y estremecer a sus calumniadores.
Después de casi tres años, el duque consiguió casar a sus
hijos mayores. Transfirió algunos de sus privilegios a su segundo hijo, y
encargó al mayor de proteger y educar a los tres menores. Todo parecía
dispuesto cuando, con motivo del nuevo matrimonio del príncipe Felipe, se pensó
otra vez en nombrarlo Mayordomo Mayor.
Encuentro con otros santos
Don Francisco escribió a San Ignacio pidiéndole permiso para
refugiarse en Roma, una vez que Paulo III había fallecido y el “peligro” del
capelo cardenalicio estaba momentáneamente apartado. El General de la Compañía
recibió con los brazos abiertos a aquel hijo, que conocía sólo
sobrenaturalmente. Cuando el duque se arrodilló para pedirle la bendición, San
Ignacio hizo lo mismo y se unieron los dos santos en un largo abrazo.
Pero no tardó en que el nuevo Papa, Julio III, al tratar más
de cerca al duque, deseara colmarlo de honras. San Ignacio lo mandó entonces
regresar a España.
En su patria, recibió finalmente, como Grande de España, el
permiso de Carlos V para hacerse religioso. Ya podía dejar los trajes
seculares, usar sotana y recibir la ordenación sacerdotal. Tenía entonces 40
años de edad.
¡Imagínese la repercusión que tal acontecimiento provocó en
la devota España! De todos lados
llovieron pedidos para sermones, visitas y ejercicios espirituales.
Cierto día, visitando en
calidad de Comisario General de la Compañía para toda España a los jesuitas de
Ávila, éstos se refirieron a una monja, cuya vida estaba regada de eventos
extraordinarios y que era muy perseguida y calumniada. Así se encontraron San Francisco de Borja y Santa Teresa de Jesús. El primero confirmó que ésta
era guiada por el espíritu divino, y se transformó en su ardiente protector.
Pero nuevamente el demonio y sus secuaces humanos reiniciaron la campaña de
calumnias contra la Compañía de Jesús.
Viendo la tempestad que se formaba, Carlos V mandó llamar a su antiguo
protegido. En una conversación de tres horas, comprobó su santidad y la malicia
de los calumniadores. La protección del emperador salvó nuevamente a la
Compañía. Poco después, Carlos V renunciaba al trono y se retiraba al
monasterio de Yuste, donde tres años después terminaría sus días mencionando al
padre Francisco en su testamento.
Superior, General de la Compañía de Jesús y glorificación post-mortem
Al fallecer San Ignacio, el nuevo General, Diego Laínez, debiendo ausentarse de Roma para participar del Concilio de Trento junto con el padre Salmerón, en calidad de teólogos del Papa, llamó a la Ciudad Eterna al padre Francisco, nombrándolo Vicario General de la Compañía. Y cuando murió el padre Laínez, Francisco de Borja fue elegido por unanimidad tercer General de la Compañía.
Durante su gobierno, envió a sus hijos espirituales al Nuevo Continente, inauguró el noviciado de la Orden, recibiendo en él al futuro San Estanislao Kostka y a muchos otros que morirían mártires en tierras de infieles.
El Papa San Pío V, mientras preparaba su cruzada contra los turcos, pidió al General de la Compañía que, debido a su sangre real y al gran prestigio de que gozaba en la Corte de España, fuera personalmente a tratar con el rey Felipe II sobre su ayuda.
Al volver a Roma, quebrantado y con la salud muy golpeada, Francisco de Borja entregó su alma al Creador, la noche del 30 de setiembre de 1572. No apenas el pueblo, sino también obispos y cardenales acudieron a la casa de la Compañía para besar los restos mortales de aquel que ya consideraban santo.
En 1671, Clemente XI lo canonizó solemnemente. Toda España vibró, particularmente la nobleza, que lo nombró su patrono, obteniendo aún el traslado de sus restos mortales a Madrid.
Fuentes:
Adro Xavier, El Duque de Gandía, El Noble Santo
del Primer Imperio - Apuntes históricos, Editora
Espasa-Calpe, Madrid, 1950.Marcelle Auclair, Santa Teresa de Ávila, Livraria Apostolado da Imprensa, Porto, 1959.
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