San Ignacio de Antioquía
Pastor heroico, mártir intrépido
Discípulo del Apóstol San Juan, obispo de Antioquía, uno de los primeros y más ilustres Padres de la Iglesia
Plinio María Solimeo
San Ignacio fue el niño de quien Jesús dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, me recibe a mí...” (Mc. 9, 37) |
Según una antigua tradición, San Ignacio de Antioquía
fue el niño que Nuestro Señor Jesucristo abrazó cuando dijo: “El que
recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, me recibe a mí, y el que me
recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado” (Mc. 9,
37). Pertenece igualmente a la tradición haber sido, junto a su amigo San
Policarpo, discípulos del Apóstol San Juan.
Nos faltan otros datos biográficos del santo.
Felizmente, dejó siete cartas, todas consideradas auténticas. Además de
manifestar su celo por las almas, ellas ofrecen algunas referencias sobre su
prisión. Junto con las cartas, nos llegó de los tiempos antiguos una relación
de su martirio (Martyrium Ignatii), probablemente escrito por Filón (un
diácono de Tarso) y por Reo Agatopodo, un lego sirio que acompañó a San Ignacio
en su prisión hasta Roma. Muchos historiadores lo consideran auténtico, sin
embargo, se cree que hubo en él varias interpolaciones. Tomaremos como base
este relato y las cartas del santo.¹Antioquía, la “capital del Oriente"
San
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía —después de San Pedro y San Evodio—
consagrado directamente por uno de los Apóstoles, probablemente el propio San
Pedro.
Antioquía
se situaba en las márgenes del río Orontes, localizada entonces en Siria, y
corresponde hoy a la moderna Antakya, en Turquía. Fue fundada a fines del siglo
IV a.C. por Seleuco I, y Nicanor la hizo capital de su imperio. Ocupa un lugar
destacado en la historia del cristianismo. San Pablo predicó por primera vez en
una sinagoga en Antioquía, y en ella los seguidores de Jesucristo se hicieron
conocidos como “cristianos” (Hc. 11, 26). Era la tercera ciudad del Imperio
Romano, después de Roma y Alejandría. Debido a su situación y a las relaciones
comerciales, era considerada la capital del Oriente.
Un pastor, líder preparado y atento
Estaba
San Ignacio ocupado en sus quehaceres episcopales cuando el emperador romano
Domiciano (81-96) —el primero en deificarse, asumiendo el título de “Señor y
Dios”— se presentó como regenerador de la moral y de la religión (pagana) del
imperio, a pesar de sus vicios en la vida privada. Como tal, se empeñó en
“cortar de raíz la religión de los galileos”, entonces floreciente en varias
partes del imperio.
“Todas
las excelentes cualidades de pastor ideal y verdadero soldado de Cristo fueron
poseídas por el obispo de Antioquía en grado eminente. De acuerdo con ello,
cuando la tormenta de la persecución de Domiciano estalló en su pleno furor
sobre los cristianos de Siria, encontró a su fiel dirigente preparado y alerta.
Fue infatigable en su vigilancia e incansable en sus esfuerzos para infundir
esperanza y reforzar a los débiles de su grey contra el terror de la
persecución”.²
Cuando
esa tormenta cesó con la muerte de Domiciano, sobreviniendo una relativa paz,
San Ignacio procuró preparar a sus fieles para una nueva y posible persecución,
dándoles el ejemplo de intrepidez y espíritu sobrenatural con que deberían
enfrentarla. Resaltaba que no hay gracia mayor que la de dar la vida por
Cristo, que ofreció su vida por nosotros.
Elocuencia, valentía y martirio
Ascendió al trono imperial Trajano (98-117), uno de los más hábiles emperadores romanos, que extendió las fronteras del Imperio más allá de las márgenes del Rin hasta las del Danubio, promovió el comercio y la industria e hizo grandes edificaciones para sus servicios administrativos. A pesar de tan vasta visión administrativa, este emperador consideraba al cristianismo como crimen punible de muerte.
Ensoberbecido por la victoria contra los escitas y los dacianos, Trajano intentó obtener también una conquista religiosa en el Imperio. Para eso determinó que todos los cristianos deberían unirse a los paganos y adorar a los dioses imperiales; los que se negasen, serían perseguidos y castigados con la muerte. Sin embargo, debido a un farisaísmo mal disfrazado, no admitía delaciones. Y Tertuliano, famoso escritor eclesiástico que vivió entre los siglos II y III, exclama a propósito de tales medidas: “Se prohíbe buscar a los cristianos como inocentes, y se les condena como culpables; se perdona y se castiga. ¿No es esto una contradicción palpable?”³
Ruinas de la antigua Antioquía |
“Vengo luchando contra fieras, por tierra y por mar”
Es probable que el santo haya embarcado en Seleucia, el
puerto más próximo de Antioquía. En Esmirna, donde San Policarpo era
obispo, cristianos de varias comunidades del Asia Menor fueron a
saludarlo. Entre ellos estaban fieles de Éfeso, Magnesia y Trales, que
lo fueron a confortar. Para cada una de esas comunidades él escribió,
confirmándolas en la fe, exhortándolas a la obediencia a los respectivos
obispos y que evitaran cualquier contaminación con la herejía. Esas
cartas revelan su extrema caridad cristiana, su celo apostólico y sus
preocupaciones pastorales.
En su carta a los Romanos, escrita durante una parada en Esmirna, el ilustre héroe de Jesucristo dice: “Desde
Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras, por tierra y por
mar, de día y de noche, viviendo atado entre diez leopardos, o sea, una
compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata,
peor se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso a ser de modo más
completo un discípulo ; «pese a todo, no por ello soy justificado» (1 Cor. 4, 4).
Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y
oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que
puedan devorarme presto, no como han
hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor”.4 Les suplicó también que no hicieran nada para evitar su martirio.
En otra interrupción del viaje, en Tróade, escribió a los cristianos de Filadelfia y Esmirna y a San Policarpo.
“Soy trigo de Cristo y quiero ser molido”
Habiendo llegado a Roma, dicen los autores de la relación: “Encontramos a los hermanos [en la Ciudad Eterna] llenos de temor y de alegría, regocijándose de hecho, porque fueron juzgados dignos de encontrarse con Teóforos [nombre que San Ignacio se atribuía en sus cartas], pero también con temor, porque hombre tan eminente estaba siendo llevado a la
muerte”.5 El santo confortó a esos intrépidos cristianos,
exhortándolos a permanecer fieles a su fe y al amor fraterno.
Arrodillándose con ellos, suplicó al Hijo de Dios que protegiera sus
iglesias y termine la cruenta persecución. Pero fue interrumpido por sus
carceleros y llevado inmediatamente al anfiteatro, para ser devorado
por las fieras.
Cuando los animales se precipitaron sobre el héroe
de Cristo, su pensamiento debe haberse afirmado en lo que escribió en su carta
a los Romanos: “Trigo soy de Dios, molido por los dientes de las fieras
y convertido en pan puro de Cristo. […] Que vengan el fuego, y
la cruz, y los encuentros con las fieras [dentelladas y
magullamientos], huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero
triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando
pueda llegar a Jesucristo”.6
Martirio de San Ignacio
San Ignacio de Antioquia devorado por los leones |
Los autores de la relación la concluyen del
siguiente modo: “Habiendo sido testigos oculares de estas cosas, y
habiendo pasado la noche entera en casa derramando lágrimas y habiendo
suplicado al Señor, con las rodillas dobladas y muchas oraciones, para que Él
nos diese, a nosotros hombres débiles, una garantía a respecto de esos hechos,
ocurrió que, habiendo caído en una breve somnolencia, algunos de nosotros
vieron al bienaventurado Ignacio de repente, de pie junto a nosotros y
abrazándonos; mientras que otros lo contemplaron rezando por nosotros, y otros
aún lo vieron junto al Señor, traspirando sudor, como si hubiese venido en
aquel momento de un gran trabajo. Cuando, de ese modo, damos testimonio con
gran alegría estas cosas, comparando nuestras varias visiones, cantamos
alabanzas a Dios, el dador de todas las cosas”.7
El
martirio de San Ignacio de Antioquía, cuya fiesta se conmemora el día 17 de
octubre, acaeció en el décimo primer año del reinado de Trajano, es decir,
alrededor del año 110.
Notas.-
1. Utilizamos estos documentos contenidos en el
CD de la organización norteamericana New Advent (www.NewAdvent.org),
Kevin Knight, 2007.
2. John B. O’Connor, St. Ignatius of Antioch, The Catholic Encyclopedia, CD edition.
3. In Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, p. 211.
4. The Epistle of Ignatius to the Romans, c. 5, New Advent CD.
5. The Martyrdom of Ignatius, c. 6, New Advent CD.
6. Epistle to the Romans, c. 4-5, New Advent CD.
7. The Martyrdom of Ignatius, c. 7, idem. ibid.
2. John B. O’Connor, St. Ignatius of Antioch, The Catholic Encyclopedia, CD edition.
3. In Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, p. 211.
4. The Epistle of Ignatius to the Romans, c. 5, New Advent CD.
5. The Martyrdom of Ignatius, c. 6, New Advent CD.
6. Epistle to the Romans, c. 4-5, New Advent CD.
7. The Martyrdom of Ignatius, c. 7, idem. ibid.
Fuente:http://www.fatima.pe/articulo-665-san-ignacio-de-antioquia |
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