LOS SANTOS SIMÓN Y JUDAS, APÓSTOLES
Los santos apóstoles Simón y Judas
fueron hijos de María Cleofé, hermana ó prima de la Madre de Dios nuestra
Señora, y hermano de Santiago, el menor. Simón
se llamó Cananeo, y por esto san Lucas le llamó Zelotes en lengua griega;
porque Caná en hebreo es lo mismo que Zelo en griego: y tomó este sobrenombre,
porque nació en Caná de Galilea, y para diferenciarle de san Pedro, que
asimismo se llamó Simón: y también Judas tomó sobrenombre de Tadeo ó Ledeo,
para distinguirse de Judas Iscariote. No hallamos cuándo ó cómo fueron llamados
estos bienaventurados santos al apostolado: solamente se hace mención de ellos,
cuando se nombran los doce apóstoles por sus nombres en el sacro Evangelio, y
se dice en él, que el Salvador los escogió y llamó apóstoles. También en el
sermón de la Cena, diciendo Cristo nuestro Señor: El que me ama, será amado de
mi Padre, y yo le amaré, y manifestarme he á él; preguntó Judas: Señor, ¿cómo
ha de ser eso que te has de manifestar á nosotros, y no al mundo? No hay más
mención particular en el Evangelio de Judas, ni de Simón, y es muy poco, lo que
sabemos de estos sagrados apóstoles, que sea cierto y averiguado: con ser cosa
ciertísima que en la predicación y propagación del Evangelio padecieron grandes
trabajos, é hicieron muchos milagros, y convirtieron á la fe innumerables
gentes, y como capitanes valerosos de Cristo, y conquistadores del mundo,
hicieron guerra con su vida y con su doctrina á Satanás, echándole del trono
que tiránicamente había usurpado, y derribando los ídolos. y alumbrando y
desengañando á los que con la vana adoración de los falsos dioses andaban
ciegos y embaucados. Solamente se dice que san Simón predicó en Egipto, y san
Judas, ó Tadeo, en Mesopotamia, y que después entraron juntos en Persia; y
habiendo traído al conocimiento del Señor gran muchedumbre de pueblos, fueron
coronados del martirio. Esto es lo que dicen los Martirologios, romano, el de
Beda, Usuardo y Adon; y se saca de san Gerónimo, y san Isidoro, y otros autores
antiguos, y del cardenal Baronio entre los modernos. En una vida, que en nombre
de Abdías Babilónico anda de estos santos apóstoles, que es la que siguen san
Antonino, arzobispo de Florencia, y el obispo Equilino, y Joaquín Perionio,
monje de san Benito, y otros autores, se cuentan algunas cosas que, dado que
aquel libro sea apócrifo; puede ser que sean verdaderas: porque decir que un
libro es apócrifo, como lo es este, es decir que no tiene autoridad ni
certidumbre de verdad; pero no por esto se sigue que todas las cosas, que se
contienen en aquel libro, sean falsas; pues en cualquier libro, por apócrifo
que sea, se pueden hallar algunas cosas verdaderas, y por ventura lo son las
que se contienen en la vida de estos santos, que, como digo, escribió Abdías:
las cuales quiero yo aquí referir, por ser las que comúnmente de ellos
escriben.
Luego que llegaron á Persia los santos apóstoles, los demonios, que
hasta allí habían dado respuestas, se enmudecieron. Sucedió que un capitán del
rey de Babilonia, llamado Baradach, había de salir á la guerra contra los
indios, y quiso saber de sus dioses el fin que había de tener aquella guerra.
Anduvo de un dios en otro; y ninguno le dio respuesta. Maravillado de esto, y
queriendo saber la causa, finalmente respondieron que no le podían responder
mientras que Simón y Judas, apóstoles de Jesucristo, estuviesen en aquella
provincia. Fueron buscados por mandato de Baradach los santos apóstoles: y
después de haber pasado algunas razones entre ellos, los apóstoles dieron
licencia á los demonios para que respondiesen, y por su respuesta mejor se
conociese cuan mentirosos eran y engañosos. Respondieron los demonios por medio
de sus ministros, que la guerra seria larga y sangrienta, y costaría muchas
vidas de una parte y de otra. Oyendo esto los apóstoles se sonrieron: y como
Baradach les dijese: Estoy yo con gran temor; ¿y vosotros reís?. Respondieron
los santos: No tienes por qué temer; que mañana á hora de tercia vendrán
embajadores de los indios á pedirte paz y ponerse en tus manos, y harán cuanto
les quisieres mandar. Los sacerdotes de los ídolos hacían mofa y escarnio de lo
que decían los santos apóstoles, y pretendían hacerlos sospechosos, como á
hombres que tenían trato secreto con sus enemigos; mas el capitán se sosegó,
porque no le pedían que guardase largo tiempo para certificarse de la verdad,
sino pocas horas. Mandó prender á los apóstoles y á los ministros de sus
dioses, para castigar á los que le hubiesen mentido. Vinieron á la mañana á la
hora de tercia los embajadores: y con esto salió de duda Baradach, y quiso
matar á los sacerdotes; más los apóstoles se lo estorbaron, diciendo que no
habían venido á aquel reino á quitar la vida á nadie, sino á darla á muchos.
Ofrecióles muchas joyas y dones; y ninguna cosa quisieron recibir. Llevólos
consigo al rey de Babilonia: contóle lo que con ellos le había pasado:
sublimólos mucho, así de tener espíritu profético, y saber lo por venir, como
de personas humildes, virtuosas, pacíficas y desinteresadas. Estaban á esta
sazón con el rey dos magos y hechiceros, llamados Zaroes y Arfaxad, que habian
venirlo huyendo de la India, en donde san Mateo predicaba, y había descubierto
sus maldades y engaños.
Fue tan grande la saña que recibieron
de esto los sacerdotes, que con extraño ímpetu y furor dieron contra los
apóstoles y los despedazaron. Estaba á esta sazón el cielo muy sereno, y
de repente se levantó una terrible tempestad, y cayeron tantos rayos, que
derribaron los templos de los falsos dioses, y mataron á muchos gentiles, y
entre ellos á los dos magos, dejando sus cuerpos convertidos en ceniza. El rey,
como ya era cristiano, sabiendo la muerte de los santos apóstoles, hizo llevar
sus sagrados cuerpos á Babilonia, y allí les edificó un suntuoso templo, donde
estuvieron hasta que después con el tiempo fueron trasladados á Roma, y
colocados en la basílica de San Pedro. Fué su martirio en 28 de octubre, y en
este día celebra la Iglesia católica su fiesta. El año que murieron no se sabe.
Escribió san Judas Tadeo una epístola canónica, y por
tal es recibida de toda la Iglesia, y puesta entre las otras Escrituras
sagradas, en la cual cita un libro apócrifo de Enoch, de donde se saca ser
verdad lo que arriba dijimos, que puedo ser un libro apócrifo sin ser falso. Hace
de advertir que algunos autores han querido confundir y hacer uno á estos
santos apóstoles Simón y Judas, siendo la verdad que fueron dos distintos y
diversos, y no uno. Otros también se han engañado, creyendo que san Simón,
apóstol, fué el mismo que Simeón, obispo de Jerusalén, el cual habiendo
sucedido en aquella silla á Santiago, el menor, y siendo de edad de ciento y
veinte años, fué crucificado en tiempo de Trajano; mas aquel no fué apóstol,
sino uno de los setenta y dos discípulos del Señor. Otros han creído que san Judas
Tadeo, el apóstol, haya sido el mismo que fué enviado de Cristo nuestro Señor
al rey Abagaro, como lo siente san Gerónimo, y Reda; pero mas probable es que
fueron dos Tadeos, uno el apóstol, y otro uno de los setenta y dos discípulos,
y que éste fué el que sanó al rey Abagaro, y convirtió á la fé al pueblo Edesa,
como lo dice Eusebio, Niceforo, y Doroteo.
Últimamente se ha de advertir que pocos años ha se
imprimieron y salieron á luz diez libros, con título de Abdias, primer obispo
de Babilonia, en que se trata de los hechos, vidas y muertes de los apóstoles,
traducido en latín por Julio Africano; y en esto libro se escribe de san Simón
y Judas, apóstoles, las cosas que nosotros aquí habernos referido, y otras que
de industria dejamos: pero el papa Paulo IV, de feliz recordación, vedó este
libro, y lo puso en el catálogo de los libros prohibidos, como lo notó Sixto Senense
en su Biblioteca santa; y tiene autoridad.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del
año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que
comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset,
Butler, Godescard, etc
DOMICIANO Y LOS DESCENDIENTES DE DAVID
Por la historia eclesiástica sabemos que Domiciano, al
fin de su reinado y cuando arreciaba la persecución que él mismo había
desencadenado, hizo traer desde el Oriente, para comparecer ante sí, a dos
nietos del Apóstol San Judas. La política del César estaba un poco intranquila con
respecto a estos descendientes de una raza real, la de David, que por la sangre
representaban al mismo Cristo, ensalzado por sus discípulos como rey supremo
del mundo. Domiciano pudo darse cuenta por sí mismo de que estos dos sencillos
judíos no podían constituir un peligro para el Imperio, y que si consideraban a
Cristo como al depositario del poder soberano, se trataba de un poder que no se
iba a ejercer visiblemente hasta el fin de los siglos. El lenguaje sencillo y
valiente de estos dos hombres impresionó a Domiciano, y según el historiador Hegesipo,
de quien Eusebio toma los hechos que acabamos de referir, dió órdenes de suspender
la persecución.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer
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