San Luis María Grignion de Montfort
Doctor, Profeta y Apóstol en la crisis contemporánea
por Plinio
Corrêa de Oliveira
Si alguien me pidiera que señalara un apóstol tipo para nuestros tiempos,
yo respondería sin vacilaciones, mencionando el nombre de un misionero...
fallecido hace precisamente 303 años. Y dando tan desconcertante respuesta,
tendría la sensación de estar haciendo algo perfectamente natural. Pues ciertos
hombres colocados en la línea de lo profético, están por encima de las
circunstancias temporales.
Basta, para comprenderlo, tomar por ejemplo a Elías. Dentro de cien años,
los que hoy vivimos habremos sido superados por la marcha del tiempo, como
están hoy los hombres de hace cien años atrás. Seremos atrasados, anacrónicos,
mofados. De ahí a doscientos, trescientos años estaremos tan sumergidos en el
reino de la muerte, de las sombras y de la Historia, como las momias que
aguardan en algún museo el día del Juicio Final. ¿Y qué decir de nuestra
"situación" de aquí a mil años? Pues hay alguien vivo, vivísimo y que
será la última palabra del apóstol moderno, no hoy, sino en el fin del mundo cuando
nosotros estemos inmersos en el más completo anacronismo. Alguien que vivió
días muy anteriores a los de Pío IX y Napoleón III. Anteriores aún a San Luis,
a Carlo Magno, a Atila, y ¿qué diré?, a Augusto y a Jesucristo. ¡Es el Profeta
Elías! Apóstol moderno, sí, y modernísimo, no porque esté escrito de él que
participará del espíritu y de las tendencias de los hombres que entonces
vivieren, sino porque será mandado por Dios como el varón ideológicamente
adecuado para combatir de frente la corrupción del siglo en que volverá a esta
tierra. Elías será moderno, no por haber tomado el espíritu y la forma de los
prosteros años de la historia —no os conforméis con este siglo, advierte San
Pablo— sino porque será adaptado y adecuado al tiempo. Adaptado, en el sentido
de que será "apto" para hacerle bien. Adecuado, sí, en el sentido de
que dispondrá de los medios propios para corregirlo. Y por esto mismo
modernísimo. Pues ser moderno no es necesariamente parecerse con los tiempos y
muchas veces puede ser hasta lo contrario. Para un apóstol, ser moderno es
estar en condiciones de hacer el bien en el siglo en que vive...
Sin equiparar a Elías, Profeta incumbido de una misión oficial, con San
Luis María Grignion de Montfort, en cuyos escritos hay luces proféticas
impresionantes, pero de un valor meramente privado, puede decirse que existe
cierta analogia entre uno y otro. Y es en los términos de esta analogía que el
Santo francés es un modelo de apóstol para nuestros días, y los siglos
venideros.
* * *
San Luis María Grignion de Montfor nació en Montfort-la-Canne, Francia, en
1673. De familia pobre, le faltaron los recursos para costear los estudios
necesarios del sacerdocio, al que aspiraba desde niño. Se dirigió a París,
donde ejerció el oficio de velar cadáveres en la Parroquia de San Sulpicio
ciertas noches de la semana, para pagar su pensión en el Seminario. Después de
un curso brillante, fue ordenado sacerdote en 1700.
Dadas las dificultades surgidas en su apostolado en Francia, y movido por
el deseo de anunciar el Evangelio a los gentiles, San Luis María se dirigió a
Roma para pedir una directriz al Papa Clemente XI. Este determinó que volviese
a su Patria, a fin de dedicarse a predicar a la población católica necesitada
de catequesis y edificación. Entregándose enteramente a esa actividad durante
los diez años que aún vivió, el Santo insistía particularmente en la renuncia a
la sensualidad y al mundanismo, en el amor a la mortificación y a la Cruz, en
la devoción filial a Nuestra Señora. Como terciario dominico que era, difundió
ampliamente el Rosario.
Víctima de los ataques furibundos de los calvinistas y de los jansenistas,
fue objeto de severas medidas por parte de un número no pequeño de obispos
franceses, que no le querían como misionero en sus diócesis.
Fundó dos congregaciones religiosas, la Compañía de María y las Hijas de la
Sabiduría.
Entre sus escritos, se destaca el "Tratado de la Verdadera Devoción a
la Santísima Virgen", una de las más altas obras de mariología en todos
los tiempos y tal vez la más alta de ellas. Este libro admirable fue dejado por
él en manuscrito y desapareció misteriosamente después de su muerte, reapareciendo
de manera providencial en nuestros tiempos.
León XIII lo beatificó en 1888. Pío XII, lo inscribió en el Catálogo de los
Santos.
Esta es un rápida visión de la vida de este gran Santo. Cuanta riqueza se
aprecia en un examen más atento de los principales aspectos de esa vida.
* * *
El Renacimiento desencadenó en Europa una sed de diversiones, de
opulencia, de placeres sensuales, que impelió fuertemente los espíritus a
subestimar las cosas del Cielo, para ocuparse mucho más de las de la tierra. De
ahí, en los Siglos XV y XVI, vino un declinar sensible de la influencia de la
Religión en la mentalidad de los individuos y de las sociedades. A ese
indiferentismo naciente, se sumó no raras veces una antipatía contra la
Iglesia, discreta y apenas perceptible en unos, más pronunciada en otros, y
elevada en algunos al extremo de una hostilidad militante. Tal estado de
espíritu concurrió sensiblemente para la eclosión del protestantismo, y para las
manifestaciones del nacionalismo y escepticismo tan frecuentes entre los humanistas.
Del indiferentismo nacía naturalmente el libre pensamiento.
Sin embargo, estos fermentos no atacaron, por el momento, toda la
sociedad. En un comienzo, dominaron solamente ciertos elementos de alta
influencia en la vida intelectual, en la nobleza y en el Clero, con el apoyo de
algunos soberanos. Poco a poco fueron alcanzando los tejidos más profundos del
cuerpo social. En el tiempo de San Luis María Grignion, puede afirmarse que su
influencia se notaba en todos los campos: la política se hacía laica, la
antigua sociedad orgánica y cristiana era absorbida por el absolutismo de
Estado, menguaba la influencia de la Religión en la vida de todas las clases
sociales y principalmente en las élites; una tendencia general hacia
costumbres más frívolas, más "libres", más fáciles, ganaba todos los
ambientes, la sed de placer y de lucro crecía, el mundanismo campeaba incluso
en cierto número de casas religiosas; el mercantilismo extendía sus tentáculos
para dominar toda la existencia humana. En líneas generales, el cuadro era bastante
parecido al de nuestros días.
Diferencias considerables
Sin embargo, si la analogia es profunda, evidente, indiscutible, sería imposible
pasar de ahí a una equiparación absoluta. El cuerpo en el cual actuaban los
fermentos en los siglos XV, XVI, e incluso XVII, era aún el cuerpo robusto de
la vieja cristiandad generada por la Edad Media. Un sinnúmero de instituciones,
de hábitos mentales, de tradiciones, de usos, de leyes reflejaba aún el
espíritu de la sociedad orgánica y cristiana de otrora.
Si la monarquia absoluta presagiaba al socialismo moderno, ella personificaba,
todavía, a los Reyes por la gracia de Dios, que aún se consideraban Padres de
sus respectivos pueblos en el buen y viejo estilo de San Luis IX.
Si la vida internacional había sido secularizada por el tratado de
Wesfalia, aún existían tales o cuales vestigios de la Cristiandad, una familia
de reyes y pueblos cristianos dotados de la conciencia de formar un todo
aparte, frente al mundo de los gentiles.
Si la sociedad era mundana, las disputas religiosas —como las que se trataban
entre jesuítas y jansenistas— encontraban en ella una resonancia que jamás
tendrían en nuestros días. Si las costumbres eran frívolas en la corte y en las
ciudades, había al respecto numerosas y retumbantes excepciones. En los peldaños
del trono, en el propio trono, el escándalo de un Luis XIV, por ejemplo, era de
algún modo reparado por su enmienda y su vida ejemplar después del casamiento
con Mme. de Maintenon y la caída de Mlle. de la Valliere lo era por su
penitencia ejemplar en el Carmelo. Mme. de Montespan a su vez moría
cristianamente; el Duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, se destacaba por su
piedad y la familia real tendría aún en el siglo XVIII, al lado de la vergüenza
de la vida de Luis XV, la ilustración de las virtudes poco comunes del Delfín
Luis, de la Carmelita Madame Louise de France, y de la Princesa Clotilde de
Saboya, ambas hijas del Rey y fallecidas en olor de santidad. Así, por más
rigurosas que sean las analogías entre el siglo XVI y el siglo XX, habría
manifiesta exageración en afirmar que la vida política y social ya se
encontraba entera o casi enteramente laicizada y paganizada.
Sin embargo, en la historia de los Tiempos Modernos, o sea, en los siglos
XVI, XVII y XVIII, está fuera de dudas que los fermentos nacidos del neo-paganismo
renacentista se revelaron cada vez más vigorosamente, y esto trajo la inmensa
explosión de 1789.
Tiempos precursores de los nuestros
Considerando estos hechos desde el punto de vista del Santo Padre León XIII
en la encíclica "Pavenu a la 25.ème Année", la Revolución Francesa
fue una consecuencia del protestantismo. Y a su vez produjo el comunismo. Al
igualitarismo y liberalismo religioso del fraile apóstata de Witemberg,
sucedió el igualitarismo y liberalismo político-social de los soñadores, de
los conspiradores y de los facinerosos de 1789. Y a éste síguese el igualitarismo
totalitario, social y económico de Marx.
La Revolución protestante fue una forma ancestral de la Revolución Francesa,
como ésta lo fue del Comunismo moderno. Y cada una de estas formas ancestrales
ya tenía en sí todas las toxinas de aquella que le siguió. Son tres molestias
sucesivamente mayores, provocadas por el mismo virus. O son tres fases
sucesivamente mayores de una misma molestia. O tres etapas de una omnímoda y
universal Revolución.
Un profeta aparece en el curso de la Revolución
Ahora bien, San Luis María Grignion de Montfort fue en este proceso histórico,
un verdadero profeta. En el momento en que tantos espíritus ilustres se
sentían enteramente tranquilos en cuanto a la situación de la Iglesia, engañados
en un optimismo disciplente, tibio, sistemático, él sondeó con mirar de águila
las profundidades del presente, y predijo una crisis religiosa futura, en
términos que hacen pensar en las desgracias que la Iglesia sufrió durante la
Revolución, es decir, la implantación del laicismo de Estado, el
establecimiento de la "Iglesia Constitucional", la proscripción del
culto católico, la adoración de la diosa razón, el cautiverio y muerte del Papa
Pío VI, las masacres y deportaciones de Sacerdotes y Religiosas, la
introducción del divorcio, la confiscación de bienes eclesiásticos, etc. Más
aún. Para aliento y alegría nuestra el Santo profetizó una grande y universal
victoria de la Religión Católica en días venideros.
Martillo de la Revolución
Pero además de profeta, San Luis María Grignion de Montfort fue misionero
y guerrero. Misionero, fustigó implacablemente el espíritu neo-pagano, haciendo
cuanto podía por apartar al pueblo fiel del mundanismo y de todo cuanto
constituía el mal espíritu nacido del Renacimiento. La región evangelizada por
él fue tan profundamente inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó
en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de París. Fue la Chouannerie. Si San Luis María Grignion
hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría
sido otra su historia, y la otra la historia del mundo.
Ahora bien, ¿por qué no la evangelizó entera?
Orador sagrado eficientísimo, predicaba la palabra de Dios con una fogosidad
extraordinaria. Esto le valió el odio, no sólo de los calvinistas, sino de una
de las sectas más detestables y más influyentes que hasta hoy hayan existido
infiltradas en la Iglesia, o sea, los jansenistas. Sería largo enunciar las
múltiples y complejas razones por las que el jansenismo, con sus apariencias de
austeridad es, sin embargo, legítimo producto de la crisis religiosa del siglo
XVI. Lo cierto es que esta secta, disponiendo de deplorable influencia sobre
muchos fieles, Sacerdotes y hasta Obispos, Arzobispos, Cardenales, seguía una
línea de pensamiento y de acción nociva a toda restauración de la vida
religiosa, apartaba las almas de los Sacramentos, y combatía vivamente la
devoción a Nuestra Señora.
San Luis María Grignion de Montfort, por el contrario, tenía a la Sma.
Virgen la devoción más ardiente, y, hasta compuso en su alabanza el
"Tratado de la Verdadera Devoción", que constituye hoy el fundamento
más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones
aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al
Rosario. En una palabra, hacía obra diametralmente opuesta a las intenciones
jansenistas.
Esto le trajo, en los propios medios católicos, una persecución abierta,
que le valió las mayores humillaciones. Causa asombro que mientras prelados,
clérigos y laicos, en nombre de la caridad se mostraban irritados o aprensivos
con la justa severidad de la Santa Sede en relación con los jansenistas, no hubiese
penalidades, actos de hostilidad, ni humillaciones que les bastase contra San
Luis María.
Se puede decir que fue uno de los Santos más despreciados y humillados que
hubo en estos veinte siglos de vida de la Iglesia. Por fin, sólo en dos
diócesis le fue permitido ejercer su ministerio. Pero, como un nuevo Ignacio de
Loyola, sintiendo con serenidad el ímpetu contra su persona, los oleajes del
odio anticatólico disfrazado con aires de piedad, no se perturbó. Y, humillado,
luchó hasta el fin.
Ahora bien, este Santo extraordinario dejó una oración admirable, conteniendo
enseñanzas y luces especiales para nuestra época. Es la que compuso pidiendo
Misioneros para su Congregación.
En esta oración, como mostraremos más adelante, se ve que para San Luis
María sus tiempos eran precursores de una inmensa crisis que se extiende hasta
hoy, e irá hasta la instauración del Reino de María. Y él mismo se nos imagina
como el modelo, la prefigura de los apóstoles suscitados para luchar en esta
crisis, y vencer la batalla por María Santísima. Es esta la sublime y profunda
actualidad de San Luis María Grignion de Montfort para los apóstoles de nuestros
días.
Tema de meditación fecundo en este mes en que la Iglesia celebrará por
primera vez – en el día 31 – la fiesta de la Realeaza de María, tan grata a las
almas fuertes y profundamente piadosas.
Catolicismo, N. 53, Mayo de
1955 www.catolicismo.com.br
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