San Roberto de Chaise-Dieu, Abad
Este
gloriosísimo Santo, descendiente del bienaventurado Geraldo, conde de Aurillac,
cuya fiesta se celebra el 13 de octubre, fue hijo único de nobilísima y muy
cristiana familia.
Cuéntase que el conde su padre, pundonoroso y noble
caballero, besó conmovido a su hijito y le puso en la mano una hermosa espada,
como para mostrar al recién nacido que debía heredar la hidalguía y valor
guerrero de sus antepasados; pero el niño rechazó con su manecita aquella arma
homicida, la cual, cayendo al suelo, se hizo pedazos. Este suceso parecía
presagiar el pacifico natural de Roberto y su inclinación a la vida quieta y sosegada.
Los primeros años del Santo transcurrieron en la ciudad
de Brioude, bajo el amparo del glorioso San Julián, venerado en un santuario de
aquel lugar. Con la edad, creció el santo niño en piedad y letras, en las que
en breve tiempo salió muy aprovechado; pero habiéndose dado con más ahínco al estudio
de la ciencia religiosa y de las cosas eternas, muy luego dióde mano a las
terrenales y caducas y puso todo su amor y esperanza en el Señor.
Roberto, aunque pequeñito, amaba a Dios con todo su corazón
y, enamorado ya en su tierna edad de Jesús Sacramentado, pasaba noches enteras postrado
ante el Sagrario. Sabia burlar la vigilancia de los guardianes de la iglesia;
pero no obstante eso, viéronle estos no pocas veces absorto en muy fervorosa oración.
En el corazón del Santo ocupaban lugar preferente, después
de Dios, los desgraciados y los pobres, cuyos padecimientos y necesidades le movían
a tiernísima conmiseración. Con sus propias manos solía lavar las ulceras, y llagas
cancerosas de los enfermos, y mereció que el Señor premiase su caridad con
milagrosas curaciones. Llego a causarle tanta compasión y lastima la vista de
los dolores ajenos, que determinó edificar un hospital en donde poder acoger a
los enfermos pobres. Después estudió la carrera eclesiástica con los clérigos
de Brioude.
DESIGNIO DESCUBIERTO. — HUIDA FRUSTRADA
Pronto recibió Roberto las sagradas órdenes y luego fue
elegido canónigo de Brioude y tesorero de la catedral. Dióse de allí en
adelante con mayor celo al ejercicio del ministerio apostólico; con la eficacia
de su palabra y el ejemplo de su santa vida logro muchas conversiones. Pero hacía
ya tiempo que su alma anhelaba desasirse totalmente de las cosas terrenas y
ansiaba vivamente apartarse del trato de las gentes y huir a la soledad, para
vivir más cerca de Dios en medio del silencio y recogimiento.
Sentíase atraído por los santos ejemplos de los monjes
del famoso monasterio de Cluny, que era por entonces muy admirado y celebrado
en la Iglesia, y determinó acabar su vida en aquel convento y en medio de
aquellos virtuosos monjes, los cuales cantaban a porfía, con los ángeles, las
alabanzas del Señor. Comunicó solamente con un deudo suyo esta determinación y,
habiendo preparado disimuladamente lo necesario para aquella jornada, partieron
juntos secretamente de la ciudad y a toda prisa tomaron el camino de Cluny.
Pero muy presto se supo en la ciudad que Roberto había
desaparecido y, como todos le estimaban como a padre, hermano y amigo, muy
afligidos corrieron en su busca por todos los caminos; al cabo le dieron
alcance y lo trajeron en triunfo a la ciudad en medio de general alborozo.
Entretanto, el humilde Santo, apesarado de ver frustrados sus intentos, vino a
enfermar gravemente y, estando padeciendo esta dolencia, echo de ver claramente
que todo cuanto le había sucedido era por voluntad del Señor, el cual quería que
su siervo permaneciese en aquella ciudad para provecho y santificación de
muchas almas.
Sanó de su enfermedad y otra vez sintió deseos de mayor
perfección y, para ver de salir con su intento, probó llevar vida más recogida
y solitaria en casa de sus padres, pero no lo consiguió. Por entonces, con ánimo
de vencer tantas dificultades, se determinó a ir en peregrinación al sepulcro de
los Santos Apóstoles que se halla en la capital del orbe cristiano, y, no oponiéndose
nadie a su determinación, partióse para Roma, donde veneró con gran fervor y devoción
las reliquias de los santos mártires. Oró mucho, comunicó sus designios con
personas doctas y santas, visito el famoso monasterio de Monte Casino, enterándose
muy por menudo de las sanas y piadosas tradiciones de la vida monástica y volvió
a su ciudad natal muy consolado y resuelto a llevar adelante sus santos propósitos.
ENVÍALE EL SEÑOR LOS PRIMEROS DISCÍPULOS
Muy pronto se dignó el Señor manifestar a su fiel
siervo su divina voluntad. Cierto día fue a ver a San Roberto un soldado
llamado Esteban, quien, oyéndole en un sermón, se había convertido y venía a
que le dijese como podría reparar las culpas y desordenes de su mala vida pasada.
Alegróse el Santo viendo aquellas tan felices disposiciones del recién convertido
y le aconsejó que, sin más, dejase las insignias de la milicia terrenal y se
alistase para siempre bajo la victoriosa bandera de Nuestro Señor Jesucristo, y
vistiese la gloriosa librea de Aquel cuyos premios son eternos e infinitamente
mayores que los servicios que se le hacen. Este consejo fue muy del agrado del
militar, el cual convino en hacerse monje; pero puso como condición que también
lo hiciera su director espiritual.
Con esto entendió Roberto que el Señor había oído sus
suplicas. Seguro de hallar en aquel joven un compañero fiel, le comunico su propósito
de vida retirada y, habiéndose encomendado los dos a la protección divina,
determinaron llevar a efecto lo antes posible su piadoso designio. Mas antes
quiso Esteban asegurar el feliz éxito de aquella empresa poniéndola bajo el
amparo de Nuestra Señora del Puy, cuyo santuario visitó con mucha devoción y lágrimas.
Hizo esta peregrinación movido sin duda del Señor, porque la Virgen Nuestra Señora,
para premiarle, quiso que Esteban a la vuelta reparase en una iglesia arruinada
que parecía muy a propósito para eremitorio, por hallarse en paraje solitario
del camino; y así, en cuanto llego a Brioude, lleno de gozo fue a contárselo a
San Roberto, expresándole al mismo tiempo el vivo deseo que tenia de ir
inmediatamente a morar en aquel lugar.
En el entretanto, otro soldado llamado Dalmacio siguió
el ejemplo de su compañero Esteban y con mucha humildad se presentó al Santo suplicándole
que se dignase contarle entre sus discípulos.
Pasados algunos días, los tres se encaminaron gozosos a
la soledad del yermo. Eran tres flores que iban a abrir su perfumado cáliz en
medio de la aridez del desierto para embalsamarlo con la fragancia de su devoción
y de sus virtudes. El sitio que eligieron para morada se hallaba en medio de
una enmarañada selva, distante cinco leguas de la ciudad de Brioude, y tan
extensa, a juzgar por lo que refiere la Historia de Casa Dei, que en
cuatro días no la hubiera atravesado un brioso caballo corriendo a todo correr.
Aun hoy día, al visitar aquellos parajes donde el arte e ingenio de los monjes
supo levantar un grandioso templo y edificar una verdadera ciudad, el ánimo de
los viajeros queda sobrecogido de espanto y admiración. Allá, en medio de
bosques de añosos abetos y algunos terrenos de cultivo poco fértiles, la imaginación
gusta de representarse a San Roberto, el descendiente de nobles y aguerridos
caballeros, llegando a aquella agreste meseta situada a trescientos pies sobre
el nivel del mar, y de allí dirigiendo su vista a los montes del Forez,
erizados de oscuras frondosidades en las que reinaba espantoso silencio. Solo
unos enormes peñascos dispuestos con cierto primitivo arte, formando dólmenes,
atestiguaban que allí había habido hombres.
Con todo, en los alrededores vivían campesinos aun
paganos, los cuales se declararon desde el primer día enemigos de los santos
solitarios y trataron de asustarlos con injurias y amenazas de muerte.
Pero ningún caso hicieron de ellos Roberto y sus dos compañeros,
antes, echando mano de hachas y azadones, comenzaron a abrir caminos y talar parte
del bosque para convertirlo en terreno de cultivo. Luego edificaron un reducido
oratorio y una cabaña de troncos y ramaje para defenderse del rigor e
inclemencia de las estaciones.
El fervor y devoción de aquellos tres monjes era
admirable. Desprovistos de socorros humanos, solo vivían de su cotidiana labor,
y aun de su frugal sustento daban buena parte a los viajeros y a los pobres,
sin guardar nunca nada para otro día. Dióles pronto a conocer el Señor con un
prodigio extraordinario, cuanto le agradaba aquel modo de vida.
Cierto día en que no les quedaba sino un pan para
sustentarse, vino un pobre a pedirles limosna, y San Roberto, que no sabía
rehusar nada a los desgraciados, le dio todo el pan, dejando a la divina Providencia
el cuidado de abastecerles a él y a sus dos compañeros. Pero Dalmacio, por ser aún
muy novicio en el perfecto desasimiento de todas las cosas, fue a quejarse a
San Roberto, pareciéndole aquella largueza y bondad del Santo, grande y reprobable
imprudencia. Estábase quejando todavía, cuando vieron que llegaban dos caballos
con buena carga de víveres que les enviaban dos amigos suyos, canónigos de Puy:
los mismos que les habían hecho donación de aquellos terrenos. Muy maravillados
quedaron con aquel providencial socorro; mas subió de punto su admiración
cuando el conductor de las caballerías les dijo que salió de Puy con tres
caballos, pero que uno de ellos se paró como a la mitad del camino rendido de
cansancio, y allí tuvo que dejarle. —Traza del Señor es esa— exclamo San
Roberto dirigiéndose a Dalmacio; la divina Providencia ha querido premiar la
confianza de nosotros dos y castigar tus quejas y murmuraciones, y así, el
caballo que traía tu ración es el que se ha quedado en el camino.
Los habitantes de aquellas comarcas, testigos de la
santidad y ejemplar modo de vida de los tres ermitaños, al poco tiempo mudaron
de conducta, y de enemigos que eran de los santos monjes, se trocaron en sus
amigos y favorecedores, y aún algunos de ellos vinieron a entender la vanidad
de los bienes temporales merced al ejemplo y exhortaciones de San Roberto y,
renunciando al siglo, se consagraron al servicio del Señor bajo la dirección
del Santo.
Andando el tiempo, extendióse la fama de las virtudes
de aquellos santos solitarios y de muchos lugares vinieron a abrazar aquella austerísima
vida personas nobles, eclesiásticos y hombres de negocios ansiosos de caminar
por la senda de la perfección, asidos de la mano de tal maestro y guía. Las
cosas maravillosas que Dios obraba en favor de su siervo fueron también grande parte
para confirmarles en sus propósitos; porque muchos enfermos cobraron la salud
con solo tocarlos el Santo, el cual por humildad atribuía aquellos milagros a
la intercesión de los santos mártires Agrícola y Vidal, a quienes estaba
dedicada la iglesia. Pero el Señor se servía aun de los mismos demonios que
Roberto echaba del cuerpo de los posesos para proclamar y celebrar la santidad
de aquel santísimo varón y valeroso soldado de Cristo.
FUNDACIÓN DE CASA DEI
Tantose acrecentó el número de ermitaños que San Roberto juzgo necesario agruparlos
en un solo monasterio, en vez de vivir desparramados por el monte en pobres
celdillas que parecían tiendas de campaña levantadas en tomo a la del general.
Cundió por todo el país la noticia de que los ermitaños
querían edificar un monasterio y toda la gente, alborozada, fue a ofrecer su
concurso a los monjes. Unos llevaron los materiales y cuanto era menester para
levantar la obra, en agradecimiento de las gracias que habían recibido de Dios
por intercesión de San Roberto; otros ayudaron con el trabajo de sus manos
haciendo de albañiles; los nobles de Auvemia hicieron ricas donaciones al
monasterio por la gran veneración y estima que tenían al Santo, señalándose por
su largueza y generosidad el conde Guillermo y los barones de Mercoeur y de Livradois.
Con eso quedo edificado en el corazón de Auvernia por
los años de 1052 la famosísima abadía de Casa Dei o Casa de Dios, emula
en importancia, por espacio de algunos años, del también celebérrimo monasterio
de Cluny.
Rencón, tío de nuestro Santo y obispo de Clermont, partió
para Roma y obtuvo del santo papa León IX la aprobación del nuevo monasterio y
que Roberto fuese primer Abad del mismo, y además muchos y grandes privilegios.
Por su parte, Enrique I, que por entonces reinaba en Francia, al tener noticia
de aquella fundación, ratifico todas las donaciones hechas a los monjes de Casa
Dei. Con eso pudo el obispo Rencón bendecir solemnemente el monasterio y
proceder a su dedicación, hecho lo cual, vistió al santo fundador con habito monástico
y le confió el gobierno de la comunidad, otorgándole por expresa voluntad del
Romano Pontífice la dignidad abacial, con grande alegría y agrado de todos los
monjes y mucha confusión y lágrimas del humilde San Roberto.
Puesto
así por voluntad del Señor para que fuese cabeza y guía de aquellos santos
religiosos, el nuevo abad juzgó prudente y necesario traerlos a todos
paternalmente a la vida común, porqué hasta entonces habían vivido a su antojo:
unos, solitarios en ermitas; otros, en comunidad, y aun algunos llevaban vida
parecida a la de los canónigos regulares de San Agustín.
Cierto día,
juntándolos a todos en Capitulo, los exhorto a que suplicasen al Señor que se
dignase manifestarles en qué modo de vida quería su Divina Majestad ser de
ellos servido; y, hallándose allí congregados, llego a la puerta del monasterio
un desconocido de aspecto venerable, el cual dijo al portero así que le hubo
saludado: ≪Aquí le traigo este libro para que se
sirva entregarlo a los monjes congregados en Capitulo, porque de él han
menester≫. En diciendo estas palabras, dióle un manuscrito y el
religioso lo llevo a toda prisa al abad y, abriéndolo este en presencia de los
monjes, vieron todos con admiración que era la regla de San Benito. Entretanto,
el misterioso desconocido desapareció y nadie supo más de él. Sacaron de todo
eso los monjes que sería algún ángel por el que Dios les dio a conocer su
voluntad, y de allí adelante observaron fiel y gozosamente la regla
benedictina, con lo que creció notablemente el fervor en el monasterio y el
Señor lo bendijo enviando a San Roberto más de trescientos discípulos.
SAN ROBERTO, ARQUITECTO. — ALGUNOS MILAGROS
Tenía
San Roberto tan grande amor a los prójimos y tan encendido celo de la salvación
de las almas, que no podía contenerlos en los estrechos límites del monasterio,
y así, los últimos años de su vida los paso restaurando algunos santuarios
arruinados por el tiempo y por anteriores guerras, devolviendo con ello al
culto más de cincuenta iglesias.
Los innumerables milagros que obró a su paso por los
pueblos de aquella región, fueron parte para que San Roberto lograra copioso
fruto con sus predicaciones. Detuvóse cierto día en Allanches y, al ir a
celebrar misa, vino a decirle su campanero que no les quedaba cosa para comer. ≪Ahora, ayude a misa,
hermano— replico el Santo—, y Dios proveerá luego a nuestra necesidad≫. Aun no había llegado al
Prefacio, cuando un águila paso volando sobre la iglesia y dejo caer un pez tan
grande que bastó para dar de comer al santo abad y a todo su sequito.
Otra vez, el cocinero compró algunas anguilas y las tenía
ya aderezadas para servirlas a la comunidad; pero Roberto mandó que las
tirasen, lo cual se hizo para obedecerle, y al poco tiempo se supo que el que
las había vendido acababa de ser condenado a muerte por haber intentado
envenenar a los clientes, con pescado emponzoñado.
Estando San
Roberto orando con fervor, postrado ante el altar de la Virgen, la víspera de
la fiesta de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, apareciósele la Madre de
Dios y le entrego un bastón de marfil en forma de tau "Ꞇ",
y de él se sirvió el Santo de allí adelante como de báculo abacial. Medía como
tres pies de largo y parecía una muleta; hasta la Revolución francesa fue
tenido y venerado como preciosa reliquia. Un antiguo sello de Casa Dei, que
parece ser de la época románica, lleva junto a un abad encapuzado un alto
bastón en forma de tau, y aun hoy en día se halla dibujado dicho bastón en el
escudo de aquel monasterio.
SU GLORIOSA MUERTE
Llegó para
San Roberto la hora de ir a gozar del premio de sus santas obras. Ya el Señor
le había revelado el día en que, sueltas las ataduras de la carne, iba a
llevarle a la patria celestial. ≪El tercer día después de la octava de
Pascua, será el de mi muerte≫, solía decir a sus discípulos.
Habiendo recibido los últimos Sacramentos, mandó que le
llevasen a la iglesia y le colocasen delante de una estatua que representaba al
Niño Jesús sentado en las rodillas de su bendita Madre; y, poniendo su báculo
abacial en manos del divino Infante, le hizo esta oración: ≪!Oh Jesús, Señor y Dios mío!
Tú me entregaste este báculo, símbolo de mi autoridad abacial; a Ti y a tu
Madre santísima os lo devuelvo, para que de aquí adelante seáis los verdaderos Dueños
y Superiores de este monasterio, guardándolo siempre bajo vuestro divino
amparo≫.
Juntó luego a todos sus discípulos para darles sus últimos
consejos; y, habiéndolos abrazado muy tiernamente uno por uno, les prometió que
seguiría amparándolos desde el cielo.
Sucedió su glorioso tránsito a los 17 de abril del año
del Señor de 1067, y en ese día hace de él mención el Martirologio romano; pero
algunas iglesias celebran la fiesta de San Roberto el día 24 de abril, porque
en dicho día fue enterrado su sagrado cuerpo, con gran concurso de fieles, en
el mismo lugar que eligió el Santo para centro de su maravilloso apostolado.
Apenas muerto San Roberto, uno de los monjes vio que la
Virgen María venía a buscar al Santo para llevarlo al cielo, y otro monje
observó que el alma del bienaventurado abad subía por el aire en forma de globo
de fuego. Tanto en vida del Fundador como después de su muerte, el monasterio
de Casa Dei hizo muchas fundaciones en Francia, España e Italia, llegando a sumar
doscientos noventa y tres conventos, siendo uno de ellos la célebre abadía de
San Juan de la ciudad de Burgos.
Fuente: Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, vol. II, 1947, pp. 483 y ss.
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