SAN ANSELMO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Monje, obispo y doctor, Anselmo reunió en su persona
estas tres cualidades de cristiano privilegiado; y aunque la aureola del
martirio no vino a dar el último lustre a este noble haz de tantas glorias, se
puede decir que la palma le faltó a Anselmo, pero que Anselmo no faltó a la palma.
Su nombre recuerda la mansedumbre del hombre del claustro, unida a la firmeza
episcopal, la ciencia unida a la piedad; ningún recuerdo fué a la vez tan caro
y tan brillante.
El monje
Piamonte le dió a Francia y a la orden de San Benito.
Anselmo realizó plenamente en la abadía de Bec el tipo del Abad, tal como le
trazó el Patriarca de los monjes de Occidente: "Antes servir que
mandar." Se ganó de un modo particular el afecto de sus hermanos, la
expresión de cuyos sentimientos ha llegado hasta nosotros. Su vida les
pertenecía por entero, ya se tratase de conducirlos a Dios, ya de iniciarlos en
las sublimes especulaciones de su inteligencia. Un día les fué arrebatado a
pesar de todos sus esfuerzos y forzado a sentarse en la silla arzobispal de
Cantorbery. Sucesor, en esta silla, de Agustín, Dustano, Elfegio y Lanfranco, fué
digno de llevar el palio que ellos llevaron, y por sus nobles ejemplos abrió el
camino al ilustre mártir Tomás que le sucedió tan de cerca.
EL HERALDO DE LA MAJESTAD REAL DE LA IGLESIA
Su vida pastoral la consagró toda a luchar por la libertad
de la Iglesia. En él el cordero revistió el valor del león: "Cristo,
decía, no quiere una esclava por esposa; no hay en este mundo cosa más querida
para él que la libertad de su Iglesia." Ya pasó el tiempo en que el Hijo
de Dios se dejó encadenar para librarnos de nuestros pecados; resucitó glorioso
y quiere que su Iglesia sea libre como él. En todo tiempo tiene que luchar por
esta sagrada libertad, sin la cual no podría cumplir con el ministerio de
salvación que su divino Esposo la confió. Celosos de su influencia, los
príncipes de la tierra, que no ignoran que es reina, se han esforzado por
crearla mil obstáculos. En nuestros días, un gran número de sus hijos han
perdido hasta la noción de los derechos que se la deben; sin ninguna consideración
para con su dignidad real, no la dejan otra libertad que la de las sectas que
ella condena; no pueden comprender, que en tales condiciones la Iglesia, que
Cristo fundó para reinar, queda en esclavitud. No lo entendió así San Anselmo;
y cualquiera que se diga hijo de la Iglesia, debe tener horror a tales utopías.
Las palabras grandilocuentes de progreso y sociedad moderna no le seducen, sabe
que la Iglesia no tiene igual en la tierra; y si ve el mundo preso de las más
terribles convulsiones, incapaz de apoyarse sobre una base firme, todo tiene
para él la explicación de que la Iglesia ya no es reina.
El derecho de nuestra
Madre no consiste sólo en ser reconocida por lo que es en el secreto del
pensamiento de cada uno de sus fieles; necesita además el apoyo externo. Jesús
la prometió en herencia las naciones, y las poseyó conforme a esta promesa;
pero hoy, si sucede que algún pueblo la pone fuera de ley, ofreciéndola la
misma protección que a todas las sectas que ella expulsó de su seno, se
levantan mil aclamaciones alabando este pretendido progreso, y voces conocidas
y amigas se mezclan a estos clamores. Estas pruebas no las conoció Anselmo. Era menos de
temer la brutalidad de los reyes normandos, que estos sistemas pérfidos que
socavan por la base la idea misma de la Iglesia, y hacen echar de menos la
persecución declarada. El torrente todo lo transtorna a su paso; pero todo
renace cuando se seca su fuente. Otra cosa sucede cuando las aguas desbordadas
inundan la tierra y la arrastran consigo. Tengámoslo por seguro; el día en que
la Iglesia, la celestial paloma, no encuentre aquí abajo donde posar su pie con
honor, el cielo se abrirá y emprenderá el vuelo a su patria celestial,
abandonando el mundo, la víspera de la venida del Juez en el último día.
EL DOCTOR
San Anselmo no es menos admirable como Doctor que como
Pontífice. Su inteligencia profunda y serena penetró en la contemplación de las
verdades divinas; buscó sus mutuas relaciones y su armonía y el fruto de estos
nobles trabajos ocupa un lugar preeminente en el depósito que conserva las
riquezas de la teología católica. Dios le concedió el genio. Ni sus luchas ni
su vida agitada, pudieron distraerle de sus santos y queridos estudios, y
camino de sus destierros iba meditando en Dios y en sus misterios, extendiendo
para sí y para la posteridad el campo ya vasto de las investigaciones respetuosas
de la razón en los dominios de la fe.
Vida
Anselmo nació en Aosta del Piamonte hacia el año 1033.
A los 26 años, entró en la abadía de Bec, en Normandía, donde se entregó a la
práctica de las virtudes monásticas, y al estudio de la filosofía y de las
Sagradas Escrituras. A los 30 años fué nombrado prior y maestrescuela, y en
1078 abad. Gobernó su Aba-, día con una bondad incomparable, que le permitió
triunfar de todas las dificultades. Le tuvieron en gran estima los Papas
Gregorio II y Urbano II, y habiendo sido llamado a Inglaterra, en 1092, no pudo
entrar en Francia y fué nombrado arzobispo de Cantorbery al año siguiente.Tuvo
mucho que padecer de parte de Guillermo el Rojo, a causa de la defensa de los
derechos y libertad de la Iglesia. Desterrado, se refugió en Roma, donde el
Papa le colmó de honores, y le dió ocasión, en el concilio de Barí, de
convencer de sus errores a los griegos que negaban que el Espíritu Santo procede
igualmente del Hijo que del Padre. Llamado a Inglaterra, después de la muerte
de Guillermo murió el 21 de abril de 1109. Fué enterrado en Cantorbery. En
1492, Alejandro VI, autorizó su culto, y Clemente XI le declaró Doctor de la
Iglesia en 1720.
PLEGARIA AL DEFENSOR DE LA LIBERTAD
Oh Anselmo, Pontífice amado de Dios y de los hombres, la
Santa Iglesia, a quien con tanto celo serviste aquí en la tierra, te tributa
hoy sus homenajes como a uno de sus prelados más venerados. Imitador de la
bondad del divino Pastor, nadie te sobrepasó en condescendencia y caridad. Conocías
a todas tus ovejas y ellas te conocían a ti; velando día y noche en su
custodia, jamás fuiste sorprendido por el asalto del lobo. Lejos de huir al
acercarse, saliste a su encuentro, y ninguna violencia te pudo hacer
retroceder. Heroico campeón de la libertad de la Iglesia, protégela en nuestros
tiempos en que por todas partes se la pisotea y se la aniquila. Suscita por
doquier Pastores émulos de tu santa independencia a fin de que el valor se
reanime en el corazón de las ovejas y que todos los cristianos tengan a honra confesar
que ante todo son miembros de la Iglesia, que los intereses de esta Madre de
las almas, son superiores, a sus ojos, a los de cualquier sociedad terrestre.
PLEGARIA AL DOCTOR
El Verbo divino te dotó, oh Anselmo, de esa filosofía
completamente cristiana, que se humilla ante las verdades de la fe, y así
purificada por la humildad, se eleva a las visiones más sublimes. Alumbrada con
tus luces tan puras, la Iglesia, en recompensa, te ha otorgado el título de
Doctor, tanto tiempo reservado a aquellos sabios que vivieron en las primeras
edades del cristianismo y conservan en sus escritos como un reflejo de la
predicación de los Apóstoles. Tu doctrina ha sido juzgada digna de compararse a
la de los antiguos Padres, porque procede del mismo Espíritu; es más hija de la
oración que del pensamiento. Obténnos, oh santo Doctor, que siguiendo tus
huellas, nuestra fe, también busque la inteligencia. Muchos el día de hoy
blasfeman lo que ignoran, y muchos ignoran lo que creen. De ahí una confusión
desoladora, compromisos peligrosos entre la verdad y el error, la única doctrina
verdadera desconocida, abandonada y sin defensa. Pide para nosotros, oh
Anselmo, doctores que sepan alumbrar los caminos de la verdad y disipar las
nubes del error, para que los hijos de la Iglesia no queden expuestos a la
seducción.
PLEGARIA AL MONJE
Dirige una mirada sobre la familia
religiosa que te acogió en sus filas al salir de las vanidades del siglo, y
dígnate extender sobre ella tu
protección. De ella sacaste tú la vida del alma y la luz de tu inteligencia. Hijo
de San Benito, acuérdate de tus hermanos. Bendícelos en Francia, donde
abrazaste la vida monástica; bendícelos en Inglaterra, donde fuiste Primado
entre los Pontífices, sin dejar de ser monje. Ruega, oh Anselmo, por las dos
naciones que te han adoptado una después de otra. En la una, la fe está
tristemente muy disminuida; la otra dominada por la herejía. Alcanza para las
dos la misericordia del Señor. Es poderoso y no cierra sus oídos a la súplica
de sus santos. Si ha determinado en su justicia no devolver a estas dos
naciones su antigua constitución cristiana, obtén al menos que se salven muchas
almas, que muchas conversiones consuelen a la Madre común, que los últimos
obreros de la viña rivalicen con los primeros, en espera del día en que el
Maestro descienda para recompensar a cada uno según sus obras.
SAN ANSELMO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Monje, obispo y doctor, Anselmo reunió en su persona
estas tres cualidades de cristiano privilegiado; y aunque la aureola del
martirio no vino a dar el último lustre a este noble haz de tantas glorias, se
puede decir que la palma le faltó a Anselmo, pero que Anselmo no faltó a la palma.
Su nombre recuerda la mansedumbre del hombre del claustro, unida a la firmeza
episcopal, la ciencia unida a la piedad; ningún recuerdo fué a la vez tan caro
y tan brillante.
El monje
Piamonte le dió a Francia y a la orden de San Benito.
Anselmo realizó plenamente en la abadía de Bec el tipo del Abad, tal como le
trazó el Patriarca de los monjes de Occidente: "Antes servir que
mandar." Se ganó de un modo particular el afecto de sus hermanos, la
expresión de cuyos sentimientos ha llegado hasta nosotros. Su vida les
pertenecía por entero, ya se tratase de conducirlos a Dios, ya de iniciarlos en
las sublimes especulaciones de su inteligencia. Un día les fué arrebatado a
pesar de todos sus esfuerzos y forzado a sentarse en la silla arzobispal de
Cantorbery. Sucesor, en esta silla, de Agustín, Dustano, Elfegio y Lanfranco, fué
digno de llevar el palio que ellos llevaron, y por sus nobles ejemplos abrió el
camino al ilustre mártir Tomás que le sucedió tan de cerca.
EL HERALDO DE LA MAJESTAD REAL DE LA IGLESIA
Su vida pastoral la consagró toda a luchar por la libertad
de la Iglesia. En él el cordero revistió el valor del león: "Cristo,
decía, no quiere una esclava por esposa; no hay en este mundo cosa más querida
para él que la libertad de su Iglesia." Ya pasó el tiempo en que el Hijo
de Dios se dejó encadenar para librarnos de nuestros pecados; resucitó glorioso
y quiere que su Iglesia sea libre como él. En todo tiempo tiene que luchar por
esta sagrada libertad, sin la cual no podría cumplir con el ministerio de
salvación que su divino Esposo la confió. Celosos de su influencia, los
príncipes de la tierra, que no ignoran que es reina, se han esforzado por
crearla mil obstáculos. En nuestros días, un gran número de sus hijos han
perdido hasta la noción de los derechos que se la deben; sin ninguna consideración
para con su dignidad real, no la dejan otra libertad que la de las sectas que
ella condena; no pueden comprender, que en tales condiciones la Iglesia, que
Cristo fundó para reinar, queda en esclavitud. No lo entendió así San Anselmo;
y cualquiera que se diga hijo de la Iglesia, debe tener horror a tales utopías.
Las palabras grandilocuentes de progreso y sociedad moderna no le seducen, sabe
que la Iglesia no tiene igual en la tierra; y si ve el mundo preso de las más
terribles convulsiones, incapaz de apoyarse sobre una base firme, todo tiene
para él la explicación de que la Iglesia ya no es reina.
El derecho de nuestra
Madre no consiste sólo en ser reconocida por lo que es en el secreto del
pensamiento de cada uno de sus fieles; necesita además el apoyo externo. Jesús
la prometió en herencia las naciones, y las poseyó conforme a esta promesa;
pero hoy, si sucede que algún pueblo la pone fuera de ley, ofreciéndola la
misma protección que a todas las sectas que ella expulsó de su seno, se
levantan mil aclamaciones alabando este pretendido progreso, y voces conocidas
y amigas se mezclan a estos clamores. Estas pruebas no las conoció Anselmo. Era menos de
temer la brutalidad de los reyes normandos, que estos sistemas pérfidos que
socavan por la base la idea misma de la Iglesia, y hacen echar de menos la
persecución declarada. El torrente todo lo transtorna a su paso; pero todo
renace cuando se seca su fuente. Otra cosa sucede cuando las aguas desbordadas
inundan la tierra y la arrastran consigo. Tengámoslo por seguro; el día en que
la Iglesia, la celestial paloma, no encuentre aquí abajo donde posar su pie con
honor, el cielo se abrirá y emprenderá el vuelo a su patria celestial,
abandonando el mundo, la víspera de la venida del Juez en el último día.
EL DOCTOR
San Anselmo no es menos admirable como Doctor que como
Pontífice. Su inteligencia profunda y serena penetró en la contemplación de las
verdades divinas; buscó sus mutuas relaciones y su armonía y el fruto de estos
nobles trabajos ocupa un lugar preeminente en el depósito que conserva las
riquezas de la teología católica. Dios le concedió el genio. Ni sus luchas ni
su vida agitada, pudieron distraerle de sus santos y queridos estudios, y
camino de sus destierros iba meditando en Dios y en sus misterios, extendiendo
para sí y para la posteridad el campo ya vasto de las investigaciones respetuosas
de la razón en los dominios de la fe.
Vida
Anselmo nació en Aosta del Piamonte hacia el año 1033.
A los 26 años, entró en la abadía de Bec, en Normandía, donde se entregó a la
práctica de las virtudes monásticas, y al estudio de la filosofía y de las
Sagradas Escrituras. A los 30 años fué nombrado prior y maestrescuela, y en
1078 abad. Gobernó su Aba-, día con una bondad incomparable, que le permitió
triunfar de todas las dificultades. Le tuvieron en gran estima los Papas
Gregorio II y Urbano II, y habiendo sido llamado a Inglaterra, en 1092, no pudo
entrar en Francia y fué nombrado arzobispo de Cantorbery al año siguiente.Tuvo
mucho que padecer de parte de Guillermo el Rojo, a causa de la defensa de los
derechos y libertad de la Iglesia. Desterrado, se refugió en Roma, donde el
Papa le colmó de honores, y le dió ocasión, en el concilio de Barí, de
convencer de sus errores a los griegos que negaban que el Espíritu Santo procede
igualmente del Hijo que del Padre. Llamado a Inglaterra, después de la muerte
de Guillermo murió el 21 de abril de 1109. Fué enterrado en Cantorbery. En
1492, Alejandro VI, autorizó su culto, y Clemente XI le declaró Doctor de la
Iglesia en 1720.
PLEGARIA AL DEFENSOR DE LA LIBERTAD
Oh Anselmo, Pontífice amado de Dios y de los hombres, la
Santa Iglesia, a quien con tanto celo serviste aquí en la tierra, te tributa
hoy sus homenajes como a uno de sus prelados más venerados. Imitador de la
bondad del divino Pastor, nadie te sobrepasó en condescendencia y caridad. Conocías
a todas tus ovejas y ellas te conocían a ti; velando día y noche en su
custodia, jamás fuiste sorprendido por el asalto del lobo. Lejos de huir al
acercarse, saliste a su encuentro, y ninguna violencia te pudo hacer
retroceder. Heroico campeón de la libertad de la Iglesia, protégela en nuestros
tiempos en que por todas partes se la pisotea y se la aniquila. Suscita por
doquier Pastores émulos de tu santa independencia a fin de que el valor se
reanime en el corazón de las ovejas y que todos los cristianos tengan a honra confesar
que ante todo son miembros de la Iglesia, que los intereses de esta Madre de
las almas, son superiores, a sus ojos, a los de cualquier sociedad terrestre.
PLEGARIA AL DOCTOR
El Verbo divino te dotó, oh Anselmo, de esa filosofía
completamente cristiana, que se humilla ante las verdades de la fe, y así
purificada por la humildad, se eleva a las visiones más sublimes. Alumbrada con
tus luces tan puras, la Iglesia, en recompensa, te ha otorgado el título de
Doctor, tanto tiempo reservado a aquellos sabios que vivieron en las primeras
edades del cristianismo y conservan en sus escritos como un reflejo de la
predicación de los Apóstoles. Tu doctrina ha sido juzgada digna de compararse a
la de los antiguos Padres, porque procede del mismo Espíritu; es más hija de la
oración que del pensamiento. Obténnos, oh santo Doctor, que siguiendo tus
huellas, nuestra fe, también busque la inteligencia. Muchos el día de hoy
blasfeman lo que ignoran, y muchos ignoran lo que creen. De ahí una confusión
desoladora, compromisos peligrosos entre la verdad y el error, la única doctrina
verdadera desconocida, abandonada y sin defensa. Pide para nosotros, oh
Anselmo, doctores que sepan alumbrar los caminos de la verdad y disipar las
nubes del error, para que los hijos de la Iglesia no queden expuestos a la
seducción.
PLEGARIA AL MONJE
Dirige una mirada sobre la familia
religiosa que te acogió en sus filas al salir de las vanidades del siglo, y
dígnate extender sobre ella tu
protección. De ella sacaste tú la vida del alma y la luz de tu inteligencia. Hijo
de San Benito, acuérdate de tus hermanos. Bendícelos en Francia, donde
abrazaste la vida monástica; bendícelos en Inglaterra, donde fuiste Primado
entre los Pontífices, sin dejar de ser monje. Ruega, oh Anselmo, por las dos
naciones que te han adoptado una después de otra. En la una, la fe está
tristemente muy disminuida; la otra dominada por la herejía. Alcanza para las
dos la misericordia del Señor. Es poderoso y no cierra sus oídos a la súplica
de sus santos. Si ha determinado en su justicia no devolver a estas dos
naciones su antigua constitución cristiana, obtén al menos que se salven muchas
almas, que muchas conversiones consuelen a la Madre común, que los últimos
obreros de la viña rivalicen con los primeros, en espera del día en que el
Maestro descienda para recompensar a cada uno según sus obras.
SAN ANSELMO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Monje, obispo y doctor, Anselmo reunió en su persona
estas tres cualidades de cristiano privilegiado; y aunque la aureola del
martirio no vino a dar el último lustre a este noble haz de tantas glorias, se
puede decir que la palma le faltó a Anselmo, pero que Anselmo no faltó a la palma.
Su nombre recuerda la mansedumbre del hombre del claustro, unida a la firmeza
episcopal, la ciencia unida a la piedad; ningún recuerdo fué a la vez tan caro
y tan brillante.
El monje
Piamonte le dió a Francia y a la orden de San Benito.
Anselmo realizó plenamente en la abadía de Bec el tipo del Abad, tal como le
trazó el Patriarca de los monjes de Occidente: "Antes servir que
mandar." Se ganó de un modo particular el afecto de sus hermanos, la
expresión de cuyos sentimientos ha llegado hasta nosotros. Su vida les
pertenecía por entero, ya se tratase de conducirlos a Dios, ya de iniciarlos en
las sublimes especulaciones de su inteligencia. Un día les fué arrebatado a
pesar de todos sus esfuerzos y forzado a sentarse en la silla arzobispal de
Cantorbery. Sucesor, en esta silla, de Agustín, Dustano, Elfegio y Lanfranco, fué
digno de llevar el palio que ellos llevaron, y por sus nobles ejemplos abrió el
camino al ilustre mártir Tomás que le sucedió tan de cerca.
EL HERALDO DE LA MAJESTAD REAL DE LA IGLESIA
El derecho de nuestra Madre no consiste sólo en ser reconocida por lo que es en el secreto del pensamiento de cada uno de sus fieles; necesita además el apoyo externo. Jesús la prometió en herencia las naciones, y las poseyó conforme a esta promesa; pero hoy, si sucede que algún pueblo la pone fuera de ley, ofreciéndola la misma protección que a todas las sectas que ella expulsó de su seno, se levantan mil aclamaciones alabando este pretendido progreso, y voces conocidas y amigas se mezclan a estos clamores. Estas pruebas no las conoció Anselmo. Era menos de temer la brutalidad de los reyes normandos, que estos sistemas pérfidos que socavan por la base la idea misma de la Iglesia, y hacen echar de menos la persecución declarada. El torrente todo lo transtorna a su paso; pero todo renace cuando se seca su fuente. Otra cosa sucede cuando las aguas desbordadas inundan la tierra y la arrastran consigo. Tengámoslo por seguro; el día en que la Iglesia, la celestial paloma, no encuentre aquí abajo donde posar su pie con honor, el cielo se abrirá y emprenderá el vuelo a su patria celestial, abandonando el mundo, la víspera de la venida del Juez en el último día.
EL DOCTOR
San Anselmo no es menos admirable como Doctor que como
Pontífice. Su inteligencia profunda y serena penetró en la contemplación de las
verdades divinas; buscó sus mutuas relaciones y su armonía y el fruto de estos
nobles trabajos ocupa un lugar preeminente en el depósito que conserva las
riquezas de la teología católica. Dios le concedió el genio. Ni sus luchas ni
su vida agitada, pudieron distraerle de sus santos y queridos estudios, y
camino de sus destierros iba meditando en Dios y en sus misterios, extendiendo
para sí y para la posteridad el campo ya vasto de las investigaciones respetuosas
de la razón en los dominios de la fe.
Vida
Anselmo nació en Aosta del Piamonte hacia el año 1033.
A los 26 años, entró en la abadía de Bec, en Normandía, donde se entregó a la
práctica de las virtudes monásticas, y al estudio de la filosofía y de las
Sagradas Escrituras. A los 30 años fué nombrado prior y maestrescuela, y en
1078 abad. Gobernó su Aba-, día con una bondad incomparable, que le permitió
triunfar de todas las dificultades. Le tuvieron en gran estima los Papas
Gregorio II y Urbano II, y habiendo sido llamado a Inglaterra, en 1092, no pudo
entrar en Francia y fué nombrado arzobispo de Cantorbery al año siguiente.Tuvo
mucho que padecer de parte de Guillermo el Rojo, a causa de la defensa de los
derechos y libertad de la Iglesia. Desterrado, se refugió en Roma, donde el
Papa le colmó de honores, y le dió ocasión, en el concilio de Barí, de
convencer de sus errores a los griegos que negaban que el Espíritu Santo procede
igualmente del Hijo que del Padre. Llamado a Inglaterra, después de la muerte
de Guillermo murió el 21 de abril de 1109. Fué enterrado en Cantorbery. En
1492, Alejandro VI, autorizó su culto, y Clemente XI le declaró Doctor de la
Iglesia en 1720.
PLEGARIA AL DEFENSOR DE LA LIBERTAD
Oh Anselmo, Pontífice amado de Dios y de los hombres, la
Santa Iglesia, a quien con tanto celo serviste aquí en la tierra, te tributa
hoy sus homenajes como a uno de sus prelados más venerados. Imitador de la
bondad del divino Pastor, nadie te sobrepasó en condescendencia y caridad. Conocías
a todas tus ovejas y ellas te conocían a ti; velando día y noche en su
custodia, jamás fuiste sorprendido por el asalto del lobo. Lejos de huir al
acercarse, saliste a su encuentro, y ninguna violencia te pudo hacer
retroceder. Heroico campeón de la libertad de la Iglesia, protégela en nuestros
tiempos en que por todas partes se la pisotea y se la aniquila. Suscita por
doquier Pastores émulos de tu santa independencia a fin de que el valor se
reanime en el corazón de las ovejas y que todos los cristianos tengan a honra confesar
que ante todo son miembros de la Iglesia, que los intereses de esta Madre de
las almas, son superiores, a sus ojos, a los de cualquier sociedad terrestre.
PLEGARIA AL DOCTOR
El Verbo divino te dotó, oh Anselmo, de esa filosofía
completamente cristiana, que se humilla ante las verdades de la fe, y así
purificada por la humildad, se eleva a las visiones más sublimes. Alumbrada con
tus luces tan puras, la Iglesia, en recompensa, te ha otorgado el título de
Doctor, tanto tiempo reservado a aquellos sabios que vivieron en las primeras
edades del cristianismo y conservan en sus escritos como un reflejo de la
predicación de los Apóstoles. Tu doctrina ha sido juzgada digna de compararse a
la de los antiguos Padres, porque procede del mismo Espíritu; es más hija de la
oración que del pensamiento. Obténnos, oh santo Doctor, que siguiendo tus
huellas, nuestra fe, también busque la inteligencia. Muchos el día de hoy
blasfeman lo que ignoran, y muchos ignoran lo que creen. De ahí una confusión
desoladora, compromisos peligrosos entre la verdad y el error, la única doctrina
verdadera desconocida, abandonada y sin defensa. Pide para nosotros, oh
Anselmo, doctores que sepan alumbrar los caminos de la verdad y disipar las
nubes del error, para que los hijos de la Iglesia no queden expuestos a la
seducción.
PLEGARIA AL MONJE
Dirige una mirada sobre la familia
religiosa que te acogió en sus filas al salir de las vanidades del siglo, y
dígnate extender sobre ella tu
protección. De ella sacaste tú la vida del alma y la luz de tu inteligencia. Hijo
de San Benito, acuérdate de tus hermanos. Bendícelos en Francia, donde
abrazaste la vida monástica; bendícelos en Inglaterra, donde fuiste Primado
entre los Pontífices, sin dejar de ser monje. Ruega, oh Anselmo, por las dos
naciones que te han adoptado una después de otra. En la una, la fe está
tristemente muy disminuida; la otra dominada por la herejía. Alcanza para las
dos la misericordia del Señor. Es poderoso y no cierra sus oídos a la súplica
de sus santos. Si ha determinado en su justicia no devolver a estas dos
naciones su antigua constitución cristiana, obtén al menos que se salven muchas
almas, que muchas conversiones consuelen a la Madre común, que los últimos
obreros de la viña rivalicen con los primeros, en espera del día en que el
Maestro descienda para recompensar a cada uno según sus obras.
Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer Tomo III pag 691 y siguientes
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