SAN HERMENEGILDO, MARTIR
MÁRTIR DE LA ORTODOXIA
Hoy a través de la palma de un mártir se nos muestran los misterios de Pascua. Hermenegildo, príncipe visigodo inmolado por un padre obcecado por la herejía.
La causa de su
muerte fué la constancia con que rechazó la comunión pascual que un obispo arriano
quería obligarle a recibir de sus manos.
El mártir
sabía que la sagrada Eucaristía es señal de la unión católica y que está
prohibido participar de la carne del cordero pascual con aquellos que no
pertenecen a la verdadera Iglesia.
San Hermenegildo en la prisión (Francisco de Goya)
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Vida
Hermenegildo fué hijo de Leovigildo, rey de los visigodos de España, y de Teodosia. Asociado al reino, como su hermano Recaredo, en 573, fijó su residencia en Sevilla. Allí, su esposa Ingonda y el obispo San Leandro, le determinaron a abandonar la herejía árriana y a abrazar el catolicismo. Al perseguirle su padre, que permanecía siendo arriano, Hermenegildo llamó en su ayuda a los bizantinos: pero creyó conveniente acceder a una entrevista que le propuso su padre, y éste, habiéndole hecho encarcelar, probó todos los medios de hacerle volver a la herejía. El día de Pascua del año 586 el rey le envió un obispo arriano para que le llevase la comunión. El joven la rechazó: Entonces su padre mandó decapitarle. San Hermenegildo es patrón de la ciudad de Sevilla. Urbano VIII extendió su culto a toda la Iglesia.PLEGARIA
fuente: Año Liturgico de Dom Próspero Guéranguer
... ESPAÑA ABRAZA EL CATOLICISMO
España va a seguir muy de cerca los pasos de Francia en
su conversión, aunque con unos cien años de diferencia. Con Recaredo pasó en
España lo mismo que con Clodoveo en Francia: convertido el rey, toda la nación
se hizo católica.
España fue siempre una Provincia muy romana
que
dio al Imperio emperadores de la talla de Trajano, Adriano y Teodosio el
Grande, y, como Iglesia, arraigó en ella con fuerza el cristianismo. Así lo
demuestran Mártires como los diáconos Lorenzo y Vicente, Papas como San Dámaso,
Padres como Osio y escritores como Prudencio, el mayor poeta cristiano. Además,
a principios del siglo IV ─probablemente el año 300 o alguno más tarde─, se
celebró en Ilíberis o Elvira, cerca de la actual Granada, un famoso Concilio,
de gran importancia y con repercusiones en toda la Iglesia.
Más que a la Historia de la Iglesia, la invasión de los
bárbaros en la Península corresponde a la historia nacional y civil de España.
Invadida por los suevos, alanos y vándalos, éstos últimos se pasaron a Africa
después de realizar las destrucciones tan propias de ellos y de perseguir
ferozmente la fe cristiana. Dejaron el sur de España, región que hoy lleva el
nombre de Andalucía, y, empujados por los visigodos, se pasaron al África a la
que devastaron del todo. Los alanos y suevos fueron absorbidos por los
visigodos, todos arrianos. España fue oficialmente arriana, aunque una
gran parte conservó fielmente su fe católica.
El triunfo de San Hermenegildo. Oleo sobre lienzo de Alonso Vázquez (h.1575-1645) y Juan de Uceda (h.1570-1635)
Museo de Bellas Artes de Sevilla
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Todo esto sucedía a principios del siglo
V, pues Ataúlfo, casado con Gala Placidia, hermana del emperador Honorio,
invadía el sur de Francia el año 410, y él y sus sucesores llegaron hasta
Barcelona para adueñarse poco después de toda la Península.
Los visigodos fueron tolerantes y condescendientes con
la fe católica, de modo que España pudo rehacerse de las barbaridades cometidas
antes sobre todo por los vándalos, y seguía la paz religiosa, aunque
oficialmente la nación fuera hereje arriana.
Hasta que en el 572 llegó el rey Leovigildo.
Gran gobernante, se empeñó en dominar toda la Península. Magnífico guerrero,
consiguió vencer del todo a los suevos, instalados en las partes occidentales,
el actual Portugal. Con la misma idea de unidad nacional, quiso someter la
Iglesia a la fe arriana, y vino la persecución, astutamente calculada. No
causaba mártires con la espada, pero no dejaba en paz ni a obispos ni
sacerdotes. Entre los desterrados, figuró Masona, el santo, sabio y querido de
todos obispo de Mérida.
El arrianismo se jugaba la última carta y parecía que
tenía la victoria en las manos. Pero el rey Leovigildo se equivocaba de punta a
punta. En su propio palacio empezó la ruina del rey. A su hijo Hermenegildo y
su esposa la franca Ingunda, ferviente católica, se les hizo la vida imposible
a causa del fanatismo arriano de la segunda mujer de Leovigildo, el cual mandó
a Hermenegildo a Sevilla encargándole el dominio de la Bética, el sur de
España.
Hermenegildo gobernaba la Bética, correspondiente a la
actual Andalucía. Cargo meramente militar y civil. Mandaban los vándalos. Pero
el pueblo nativo era cristiano católico desde antiguo y la lucha religiosa
tenía que venir un día u otro. Además, bajo la dirección del obispo de Sevilla
San Leandro, Hermenegildo se convirtió en ferviente católico.
Hermenegildo, naturalmente, estaba con el
pueblo que se le había encomendado, y la esposa Ingunda debió
sostenerlo con decisión. Es cierto que Hermenegildo se alió con los bizantinos del sureste de España y se alzó contra su
padre. ¿Reprobable? Quizá, sí. Aunque la intención fuera muy recta. Pero las
gentes se apiñaron en torno a Hermenegildo y vino el enfrentamiento de las
tropas de uno contra el otro. Ganó el padre, y el hijo, arrodillado a sus pies,
recibió la promesa de que sería tratado con la típica generosidad del militar
vencedor. Pero Leovigildo no lo cumplió. Porque al saber Leovigildo que su hijo
había abrazado el catolicismo, se enfureció de manera terrible.
Intensificó el rey la persecución contra la Iglesia,
empezando por desterrar a San Leandro. Y Hermenegildo, encadenado, fue enviado
desde Sevilla hasta la cárcel tétrica de Tarragona.
¿Qué ocurrió con el ilustre preso? La historia es bien sabida, aunque algunos detalles quedan en la duda. Se trató con estratagemas y mentiras de convencer a Hermenegildo para que volviese al arrianismo. Firme en la fe católica que había abrazado, se negó el día de Pascua a recibir la Comunión de manos de un obispo arriano. Su carcelero ─que, como resulta evidente, no podía actuar sino por orden del rey Leovigildo─ lo hizo asesinar. Su muerte, sin embargo, fue la de un mártir, y la Iglesia lo venera como Santo, canonizado por el Papa Sixto V en 1585, milenario de su muerte.
Es cierto que siempre se ha discutido la conducta de
Hermenegildo con su padre. ¿Por qué se le enfrentó en plan de guerra? Parece
que fue por decisión del mismo pueblo. Era imposible aguantar tanta persecución
por causa de la religión. Y el hijo, siguiendo su conciencia y por exigencia
del pueblo, se hubo de oponer al padre.
Y, lo de siempre. La sangre del Mártir resultó fecunda.
Leovigildo se dio cuenta de que luchaba inútilmente contra la Iglesia
invencible. En el año 586 se vio ante la muerte y dicen, dicen..., que llamó a su
hijo Recaredo, hermano de Hermenegildo:
- Hijo mío, al heredar el trono, mira de que la fe
católica sea la única religión de España.
Y lo fue. Faltaban solamente tres años para el famoso
Concilio de Toledo.
Los obispos comenzaron a gritar
entusiasmados: “¡Gloria a Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo!”...
Este Concilio de Toledo en el 589 ─noventa años justos después del bautismo de Clodoveo en Francia─ es de una importancia suma. Fue presidido por el Arzobispo de Sevilla San Leandro, el mayor de sus hermanos Fulgencio, Isidoro y Florentina, los cuatro Santos canonizados. Para España, este Concilio vino a significar lo que la conversión de Clodoveo en Francia. Recaredo ya se había convertido al catolicismo por mediación de Leandro.
Este Concilio de Toledo en el 589 ─noventa años justos después del bautismo de Clodoveo en Francia─ es de una importancia suma. Fue presidido por el Arzobispo de Sevilla San Leandro, el mayor de sus hermanos Fulgencio, Isidoro y Florentina, los cuatro Santos canonizados. Para España, este Concilio vino a significar lo que la conversión de Clodoveo en Francia. Recaredo ya se había convertido al catolicismo por mediación de Leandro.
Antes del Concilio toledano, Recaredo, nada más asumido
el trono, convocó a todos los obispos arrianos en una asamblea, y les pidió: ¿Por
qué no renuncian todos al arrianismo y abrazan la fe católica, unificando en la
misma fe a todo el país?...
El caso es que casi todos los obispos le hicieron caso
y se pasaron al catolicismo.
Vino después el Concilio III de Toledo. Allí estaban
todos los obispos españoles, los vueltos del destierro, entre los que destacaba
Masona, el venerable confesor de la fe; todos los católicos de siempre y los
nuevos convertidos en la asamblea de Recaredo.
El rey, la reina y todos los grandes de la nación,
lucían sus mejores galas. Se recitó el Credo de Nicea y el monarca suscribió la
fórmula de fe católica:
“Yo, Recaredo, rey, reteniendo en mi corazón esta santa
y verdadera confesión, que es la sola que confiesa la Iglesia Católica por todo
el orbe, la confirmo de palabra y la suscribo con mi mano derecha, bajo la
protección de Dios”.
Con este simple principio, el arrianismo quedaba
sepultado para siempre: Jesús, y el Espíritu Santo, eran tan Dios como el
Padre... Siguieron aclamando los obispos:
“¡Gloria a nuestro Señor Jesucristo, que a costa de su
sangre formó la Iglesia católica en todas las naciones!”
“¡Gloria aquí en la tierra y la gloria eterna al rey
Recaredo, que ha hecho oficio de apóstol y ha conquistado para la Iglesia
Católica nuevos pueblos! Sea amado de Dios y de los hombres el que tan
admirablemente ha glorificado a Dios en la tierra”.
San Leandro pronunció después un discurso elocuente por
demás, que se conserva como todo lo anterior al pie de la letra, y que acaba:
“Sólo falta que quienes componemos en la tierra
unánimemente un solo reino, consigamos por su estabilidad la felicidad del
reino celestial, a fin de que el reino y el pueblo que glorificaron a Dios en
la tierra sean glorificados por El, no sólo aquí, sino en el Cielo”.
Grandioso, sencillamente. En ese
momento nacía quien iba a ser por antonomasia la “España Católica” en los
siglos por venir. En el pueblo, y especialmente en sus reyes, estaba el germen
de la fe que la nueva nación llevaría a muchos rincones del mundo, especialmente
a nuestra América, novecientos años más tarde.fuente: HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA (Generalidades.
Guiones para las clases. Pro manuscripto) Pedro García Cmf
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