SANTA MARIA EGIPCIACA, penitente
Nacida en
Egipto, huyo de su casa a los doce años y se dirigió a la ciudad de Alejandría,
donde perdió la delicada flor de la honestidad y se entregó a los placeres de
una manera desvergonzada y publica. Pasó a Jerusalén y vivió asimismo hundida
en el fango de las más abyectas pasiones.
El día de la Exaltación de la Cruz,
cuando los demás peregrinos iban entrando en el templo para la adoración del símbolo
de nuestra Redención, ella pretendió hacer lo propio, más una fuerza
irresistible, un empuje violento le impidió la entrada. Al fin comprendido cual
era la causa; evocó, en rápida visión, toda su mala vida, con el peso de sus
maldades, y tuvo horror de si misma. Pidió clemencia al cielo y, al levantar
los ojos, distinguió una imagen de María -Nuestra Señora- a la que se encomendó
con gran dolor y piedad. Después de esta súplica sintíose confortada y pudo
entrar en el templo como los demás. Adoró la Cruz y rogó a Dios que no la
abandonase. Una vez recibido los sacramentos de Penitencia y Comunión, pasó el Jordán
y se retiró al desierto, donde vivió en las más austeras penitencias. Dormía en
tierra, comía hierbas y raíces, cubría su cuerpo con sólo las hebras de su
larga cabellera, y golpeábase el pecho con piedras y zarzas agudísimas.
El hallazgo
de esta Santa fue del siguiente modo: Había en aquellos tiempos costumbre entre
los monjes salir del monasterio y practicar rigurosamente la Cuaresma en la
soledad de los bosques y de los grandes desiertos. El año 430, San Zósimo, varón
de gran virtud y santidad, salió también de su convento de Palestina para pasar
la Cuaresma en oración y penitencia rigurosa en las márgenes del Jordán. Cierto
día, al amanecer, le pareció ver una figura humana que huía y le hacia señas
que se detuviese. Vuelto del asombro y estupor que esa visión le causó, dijo: ¿Alma
de hombre o de mujer, ruégote, en nombre del Señor a quien servimos, digas
quien eres y a que vienes? Una voz suave y femenina le contesto: ¿Padre Zósimo,
echa tu manto a esta pobre pecadora, si quieres que reciba tu bendición y pueda
hablarte? En oyendo Zósimo llamarse por su nombre, se tranquilizó y pensó que
era un alma de gran santidad a quien Dios había dado a conocer su persona. Cubierta
con el manto raído del monje, recibió de rodillas su bendición y comenzó a
contarle, entre lágrimas y sollozos, la vida disoluta de su juventud, y la
espantosa penitencia que hacía en aquellas soledades desde hacía cuarenta y
siete años.
Luego le rogó volviese al año siguiente para tener ella la dicha de
recibir al Señor en la Sagrada Eucaristía. Al cabo de un año volvió el santo
anciano para ver esa maravilla de contrición y de penitencia y le dio la
Sagrada Comunión. Después de largo rato de fervorosa acción de gracias, la
Santa le reiteró el mismo ruego para que volviese otro año.
San Zósimo acudió con exactitud al lugar señalado, llevando consigo la Sagrada Eucaristía; mas, ¡ ay ! , esta vez halló solo el cadáver de la Santa Penitente, en actitud extática. Había muerto el mismo día que recibió la última Comunión; así lo aseguraba la Santa en unas palabras que había dejado grabadas en el suelo, y en las que, además, le pedía que la enterrase y rogase por ella..
Fuente: EL SANTO DE CADA DÍIA - POR EDELVIVES - EDITORIAL LUIS VIVES S. A.- ZARAGOZA Tomo II
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