SAN VICENTE FERRER, CONFESOR
El apóstol del juicio final
También
hoy es España la que ofrece a la Iglesia uno de sus hijos para ser
propuesto a la admiración del pueblo cristiano. Vicente Ferrer, el Ángel
del juicio, anuncia la próxima llegada del Juez soberano de vivos y
muertos. Cuando, en sus días, atravesó Europa entera en sus correrías
evangélicas, los pueblos conmovidos por su elocuencia, se golpeaban el
pecho, imploraban la misericordia del Señor y se convertían. Hoy el
pensamiento del juicio que Jesucristo vendrá a ejercer sobre las nubes
del cielo, no conmueve hasta este grado a los cristianos. Se cree en el
juicio final porque es un artículo de fe, pero la espera de este día no
nos infunde mucho miedo. Durante largos años continuamos nuestra vida de
pecado, y, quizás alguno se convierte un día por una gracia especial de
la bondad divina, pero la mayor parte de los bautizados llevan una existencia
muelle sin pensar apenas en el infierno y en la reprobación y menos aún
en el juicio por el cual Dios debe poner fin a este mundo.
Verdadera y falsa seguridad
No era así en los primeros siglos cristianos, como tampoco lo es en las almas verdaderamente convertidas. En ellas el amor supera al temor, pero de tal manera, que la espera del juicio de Dios está viva en el fondo de su pensamiento, y esta disposición las hace firmes en el bien que han recobrado. De seguro que estos cristianos, que todavía tienen tanto que expiar, se preocupan muy poco de cuál será su estado el día en que brille en los cielos la señal del Hijo del Hombre cuando Jesús, no ya como Redentor, sino como Juez separe las ovejas de los cabritos. Para ellos la Cuaresma es cada año la ocasión en que dan muestras de su negligencia e indiferencia. Al ver su tranquilidad se diría que tienen el convencimiento de que aquel momento terrible no reserva para ellos ni una inquietud ni una decepción.Prudente preparación
Seamos más prudentes, precavémonos contra las ilusiones del orgullo y del descuido; aseguremos con una penitencia sincera el derecho de mirar con confianza esta hora terrible, que hace temblar hasta los santos. ¡Qué alegría entonces oír esta palabra que sale de la boca de nuestro Juez: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os ha sido preparado desde el origen del mundo".
Vicente
de Ferrer abandona el reposo de la celda para recorrer naciones enteras
que dormían en el olvido del gran día de las justicias. Nosotros no
hemos oído su voz, es cierto, pero acaso ¿no tenemos el Santo Evangelio?
¿No tenemos la Iglesia que, desde el comienzo de Cuaresma, nos ha
hecho leer los oráculos que Vicente Ferrer pronunció ante los
cristianos de su tiempo? Preparémonos, pues, a comparecer ante Aquel que
vendrá a pedirnos cuenta de las gracias que nos ha prodigado. Si
aprovechamos todos los recursos que la Santa Cuaresma nos ofrece
podremos prepararnos un juicio favorable.
V i d a
Vicente
nació en Valencia y a los 18 años entró en la Orden de los Hermanos
Predicadores. Por su predicación y su celo convirtió a muchos herejes y
musulmanes, consolidó la fe en muchas provincias y trabajó con éxito
para poner fin al gran cisma de Occidente. Además de una austeridad
extraordinaria dio ejemplo de todas las virtudes y obró numerosos
milagros. Consumido por los trabajos y la vejez murió en Vannes en 1419,
y fué canonizado por el Papa Calisto III.
El temor del juicio final
Tu
voz Vicente fué verdaderamente elocuente cuando logró despertar a los
hombres de su apatía y comenzaron a experimentar el saludable temor del
juicio final. Nuestros padres oyeron esta voz; se convirtieron a Dios y
Dios les perdonó. También nosotros estábamos dormidos cuando la Iglesia,
al abrir la Cuaresma turbó nuestro sueño marcando con la ceniza
nuestras frentes pecadoras y nos recordó la irrevocable sentencia de
muerte que Dios pronunció sobre nosotros. A continuación de esta, el
juicio particular decidirá nuestra suerte para toda la eternidad.
Después, en el momento señalado en los decretos divinos, resucitaremos
para asistir al más solemne de los juicios. Ante la totalidad del género
humano, nuestras conciencias serán descubiertas y nuestras buenas y
malas acciones manifestadas en público para tener lugar inmediatamente
la nueva promulgación de la sentencia que hayamos merecido: Pecadores,
¿cómo soportaremos entonces la mirada del Redentor, Juez incorruptible?
¿Cómo podremos sufrir la vista de nuestros semejantes, cuyos ojos
penetrarán en todas las indignidades de nuestra vida? Y sobre todo,
¿cuál de las dos sentencias que los hombres oirán pronunciar sobre ellos
habremos merecido? Si el que entonces ha de ser nuestro juez la
pronunciase ahora mismo, ¿nos colocaría entre los benditos de su Padre, a
la derecha, o entre los malditos, a la izquierda?
P l e g a r i a
Nuestros
padres, oh Vicente, se sobrecogían de temor cuando oían dirigírseles
estas preguntas. Hicieron sincera penitencia de sus pecados y después de
haber recibido el perdón del Señor desaparecieron sus inquietudes para
dar lugar a la confianza. ¡Ángel del juicio de Dios!, ruega a fin de que
este saludable temor se apodere también de nosotros. Dentro de pocos
días nuestros ojos verán al Redentor subir al Calvario encorvado bajo el
peso de la Cruz y le oiremos decir a las hijas de Jerusalén: "No
lloréis sobre mí sino sobre vuestros hijos, porque si a la leña verde se
la da este trato ¿qué se hará con la seca?" Ayúdanos a aprovecharnos de
esta advertencia. Nuestros pecados nos han reducido a la condición de
este leño muerto que sólo es ya apto para el fuego de las venganzas
divinas; por tu intercesión une de nuevo al tronco estas ramas
desgarradas para que vuelvan a la vida y la savia circule una vez más
por ellas. Amigo de las almas, ponemos en tus manos la obra de nuestra
reconciliación con Dios. Ruega también por España que te dio la vida y
la fe, la profesión religiosa y el sacerdocio; mas acuérdate también de
Francia, tu segunda patria, evangelizada con tantas fatigas, pero
también con tanto éxito, y de Bretaña, que guarda religiosamente tus
restos sagrados. Fuiste nuestro apóstol en tiempos de desgracia, pero
los días que atravesamos son más tempestuosos todavía; dignaos desde lo
alto del cielo mostrarte siempre nuestro fiel protector.
fuente: Año
Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer
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