Eran ambas españolas, nacidas en Játiva, del reino de
Valencia. Instruidas en la doctrina de Cristo por el propio San Pablo, fueron a
Roma en pos del santo Apóstol. Ambas también presenciaron el martirio que, por orden
de Nerón, experimentaron los dos Apóstoles San Pedro y San Pablo, cuyos cuerpos
recogieron sigilosamente y guardaron en lugar seguro.
Descubiertas y acusadas como cristianas, fueron presentadas
ante los jueces; estos mandaron cortarles a entrambas la lengua y los pechos.
Pretendió el bárbaro emperador Nerón apartarlas de la vida
cristiana que les habían enseñado los santos apóstoles, mas ellas con gran
fortaleza confesaron a Jesucristo, diciendo que era verdadero Dios.
Las azotaron con bárbara inhumanidad, las colgaron en un
potro, y abrasaron sus delicadas carnes con hachas encendidas; y viendo los
verdugos que todo, esto sufrían ellas sin quejarse, y que no cesaban de invocar
el nombre de Cristo Jesús, con gran furor les sacaron las lenguas de la
boca y se las cortaron. Les cortaron los pechos y las atormentaron
cruelísimamente hasta que se cansaron de hacer en aquellos santísimos cuerpos
la más horrible y sangrienta carnicería, y como no pudiesen quebrantar un punto
la constancia maravillosa de aquellas mujeres y fortísimas mártires del Señor,
las condenó el tirano a ser degolladas, y así confirmaron con su sangre y con
su muerte la doctrina de Dios.
Pero ellas sufrían con grandes muestras de alegría, por lo
cual les cortaron las manos y, finalmente, la cabeza.
Recibieron la eterna
corona de la gloria el 15 de abril del año 69.
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