Reflexiones durante la Semana Santa
Plinio Corrêa de Oliveira
Plinio Corrêa de Oliveira
LA VERDADERA PIEDAD debe impregnar toda el alma
humana, y, por tanto, también debe despertar y estimular la emoción. Pero la
piedad no es sólo emoción, y ni siquiera es principalmente emoción. La piedad
brota de la inteligencia, seriamente formada por un cuidadoso de la doctrina
cristiana, por un conocimiento exacto de nuestra Fe, y, por tanto, de las
verdades que deben regir nuestra vida interior. La piedad reside también en la
voluntad. Debemos querer seriamente el bien que conocemos. No nos basta, por
ejemplo, saber que Dios es perfecto. Necesitamos amar la perfección de Dios, y,
por tanto, debemos desear para nosotros algo de esa perfección: es el ansia de
santidad.
No hay verdadero amor sin sacrificio
"DESEAR" no significa apenas sentir veleidades vagas y
estériles. Sólo queremos seriamente algo, cuando estamos dispuestos a todos los
sacrificios para conseguir lo que queremos. Así, sólo queremos seriamente
nuestra santificación y el amor de Dios, cuando estamos dispuestos a todos los
sacrificios para alcanzar esta meta suprema. Sin esa disposición, todo el
"querer" no es sino ilusión y mentira. Podemos tener la mayor ternura en la
contemplación de las verdades y misterios de la Religión: pero si de ahí no
sacamos resoluciones serias, eficaces, de nada valdrá nuestra piedad.
Marzo 2019: Atacan varios templos en una semanaIncendio en la histórica iglesia de San Sulpicio de París |
Estas pruebas, las damos cuando tenemos el propósito de
enmendar nuestra vida y de luchar con todas las fuerzas por la Santa Iglesia
Católica, Apostólica, Romana.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Cuando Nuestro
Señor interpeló a San Pablo, en el camino de Damasco, le preguntó: "Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?" Saulo perseguía a la Iglesia. Nuestro Señor le decía que
era a Él mismo a quien Saulo perseguía.
La Pasión de Cristo en nuestros días
SI PERSEGUIR a la Iglesia es perseguir a Jesucristo, y
si hoy también la Iglesia es perseguida, hoy Cristo es perseguido. La Pasión de
Cristo se repite de algún modo también en nuestros días.
Fusilamiento del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles |
¿Cómo se persigue a la Iglesia? Atentando contra sus derechos
o trabajando para apartar de Ella a las almas. Todo acto por el cual se aparta
de la Iglesia un alma, es un acto de persecución a Cristo. Toda alma es, en la
Iglesia, un miembro vivo. Arrancar un alma a la Iglesia es arrancar un miembro
al Cuerpo Místico de Cristo. Arrancar un alma a la Iglesia es hacer con Nuestro
Señor, en cierto sentido, lo mismo que harían con nosotros si nos arrancasen la
niña de los ojos.
Si queremos, pues, condolernos con la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo, meditemos sobre lo que El sufrió por mano de los judíos, pero no nos
olvidemos de todo cuanto aún hoy se hace para herir al Divino Corazón.
Y esto tanto más cuanto Nuestro Señor, durante su Pasión,
previó todo cuanto pasaría después. Previó, pues, todos los pecados de todos los
tiempos, y también los pecados de nuestros días. El previó nuestros pecados, y
por ellos sufrió anticipadamente. Estuvimos presentes en el Huerto como
verdugos, y como verdugos seguimos paso a paso la Pasión hasta lo alto del
Gólgota.
* * *
Arrepintámonos, pues, y lloremos
La Iglesia, sufridora, perseguida, vilipendiada, ahí está a
nuestros ojos indiferentes o crueles. Ella está delante de nosotros como Cristo
delante de la Verónica. Condolámonos con sus padecimientos. Con nuestro cariño,
consolemos a la Santa Iglesia de todo cuanto sufre. Podemos estar seguros de
que, con esto, estaremos dando al propio Cristo una consolación idéntica a la
que le dio la Verónica.
Incredulidad culpable
COMENCEMOS por la Fe. Ciertas verdades referentes a
Dios y a nuestro destino eterno, podemos conocerlas por la simple razón. Otras,
las conocemos porque Dios nos las enseñó. En su infinita bondad, Dios se reveló
a los hombres en el Antiguo y Nuevo Testamento, enseñándonos no solamente lo que
nuestra razón no podía descubrir, sino además muchas verdades que podríamos
conocer racionalmente, pero que por culpa propia la humanidad ya no conocía de
hecho. La virtud por la cual creemos en la Revelación es la Fe. Nadie puede
practicar un acto de Fe, sin el auxilio sobrenatural de la gracia de Dios. Esa
gracia, Dios la da a todas las criaturas y, en abundancia torrencial, a los
miembros de la Iglesia Católica. Esta gracia es la condición para su salvación.
Nadie llegará a la eterna bienaventuranza, si rechaza la Fe. Por la Fe, el
Espíritu Santo habita en nuestros corazones. Rechazar la Fe es rechazar al
Espíritu Santo, es expulsar del alma a Jesucristo.
Veamos ahora, en nuestro entorno, cuántos católicos rechazan
la Fe. Fueron bautizados, pero en el curso del tiempo perdieron la Fe. La
perdieron por culpa propia, porque nadie pierde la Fe sin culpa, y culpa mortal.
Helos aquí, indiferentes u hostiles, piensan, sienten y viven como paganos. ¡Son
nuestros parientes, nuestros prójimos, quizá nuestros amigos! Su desgracia es
inmensa. Indeleble está en ellos la señal del Bautismo. Están marcados para el
Cielo, y caminan para el infierno. En su alma redimida, la aspersión de la
Sangre de Cristo está marcada. Nadie la apagará. Es de cierto modo la propia
Sangre de Cristo que ellos profanan cuando en esta alma rescatada se acogen
principios, máximas, normas contrarias a la doctrina de la Iglesia. El católico
apóstata tiene alguna cosa de análogo al sacerdote apóstata. Arrastra consigo
los restos de su grandeza, los profana, los degrada y se degrada con ellos. Pero
no los pierde.
¿Y nosotros? ¿Nos importa esto? ¿Sufrimos con esto? ¿Rezamos
para que estas almas se conviertan? ¿Hacemos penitencias? ¿Hacemos apostolado?
¿Dónde está nuestro consejo? ¿Dónde está nuestra argumentación? ¿Dónde está
nuestra caridad? ¿Dónde está nuestra altiva y enérgica defensa de las verdades
que ellos niegan o injurian?
El Sagrado Corazón sangra con esto. Sangra por su apostasía y
por nuestra indiferencia. Indiferencia doblemente censurable, porque es
indiferencia para con nuestro prójimo y sobretodo indiferencia para con Dios.
Unos conspiran, otros duermen...
¿CUÁNTAS ALMAS en el mundo entero van perdiendo la Fe?
Pensemos en el incalculable número de periódicos impíos, radioemisoras impías
[¡la televisión de hoy!], de los que diariamente se llena el orbe. Pensemos en
los innumerables obreros de Satanás que, en las cátedras, en el seno de la
familia, en los lugares de reunión o de diversión, propagan ideas impías. De
todo este esfuerzo, ¿quién ha de admitir que nada resulte? Los efectos de todo
esto están delante de nosotros. Diariamente las instituciones, las costumbres,
el arte, se van descristianizando, indicio incontestable de que el propio mundo
se va perdiendo para Dios.
¿No habrá en todo esto una gran conspiración? Tantos
esfuerzos, armónicos entre sí, uniformes en sus métodos, en sus objetivos, en su
desarrollo, ¿serán mera obra de coincidencias? ¿Dónde y cuando, intenciones
desarticuladas produjeron articuladamente la más formidable ofensiva ideológica
que la Historia conoce, la más completa, la más ordenada, la más extensa, la más
ingeniosa, la más uniforme en su esencia, en sus fines, en su evolución?
No pensamos en esto. No percibimos esto. Dormimos en la
modorra de nuestra vida de todos los días. ¿Por qué no somos más vigilantes? La
Iglesia sufre todos los tormentos, pero está sola. Lejos, bien lejos de Ella susurramos. Es la escena del Huerto que se repite.
Iglesia sufre todos los tormentos, pero está sola. Lejos, bien lejos de Ella susurramos. Es la escena del Huerto que se repite.
Para decirlo por entero, la Iglesia nunca tuvo tantos
enemigos y, paradójicamente, nunca tuvo tantos "amigos". Oigamos a los
espiritistas: dicen que no promueven ninguna guerra hacia la religión, y menos aún al catolicismo que a cualquier otra. Sin embargo, la vida de todos ellos,
comunistas, espiritistas, protestantes, ¿no es desde la mañana hasta la noche otra cosa, sino una conspiración contra la Iglesia? Ellos también tienen los
labios prontos para el ósculo, aunque en su mente ya hayan decidido hace mucho
tiempo exterminar a la Iglesia de Dios.
La tibieza y el amor de Dios
¿Y ENTRE NOSOTROS? Gracias a Dios, esta Fe que tantos
combaten, persiguen, traicionan, nosotros la poseemos.
¿Qué uso hacemos de ella? ¿La amamos? ¿Comprendemos que
nuestra mayor ventura en la vida consiste en ser miembros de la Iglesia, que
nuestra mayor gloria es el título de cristiano?
En caso afirmativo – y cuán pocos son los que podrían en sana
conciencia responder afirmativamente – ¿estamos dispuestos a todos los
sacrificios para conservar la Fe?
No digamos, en un asomo de romanticismo, que sí. Seamos
positivos. Veamos fríamente los hechos. No está junto a nosotros el verdugo que
nos va a colocar en la alternativa de la cruz o de la apostasía. Pero todos los
días, la conservación de la Fe exige de nosotros sacrificios. ¿Los hacemos?
¿Cuán exacto será decir que, para conservar la Fe, evitamos
todo lo que la puede poner en riesgo? ¿Evitamos las lecturas que la pueden
ofender? ¿Evitamos las compañías con las cuales está expuesta a riesgo?
¿Buscamos los ambientes en los cuales la Fe florece y echa raíces? ¿O, a cambio
de placeres mundanos y pasajeros, vivimos en ambientes en que la Fe se deteriora
y amenaza caer en ruinas?
Todo hombre, por el propio hecho del instinto de
sociabilidad, tiende a aceptar las opiniones de otros. En general, hoy en día,
las opiniones dominantes son anticristianas. Se piensa contrariamente a la
Iglesia en materia de filosofía, de sociología, de historia, de ciencias
positivas, de arte, de todo en fin. Nuestros amigos siguen la corriente.
¿Tenemos el coraje de divergir? ¿Resguardamos nuestro espíritu de cualquier
infiltración de ideas erradas? ¿Pensamos como la Iglesia en todo y por todo? ¿O
nos contentamos negligentemente en ir viviendo, aceptando todo cuanto el
espíritu del siglo nos inculca, y simplemente porque él nos lo inculca?
Es posible que no hayamos arrojado a Nuestro Señor de nuestra
alma. Pero, ¿cómo tratamos a este Divino Huésped? ¿Es Él el objeto de todas las
atenciones, el centro de nuestra vida intelectual, moral y afectiva? ¿O,
simplemente, existe para Él un pequeño espacio donde se lo tolera, como huésped
secundario, aburrido, un tanto inoportuno?
Cuando el Divino Maestro gimió, lloró, sudó sangre durante la
Pasión no lo atormentaban apenas los dolores físicos, ni sólo los sufrimientos
ocasionados por el odio de los que en aquel momento lo perseguían. También lo
atormentaba todo cuanto contra Él y la Iglesia haríamos en los siglos venideros.
Lloró por el odio de todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros,
pero lloró también porque veía delante de sí al cortejo interminable de las
almas tibias, de las almas indiferentes, que sin perseguirlo no lo amaban como
debían.
Es la falange incontable de los que pasaron la vida sin odio
y sin amor, los cuales –según Dante– quedaban fuera del infierno, porque ni en
el infierno había un lugar adecuado para ellos.
¿Estamos nosotros en este cortejo?
He ahí la gran pregunta a la que, con la gracia de Dios,
debemos dar respuesta en los días de recogimiento, de piedad y de expiación en
que ahora debemos entrar.
"O Legionário" Nº 764 de 30 de Marzo de 1947
Fuente:
http://www.pliniocorreadeoliveira.info/LEG_764_19470330_ESP_Reflexiones%20durante%20la%20Semana%20Santa.htm#.VRsrRpNcCg4
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