miércoles, 6 de marzo de 2024

S A N T O R A L

SAN OLEGARIO, OBISPO DE BARCELONA, Y ARZOBISPO DE TARRAGONA

Por muchas razones puede Barcelona, ciudad nobilísima de Cataluña, llamarse dichosa y afortunada, llenando cabalmente su primitivo nombre de Favencia, que significa «la favorecida ó dichosa». Fuélo, y lo es, por los hijos insignes en dignidades, letras, valor y armas: por lo cual merece con justo título llamarse la favorecida del cielo y del suelo. Pero uno de los blasones de que hace mas gala, y con que se ennoblece mucho Barcelona, es mirarse patria de san Olegario, dignísimo prelado de ella, y arzobispo de Tarragona: cuya prodigiosa vida, sacada ya de papeles auténticos, que se conservan en los archivos reales de Barcelona, ya de otras historias antiguas, y verdaderas de Cataluña, es en esta manera.
Gobernando la nave de la Iglesia Nicolao II, y teniendo el imperio romano Henrico IV,  año de 1060, nació para luz del mundo y honor de Cataluña, san Olaguer, en la ciudad de Barcelona. Nació en tiempo, que en el concilio Lateranense fué condenado Berengario, heresiarca, abjurando él después sus errores, como consta en las Decretales, de Consecr., d. 11; y cuando el serenísimo príncipe Godofredo de Bouillón, duque de Lotoringia, ganó á Jerusalén, á quien el papa coronó por rey de Palestina. Soberana providencia sin duda, el nacer nuestro santo en este tiempo; pues daba á entender el cielo, que con la luz de su doctrina había de ilustrar á los fieles, y había de desterrar del mundo la obscura noche de los errores. Llamóse el padre de san Olaguer, del mismo nombre que el hijo; y era del orden ecuestre, ó militar, y fué lecietario, y muy válido del conde de Barcelona don Ramón Berenguer, primero de este nombre. La madre del santo se llamó Guilia, matrona santísima y nobilísima, descendiente del antiguo linaje de los godos; la cual crió al hijo Olaguer á sus pechos, dándole con la leche la educación de buenas y santas costumbres. Iba creciendo el santo niño, y crecían al mismo paso sus virtudes; pues se mostraba modesto, cortés, recogido y en todas las virtudes morales consumado. Aun en la tierna edad le veían niño; y ya en virtud y perfección era un asombro: pues siendo un ángel en la pureza, ayunaba mucho: era en la oración asiduo, en las misas devoto, y en todo género de perfección versadísimo: mirábale la ciudad toda,  y de mirarle recibía igual pasmo que gozo, viendo tanta santidad en un niño, y gozándose de haberle merecido por hijo. Tenía el dicho conde de Barcelona tres hijos: y habiendo de enseñarles maestros, quiso que en la educación y crianza, les hiciese san Olaguer compañía. No están los hijos acabados de hacer, cuando nacen; pues falta lo mejor, que es la educación, y para esto vale mucho la compañía de un bueno. Estudió los rudimentos de la gramática, retórica y filosofía, en que salió señaladísimo, y muy docto, siendo por ello muy estimado. No ocupó la niñez en las puerilidades, en que se entretienen otros niños: del general se volvía á casa, ó á la iglesia. Corría ya el año 1070 y el décimo de la edad de nuestro santo: y sus padres determinaron, que el hijo que Dios les había dado, lé sirviese perpetuamente en su templo: para cuyo efecto hicieron donación á la iglesia catedral y cabildo de Barcelona, de una heredad y viña, que tenían en el condado de Vique junto al castillo de Manresana y Villalonga, en un lugar llamado san Armengol, como consta en el lib. IV de las antigüedades de dicha catedral. Anumeráronle al santo mozo Olaguer en el gremio de los canónigos de aquella santa iglesia, sin embargo de la poca edad; porque á los hombres no los hace la edad grandes, sino la ciencia y virtudes. Siendo canónigo, le promovieron á la dignidad de prepósito, obteniendo antes una pavordía. En esta graduación se hallaba san Olaguer, en la cual no retrocedió de sus estudios; pues veinte años se dio á los de la sagrada teología, leyendo las obras de los santos padres, en que salió gran maestro y predicador fortísimo. Por este tiempo fué ordenado de sacerdote por don Beltrán, obispo entonces de dicha ciudad. Había este obispo fundado junto á Barcelona un monasterio de canónigos reglares de san Agustín, y era el título de san Adriano (cuyas memorias se ven hoy en día reducidas á una pequeña parroquia en el llano de Barcelona): advertía bien el santo canónigo Olaguer la vida áspera y religiosa de aquellos santos varones, y con sagrada envidia determinó imitarles la vida,  para después imitarles la pureza. Noticiosos el obispo y comunidad de san Adriano del intento del santo canónigo Olaguer, aunque sumamente deseaban la ejecución, no se atrevían á hablar de ello, por no disgustar al conde, que quería mucho al santo, y al cabildo, que le estimaba mucho. Entendiólo él, y resolvióse á renunciar la prebenda de canónigo, y dignidad de prepósito, como lo hizo. Recibió el hábito, y dio muestras del tesoro que traía en su alma escondido. En el año de la aprobación era en la penitencia un dechado de los santos del yermo: era humilde en extremo, circunspecto, y de todos tan querido, que en el año 1096, después de profeso, fué elegido prior de común consentimiento. No pudo su humildad familiarizarse con la prelacía, y renunciándola, se fué á ser súbdito al convento de san Rufo, de la misma orden, en la Proenza. Pero como sus virtudes le gritaban á pesar de sus humildades, puesto en aquel convento fué conocido, y por su perfección y letras venerado. Faltó abad en aquella santa casa, y fué electo Olaguer, por común voz de toda ella, y obtuvo ese cargo hasta el año 1115, en el cual fué obispo de Barcelona. Unos dicen, que habiendo sido poco más de doce años abad de dicho convento de san Adriano, que está entre el río de Besós y Barcelona, fué al convento de san Rufo enviado visitador y reformador por el papa Pascual II, que ocupaba entonces la silla de san Pedro. Fué allá como ángel de paz, y fué recibido como un apóstol, siendo espejo de toda virtud, á cuya vista se componían todos los de aquella grave comunidad. Todo su ejercicio de Olaguer era tratar de Dios, y encaminarlos á Dios, haciéndoles pláticas suavísimas de soberana elocuencia, y provechosísima doctrina. Hubo en fin de dejar este monasterio y volverse á san Adriano, de Barcelona, instado de doña Dolza, mujer de don Ramón Rerenguer III, dejando á los canónigos de san Rufo deseosos de sí, y con vivo sentimiento de su ausencia. Llegado á Barcelona, y recibido con sumo celo de todos, halló vacante la silla episcopal por muerte de don Ramón Guillen.
Estaban los obispos provinciales días había en junta para la elección; y sin premisa alguna, ni recuerdo del abad Olaguer, el día de la elección, todos á una voz pidieron al conde, se sirviese de venir bien, en lo que ellos determinaban, que era elegir en obispo á Olaguer, abad de san Rufo, por más eminente en virtudes, letras y vida ejemplar. Alegróse el conde y su mujer, y luego enviaron, quien le diese noticia de su elección: la cual procuró deshacer el santo, diciendo, que él era indigno, y sin méritos, y que pusiesen en esta dignidad una persona virtuosa y santa, cual se requería. No venció esta vez su humildad, y hubo de rendirse á la voluntad de Dios, manifiesta en tan acertada elección: aunque hizo de su parte lo que pudo, para no ser obispo; pues de noche se huyó á su abadía de san Rufo; y sabido de la ciudad y clero, fueron en su seguimiento, y cercado Perpiñán lo encontraron en el camino, y le obligaron casi por fuerza, á que volviese á su obispado: y para asegurarle, el conde sacó confirmación apostólica del papa: con que san Olaguer hubo de aceptar la prelacía. Puesta esta luz sobre el alto candelero de la dignidad, procuró darse á conocer, reedificando iglesias y monasterios, haciendo grandes limosnas, concordando pleitos de sus súbditos; y en especial resplandecía en la honestidad, circunspección y pureza, permaneciendo virgen. Predicaba de ordinario, siendo continuo de día y de noche á las divinas alabanzas en el coro, como quien desde niño se había criado en él. Gozosa sobremanera estaba su patria y ciudad de Barcelona, con el ilustre hijo y prelado que tenía, cuando electo el papa Gelasio II, por muerte de Pascual, hubo san Olaguer de ir á Roma á prestarle el juramento de obediencia que entonces se acostumbraba: y antes de efectuarlo convocó al pueblo, y les hizo una exhortación tan tierna y docta, que juntamente los dejó á todos hechos un mar de llantos, y llenos de soberanos y santísimos documentos. Partióse á Roma, sin omitir las penitencias, ni dar por el camino algún alivio al cilicio, ni al ayuno. Visitó los templos de aquella santa ciudad con suma devoción, y de allí fué ó Gaeta á besar los pies al papa, que ya tenía de las virtudes y letras de san Olaguer mucha noticia. Mostró el papa estimarle mucho, y asimismo los cardenales, que con gusto y admiración lo oyeron. Vacó entonces la metrópoli de Tarragona, primada de las Españas: y notificándolo san Olaguer al papa, le pidió, proveyese aquella silla en persona grave, pía y docta; y el pontífice lo hizo, mandándole á él por obediencia, aceptase aquella dignidad: para lo cual despachó bula á 21 de marzo, año primero de su pontificado, y 1118 de Cristo. Volvió á España: y en Barcelona su patria, y en Tarragona, fué recibido con grande alborozo. Poco tiempo pudo residir san Olaguer; porque muerto dentro de un año el papa Gelasio, y electo Calixto II, fué por él llamado á Roma al concilio Lateranense, por tenerle en opinión de hombre insigne. Fué: y acabado el concilio, le hizo legado suyo á latere para el reino de España, como consta de su bula, despachada 4 non. aprilis, pontific. ann. 1. Venido á ella, reedificó la iglesia de Tarragona: y habiendo puesto en paz muchas materias, determinó visitar la Tierra santa: y así fué á ella, predicando por todo el camino, y renovando el prodigio del día de Pentecostés en Jerusalén; pues hablando una sola lengua, según lo más cierto, le entendían gentes de varias lenguas y naciones. No se puede ponderar el sentimiento que ocupó á Barcelona su patria, y á toda la provincia, al partirse el santo de ella: ni tampoco las lágrimas, devoción y ternuras con que visitó los lugares de la Tierra santa.

Habiendo ya cumplido con su devoción, se volvió á sus Iglesias y tierra, y de camino visitó su regalada casa de san Rufo, con singular consuelo de aquel santo convento. Despidióse de él, y llegó á Barcelona una tarde, puesto el sol, donde entró sin ruido ni fausto, por no desazonar la humildad que tanto amaba, y le había hecho siempre tan agradable compañía. Al otro día por la mañana acudió todo el cabildo y pueblo, á ver á su amabilísimo prelado, y con ellos repartió muchas reliquias, reservando en su pectoral una partecilla del lignum crucis de nuestro Salvador. Estando ya con quietud en su silla, hizo cosas maravillosas: en particular con sus blandas amonestaciones hizo con algunos, que injustamente usurpaban bienes de la Iglesia, que los restituyesen; y reconocidos de su culpa los absolvía: y él mismo, teniendo en su patria Barcelona unas casas propias, y horno, hizo donación de ellas á la Iglesia y cabildo. Hizo venir á concordia al conde don Ramón Berenguer con la señoría de Génova, y al dicho conde le indujo, á que se hiciese religioso templario, que entonces empezaban á florecer mucho, alabándole su modo é instituto; aunque por la muerte no pudo efectuarlo: sino estando enfermo.
Fué después llamado san Olaguer, por el papa Inocencio II, al concilio Claramontano, donde con valor, celo, y espíritu, declaró por excomulgado al antipapa Anacleto, y los demás padres del concilio abonaron, y siguieron su parecer, y voto. Venido cuarta vez á su ciudad, y obispado, reparó, y bendijo muchas iglesias, que los sarracenos de España tenían violadas. Fué después á Zaragoza á poner paces entre don Alonso, rey de Castilla, y don Ramiro, rey de Aragón. En estos, y otros santos ejercicios se ejercitaba san Olaguer, en que recibía de Dios singular gracia; porque no hubo persona, á quien hablara el santo, que no se le aficionara luego. Él, mucho tiempo antes, estando cierto día en el fervor de la contemplación, todo absorto, y fuera de los sentidos del cuerpo, pidió á Dios nuestro Señor, le hiciera gracia de revelarle el tiempo de su partida, y última hora. Concedióle Dios su petición: y se vio ser así; pues en un concilio (no se ha averiguado, si en Tarragona, ó Barcelona) que tuvo á sus rectores, y sinodales, les dijo, que sería aquella la última vez, que les predicaría; y así todos los seis días, que duró el sínodo, les predicó con tanto fervor, tanta sabiduría, y elocuencia, que todos lo miraban como á un ángel, que Dios les enviaba; y así, como á tal oían las cosas, que les decía, y los documentos, que les daba. Lloraban todos; y el santo con ellos. A 12 de febrero hizo al cabildo donación de una heredad, que tenía en la parroquia de Mollet; porque quiso desasirse de todo, antes de partirse de este mundo. Dióle también una granja ó quinta, que tenía en Corañola. Recibió con mucha devoción y lágrimas los santos sacramentos, y hablando con Dios, y con su Madre santísima, de quien fué devotísimo toda su vida, meditando la pasión de Cristo, y diciendo en voz devota, é inteligible: «En vuestras manos, Señor, encomiendo mi espíritu»; juntas las manos delante de Cristo crucificado, entregó á Dios su bendita alma á 6 de marzo, año de Cristo de 1136, y setenta y seis de su edad. Luego se oyó una voz lastimosa, pero agradable por todo el pueblo: «Muerto es el Santo: muerto es nuestro santo obispo, y prelado». Empezó luego á resplandecer con varios milagros, con que en el mundo le honró, y honra cada día el cielo. Resucitaron muchos muertos: cobraron salud infinitos: dio vista á ciegos: libró de naufragios; y hace Dios por él soberanas maravillas en sus devotos. Está sepultado en la iglesia de su patria, y ciudad de Barcelona. Fué canonizado al uso antiguo de la Iglesia, que era la veneración de los fieles, y el permiso de los sumos pontífices; más ahora nuevamente lo ha sido por decreto particular de nuestro santísimo padre Inocencio XI, despachado á los 25 de mayo de 1675, y así se puede decir dos veces canonizado: claro está, que tan gran santidad, como la suya, no pedía menos, para mostrar, que vale por dos. Consérvase su cuerpo entero, y sin corrupción en la misma santa iglesia de Barcelona, donde es visitado de los naturales, y extranjeros con singular devoción, correspondiendo el santo á la confianza, y piadosos ruegos de sus devotos: los cuales nunca parten de su presencia, sino bien despachados, y consolados en sus trabajos, y necesidades.
Y aunque todos siempre han hallado, y hallan pronto socorro, invocándole, como consta de los ¡numerables milagros, que podrá ver el curioso devoto suyo en los muchos procesos, que en diversas ocasiones se han impreso para su canonización; con todo eso, el cielo, para ostentar más su gloria, ha dispuesto, le tenga el mundo por abogado especial de las mujeres, que tienen peligrosos partos: las cuales, invocándole, hallan luego su alivio, socorro, y total consuelo: y si las criaturas nacen con algún evidente achaque, y riesgo de perder luego la vida; con solo invocar á Olaguer sus padres, han experimentado nueva vida, y nuevo ser en sus hijos: de que dando á Dios las gracias, le han glorificado en su siervo Olaguer. Celebran de él, como de su prelado, las Iglesias de Tarragona, y Barcelona, el dicho día 6 de marzo, en que pasó de esta vida á la inmortal y eterna: á la cual nos lleve la divina bondad por su intercesión, á gozar de su gloriosa, y amable compañía. Amen.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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