domingo, 24 de marzo de 2024

SANTA CATALINA DE SUECIA 24/03

       SANTA CATALINA DE SUECIA, VIRGEN

Santa Catalina de Suecia fué hija de Ulfon, príncipe de Nericia, y de santa Brígida, bien conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. Desde niña mostró haber sido escogida del esposo celestial; porque cuando mamaba, tomaba el pecho de su santa madre, y de las otras mujeres honestas, que se le daban con mucho agrado; y si alguna deshonesta, ó menos casta se le quería dar, luego lloraba, y no le quería tomar.
Entrególa su santa madre, después que la destetó, á una abadesa muy religiosa, para que la criase; y el demonio una noche, estando en maitines la abadesa, tomando figura de un toro, quiso matar á la niña, y con los cuernos la sacó de su camilla, y la arrojó en el suelo, dejándola casi muerta: y hallándola así la abadesa, y tomándola en sus brazos, se le apareció el demonio, y dijo: ¡O qué de buena gana la acabara, si Dios me hubiera dado licencia! Siendo ya de siete años, se entretuvo una vez con las otras niñas, jugando cierto juego con unas muñecas: y como nuestro Señor la quería para gran santa, no quiso que aquella niñería pasase sin castigo; y así la noche siguiente fué molestada de los demonios, que le aparecieron en figura de muñecas, y la azotaron gravemente; para que desde niña comenzase á dar de mano á las niñerías y juegos, en que se suele entretener aquella tierna edad. Teniéndola para casarse, su padre le mandó, que tomase marido: y ella le aceptó, confiada en la bondad de Dios, y el favor de la santísima Virgen María, su madre, que podía casarse sin detrimento de su virginidad, como le sucedió: porque habiéndose casado con un caballero nobilísimo, llamado Eghardo, de tal manera le habló, que los dos hicieron voto de castidad, y la guardaron toda su vida, engañando al mundo con nombre, y hábito de casados, y triunfando de su carne, y de nuestro común y mortal enemigo. Dábanse mucho á la oración, y á la aspereza de vida, y á todas las obras de caridad: y en los ojos de los hombres parecían, y se trataban como señores; y en los ojos de Dios eran santos.
Tenía Catalina un hermano llamado Carlos, mozo brioso, y dado á la vanidad: el cual, no pudiendo sufrir, que su hermana y su cuñado hiciesen aquella vida, los reprendió y procuró apartar de ella, y mucho mas se enojó con su hermana, cuando vio ¡a llaneza, que usaba en su vestido, y que no se conformaba con el traje y galas, que las otras señoras y mujeres de su calidad habían inventado, despreciando la simplicidad y antigüedad antes usada. Pero Catalina, no solo no se mudó, de lo que tan bien había comenzado; antes persuadió con sus palabras y con su ejemplo, á la mujer del mismo Carlos, su hermano, que dejase las galas, y atavíos superfinos, y que la imitase, como lo hizo. Después que murió Ulfon, su padre, y su madre santa Brígida por divina revelación fué á Roma; su hija Catalina, viviendo aún Eghardo su marido, tuvo grandes instintos, y movimientos del Señor de ir á buscar á su madre á Roma: y aunque al principio, por ser de solos diez y ocho años, y hermosísima; su marido no vino en ello; pero después, viendo, que aquel negocio era de arriba, y que Catalina era anciana en el seso, y de costumbres honestísimas, le dió licencia, y criados y personas, que fuesen en su compañía; y ella llegó á Roma en el mes de agosto, y halló que su santa madre estaba en Bolonia, y la fué á ver: y después que volvió á aquella santa ciudad, y visitó los santuarios, y estaciones de ella, por divina disposición se quedó con su madre, para ayudarla y servirla, como Dios se lo había prometido á santa Brígida: aunque no le fallaron á santa Catalina grandes trabajos y dificultades; porque el demonio la tentó, para que se tornase a su tierra, donde viviría con más quietud, regalo, y descanso: y como ella era señora de tanta calidad, y de extremada hermosura, algunos caballeros principales, sabiendo que ya era muerto su marido, la pretendieron por mujer: y viendo, que los otros medios blandos y amorosos no bastaban, quisieron hacerle fuerza y arrebatarla: y habiéndose escondido en cierta parte con gente armada para cogerla un día, que con otras matronas iba á la iglesia de san Sebastián, al tiempo que salían de la celada, apareció de repente un ciervo, y dando ellos tras él, pasó en aquel mismo tiempo Catalina, y se escapó de sus manos.
Placa que identifica la casa en la cual vivieron
Santa Catalina y su madre, Santa Brígida, en Roma
Otra vez yendo con su santa madre á la iglesia de san Lorenzo, y hallándose en otro semejante peligro; el caballero, que la aguardaba con gente, al tiempo que la quiso acometer, quedó ciego; y conociendo su culpa, se echó á sus pies, y les pidió perdón; y rogando las santas madre é hija por él, cobró la vista, y contó este milagro al papa Urbano VI y cardenales.
No solamente padeció santa Catalina estas molestias en Roma, pero otras no menores fuera de ella: porque yendo con su santa madre á Asís por revelación de Dios, y á santa María de Porciúncula, no pudieron una vez llegar á donde pensaban, por haberles sobrevenido la noche; y así se recogieron en una pobre casilla, para guarecerse de la nieve y agua que caía. Estando allí, ciertos salteadores de caminos entraron, donde estaban las santas madre é hija con su compañía, y con mucha desvergüenza quisieron verles los rostros: y como santa Catalina era hermosísima, se encendieron en mala concupiscencia, y comenzaron á hablar palabras torpes, y quererla hacer fuerza: más ellas se volvieron á Dios, suplicándolo que las guardase; pues por su inspiración y servicio habían tomado aquel camino: y luego al improviso se sintió un gran ruido como de gente armada, y una voz que decía, que prendiesen á aquellos bellacos ladrones: con la cual ellos espantados se huyeron, y dejaron la presa que tenían en las manos. Mas al día siguiente, siguiendo las santas su camino, volvieron á ellas, para hacer de día lo que no habían podido hacer de noche: y habiéndoles tomado los pasos; al punto que ellas pasaban, perdieron la vista, y no las pudieron ver. Con esta protección del Señor crecía cada día más Catalina con su amor, y se daba con mayor cuidado á todas las virtudes, y especialmente á la santa humildad, que es la madre y guarda de ellas; porque le pesaba mucho de ser alabada, y se holgaba de ser menospreciada, y tenida en poco, y por gran pecadora. Era muy devota, y desde niña dada á la oración, y á rezar las horas de nuestra Señora, las salmos penitenciales, y otras oraciones; y cada día gastaba cuatro horas en llorar, y meditar la sagrada muerte y pasión de su dulce esposo, ofreciéndosele en perpetuo y suave sacrificio. Una vez estando en Roma orando en la iglesia de san Pedro, le apareció una mujer vestida de blanco con un manto negro, y le dijo, que rogase á Dios por la mujer de Carlos, su hermano, que era muerta, y que presto tendrían un buen socorro de ella; porque les había dejado la corona de oro, que según la costumbre de su patria traía en la cabeza: y como la mujer le dijo, así sucedió; y del precio de la corona, santa Brígida, y su hija se sustentaron todo un año con su familia.
¿Pues qué diré del amor tierno y fuerte, que esta santa virgen tuvo al Señor? ¿Qué de su benignidad, y misericordia para con los pobres enfermos y llagados? Porque su santa madre la llevaba consigo á los hospitales, y delante de ella servía con grande humildad á los enfermos, y les curaba las llagas podridas sin asco, para que su hija aprendiese, y la imitase, y siguiese sus pisadas; y ella lo hacía con extremada caridad y diligencia, como hija de tal madre. Era tan amiga de la pobreza de Cristo, que andaba con un vestido vil y roto, y usaba de cama pobre, con solo un jergón de paja, y un cabezal, y un cobertero viejo y remendado. Pero nuestro Señor, para honrarla en algunas ocasiones, hizo que pareciese ricamente vestida, y su cama preciosa, aunque realmente no lo era. Fué asimismo muy sufrida, paciente, y mansa, llevando los agravioso injurias, que se le hacían, con maravillosa mansedumbre, volviendo siempre bien por mal, como verdadera sierva de Dios.
Veinte y cinco años estuvo en compañía de su santa madre en Roma, y fuera, y la acompañó á Jerusalén, y se halló a su dichoso tránsito, y llevó sus sagradas reliquias á Suecia con otras de otros santos. Y después de haber cumplido con el entierro de su bendita madre, se encerró en un monasterio de monjas, donde fué prelada, instruyéndolas según la regla, que su santa madre había dejado, y ella había aprendido. Mas como nuestro Señor obrase muchos, y grandes milagros al sepulcro de santa Brígida, pareció al rey de Suecia, y á los grandes y señores de aquel reino, que debían tratar con el sumo pontífice de su canonización: y para que tuviese más presto efecto, convenía, que su bija Catalina fuese á Roma; y ella lo tuvo por bien, y fué, aunque halló las cosas tan turbadas por la muerte del papa Gregorio XI y por el cisma, que se levantó en tiempo de Urbano VI, su sucesor, que no tuvo por entonces efecto lo que pretendía: y así, dejando las informaciones auténticas de los milagros, y lo demás que llevaba en Roma, se volvió á su patria, habiendo nuestro Señor hecho en Roma algunas cosas notables, y maravillosas por su santa Catalina: entre las cuales fué una, que habiendo caído mala una señora principal, y de mala vida, de una gravísima enfermedad, y no queriéndose confesar, ni aparejarse para morir, ni oír á santa Catalina, que le aconsejaba, lo que le convenía para su eterna salvación; la santa se puso en oración, rogando á nuestro Señor por aquella alma pecadora, y luego se levantó del Tíber un humo negro y espeso, y vino á dar sobre la casa, donde la enferma estaba", y la asombró de manera, que unos á otros no se podían ver, con ruido tan espantoso, que la pobre enferma despavorida, y como fuera de sí, llamó á Catalina, y con lágrimas le prometió hacer, todo lo que le mandase, y se confesó; y al día siguiente acabó su vida, con esperanza que dejó de su salvación.
Otra señora había mal parido siete veces; y hallándose preñada, y cerca de parir, se encomendó en las oraciones de santa Catalina: la cual la animó, y prometió hallarse á su parto. Hallóse; y parió viva y sana una niña, que se llamó Brígida, por devoción de su madre.
Salió el rio Tíber de madre, é inundó de tal manera la ciudad de Roma, que todos temían la última ruina y destrucción de ella. Rogaron á santa Catalina, que se opusiese á las ondas, y con su presencia y oraciones librase la ciudad de aquel peligro: y como ella por su humildad se excusase, la arrebataron, y llevaron como por fuerza, y la pusieron junto á las aguas; y en tocándolas con los pies, se volvieron atrás, y cesó aquel diluvio peligroso.
Estando en la ciudad de Nápoles, á donde había ido para recoger, y autenticar los milagros de su santa madre, le declaró una señora muy principal, que una hija suya viuda era muy molestada de un demonio cada noche torpemente, y que aunque lo había callado por vergüenza hasta entonces, ahora se lo había descubierto, para que se lo dijese, y le pidiese remedio, confiada de su santidad. La santa virgen le aconsejó, que se confesase de todos sus pecados pura, y enteramente; porque muchas veces por los pecados, que se callan en la confesión por vergüenza, permite nuestro Señor semejantes ilusiones, y que los demonios tengan fuerza para fatigar las almas, y oprimir los cuerpos con abominable tiranía. Dióle también otros santos consejos y devociones, y ofreció sus oraciones por ella; y al cabo de ocho días se halló la mujer del todo libre de aquel monstruo infernal, que tanto la perseguía y atormentaba.
Monasterio de Wadstena,
donde Santa Catalina fue abadesa
Habiendo, pues, la santa virgen estado cinco años esta vez en Roma; no teniendo esperanza de conseguir la canonización de su bienaventurada madre, por las causas que dijimos arriba, se volvió á su patria y monasterio, siendo muy visitada, y hospedada, y regalada de los príncipes y prelados, y ciudades de Italia, y Germania, por donde pasaba. En este camino también hizo nuestro Señor algunos milagros por ella, y entre ellos se cuenta: que habiendo caído del carro, en que iba dormido, uno de los que la acompañaban, y pasado por él la rueda del carro, y quebrantádole y hecho pedazos; haciendo oración por él santa Catalina, y tocándole con. las manos, luego estuvo sano. Lo mismo sucedió á otro, en llegando á su monasterio: porque habiendo caído de lo alto de un edificio, que se hacía, sobre muchos maderos y piedras, y quebranládose los huesos de manera, que apenas podía resollar; en tocándole la virgen, y hecha oración por él, luego se consolidaron los miembros, y cobró tan perfecta salud, que se volvió ó trabajar en la obra, alabando al Señor todos, y a santa Catalina, por cuya intercesión le había sanado.
Estaba en este tiempo la santa virgen muy flaca, y fatigada de dolores, y enfermedades del cuerpo; aunque muy entera y alegre en su espíritu. Tenía costumbre, desde que anduvo en compañía de su santa madre de confesarse cada día, y algún día dos y tres veces; así lo hizo en esta postrera enfermedad, aunque por la flaqueza de su estómago no se atrevía á recibir el santísimo Sacramento del altar; mós hác1asele traer, y le adoraba, y reverenciaba con grandísima devoción y humildad.
Finalmente, levantando los ojos al cielo, y encomendando su alma con el corazón al Señor, porque no podía con la lengua; estando presentes y deshaciéndose de lágrimas las monjas, dio su espíritu al que la había criado para tanta gloria suya. Apareció una estrella sobre el monasterio, en que murió, y fué vista de algunos religiosos de día y de noche, hasta que su sagrado cuerpo fué sepultado: y la misma estrella la acompañó, cuando la llevaron a enterrar á la iglesia. y estuvo en el aire sobre las andas; y en acabando de enterrarla, desapareció. Vinieron muchos arzobispos, obispos, abades, y prelados de los reinos de Suecia, Dinamarca, Noruega, y Gotia á su entierro, y el príncipe de Suecia, llamado Erico, con otros señores y barones, los cuales por su devoción llevaron sobre los hombros el cuerpo á la sepultura, y por la mucha gente que había concurrido, apenas se podía sepultar. Murió la santa virgen en el monasterio Uvatslríense á los 22 de marzo del año del Señor de 1381, é hizo nuestro Señor muchos milagros en su sepulcro. El Martirologio romano hace mención de esta santa á los 22 (24) de marzo, y el cardenal Baronio en sus anotaciones; y el padre Fr. Lorenzo Surio trae su vida en el segundo tomo.


 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.


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