SANTA CATALINA DE SUECIA, VIRGEN
Santa Catalina de Suecia fué hija de Ulfon,
príncipe de Nericia, y de santa Brígida, bien conocida por sus revelaciones en
la Iglesia del Señor. Desde niña mostró haber sido escogida del esposo
celestial; porque cuando mamaba, tomaba el pecho de su santa madre, y de las
otras mujeres honestas, que se le daban
con mucho agrado; y si alguna deshonesta, ó menos casta se le quería dar, luego
lloraba, y no le quería tomar.
Entrególa su santa madre, después que la destetó, á una abadesa muy religiosa, para que la criase; y el
demonio una noche, estando en maitines la abadesa, tomando figura de un toro,
quiso matar á la niña, y con los cuernos la sacó de su camilla, y la arrojó en
el suelo, dejándola casi muerta: y hallándola así la abadesa, y tomándola en
sus brazos, se le apareció el demonio, y dijo: ¡O qué de buena gana
la acabara, si Dios me hubiera dado licencia! Siendo ya de siete
años, se entretuvo una vez con las otras niñas, jugando cierto juego con unas
muñecas: y como nuestro Señor la quería para gran santa, no quiso que aquella
niñería pasase sin castigo; y así la noche siguiente fué molestada de los
demonios, que le aparecieron en figura de muñecas, y la azotaron gravemente; para
que desde niña comenzase á dar de mano á las niñerías y juegos, en que se suele
entretener aquella tierna edad. Teniéndola para casarse, su padre le mandó, que
tomase marido: y ella le aceptó, confiada en la bondad de Dios, y el favor de
la santísima Virgen María, su madre, que podía casarse sin detrimento de su
virginidad, como le sucedió: porque habiéndose casado con un caballero
nobilísimo, llamado Eghardo, de tal manera le habló, que los dos hicieron voto
de castidad, y la guardaron toda su vida, engañando al mundo con nombre, y
hábito de casados, y triunfando de su carne, y de nuestro común y mortal enemigo.
Dábanse mucho á la oración, y á la aspereza de vida, y á todas las obras de
caridad: y en los ojos de los hombres parecían, y se trataban como señores; y
en los ojos de Dios eran santos.
Tenía Catalina un hermano
llamado Carlos, mozo brioso, y dado á la vanidad: el cual,
no pudiendo sufrir, que su hermana y su cuñado hiciesen aquella
vida, los reprendió y procuró apartar de ella, y mucho mas se enojó con su hermana, cuando vio ¡a llaneza, que usaba en su vestido, y que no se
conformaba con el traje y galas, que las otras señoras y mujeres de su calidad habían
inventado, despreciando la simplicidad y antigüedad antes usada. Pero Catalina,
no solo no se mudó, de lo que tan bien había comenzado; antes persuadió con sus
palabras y con su ejemplo, á la mujer del mismo Carlos, su hermano, que dejase las
galas, y atavíos superfinos, y que la imitase, como lo hizo. Después que murió
Ulfon, su padre, y su madre santa Brígida por divina revelación fué á Roma; su
hija Catalina, viviendo aún Eghardo su marido, tuvo grandes instintos, y
movimientos del Señor de ir á buscar á su madre á Roma: y aunque al principio,
por ser de solos diez y ocho años, y hermosísima; su marido no vino en ello; pero
después, viendo, que aquel negocio era de arriba, y que Catalina era anciana en
el seso, y de costumbres honestísimas, le dió licencia, y criados y personas,
que fuesen en su compañía; y ella llegó á Roma en el mes de agosto, y halló que
su santa madre estaba en Bolonia, y la fué á ver: y después que volvió á
aquella santa ciudad, y visitó los santuarios, y estaciones de ella, por divina
disposición se quedó con su madre, para ayudarla y servirla, como Dios se lo había
prometido á santa Brígida: aunque no le fallaron á santa Catalina grandes
trabajos y dificultades; porque el demonio la tentó, para que se tornase a su
tierra, donde viviría con más quietud, regalo, y descanso: y como ella era
señora de tanta calidad, y de extremada hermosura, algunos caballeros
principales, sabiendo que ya era muerto su marido, la pretendieron por mujer: y
viendo, que los otros medios blandos y amorosos no bastaban, quisieron hacerle
fuerza y arrebatarla: y habiéndose escondido en cierta parte con gente armada
para cogerla un día, que con otras matronas iba á la iglesia de san Sebastián,
al tiempo que salían de la celada, apareció de repente un ciervo, y dando ellos
tras él, pasó en aquel mismo tiempo Catalina, y se escapó de sus manos.
Placa que identifica la casa en la cual vivieron Santa Catalina y su madre, Santa Brígida, en Roma |
Otra vez yendo con su santa madre á la iglesia
de san Lorenzo, y hallándose en otro semejante peligro; el caballero, que la
aguardaba con gente, al tiempo que la quiso acometer, quedó ciego; y conociendo
su culpa, se echó á sus pies, y les pidió perdón; y rogando las santas madre é
hija por él, cobró la vista, y contó este milagro al papa Urbano VI y cardenales.
No solamente padeció santa Catalina estas molestias
en Roma, pero otras no menores fuera de ella: porque yendo con su santa madre á
Asís por revelación de Dios, y á santa María de Porciúncula, no pudieron una
vez llegar á donde pensaban, por haberles sobrevenido la noche; y así se
recogieron en una pobre casilla, para guarecerse de la nieve y agua que caía.
Estando allí, ciertos salteadores de caminos entraron, donde estaban las santas
madre é hija con su compañía, y con mucha desvergüenza quisieron verles los
rostros: y como santa Catalina era hermosísima, se encendieron en mala
concupiscencia, y comenzaron á hablar palabras torpes, y quererla hacer fuerza:
más ellas se volvieron á Dios, suplicándolo que las guardase; pues por su
inspiración y servicio habían tomado aquel camino: y luego al improviso se
sintió un gran ruido como de gente armada, y una voz que decía, que prendiesen
á aquellos bellacos ladrones: con la cual ellos espantados se huyeron, y
dejaron la presa que tenían en las manos. Mas al día siguiente, siguiendo las
santas su camino, volvieron á ellas, para hacer de día lo que no habían podido
hacer de noche: y habiéndoles tomado los pasos; al punto que ellas pasaban,
perdieron la vista, y no las pudieron ver. Con esta protección del Señor crecía
cada día más Catalina con su amor, y se daba con mayor cuidado á todas las
virtudes, y especialmente á la santa humildad, que es la madre y guarda de
ellas; porque le pesaba mucho de ser alabada, y se holgaba de ser
menospreciada, y tenida en poco, y por gran pecadora. Era muy devota, y desde
niña dada á la oración, y á rezar las horas de nuestra Señora, las salmos
penitenciales, y otras oraciones; y cada día gastaba cuatro horas en llorar, y meditar
la sagrada muerte y pasión de su dulce esposo, ofreciéndosele en perpetuo y
suave sacrificio. Una vez estando en Roma orando en la iglesia de san Pedro, le
apareció una mujer vestida de blanco con un manto negro, y le dijo, que rogase á
Dios por la mujer de Carlos, su hermano, que era muerta, y que presto tendrían
un buen socorro de ella; porque les había dejado la corona de oro, que según la
costumbre de su patria traía en la cabeza: y como la mujer le dijo, así
sucedió; y del precio de la corona, santa Brígida, y su hija se sustentaron
todo un año con su familia.
¿Pues qué diré del amor tierno y fuerte, que
esta santa virgen tuvo al Señor? ¿Qué de su benignidad, y misericordia para con
los pobres enfermos y llagados? Porque su santa madre la llevaba consigo á los
hospitales, y delante de ella servía con grande humildad á los enfermos, y les curaba
las llagas podridas sin asco, para que su hija aprendiese, y la imitase, y
siguiese sus pisadas; y ella lo hacía con extremada caridad y diligencia, como
hija de tal madre. Era tan amiga de la pobreza de Cristo, que andaba con un
vestido vil y roto, y usaba de cama pobre, con solo un jergón de paja, y un
cabezal, y un cobertero viejo y remendado. Pero nuestro Señor, para honrarla en
algunas ocasiones, hizo que pareciese ricamente vestida, y su cama preciosa,
aunque realmente no lo era. Fué asimismo muy sufrida, paciente, y mansa,
llevando los agravioso injurias, que se le hacían, con maravillosa mansedumbre,
volviendo siempre bien por mal, como verdadera sierva de Dios.
Veinte y cinco años estuvo en compañía de su
santa madre en Roma, y fuera, y la acompañó á Jerusalén, y se halló a su
dichoso tránsito, y llevó sus sagradas reliquias á Suecia con otras de otros
santos. Y después de haber cumplido con el entierro de su bendita madre, se
encerró en un monasterio de monjas, donde fué prelada, instruyéndolas según la
regla, que su santa madre había dejado, y ella había aprendido. Mas como
nuestro Señor obrase muchos, y grandes milagros al sepulcro de santa Brígida,
pareció al rey de Suecia, y á los grandes y señores de aquel reino, que debían
tratar con el sumo pontífice de su canonización: y para que tuviese más presto
efecto, convenía, que su bija Catalina fuese á Roma; y ella lo tuvo por bien, y
fué, aunque halló las cosas tan turbadas por la muerte del papa Gregorio XI y
por el cisma, que se levantó en tiempo de Urbano VI, su sucesor, que no tuvo
por entonces efecto lo que pretendía: y así, dejando las informaciones
auténticas de los milagros, y lo demás que llevaba en Roma, se volvió á su
patria, habiendo nuestro Señor hecho en Roma algunas cosas notables, y maravillosas
por su santa Catalina: entre las cuales fué una, que habiendo caído mala una
señora principal, y de mala vida, de una gravísima enfermedad, y no queriéndose
confesar, ni aparejarse para morir, ni oír á santa Catalina, que le aconsejaba,
lo que le convenía para su eterna salvación; la santa se puso en oración,
rogando á nuestro Señor por aquella alma pecadora, y luego se levantó del Tíber
un humo negro y espeso, y vino á dar sobre la casa, donde la enferma
estaba", y la asombró de manera, que unos á otros no se podían ver, con
ruido tan espantoso, que la pobre enferma despavorida, y como fuera de sí,
llamó á Catalina, y con lágrimas le prometió hacer, todo lo que le mandase, y
se confesó; y al día siguiente acabó su vida, con esperanza que dejó de su salvación.
Otra señora había mal parido siete veces; y hallándose
preñada, y cerca de parir, se encomendó en las oraciones de santa Catalina: la
cual la animó, y prometió hallarse á su parto. Hallóse; y parió viva y sana una
niña, que se llamó Brígida, por devoción de su madre.
Salió el rio Tíber de madre, é inundó de tal
manera la ciudad de Roma, que todos temían la última ruina y destrucción de
ella. Rogaron á santa Catalina, que se opusiese á las ondas, y con su presencia
y oraciones librase la ciudad de aquel peligro: y como ella por su humildad se
excusase, la arrebataron, y llevaron como por fuerza, y la pusieron junto á las
aguas; y en tocándolas con los pies,
se volvieron atrás, y cesó aquel diluvio peligroso.
Estando en la ciudad de Nápoles, á donde había
ido para recoger, y autenticar los milagros de su santa madre, le declaró una
señora muy principal, que una hija suya viuda era muy molestada de un demonio
cada noche torpemente, y que aunque lo había callado por vergüenza hasta entonces,
ahora se lo había descubierto, para que se lo dijese, y le pidiese remedio,
confiada de su santidad. La santa virgen le aconsejó, que se confesase de todos
sus pecados pura, y enteramente; porque muchas veces por los pecados, que se callan
en la confesión por vergüenza, permite nuestro Señor semejantes ilusiones, y
que los demonios tengan fuerza para fatigar las almas, y oprimir los cuerpos
con abominable tiranía. Dióle también otros santos consejos y devociones, y
ofreció sus oraciones por ella; y al cabo de ocho días se halló la mujer del
todo libre de aquel monstruo infernal, que tanto la perseguía y atormentaba.
Monasterio de Wadstena, donde Santa Catalina fue abadesa |
Habiendo, pues, la santa virgen estado cinco
años esta vez en Roma; no teniendo esperanza de conseguir la canonización de su
bienaventurada madre, por las causas que dijimos arriba, se volvió á su patria
y monasterio, siendo muy visitada, y hospedada, y regalada de los príncipes y prelados,
y ciudades de Italia, y Germania, por donde pasaba. En este camino también hizo
nuestro Señor algunos milagros por ella, y entre ellos se cuenta: que habiendo caído
del carro, en que iba dormido, uno de los que la acompañaban, y pasado por él
la rueda del carro, y quebrantádole y hecho pedazos; haciendo oración por él
santa Catalina, y tocándole con. las manos, luego estuvo sano. Lo mismo sucedió
á otro, en llegando á su monasterio: porque habiendo caído de lo alto de un
edificio, que se hacía, sobre muchos maderos y piedras, y quebranládose los
huesos de manera, que apenas podía resollar; en tocándole la virgen, y hecha
oración por él, luego se consolidaron los miembros, y cobró tan perfecta salud,
que se volvió ó trabajar en la obra, alabando al Señor todos, y a santa
Catalina, por cuya intercesión le había sanado.
Estaba en este tiempo la santa virgen muy flaca,
y fatigada de dolores, y enfermedades del cuerpo; aunque muy entera y alegre en
su espíritu. Tenía costumbre, desde que anduvo en compañía de su santa madre de
confesarse cada día, y algún día dos y tres veces; así lo hizo en esta postrera
enfermedad, aunque por la flaqueza de su estómago no se atrevía á recibir el
santísimo Sacramento del altar; mós hác1asele traer, y le adoraba, y
reverenciaba con grandísima devoción y humildad.
Finalmente, levantando los ojos al cielo, y
encomendando su alma con el corazón al Señor, porque no podía con la lengua;
estando presentes y deshaciéndose de lágrimas las monjas, dio su espíritu al que la había criado para tanta gloria suya.
Apareció una estrella sobre el monasterio, en que murió, y fué vista de algunos
religiosos de día y de noche, hasta que su sagrado cuerpo fué sepultado: y la
misma estrella la acompañó, cuando la llevaron a enterrar á
la iglesia. y estuvo en el aire sobre las andas; y en acabando de enterrarla,
desapareció. Vinieron muchos arzobispos, obispos, abades, y prelados de los
reinos de Suecia, Dinamarca, Noruega, y Gotia á su entierro, y el príncipe de
Suecia, llamado Erico, con otros señores y barones, los cuales por su devoción
llevaron sobre los hombros el cuerpo á la sepultura, y por la mucha gente que había
concurrido, apenas se podía sepultar. Murió la santa virgen en el monasterio
Uvatslríense á los 22 de marzo del año del Señor de 1381, é hizo nuestro Señor muchos milagros en su
sepulcro. El Martirologio romano hace mención de esta santa á los 22 (24) de marzo, y el cardenal Baronio en sus
anotaciones; y el padre Fr. Lorenzo Surio trae su vida en el segundo tomo.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario